jueves, 17 de junio de 2010

Vivir, de Akira Kurosawa y el juego de la crisálida.

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Existen algunas películas de las cuales es difícil hablar porque al hacerlo, es como si revelásemos un secreto.

También existen películas de las cuales resulta estúpido hablar porque analizarlas y hablar de su mensaje suele derivar en algo relativamente obvio.

Con Vivir, de Kurosawa, se conjugan esas dos razones, aunque además se agrega al menos una tercera, con lo que se hace aún más difícil el poder referirme a ella, o al menos extenderme en algún tipo de análisis o comentario más elaborado.

Y es que más allá de todo análisis y valoración que podamos hacer de este film, existe algo en él que te toca de una manera similar a la de un juego que inventé cuando chico; un juego que te dejaba quieto, y en silencio. Al menos por un rato.

El juego consistía en una especie de "pinta", o juego de los encantados, sólo que tenía algunas reglas especiales. Todos podíamos encantar al otro, bastaba con tocarlo con la yema de los dedos. Una vez hecho esto el otro debía quedarse quieto por veinte segundos, luego de los cuales, el jugador tocado debía despertar nuevamente al juego y al movimiento, pero convertido en un ser de otra especie; idealmente, una especie más perfecta, que, luego de "despertar", podía también encantar a otro de los jugadores.

Al recordar el juego, sin embargo, no logro establecer bien qué era aquello que entendíamos por perfección, sólo recuerdo que no me atrevía a decir que lo había inventado yo y que me enojaba cuando las reglas se rompían. Y es que muchas veces el juego derivó en transformaciones que buscaban seres más grandes, o más feroces, o predadores del ser que había creado nuestro compañero, y el concepto de perfección, al menos como yo lo entendía, quedaba de lado.

Con todo, hubo alguna vez en que el juego se desarrolló por las reglas correctas: recuerdo transformaciones en flor, o en semilla, como algunas de las más logradas, aunque también hubo ocasiones en que derivamos en cosas más abstractas, en sensaciones, o en elementos de la naturaleza, cuestión que originaba discusiones interesantes sobre por ejemplo, qué era más perfecto: un trueno, un rayo, o la lluvia, -por mencionar algunos de los elementos más cercanos esta noche-.

Pues bien, Vivir, de Kurosawa, es una película que nos deja tocados como en ese juego, y nos invita a transformamos luego de verla, en algo más perfecto, a la vez que nos ayuda a entender de una bella forma en qué puede consistir esa perfección.

¿Y qué queda por hacer después que te toca?

Pues nada... estarse quieto y contar hasta veinte. Y alegrarse porque de cierta forma siempre somos perfectibles, y porque en nuestro corazón existe siempre tierra fértil, después de todo.


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