domingo, 27 de junio de 2010

A Lie of the Mind, una obra teatral de Sam Shepard.

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Debiera haber tenido sueño pues ayer trabajé en un turno nocturno -no, no soy vedetto, soy conserje a veces y casi siempre profe-, y el caso es que no dormí, pero ando bien -o al menos aguanto, no exageremos-. Así que aprovecho y me lanzo a una de las pocas oportunidades que hay acá para ver representado un guión de Shepard, justo en su última función, y justo al terminar el día.
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I: Un descubrimiento farandulero.
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Me acabo de enterar que Sam Shepard tuvo una relación con Patti Smitth, y de una forma extraña. Estaba yo intentando colarme de alguna forma en la última función de A Lie of the Mind –una de las obras teatrales más conocidas de las más de 60 escritas por Shepard-, pues todas las entradas habían sido reservadas y había además una larga lista de espera, por lo que entrar se hacía casi imposible. Lo único que se me ocurrió fue ir e inventarme un nombre, jugar con uno fácil para que coincidiera con alguno de la lista, luego decía que era un amigo y que no recordaba el apellido o algo así. Así que me dispuse a buscar el mesón. No debía ser difícil.
El punto es que no había mesón y me encuentro de golpe con la chica que tenía la lista en la mano y preguntando por la reserva de inmediato. Y yo, nervioso, no se me ocurrió nada peor que dar el de aquella a quien iba escuchando:
-Patti Smith, -me escuché decir-, o sea Patricia, Patricia Smith o algo, me confundí ahora… es una amiga…
La chica se miró con otra que también estaba ahí y me preguntan si voy a querer las dos que estaban reservadas a ese nombre o sólo una.
-Una, -le digo- ella no viene.
Al final resultó que eran invitaciones así que fue aún más estúpido cuando ellas me devolvieron el dinero.
-Yo pensé que era mentira el nombre, -me dijo entonces una de ellas-, como la Smith era mujer de Shepard…
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II: El otro descubrimiento.
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Pasan los minutos y estamos todos amontonados esperando que terminen de nombrar algunos de las lista de espera y nos hagan ingresar a la sala. Entonces escucho que llega la verdadera Patti Smith, o sea, la verdadera de acá, no la cantante por supuesto. Yo estaba sentado cerca y escuchaba la conversación, leyendo un libro de Vonnegut.
-Nos habían dicho que no venía, -decía la chica de la lista.
-¿Cómo…?
-Es que ya llegó la otra persona… -ellas intentaron buscarme, pero no me vieron- y nos dijo que usted no venía…
Hasta aquí escuché la conversación, sólo me fijé que la Patti Smith venía con un sombrero extraño y era bastante alta, aunque no le vi bien la cara.
Había venido sola, por suerte. Y la veía buscar a alguien una vez dentro. Quizá había pensado que de verdad el acompañante había venido por su cuenta, quién sabe.
Al final, termina sentándose junto a mí, pues yo me ubico siempre en unos asientos altos que quedan en diagonal y que no se aprecian en primera instancia, y ella había entrado casi de las últimas, y descubrió esos asientos como los únicos vacíos.
Poco antes de que empiece la obra, Patti me habla indiferentemente consultando algo sobre mi libro. Yo la escucho ronca, y soy breve, no vaya a pegarme un virus o algo. Luego me doy cuenta que no, que en verdad está sana, o sano en verdad, porque resultó ser travesti.
Poco antes de empezar la función la chica de la lista que había entrado a ver si quedaba algún puesto libre me observa junto a Patti y me levanta el pulgar y me sonríe con complicidad, mientras yo pienso que lo único bueno de todo esto es que quizá me permita entrar al baño con ella, sin sentir temor alguno.
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III: La obra.
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La obra en cuestión se enmarcaba dentro de un mini festival de teatro de obras norteamericanas contemporáneas, que supe que se realizaba algo tarde y de la que sólo me es posible ver una obra más, que se da la otra semana. Pero bueno, vamos a la obra.
Respecto al texto decir que era más menos lo que me esperaba –aunque me esperaba algo bueno, por cierto-, con varios elementos autobiográficos de Shepard y una traducción al español que, dadas las dificultades que conlleva traspasar los estilos lingüísticos de sectores característicos norteamericanos, no queda sino aceptar.
La representación supo captar bien los ritmos de la obra y la mezcla de humor y seriedad que comúnmente es posible encontrar en las obras de Shepard, aunque el público, más que la propuesta dada desde la representación, no supo, según mi parecer, marcar la diferencia entre ambas. No es que haya que amargarse ni nada por el estilo, por supuesto, pero ciertos momentos, ciertas frases típicas de Shepard y que comúnmente apuntan a una “descolocación” del espectador ante aquello que se le muestra, terminaron por aceptarlas como mera comedia, como partes de sketch liviano, cosa que por supuesto no era.
Y es que es difícil montar estas obras y hacer que el tipo de actuación se adapte a nuestras propias costumbres, a nuestros modos… siempre me ha pasado con obras norteamericanas o inglesas contemporáneas donde me parece que el propio director no sabe realmente como trabajar el texto, para seguir siendo fiel a su propuesta inicial. En este sentido, creo que, sobre todo tratándose de Shepard, es necesario “jugársela” de alguna forma, por una apuesta más arriesgada: marcar más un cambio dramático, quizá, para buscar resaltar la fuerza del guión que adquiere a veces muy buenos momentos, pero que, al ser demasiado fiel al discurso original, -por no contar con la costumbre de ese tipo de actuación, o por no reconocer en nuestras formas la marginalidad distinta que esa obra denuncia, o simplemente muestra-, termina por distanciar los momentos de la obra, pues es necesario por parte de quien dirige, crear una atmósfera sólida que acoja bien a los diálogos que se insertan, y no al revés, construyendo esa atmósfera con los diálogos, lo que siempre resulta, -pues el público y la reacción que éste tiene siempre influyen en ello- algo precario, cuyo resultado puede verse alterado por distintos factores.
En este sentido, las actuaciones, me parecieron muy bien ejecutadas, -se nota que los actores siguieron las instrucciones al pie de la letra y han hecho lo que el director les pidió-, pero a la vez, más allá de que cada personaje haya tenido un estilo bastante bien logrado, carecen de unidad, no resultan contundentes.
Es como si echase unas papas, unas verduras, y unas presas de pollo en una olla y dijera que eso es una cazuela; falta una estructura de fondo, un saber crear atmósferas al enfrentarse a textos de calidad, cosa que acá no se está muy acostumbrado. Un atreverse a construir en torno al texto y con él, una estructura totalmente sólida: para que las grietas que muestran sean vistas realmente como lo que son, y no como rasgaduras dentro de otras rasgaduras.
Lo mismo me pasó cuando vi alguna obra de Pinter en la católica, o alguna mezcla de unas piezas de Albee en el mismo teatro: buenas actuaciones, buena puesta en escena, pero carencia de atmósfera, carencia de la profundidad exacta en que se desarrolla la obra.
Y es que estas obras donde todo es de calidad, pero el resultado ideal nos deja sabor a poco, parecen desarrollarse siempre en un solo nivel: falta darles consistencia, trabajarlas verdaderamente, hacer de ellas realmente una obra, -o una cazuela sustanciosa, si seguimos la comparación anterior-, quizá como lo hizo Wenders con el guión de Shepard en Paris, Texas, donde el peso final de la película, es resultado de un todo… de una atmósfera, un discurso, una comprensión… y por Dios que eso sí es una obra de arte, tanto así que hasta algo duele dentro de uno cuando la recuerda… pero eso ya es hablar de otra historia… de otro momento, y hasta de un yo-otro. Y el día se va, y ya no tengo tiempo para esas cosas.

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