sábado, 5 de junio de 2010

La mirada de Nénette, de Nicolas Philibert.

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Veo que en el Fidocs se anuncia un documental nuevo de Nicolas Philibert: Nénette, que toma el nombre de una orangután de 40 años que permanece hace 37 en la Casa de Fieras del Jardín de Plantas de París, el zoológico más tradicional de aquella ciudad.

Y la verdad es que me hubiera dado lo mismo qué dijera la información: que hablara sobre una piedra encontrada al interior de la cabeza de un ave, o acerca de los dos soles de Empédocles o de un tumor extirpado en el que se encontraron dientes... porque la única información que necesitaba para ir era la del director, -bueno y la dirección por supuesto para no ir a parar a quién sabe qué sitio-.

Todo esto porque hace unos años pude ver Ser y tener, otro documental del mismo director, y tenía ganas de saber si lo que había creído ver en aquel film, la intención, la dirección con que estaba filmado, el sentido que aparentemente proponía, -sin decirlo, por supuesto-, había sido o no consciente, o se había visto beneficiado por los niños del colegio que filmaba, por Jojo y los demás que habían aportado con su gracia, a un documental que, al menos en su momento, me pareció excelentemente bien llevado, sutil e inteligente en la forma de enfocar a estos niños y en aquello que parecía proponer.

Y es que parecía apreciarse en ese primer documental -primero en cuanto a mi descubrimiento del director- una comprensión profunda de un elemento, de una suerte de componente humano, que era transversal a los distintos niños que eran filmados en su vida escolar en aquella película. Algo había en su manera de mirar, de actuar, de reaccionar ante los otros... de ser en definitiva, que el documental parecía recoger de excelente manera, como si supiese construir ventanas precisas en aquellos lugares en que el corazón de aquellos niños se manifestaba, y lograra además, por contraparte, que esa ventana sirviera también ara reflejar la forma en que esos corazones estaban presentes o ausentes en el mundo que nosotros, los espectadores, habíamos construido.

Con el tiempo logré dar con El país de los sordos, otro documental del director, bastante más antiguo, pero en el que también estaba presente esta comprensión, y, junto con ella, estaba también todo aquello que no alcanza a ser dicho, a no expresarse ni realizarse totalmente, algo que estaba ahí en la atmósfera, flotando, palpitando... viviendo en medio de esas imágenes.

En aquel documental, Philibert mostraba los distintos lazos que se forman entre las personas sordas, y entre ellas y su entorno. Aunque, al mismo tiempo, Philibert parecía mostrarnos, a través de aquellas miradas, una imagen de nosotros mismos, vistos por ellos, por supuesto... una forma de significarpara ellos, donde parecíamos obligados a plantearnos y a cuestionarnos sobre cuál es en verdad nuestro propio significado, y cuáles son, realmente, los afectos que guían nuestro contaco con el entorno y con los seres que nos rodean.

Con todos estos refrentes, vueltos súbitamente al ver el nombre del director en el programa del Festival, -bastante breve por lo demás-, no me queda otra que arrancarme un rato y aguantar los 45 minutos de retraso con que comenzó la exhibición, intentar quen no me afecte algo que me tiene con el corazón apretado por estos días, y sentarme en los últimos asientos del lugar que eran de los pocos que no se disputaron las personas que llenaron la sala, sorpresivamente, -aunque en verdad sólo cabían en ella unos 60 por lo que la proeza no fue tanta-.

Me encuentro asi con un film que nos muestra a este orangután: Nénette, quien ha pasado prácticamente toda su vida en cautiverio, y que ya ha vivido, por cierto, bastante más de lo que debiese esperarse de un orangután, por lo que su aspecto, parece aún más cansado de lo que estamos acostumbrados a observar en estos animales.

Ya de entrada, Philibert nos sitúa frente a los ojos de Nénette, desde el otro lado del vidrio del lugar donde se exhibe, y quizá en esa primera toma está la clave para lo que será este documental: no se trata de un documental donde se nos muestre como un hombre observa e intenta comprender a este animal, sino que, muy por el contrario, se tratará de una película donde un orangután mira a los hombres con detenimiento, los escucha, y por qué no, intenta comprenderlos, a lo largo de toda su vida.

Y es que Philibert construye este film a partir de una mirada donde el verdadero centro son aquellos que miran a Nénette, todas esas generaciones que se suceden y van visitándola como si de una pariente recluida se tratase. Una pariente lejana por supuesto, algo loca y triste, que no deja de observarnos desde el otro lado del vidrio.

De esta forma, avanzamos por la película a través de comentarios de gente que visita a Nénette, niños que comentan a un costado de su espacio, cuidadores que nos hablan de los lazos que crearon con la orangután, y que, obviamente, nos cuentan también parte de su historia.

Nos cuentan así, por ejemplo, que Nénette llegó de tres años al zoo, que tuvo tres parejas, que todas murieron, que la alejaron de sus crías, salvo de Tubo que es ya todo un adulto y que vive con ella en aquel lugar... en definitiva, nos muestran que es un ser que tiene una historia, esperiencias, una personalidad clara, ejercida a través de gustos y conductas particulares. De acciones concretas. De sentimientos.

Nénette profundiza así una experiencia complementaria a la de los otros films de Philibert: el cómo miramos y cómo comprendemos, enfrentado con un cómo somos mirados, qué tan interesantes, y significativos, podemos ser para el otro.

La película se detiene así, para muchos en demasía, en momentos donde el acto de mirar a Nénette parece ser lo único que nos queda por hacer, pero ¿qué debemos mirar? podríamos preguntarnos, ¿qué es aquello que está realmente al otro lado del vidrio y sobre lo que tanto derecho creemos tener de opinar, de clasificar, de sentir que comprendemos sólo porque sabemos unos cuántos datos sobre ella?

Y es que Nénette nos desnuda y nos descubre observados: parece cuestionarnos y decirnos que en verdad sólo pudimos, a lo largo de estos 37 años de cautiverio, conocer sólo un pequeño aspecto de ella. Parece decirnos que hubo algo que ella nunca dejó que se exhibiera, algo que está justo en medio de aquella mirada y que no ha dejado de mirarnos todo el tiempo.

Porque, en definitiva, es aquella orangután quien nos ha mirado, y hemos sido como un zoológico ambulante que ha pasado incesamente por el frente de su vida, es ella quien se detiene a ver y a escuchar a todos los que pasan por fuera. Ella es quien tiene el verdadero tiempo, quien vive en el mundo que observa, que comprende, y ante ella, los hombres pasamos hablando de algo que en verdad no se puede resumir en un cartel con unos cuántos datos, o en comentarios aparentemente profundos, o en imitaciones o en falsas lamentaciones...

Es ella quien ha aprendido que no basta con mirar para comprender al otro, que hay algo más profundo en todo eso. Y esto, Philibert vuelve a enseñárnoslos de una manera muda, y directa.

Como a través de un lenguaje perdido, y que invita a ser reencontrado.

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