jueves, 5 de agosto de 2010

Arrancad las semillas, fusilad a los niños, de Kenzaburo Oé.


Quizá por lo que me impactó Una cuestión personal, la lectura de esta otra novela de Kenzaburo Oé, Arrancad las semillas, fusilad a los niños, no me causó en un primer momento gran entusiasmo. Su tema, además de su enfoque, se me hacían bastante similares a los que el mismo autor había desarrollado en La Presa, por lo que, debo admitir, terminé un tanto decepcionado después de aquella lectura.

Sin embargo, motivado por el interés que siempre me han producido las primeras obras escritas por algunos autores, me decido a releerla, e intentar ver aquello que no vi, o no valoré del todo en mi primera -y apresurada- lectura.

Y es que generalmente las primeras obras de cada autor suelen revelar cierto secreto, una especie de evidencia que permite rastrear el sentido del cual se origina su escritura... Poseen, en este sentido, ciertos elementos que en las novelas posteriores son extirpados; ciertas creencias que son dejadas de lado más adelante y que, muy pocas veces, dan origen luego a otras creencias y aspiraciones más sólidas o entusiastas que las expresadas en primera instancia.

Pienso por ejemplo en Gestos, de Sarduy, Cerca del corazón salvaje, de la Lispector, o las primeras obras de Capote o la McCullers, que contienen cierta chispa que va apagándose poco a poco en las obras posteriores -bueno, quizá la Lispector la renovó en ocasiones y Sarduy la mantuvo hasta Cobra, para no exagerar-.

Con esta primera obra de Oé en cambio me sucede algo extraño. Tiene rasgos obviamente de una primera novela - se publicó por primera vez cuando el autor tenía apenas 23 años-, por lo que es posible encontrar ciertos "ripios" que quizá un autor más experimentado habría corregido, pero en cierto sentido parece escrita por alguien mayor, por alguien más descreído que el autor de Una cuestión personal o el de Dinos como sobrevivir a nuestra locura. Por alguien, menos fuerte, a fin de cuentas. Por un sonámbulo.

No se trata, sin embargo, de que la obra carezca por completo de fuerza, o que se deje llevar sin imponer un sentido propio, -de hecho tiene momentos e imágenes bastante "fuertes" que podrían descolocar a cualquiera-, sino que dicha fuerza parece provenir de una "naturaleza" totalmente diferente a la que origina la escritura de los otros libros mencionados, y, desde ese origen, se orienta luego con un sentido muy distinto, en el que parece faltar un elemento fundamental, para que el recorrido arroje significaciones "morales", por llamarlas de alguna forma, a las que me referiré más adelante.

Desde su historia, esta primera novela de Oé, nos muestra a un grupo de muchachos provenientes de un reformatorio, que son trasladados, en medio de la segunda guerra, hasta una aldea lejana en las montañas.

El narrador, el "líder" de ese grupo de muchachos, nos muestra entonces como son tratados por el resto de los hombres, nos muestra su condición de marginados, de excluidos, nos muestra los maltratos, la falta de claridad y de comprensión que se evidencian entre sus propias relaciones y las que se evidencian al observar a los campesinos y otros seres que deambulan por esta novela.

Desde esta historia, desde este traslado a un pueblo donde los chicos son abandonados y encerrados tras la huida de los aldeanos por temor a una epidemia, desde este quedar solos en el pueblo -en aquel mundo derruido y acabado que heredan de aquellos que huyeron-, es que esta obra suele ser comparada con El señor de las moscas, pero es, también desde aquí, desde donde se afirma su originalidad y su propuestaque recién en esta lectura alcanzo a vislumbrar más a fondo y a valorar de mejor forma.

Y es que por el contrario que en el libro de Golding, -donde un grupo de muchachos cae en una isla aparentemente paradisiaca y terminan volviéndose unos salvajes olvidándose que han sido educados en los más prestigiosos colegios ingleses-, en la novela de Oé, estos chicos son abandonados en un mundo hostil, destruido, donde desde su salvajismo deben intentar entender y darle sentido al elemento humano del que no han sido conscientes anteriormente.

Así, si fuera por realizar apuestas por el futuro de ambos grupos tras su situación inicial, y de la prevalencia del "factor humano" que puede determinar la futura convivencia de estas personas, los chicos de Golding llevarían las de ganar... pero Oé sorprende haciendo fracasar las apuestas y haciendo brotar, desde la miseria, pequeños brotes de humanidad a pesar de que ésta parecía haberse arrancado casi de cuajo.

Y es que en la novela de Oé, los personajes no buscan el poder que parece otorgarles el imponerse sobre los otros. No hay una "doblegación" ni una agresividad que conduzca a la obtención de un nivel jerárquico... por el contrario, si estos personajes buscan un poder, es un poder que les permita ejercer dominio sobre sí mismos, sobre sus miedos... buscan trascender hacia algo que está más allá de su muerte, y que se relaciona con el descubir qué son realmente y para qué les sirve su propia vida.

Recordemos así, que los chicos en la aldea se hospedan en el templo abandonado; recordemos que son los encargados de acabar con los cuerpos muertos de los animales tras el comienzo de la supuesta epidemia... No puede ser una coincidencia que estos muchachos adopten por tanto el papel de dioses olvidados, de creencias en las que ya nadie confía... no es gratuito entonces ni carece de importancia el que ellos logren descubrir quiénes son realmente, pues de dicho descubrimiento -y del encuentro y la comprensión posibilitada con el encuentro con el soldado desertor- ha de establecerse la la nueva fe, el nuevo sentido... son los niños que poblarán este mundo, ¡son aquellos que quisimos exterminar! ¡Son esos seres olvidados en que no creimos! -parece gritarnos Oé-, son ellos quienes tendrán la tarea de sembrar nuevos significados en el mundo acabado en el que les tocó ser abandonados.

Ahora bien, a pesar de todo, -a pesar de este contenido y la dirección que parece tomar la historia narrada-, creo que equivocamos la lectura de esta obra si buscamos en ella un lenguaje moral, -al menos si identificamos este lenguaje como el que termina sirviendo de conclusión para las obras occidentales-. Dejémosle esto a Golding, o a otros que creían tener certezas sólidas y fe en una estructura -social si se quiere- que podía sostener todo aquello... En este libro no hay nada de aquello.

No hay nada porque el final y la esencia de todo esto es, en cierto sentido, un tremendo fracaso. No hay nada porque en torno a esta historia, -y en el origen de la voluntad que lleva al autor a escribirla-, no parece existir aún, un verdadero desprecio -para despreciar algo hay que apreciarlo antes, realmente-, no existe aún la fuertza necesaria para odiar totalmente algo o para amarlo totalmente.

Quizá por eso, porque Oé la escribió varios años antes que su hijo Ikari naciera con una grave discapacidad y este hecho le diera la fuerza y la luz necesaria para iluminar rabiosamente Una cuestión personal -Ikari, el nombre de su hijo, significa luz, por cierto-, quizá por esto, decíamos, es que esta novela, si bien tiene mil elementos para poder edificarse firmemente, carece de la dirección necesaria para saber hacia qué cielo encumbrarse, y se nos presenta como un montón de ruinas, como una imagen de dioses caídos, como la evidencia de pequeños brotes que intentan no morir en medio de aquella devastación, como el testamento de una humanidad, de todo un sistema de creencias, venido abajo.

Por eso, porque mañana se conmemora un año más de que el hombre fuera capaz de arrojar una bomba atómica sobre Hiroshima, -y porque a cada momento parece conmemorarse y producirse un nuevo derrumbe en lo que constituye la esencia del hombre-, es que me alegro de que aún existan libros como estos: como Arrancad las semillas... que nos muetsra el derrumbe y la lucha de la humanidad por permanecer de pie tras esta devastación, y como Una cuestión personal, que nos muestra como aquel mimso hombre que vio y testificó de aquella destrucción, fue capaz de transformar toda esa falta de fe en rabia, y esa rabia en amor, y supo entender que la vida que contenía cada ser, -la vida que contenía incluso su hijo casi sin posiblidades de supervivencia-, era algo por lo que se debía luchar, más allá de todo lo que pueda estar destruido o que amenace con desmoronarse en torno a nosotros. Porque lo humano, porque la fe, porque la vida en definitiva, es siempre una cuestión personal: un asunto que se debe afrontar con toda la fuerza posible, desde cada uno de nosotros.

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