lunes, 14 de junio de 2010

Un hombre sin un mapa.


Mientras intento ver la película Un hombre sin un mapa, de Hiroshi Teshigawara, pienso que podría titular esta entrada como: "Un hombre sin subtítulos", y es que la película en cuestión -japonesa por supuesto-, sólo es posible conseguirla con unos pésimos subtítuos en algo similar al inglés, que además se encuentran un tanto desincronizados, y no distinguen, por si fuera poco, qué personaje está hablando, pues todas las frases aparecen juntas con una que otra coma dispersa en los lugares menos apropiados.

Es cierto, nadie me obligó a verla, pude haber elegido otra y asunto arreglado, -podrá decirme el lector aburrido de escuchar tanto alegato no pedido-, pero lo cierto es que tan sólo con el título,y la presentación del film, me convencí de que el intento valía la pena, y las más de cuatro horas que me demoré en descifrar su hora y cincuenta de metraje, parecían estar, desde un inicio, compensadas.

Ya me había sucedido con otras películas japonesas, en especial con los subtítulos, supuestamente en español, de una versión de Tokio Violenta que había arrendado hace algún tiempo, y que resultó ser al final, (en cuanto a subtítulos), una especie de mezcla entre portugués y un español que supongo se hablará en alguna región que afortunadamente desconozco. Con todo, en esa ocasión, debido principalmente al poder estético de la película y el ritmo de las acciones, la situación me pareció chistosa, y dusfruté bastante con las "documendas" y otras cosas que perseguían esos tipos, en una película imponente y llamativa, y con una canción central que aún hoy día trato de silbar, aunque por supuesto no resulta.

Quizá a Woody Allen le pasara lo mismo y de ahí naciera su extraña Tiger Lily, ese intento por doblar de manera falsa una película de gángsters japoneses, en una de sus primeras creaciones... Pero ya me estoy cambiando de lado -como si fuera DC-, así que mejor me reubico.

Decía que vi Un hombre sin un mapa, de Teshigawara (1968), una película impresionante que ya se la qusieran los mejores del cine negro, -con Melville y Godard a la cabeza, por supuesto-, y que se construye de una manera sólida sobre su personaje central, el cual no deja de enriquecerse a lo largo del relato.

Este personaje, un detective, -obvio-, es contratado por una mujer extraña, -algo alcohólica e inmersa en su propia pérdida-, para que busque a su esposo, que ha desaparecido desde su trabajo habitual, sin dejar ningún rastro.

Desde este punto de partida, y la constante falta de datos con la que se ve enfrentado el detective, la película se construye magistralmente sobre una serie de vacíos, dispersos debido a un sinnúmero de razones, pero principalmente porque la misma mujer del hombre buscado, no parece entregar mayor información sobre su esposo, y parece más en búsqueda de una explicación para toda una vida que no comprende, que orientada al reencuentro de un elemento puntual de ésta.

Aparecen, sin embargo, diversas y dispersas pistas que el detective intentará seguir, pero que no lo conducen a ningún sitio; nuevos personajes que parecen sólo plantear más incógnitas, y originan cierta desesperación en este detective que poco a poco parece sentir que desconoce más al sujeto que busca, y al mundo entero en que ese personaje se mueve.

Con todo, este desconocer, esta sensación de extravío, -de falta de mapa por repetir la idea del título-, lleva la historia hacia rumbos totalmente impensados en un inicio, y que parecen dirigirse al interior del personaje del detective, más que al mundo que lo rodea. Y es que todas las interrogantes que ya nadie le responde, comienzan a transformarse en preguntas que apuntan a su propia existencia, mundo del que el detective pronto se da cuenta, tampoco tiene mapa alguno, por más que transite en ella como si conociese un rumbo de memoria.

De esta forma, la película suma a su primer argumento, un fuerte elemento existencialista, excelentemente llevado, con imágenes que parecen dar vuelta al detective, -como si de un calcetín huacho se tratase-, y que son acompañadas por una banda musical que pone en tensión al mundo del detective, hasta despojarlo, en absoluto, de sentido.

Ahora bien, para ser honesto, se supone que yo prácticamente no sé inglés, que la película además no estaba ni bien traducida ni bien sincronizada, que los tiempos verbales empleados eran constantemente equívocos, y qué, del Japonés original, no conozco nada salvo watashi, konishiwa y el sushi -¡y no dijeron ninguna de esas, más encima!-, por lo que quizá la película en realidad trataba de otra cosa, y tenía otro trasfondo que se me escapó totalmente, -de hecho ahora pienso que la vi luego de llevar como 18 horas despierto, lo que tampoco es un dato que entregue confianza-, pero, a pesar de todo, algo había en ella que me hace, aún a riesgo de equivocarme, resaltar nuevamente que se trataba de una película magnífica.

Y es que algo, cuando el significado es realmente necesario y apunta a algo trascendente, parece traspasar el significante elegido en el momento, y pasa a desarrollarse en una región distinta a la del resto de los signos, y entonces, el acceso al sentido, parece realizarse por una puerta lateral semi escondida, a la que se llega alejado de toda lógica y de traducción alguna.

Así, sigilosamente entrando por ella, creo que he visto en esta película algo similar a un hombre meterse en un pozo oscuro para buscar a otro hombre, pero que, tras haber llegado a establecer contacto, no logra descifrar realmente de qué o de quién se trata; y es que al fondo de un pozo oscuro, de la oscuridad húmeda donde a veces vamos hacia el encuentro del otro que creímos perdido (o encontrado), terminamos por darnos cuenta que podemos percibir más de nosotros mismos que a plena luz del día, y la búsqueda entonces parece haber tenido un resultado equívoco, aunque también, -si somos conscientes de ello-, mucho más exitoso.

Algo así como si hubiésemos encontrado un nombre para algo cuya forma de nombrar ya habíamos olvidado, algo para lo que debiésemos, entonces, encontrar un nombre nuevo, uno que no pueda olvidarse ya nunca.

Un nombre similar a la x en un mapa, y que pasa a ser referente, fin, significado y sentido de nuestra ruta.

Sí. Un nombre nuevo. Uno que no tenga traducción, sino sólo significado, -si no fuera mucho pedir por supuesto-, aprovechando que en eso, al menos, nunca hay engaño.

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