lunes, 10 de mayo de 2010

Historia de un pingüino, en Encuentros en el fin del mundo, de Werner Herzog.

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Siempre que veo alguna película de Herzog, algo que va más allá de la narración, o que es primario a ésta, se me queda pegado. Y es que su cine puede suele proponer imágenes que van más allá de la historia narrada, que la exceden, que la superan, que son una cima más alta que sus propias películas. Y es que por lo mismo, por estar más allá de ellas, estas cimas poseen a veces una explicación ausente, perdida en otros films, o en lugares donde quizá nunca las encontremos.
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Hablar sobre ellas ahora sin embargo, sería alejarme de algunas de las imágenes que acabo de ver, y ya me tocará hablar de ellas en profundidad en otro momento: de alguna escena junto al mar en Cobra Verde, de algunas tomas a Kinski en Aguirre..., de los fuegos artificales explotando en aquella pequeña isla en el mediterráneo, en Signos de vida... hombres trabajando el vidrio, otro grabándose a sí mismo mientras va al encuentro de unos osos, un barco que es subido por una colina, unas tomas impresionantes hechas en un desierto, etc.

No ahondaré en eso porque lo que veo ahora es Encuentros en el fin del mundo, un documental relativamente reciente de Herzog que no me había animado a ver todavía... El documental, que es filmado en la Antártica, nos muestra esta naturaleza, pero desde un punto de vista extraño, lo natural que se nos muestra está siempre revelado a medias, siempre deja algo oculto, algo que está también en los hombres que entrevista, o en los animales del lugar, o en el lugar mismo.

Y a pesar que en un inicio de la cinta el propio Herzog advierte que no iba ahí a hacer otra de esas películas sobre pingüinos, lo cierto es que una de las imágenes que me ha impactado, -y que de hecho me ha hecho pausar el disco para escribir esto antes de seguir- está relacionada con estas aves.

Y es que lo que se nos cuenta de ellas -bueno, de una de ellas en especial-, hace eco en los personajes que han contado sus historias, en la resistencia que esos hombres que han ido a vivir ahí representan, en la búsqueda, o hasta en una especie de salvación distinta a la de la comunidad, que tal como se desliza, en algunos pasajes del film, parece condenada, al igual que el resto de la humanidad, a una desaparición completa.

La película misma abre marcos que exceden la historias en las que se enfoca por momentos Herzog, jugando continuamente con el enfoque queda a sus personajes. Desde ser el centro de una historia, un personaje se sumerge en el mundo blanco, gigante, y su experiencia revela un absurdo, algo que hay antes y lo trasciende... científicos encontrando nuevas especies de inteligencia unicelular, anteriores al hombre por supuesto, uno de los buzos obsesionado con la ciencia ficción y las películas en las que la humanidad del hombre parece estar condenada, etc.

No sé si es inteligencia, aquello con lo que Herzog construye sus películas, yo creo que más bien es instinto, pero sin duda, es algo que va mucho más allá de un guión un simple y propósitos evidentes...

Me desvié... Iba a la imagen de los pingüinos.

En un momento del documental, Herzog se dirige donde un hombre que estudia a los pingüinos desde hace muchos años, y que ha terminado por alejarse de los hombres, por lo que conseguir que diga unas palabras ante la cámara, parece ya un tremendo logro.

Herzog de inmediato abusa de eso, lo lleva a responder preguntas sin un norte aparente... si los pingüinos tienen conductas homosexuales, o si existen pingüinos locos... pero a lo que va Herzog, más allá de las preguntas que obtiene del tipo que son aún más geniales... es a establecer una especie de perturbación entre la conducta del pingüino y el resto de su comunidad... y aquí es donde introduce la historia que me ha quedado grabada...

Las imágenes nos muestran un grupo de pingüinos, se han alejado de la comunidad pues van hacia el mar, probablemente a alimentarse cerca de la orilla. Todo el paisaje se ve congelado. Blanco. La toma lo enfoca desde lejos... Y mientras un grupo de pingüinos va hacia ese lugar, y mientras otro grupo se devuelve a la comunidad... hay un pingüino que se detiene y queda en medio. Y por más que alguno de los otros del grupo parezca devolverse y llamarlo, el pingüino se queda ahí, en medio de la nada blanca, como en las entrañas blancas de un Dios extendido... o en la cama de Dios, sobre sus sábanas blancas. Y como es un Dios mudo y frío el pingüino en cuestión comienza, tras algún tiempo en que pareció pensarse el asunto, comienza a avanzar, pero en ninguna de las direcciones lógicas. El pingüino comienza a ir hacia unas montañas que están a 70 kilómetros de distancia. Montañas donde sólo hay, según se explica, una muerte segura.

Y mientras el doctor explica que probablemente si el pingüino hubiese sido devuelto a la colonia habría vuelto a arrancar hacia esa dirección, podemos ver la imagen de este pingüino avanzar, detenerse a ratos para mirar atrás, pero seguir su rumbo hacia las montañas, con su andar torpe, con algo que lo impulsa que no sé qué es, pero que se lo envidio.

Y es que la imagen contiene tanto en sí misma, que parece hablarnos por sí sola. Pero nos habla desde tan lejos que no escuchamos lo que nos dice. Y además nos habla en silencio.

Otra de las altas cumbres del cine de Herzog, que exceden a su film, y que resultan, de un modo hermoso, inexplicables.

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