martes, 23 de marzo de 2010

Sobre el absurdo del liderazgo, del inglés neozelandés y de cosas que no se dicen

Estuve a punto de cerrar esto a un día de abrirlo. Anoche vi un documental sobre Hiroshima y Nagasaki, y me avergonzé y me sentí egoísta. No voy a hablar, sin embargo, de lo que vi en ese documental, ni tampoco del absurdo que sentí al pensar que esto lo había comenzado para arrancar un poco del dolor (o para enfrentarlo en cierto sentido) y de las ganas que sentí de acabarlo inmediatamente, antes que alguien pudiese leerlo. Pero algo me dice que no debo hacerlo, y aunque mi dolor parezca absurdo y pequeñito, al lado de todo eso, siento que de alguna forma esto es algo necesario y útil, y que ha de tomar alguna forma, aunque aún no le encuentro ninguna, y todo me parezca carente de gracia e interés, para cualquier persona que por casualidad vaya a dar con esto en algún momento.

Hoy me enviaron del colegio donde trabajo (soy profe a todo esto) a una charla sobre la experiencia de la dirección escolar y el liderazgo en Nueva Zelanda ¡! Creo que enviaron a los profesores menos peligrosos, ya que ninguno de nosotros se interesa en apuntar hacia esas direcciones. Era una charla en inglés, idioma que no domino para nada, (más encima el ritmo de la encargada era algo extraño, como si tuviese los pulmones demasiado chicos y debiese hacer frases cortas para que le alcanzara el aire). A la conferencia fueron también, desde mi colegio, una profesora de inglés y otro colega que solicitó audífonos para poder escuchar la traducción. Yo, sin audífonos, miré e intenté entender. No sé lo que entendí. Sobre los telones proyectaban imágenes donde se simboliza el liderazgo, sale alguien arriba levantando las manos en señal de triunfo y varios rezagados, hasta algunos colgando del telón.
También en la inducción del colegio donde trabajo tenían un logo relacionado con el liderazgo algo similar. Cuatro cuadrados del que se elevaba uno y quedaban los otros tres, algo más opacos, allá abajo.
Y mientras miro aquel telón, aquellos dibujos, siento una vez más algo así como cariño por esos que no llegaron primero, y me fijo en uno que aquí, desde el segundo piso de la sala de conferencias, parece tranquilo, sereno, como si hubiese alcanzado otra meta, o no deseara nada simplemente, ahí en borde bajo del telón.
No me hice profe para esto, pienso, no me interesa preparar a chicos para que lleguen a lo alto y lideren, yo me identifico con esos que quedaron atrás, o que quisieron quedarse, y siento que hay algo en ellos que el que legó arriba no sabe, algo que se le cayó quizá y los otros encontraron.
Quiero que no se lancen por un camino que no necesariamente les corresponde, y que por supuesto no eligan el más corto.
Obviamente sé que el liderazgo es más que eso, que tiene otros puntos, y en fin, que de cierta forma es necesario, pero necesario para qué? Tendría que tener claras las metas de ese algo para poder estar de acuerdo con ello.
En eso estoy cuando siento que alguien se apoya en mí y es que la profe de inglés se quedó dormida, el otro, con los audífonos sonando, la sigue también con los ojos cerrados, a un costado. Supongo entonces que me tocará a mí hablar de esto frente a los otros y dar cuenta de lo que vi, y supuestamente entendí en esta charla. Entonces imagino lo que les diré, en la libertad que tendré para inventar que ella comentó que el liderazgo es una ruta equivocada, que habló en contra de los proyectos que buscan fortalecer diferencias entre los estudiantes y fijarlas de antemano, inventaré algo sobre una discusión que sostuvo con el decano que estaba presente y de como luego de hacer un baile maorí procedió a arrojar todos sus papeles por el piso... en fin tengo tiempo para ordenar mis apuntes de la charla que no escuché hasta el otro martes, y elaborar una teoría más completa.
Hoy tampoco voy a hablar de lo que siento y una vez más no creo estar preparado para hablar de los libros que ordené. Sí les cuento que hago una guía sobre Rothko y sobre Hopper, para los chicos de un electivo, para hablarles sobre las formas de expresión, de las dificultades del lenguaje para expresar realmente lo que sentimos, entre otras cosas. Entonces, mañana, ellos mirarán y anotarán y yo les contaré que Rothko se obsesionó con aquello que quería mostrar, con sus campos de colores, con ese intento desesperado de tranmitir sus propias emociones; les contaré sobre sus últimos meses encerrado a solas y su muerte que quizá le permitió encontrar aquel color que tanto buscaba, el rojo de su sangre que se esparció por la habitación en que se encontraba frente a un lienzo en blanco, tras cortarse las venas.
No les contaré, sin embargo, de las imágenes que me rondan sobre Hiroshima: la mujer que le arrancan con un bisturí todo el rostro porque se le había calcinado, o aquella que pedía agua a gritos mientras sostenía un bebé sin cabeza en sus brazos. Tampoco les contaré de la piel colgando deshecha de aquellas personas. No les contaré que eso también es lo que hacen los líderes. Y que queremos convertirlos en eso también, de cierta forma.
Y que es además, en una gran mayoría, lo que quieren sus padres.
También me guardaré de comparar el dolor de Rothko y el de Hopper, y por supuesto no nombraré el mío, del que me avergonzaré nuevamente al sentir que es irrisorio, aunque me haga pedazos acá adentro nuevamente y no quiera decir nada de él, al menos todavía.
¿Y qué hay de la biblioteca? Bueno, saco el libro de expresionismo abstracto que obtuve de una feria del disco, y marcaré las imágenes de Rothko (aunque ya terminé la presentación) y seleccionaré algunas postales de Hopper, que, si bien no son parte de un libro, parecen un volumen ordenadito ahí a un costado, en uno de los estantes.
Me queda, sin embargo, una imagen que contar: en el documental de ayer, mostraban a unos japoneses que habían llevado a norteamérica, tras haber sobrevivido a las bomba atómica. Eran imágenes de un programa estadounidense del 46, donde se recalcaba que el gobierno norteamericano gratuitamente los atendería e intentaría reconstruir sus caras y sus cuerpos... eso decían y el público aplaudía y movía banderitas gringas. En el programa además se entrevistaba a un japonés, que perdió a todos con la bomba, a quien se le pedía relatara algunas cosas... hasta que tras de un biombo se le dice que hay alguien que quiere saludarlo, como cuando reencuentran a la gente con sus parientes, sólo que los parientes del tipo estaban todos calcinados y el que apareció fue el capitán del avión que arrojó la bomba... y aquella cara, el rostro de ese japonés que mira como el otro le estira la mano y le alarga un sobre con un poco de dinero que supuestamente juntó su familia... la cara de ese hombre... sus ojos... lo que habían visto esos ojos... esos ojos sabían algo, y tenían una belleza distinta ahí en medio de ese programa. Algo de lo que no se habla.

2 comentarios:

  1. Cuando era niña vi también un documental sobre Hiroshima. No se si en ese momento pude hacer la comparación entre el dolor de esa gente y el mío, solo se que vi dolor, solo se que sentí dolor. Tal vez eso, entre muchas cosas, determinaron el rumbo que he querido darle a la vida de mis hijos. Espero que nunca lleguen a ser "líderes", espero que nunca lleguen a ser "exitosos"... Por lo visto, me fui en la volá

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