sábado, 5 de junio de 2010

Una risa en la oscuridad: Arkady Avérchenko, un viejo y simpático ruso.

** Hace un par de semanas me habían encargado leer cierto autor y hacer una reseña-comentario. Hoy reviso el mail y me doy cuenta que era para ayer. Así que lo escribo por si acaso y lo envío.
Aquí lo adjunto.
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Arkady Avérchenko: Una risa en la oscuridad.

“La risa, una risa terrible,
venenosa como el aguijón de los escorpiones,
será nuestra arma”.

Arkady Avérchenko, Manifiesto, Revista Satyricon, 1908.

Estamos en San Petersburgo, en 1908, y Archavy Avérchenko, la principal figura del movimiento satiriconiano, nos lee el manifiesto donde amenaza a la sociedad con revelar todas aquellas mentiras y bajezas que imperan en la vida social y política.
Arkady está serio, parece molesto, y su voz se alza en medio de aquellos que están acostumbrados a reír con sus escritos y no han percibido, en ellos, ni la más mínima cuota de agresividad.
Y es que la lectura a la que comúnmente se sometió este autor, -y que lo llevó a ser el escritor ruso más leído de su época-, acostumbraba seguir rutas establecidas desde una perspectiva distinta, cegados con el brillo de la dinámica y el humor de sus textos, y dejaba de lado quizá lo más importante en sus escritos: el objeto y objetivo de aquella risa. El sonido hueco y oscuro que se escondía en aquellas carcajadas.
Pero Avérchenko, que había nacido en Sebastopol hacía poco menos de 30 años, termina su discurso y vuelve a reír, y en su risa no parece existir nada oscuro; brinda junto a todos aquellos de quienes se ríe en sus escritos, y todo parece volver a la normalidad.
La venta de sus libros, por lo demás, -a pesar de continuos exabruptos en reuniones donde parece atacar, siempre tras una sonrisa, a los distintos asistentes-, sigue incrementándose, a la vez que la cantidad de libros publicados es cada vez más abundante, tanto así que en los diez años siguientes a la lectura del manifiesto podemos encontrar más de 40 libros de relatos, sin considerar los pequeños textos para revistas y otras numerosas obras teatrales igualmente exitosas.
Sorprende también encontrar en esa gran abundancia, una variedad de temas casi igual de abismante, historias que ocurren en distintas realidades, en diversos niveles sociales y que encuentran en la naturaleza humana su punto común, el pozo oculto donde Arkady arroja sus carcajadas y las recoge impregnadas de algo que es también la sustancia de otros escritores que han quedado en la historia como poseedores de una profundidad que a Archavenko no se le reconoció, a pesar de que está presente de forma transversal prácticamente en todos sus escritos.
Es por esto, por lo que alegra la salida al mercado de este autor injustamente olvidado incluso en su propia patria, ya que las posibilidades de encontrarnos con alguno de sus textos en español sea similar a la de encontrarnos con Kafka en un reality, o en un programa de baile sobre el hielo.
Leerlo hoy en día permite asimismo reconocer en él una serie de elementos que siguen actuales, y que lo vinculan además con otros grandes autores: el tono moralizante de Maupassant, la construcción narrativa directa y clara de O´Henry, y, bajo todo aquello, una comprensión del hombre que nos recuerda en sus mejores escritos a su contemporáneo Chejov. Toda una serie de elementos que unidos a la risa, a la sátira, y los entrañables personajes que pueblas sus escritos, dan por resultado una obra sólida. Necesaria. Actual.
Los textos recogidos en el volumen El crimen de la actriz Maryskina, sin embargo, si bien revelan la frescura y son muestra del estilo que hizo célebre en su tiempo a este autor, resultan servir más como un primer acercamiento a su obra, pero no llegan del todo a hacerse cargo del período más oscuro de Avérchenko, que podríamos situar durante su estancia en Praga, luego de cerrasen la revista que dirigía y prácticamente lo obligaran a dejar el país.
Más allá de esta observación –que no deja de ser algo injusta pues los textos escogidos son sin duda representativos y necesarios-, resaltan en la selección algunos textos que, junto a su aparente simpleza, dan muestra de aquella veta formada en parte por esa indignación contenida, que refuerza y enriquece los efectos humorísticos de su narración.
En estos, además, es posible encontrar una serie de personajes difíciles de olvidar: los amigos que se emborrachan dejando todo de lado y que luego no saben cómo terminar la reunión en que se encuentran; la actriz Maryskina, condenada, como muchos, a la representación de un papel menor al que se creía merecedora y que se niega a ser simplemente una secundaria; o el hombre que descubre en el verbo tramitar la esencia misma de su pueblo, por más que nadie lo necesite y que todo aquel hormiguero siga funcionando como una olla que hierve para nadie.
Y es que Avérchenko sabe recoger, con cada uno de sus personajes, el deseo humano que trasciende a aquella sociedad en que habita. Aquella sociedad que acaba con sus sueños y que puede llamarse Rusia, Santiago, Praga o Constantinopla.
Quizá por eso sus personajes nos recuerdan a niños, algo ingenuos en busca de algo que ellos quieren y que sólo saben que brilla, pero desconocen, aún, su contenido. Como si aspirasen sencillamente a un globo, y que al reventarse, si bien constituye un hecho trágico, se transforma a la vez en algo cotidiano, alegre incluso, cuando se sabe que esto debe siempre ocurrir, que es inevitable, y sólo queda pasarse un buen rato jugando con aquello antes que reviente, o peor aún, se desinfle.
De hecho, el mismo Avérchenko expresa su preferencia por ese elemento infantil, señalando en uno de estos textos que lo único que queda por hacer, con una persona que ha dejado de ser niño, es amarrarle una piedra al cuello y lanzarlo al agua. Porque el adulto es siempre un canalla, culmina, y está demasiado seco como para aspirar a otra cosa.
Y es que en cierto sentido es cierto, la risa de Avérchenko parece sumergirnos –junto a todos aquellos que hemos olvidado lo que significaba ser niños-, en el interior de un pozo. Un lugar oscuro y sin embargo acogedor, donde podemos escuchar una risa en la oscuridad, como diría Nabokov, sólo que en este caso sin atemorizarnos, pues hemos comprendido rápidamente que ese lugar es en verdad un refugio, un lugar desde donde se ve el engranaje de aquello que creímos natural y aceptamos sin más.
Y estar ahí, en medio de esos personajes, resulta en cambio una experiencia nueva, altamente hermosa. Sana como la sonrisa de un niño, o estar en medio de una de esas películas en blanco y negro lanzándonos pasteles. Una experiencia nueva. Gratificadora. Refrescante.

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