sábado, 12 de junio de 2010

Sobre lo que desborda las tazas y sobre aquello que contienen.


Imaginemos una taza, no importa el color, ni el tamaño, ni la forma. No nos compliquemos, ¿ya está? ¿tienen la taza? De acuerdo entonces, sigamos.

Déjela ahí ahora, sobre una superficie segura. Estén cómodos. Quiero contarles algo. Sobre la taza hablaremos después, no se distraigan.

Cuando iba al colegio me dio un tiempo por ir de voluntario a un hogar de ancianos. Con el tiempo iría a uno de niños y hoy soy profe. Y padre, por supuesto... ¿Qué pasa? ¿Me voy del tema? Disculpen, aunque de todas formas no hay tema, aunque ya verán que éste se arma solito. Siempre pasa eso. O casi siempre, en verdad.

El caso es que en hogar de ancianos visitaba a una abuelita. Mmm, obvio, pero bueno... visitaba a una abuelita que estaba aislada del resto por una extraña razón. Y además de extraña, injusta, por cierto.

Recuerdo que la abuelita era pariente de Sara Vial, una poetiza que tenía un par de textos que me gustaban. Ella me lo contó entre otras cosas. Y es que como no tenía fotos ni cosas que mostrar la abuelita siempre me contaba cosas.

Una de las cosas más preciadas que me contó era que había sido bonita. No se había casado, y hoy estaba sola, pero sonreía al contar que había sido bonita. Le brillaban los ojos celestes y me hablaba de una vez que le habían gritado un piropo, sobre los angelitos caídos del cielo. Recuerdo que me lo contó varias veces, quizá en todas aquellas en que la visité en aquel hogar.

Yo no debo haber tenido más de 15 o 16 años y era algo raro ir de visita a ese hogar, al menos solo. La primera vez fuimos en grupo, por un seminario al que asistía, luego fui solo varias veces. Tuve que llenar varios papeles para visitarla y así fue como me enteré del asunto, -del asunto que llevaba a que la abuelita estuviera a veces separada de los otros-, el mismo que originaba que a veces tuviera que dormir con las manos amarradas con trozos de género, y que llevó también a que tuviese que dejar de visitarla.

Y es que la abuelita era sorprendida a veces con una taza que ponía bajo un chorro de agua, -daba lo mismo la taza el punto es lo que havcía luego-, y una vez en esa actitud, dejaba que el agua llenara la taza y la sobrepasara, sin reacción alguna.

A veces resultaba que se mojaba o dejaba todo mojado el lugar donde se le ocurría llenar la taza. Cuando sucedía en la noche, me contaban, muchas veces la encontraban en la mañana, con un reguero de agua debajo y aún con la taza sostenida en la mano.

Una vez también lo había hecho bajo la lluvia y casi se había muerto de una neumonía.

Las monjas que me lo contaban se referían a esto como algo grave, por más que a primera vista pudiese parecer algo mucho más simple y sin importancia, y es que explicaban que este tipo de cosas, cuando eran vistas por los otros abuelos, podían producir extraños actos en ellos, como si validasen distintos deseos reprimidos, o simplemente quisiseran imitar su conducta.

Intentamos hacerla razonar decían, o explicarnos su conducta, pero ella nunca se refirió al tema y no quiso darse a la razón. Nosotras le decíamos que una taza siempre iba a contener lo mismo, me decía una monja un poco más risueña, que no iba a contener más porque le echásemos más líquido...

Eso me lo dijeron la última vez que intenté visitarla. El primer permiso se había acabado y me contaban todo eso para explicarme que no era posible vistarla ahora, que esa pequeñita señora de ojos azules se había vuelto peligrosa, que pasaría a estar en el sector de los aislados... que hace unos días había inundado la sala del teatro que tenían en el lugar, -era el hogar de Las Hermanitas de los pobres, que estaba por Carmen-, y que se había producido un corto circuito que podría haber terminado en una tragedia.

Y la verdad es que yo pensaba que después de todo sí había terminado en tragedia, con la abuelita aislada y con sus ojos celestes y su cuerpo chiquito amarrado a los barrotes de la cama ahí, mientras dormía, por más que fuese un método suave y hecho con mucho cuidado, como me lo explicaban las encargadas.

Ahora bien... quiero que miren sus tazas, esas que imaginaron hace un rato y quedaron ahí sobre una superficie segura, ¿se acuerdan?

Quiero pedirles que la miren. Que piensen un poco en el vacío que tiene adentro. Quiero que imaginen que esa taza es similar al corazón de una persona. Una abuelita pequeña y de ojos celestes que había sido bonita un día y que le gustaba recordarlo. Es un favor, por supuesto, disculpen si suena a orden o parece tener un tino imperativo.

Sólo imagínenlo un momento. Sientan también como si esa taza contiene algo cálido, y que debe tenerse con cuidado entre sus manos, en un día de frío, mientras la lluvia cae afuera y tienen una alegría extraña adentro, porque alguien les dijo que eran bonitos, y que algo en ustedes era similar a un ángelito que se cayó del cielo...

Es cierto, puede que hoy sea tarde, que debí haber insistido y quizá hacer algo más por esa abuelita, pero esa portunidad ya pasó. Hoy simplemente puedo invitarlos a esto, a sostener un corazón que es como una taza y que es cálida, a sentir como esa taza se desborda y algo queda ahí suspendido, cayendo por sus manos y llenando un pequeño lugar, -un lugar que para ser llenado tiene que haber estado vacío-...no le tengan miedo, el espíritu entero después de todo, el corazón más preciado que conozcan, es siempre similar a una taza.

No tema desbordarla, siempre habrá alguien sediento allá abajo, siempre habrán semillas que absorberán esa agua caída, siempre habrá una abuelita en alguna parte, una pequeñita, con los azules y contando que fue bonita un día, y sostendrá una taza en su mano, y de ella caerá un agua celeste y brillante como sus ojos... demórense un poco y vean como la tierra absorbe esa agua y parece entonces distinta, porque su corazón contiene ahora otro corazón: uno celeste, brillante y pequeñito. Y la vida entera parecerá una cosa nueva. Y fresca.


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