sábado, 24 de julio de 2010

El ladrón de ceros.

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No sé de qué se puede acusar realmente a un ladrón de ceros. Supongo que de robo, por cierto, ¿pero un robo de qué?
El asunto parece más cercano a un problema simbólico, pero el nuevo problema nos deja otra vez donde mismo, pues tampoco tenemos idea respecto a qué simboliza el ladrón de ceros, o qué significado esconde el robo mismo realizado.
Pues bien, supongo que para llegar bien a entender eso se necesita una historia más ordenada, así que comienzo mejor de otra forma. Ahí les va:
Sucede que además de ser profe, de vez en cuando trabajo como conserje. En el lugar no saben que soy profe, por supuesto, así que podemos dejar el primer dato a un lado pues nada tiene que ver con la historia del ladrón, -aunque no deja de ser un dato a tener en cuenta-.
El punto es que como conserje debo anotar observaciones y otros registros en un libro. El libro en sí se encuentra en un escritorio que existe en la entrada de un edificio, que es además el sitio donde paso casi el 80% del tiempo en aquel trabajo.
Así que como el tiempo es largo y no siempre se puede estar leyendo cosas más serias o viendo películas en el notebook, a veces me pongo a hojear el libro de observaciones.
El libro, por lo demás, daría para escribir una serie de otros libros -observaciones sobre disturbios en departamentos, discusiones entre otros conserjes que se dejan comentarios y hasta amenazas, por ejemplo-, pero lo que me interesa aquí es otro punto, y es el siguiente:
En el libro estaba escrito sobre la extraña desaparición de ceros. Así, tal como suena. En el edificio estaban desapareciendo los ceros de todas aquellos departamentos entre cuyos números se encontraba un cero -no voy a profundizar aquí, pero la verdad es que un cero nunca me ha parecido, propiamente un número-.
En el libro estaban anotados varios "reclamos": de la señora del 301, del abogado del 402, de la chica del 403 y de una señora del 602. Esto sin contar el cero desaparecido del 601 de los rockeros -que como deben dinero no tienen derecho a estampar su reclamo-, y el que desapareció del departamento 501, que está en arriendo.
Vale decir, del edificio habían desaparecido un total de 6 ceros -lo que por cierto sigue siendo cero-, y no se tenía pista alguna de quién podría estar tras estas acciones.
Luego de leer esto digamos que me entusiasmé con "el caso". Recorrí el edificio y comprobé que los ceros no fueran más fáciles de arrancar que los números que lo rodeaban, pero no era ese el caso. Los ceros y las otras cifras, ofrecían la misma resistencia.
Decidí investigar. Me fijaba en cada uno de quienes entraban y salían considerándolos como posibles sospechosos. Tomé apuntes absurdos. Descarté sin razones concretas a un rasta del 605 y a las chicas del 101. Sospeché de algunos más que otros, pero al final no descubrí nada.
Pasaron los días. Hasta que se me presentó un nuevo turno y me fijé que el cero del 405 había sido soltado. Cuando lo ví estaba ligeramente dañado por lo que sospeché que se trataba de un hecho reciente.
Mi plan, -bastante estúpido por lo demás-, consistía en esconderme en uno de los shafts, donde se dejan las basuras reciclables y espiar el sector. Pensaba que el ladrón de ceros aparecería en cualquier momento. Cada cierto rato sonaba el citófono y debía bajar corriendo a contestar.
Al final, tras llegar la noche, y considerar cada vez más absurdo mi plan -además sospechaba que el abogado del 402 me había visto esconderme en el lugar-, decidí quedarme abajo y ver una película.
En eso estaba cuando sonó el citófono. Era un tipo que repartía sushi, en una moto pequeña que estacionó en la entrada del edificio. Traía un encargo para el 606. Pregunté al departamento, era cierto. Pero apenas tuve de frente al tipo noté que algo extraño pasaba y supe de inmediato que se trataba del ladrón de ceros.
El hombre, -no podría precisar edad, lo aseguro-, tenía la piel seca, los ojos casi sin expresión y caminaba como si todo él hubiese sido una cáscara. Como la cáscara de un plátano vacía que hubiesen secado al sol. Era como si aquel tipo hubiese apretado el botón eyector del alma, y ésta lo hubiese abandonado ya hace tiempo. Era un tipo como un cero.
Tras esperar que me comunicara el hombre se acercó al ascensor y se alistó para subir. Yo me acerqué un poco, pero en verdad no logré ver nada más pues la puerta se cerró de golpe. Entonces me fijé que en vez de ir hasta el piso sexto el ascensor se detuvo en el piso cuarto.
Debo reconocer que medio miedo. Pensé en subir y descubrirlo, pero las luces de los pisos se encienden cuando alguien se pasea por ellas y él podría darse cuenta. Además nunca me había enfrentado con un ladrón de ceros, y desconocía -y temía, es cierto-, sus posibles reacciones.
Desde abajo pude ver como se encendían las luces del piso cuarto. Luego pasó un momento y se encendieron las del quinto y el sexto. El hombre entregó su pedido. Y bajó. Lo vi pasar por mi lado sin mirarme y dirigirse a su motoneta. Entonces hizo sonar el motor para que le abriera la puerta, y esperó.
Sí, soy un cobarde. Mi único acto heroico fue demorarme en abrirle. Y apenas fue un rato. Volvío a hacer sonar el motor y yo apreté el botón. Eso fue todo.
Luego subí al cuarto piso y comprobé que el cero del 405 ya no estaba. Era de noche y me quedé contemplando el cero que no estaba. Me sentía observado. Como si al ser arrancado el cero hubiese quedado un ojo puesto en aquel lugar. Un ojo sin párpado, como del que hablaba Tolkien.
Por un tiempo que no supe medir me quedé así. Inmóvil. En silencio. Tanto así que las luces del piso volvieron a apagarse al no detectar movimiento. Me puse a pensar que quizá lo ocurrido hablaba de algo más, algo relacionado con aquello que nos roban y que no alcanzamos a percibir. Algo así como la extracción del apéndice o la resolución que nos quitó a Plutón. Algo que sólo sentimos a partir de su ausencia y que no percibimos antes, quién sabe por qué razones.
Me gustaría decir que la historia acabó aquí. Que descubrí al ladrón de ceros y que él se fue y esa es toda la historia. Pero lo cierto es que no es tan simple.
Nada es tan simple. Nada es causa y efecto. Y es que ahí, en medio de la oscuridad de ese pasillo me puse a escuchar, me concentré en percibir lo que había tras las puertas de todos esos departamentos. Escuché una mujer llorar, un hombre comiendo solo y tomándose una cerveza, sentí a un niño que se escondía bajo sus sábanas... percibí un par de mujeres jugando a las cartas y a una pareja de amigos teniendo sexo...
Pero del lugar donde recién se había arrancado el cero no lograba oir nada. Era como si hubiese un gran vacío allí dentro. Era un vacío helado, que me transmitía un miedo absurdo, que no recordaba haber sentido antes. Un miedo que era también como un vacío, como una cáscara, como el hombre-cáscara aquel que había eyectado su alma... Estoy seguro que no podré explicar bien de qué naturaleza era el vacío que había tras esa puerta, mientras que de todas las otras habitaciones me llegaban ruidos, sensaciones... nada tranquilizadoras, por cierto, pero que no guardaban relación alguna con el vacío de aquel lugar.
No pude moverme. No sé si lo intenté, pero creo que no hubiese podido. Puede que hasta estuviese llorando, no lo sé.
Entonces se prendió la luz del 405. Bajo la puerta del departamento donde había sido arrancado el cero se veía una luz casi demasiado naranja. Brillante. El vacío, sin embargo, que emanaba aquel lugar, era el mismo.
Entonces la puerta se abrió. De golpe.
Jamás me creerían que vi en ese lugar. Así que no voy a contarlo.
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En el libro no puse nada especial a la mañana siguiente.
No sé de qué se puede acusar realmente a un ladrón de ceros.
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