miércoles, 26 de mayo de 2010

David Foster Wallace: La Extinción de algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer.

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Ando trayendo el libro que me prestaste el año pasado, me dicen en el metro. Miro hacia arriba (voy sentado en el suelo revisando unas pruebas) y me encuentro con alguien que no reconozco de inmediato.

Es una mujer y lleva a un niño de su mano y el niño lleva un globo de la suya. Entonces pienso que el globo se desinflará antes que el niño, y que esa es quizá la única diferencia entre ambos. Pero no lo digo.

No me gustó, me señalan, mientras me entregan el libro Extinción, de David Foster Wallace y yo lo recibo aún sin acordarme quién es la mujer que me lo entrega. El tipo escribe una mierda, concluye.

Me cabree con el comentario. De hecho, ahora que lo recuerdo, creo que pensé lo del niño y el globo después de escuchar la opinión sobre Foster Wallace, a modo de revancha. Y hasta creo que se lo dije. Sí. Recuerdo que se lo dije: Wallace diría que la única diferencia entre el niño y el globo... y etc.

También pensé en hacer como si grababa una idea en un mp3 para ver si la chica se ofende: "Idea para un cuento, -habría dicho en voz alta-, una mujer no está dispuesta a aceptar las verdades de la vida así que decide decir que quien las dice es una mierda. Además no saluda y toma a su hijo con menos cuidado que el que tiene con su cartera, a la que además mira más a menudo." Pero no lo hago. Además no andaba con el mp3.

La mujer se baja del metro con el niño (y el niño con el globo) y se alejan por la estación. Yo me quedo con el libro y además me acuerdo quien era la mujer. Se trata de una profesora que trabajaba en un Instituto donde hice algunas clases el año pasado. Un día se me quedó un libro en una sala y al final ella se lo llevó. Nunca supe su nombre aunque me pidió que se lo prestara pues dijo que le parecía interesante (el interesante era el libro, por supuesto). Eso fue todo.

Al menos lo devolvió. Gran coincidencia. Y un niño con un globo.

Gran resumen.

El punto es que guardo las pruebas y me voy al libro. Hojeo unas frases. Unos relatos. A partir de lo que leo recuerdo que Foster Wallace se mató hace un par de años. Que él sí fue un globo que se reventó. Un globo que se reventó casi cuando nadie creía que se podía reventar, pues ya estaba bastante desinflado, y hasta había decidio cuidarse de lo que podía ocurrirle.

Pero sea como sea, el caso es que su muerte sonó como un gran globo reventado. La primera que lo escuchó fue su mujer quien encontró además el cuerpo colgado y lo bajó ella misma antes de llamar para avisar de lo ocurrido.

Quizá intentó inflarlo nuevamente, no lo sé, pero el caso es que ya se había reventado y ante aquello no hay vuelta que darle. Supongo.

Recuerdo que la primera vez que leí a Foster Wallace lo hice precedido de leer su biografía. Y es que me había asombrado que este escritor hubiese nacido en Itaca, New York... El nuevo Ulises pensé, y me lancé a leerlo.

Pillé poco en su momento y debo confesar que su mayor libro -La broma infinita-, no lo he leído todavía. Su lectura a veces me parecía incómoda, pero siempre algo atractiva, con una visión bastante decadente del mundo de las ciudades y de las apariencias que lo rigen.

Así di con Extinción, que es el único libro que tengo de él y que hoy vuelve a estar en mi biblioteca -ahora no porque lo releo, pero digamos que se reincorporó al catálogo-, y si bien su relato incial (Señor Blandito) me detuvo bastante en la lectura, varios de los otros de los relatos que contiene me parecieron muy certeros, y bastante bien construidos.

Había algo en ellos, algo sucio, que era mostrado de excelente forma. Sobre todo en los relatos más breves, más directos. Y es que Foster Wallace estaba hablando en ellos del continuo fraude de las apariencias, de las normas sociales como fomentadores del fraude; del fraude como contraparte de lo que realmente somos. Aunque lo verdaderamente triste en su lectura era que aquello que había bajo el fraude parecía ser un vacío, sensaciones cercanas a la desazón, a la incertidumbre. Como si nos atreviésemos a levantar la careta de alguien y nos encontramos con una piel blanca y azulina y nos asustáramos. Y preferimos la careta, por supuesto. Aunque el haber descubierto eso nos dejara en una situación al menos, incómoda.

Esta visión de la sociedad y de los seres humanos como fraude, se daba en estos relatos con bastante violencia. Una violencia subterránea, por cierto, pues su lenguaje seguía siendo pulcro y frío y bien construido. Bastante objetivo por lo general, aunque la voz particular de un personaje tomaba el discurso de una narración creo que el resultado de esta mejoraba. Tal es el caso, por ejemplo, del cuento El neón de siempre, donde el narrador desde una primera línea se define como un fraude, sin adorno alguno:


"Toda la vida he sido un fraude. No estoy exagerando. Casi todo lo que he hecho
todo el tiempo es crear cierta imagen de mí mismo en los demás. Aunque tal vez
sea un poco más complicado que esto..."

Con todo, como señalábamos anteriormente, lo verdaderamente terrible al leer a Foster Wallace, -y lo que nos permite leer toda su obra como una larga carta donde explicara las razones de su suicidio-, es un rotundo vacío, algo así como un desprecio que sale de esta prosa y que vuelve además hacia ella, pues ni siquiera ella se escapa de ese desprecio.

Esto se repite en la mayoría de los textos de este autor. Por ejemplo en los "ensayos" publicados bajo el título de Algo supuestamente entretenido que nunca volveré a hacer, donde se observan por ejemplo las situaciones que se dan al interior de un crucero: la falsa amabilidad, la obligación a la alegría, la falsedad e hipocresía como moneda de cambio, etc.

Es decir, nos revela un mundo amargo, donde va saltando de un vacío a otro, de una falsedad a otra, buscando algo más, y que lamentablemente no parece encontrarlo.

Esto es lo profundamente triste y terrible de los relatos de Foster Wallace, y quizá sea también el origen de su desprecio. Porque a pesar de todo, no se puede despreciar sino aquello por lo que sentimos aprecio en algún momento. Vale decir, su visión es la de un desecantado, domo en los juevos del chavo, que ha visto el mundo como un vacío e intenta buscar algo más, sin llegar a conclusiones claras, salvo la expresiva conclusión que delata su muerte.

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Y sí. Lamento que esta sensación que Wallace transmite sea a tan desagradable en ocasiones. Y entiendo, en parte, que pueda ser repulsivo o asfixiante, pero me alegro que la sensación que a mí me transmite sea otra. Y es que extrañamente, lo que en mí transmite este autor tiene que ver más con la calma que con la desesperación, y su lectura me entrega más un poco de oxígeno que una sensación de ahogo, como le ha ocurrido a otra gente que conozco.

Y es que quizá Foster Wallace sí logró hacer realmente su objetivo, y manejó de manera tal su escritura que logró aquello que le enseñaron era una premisa en las obras de de ficción: Dar calma a los perturbados y perturbar a los calmos. O permitir, en otras palabras, que el espíritu se mantenga siempre en constante movimiento. Y se reconozca vivo.

Y es por esto quizá por lo que la muerte de Foster Wallace me transmite también algo de la calma que me transmiten sus libros.

Y es como si toda esa perturbación viniese a calmar mi espíritu.

Y puede sonar feo decirlo, pero alabo su consecuencia.

Pues creo que su muerte fue el pilar definitivo que permite a su literatura (al mensaje de su literatura) permanecer sólido y servir de base y de apoyo para que otros, -algo tambaleantes, es cierto-, nos mantengamos en pie.

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