domingo, 29 de agosto de 2010

Teseo.

"El instante que planea sobre ti
se llama Ariadna..."
Teseo, Nikos Kazantzakis.

I.

Teseo fue nadie hasta que fue Teseo. Ni dios, ni hombre, ni héroe.
Teseo fue una fuerza, una ciudad no fundada.
Algo que buscaba ser igual así mismo y para lo cual buscó un reflejo a lo largo de un camino.

Nos cuentan entonces que se encontró con Perifetes, hijo de Hefesto, y que le dio muerte de la misma forma como éste daba muerte a los viajeros que encontraba, y hasta con su propia arma.

Luego avanzó Teseo por el camino, y se encontró con otros asesinos. Conoció a Escirón y a Sinis, y ambos fueron muertos desgarrados de la misma forma como ellos daban muerte a sus víctimas.

Lo mismo ocurrió más adelante con Cerción, un fuerte luchador a quien Teseo azotó contra el suelo de la misma forma como éste lo hacía con sus retadores, hasta darle muerte.

Y es que como dijimos antes, Teseo no era nadie hasta que fue Teseo. Y eso estaba aún lejos de ocurrir.

Mientras, se contenta con ser reflejo de otros. Se conforma con la búsqueda. Y hasta se alimenta de ella.

Por lo demás, Teseo no podía ser muerto, porque aún no era Teseo. Ni tampoco podía ser deformado, pues aún carecía de forma. Quizá eso complicó a Procustes, quien se encontró con éste en su camino e intentó torturarlo y desfigurarlo, pero luego no supo cómo hacerlo. El final de la historia es obvio, Teseo -el que aún no era-, deformó a Procustes con un martillo, y le cortó los pies, tal cómo éste hacía con sus víctimas. Y luego, también de la misma forma, le cortó la cabeza.

Tras estas hazañas y otras similares, la muchedumbre preguntaba a Teseo quién era, pero Teseo guardaba silencio, porque él no era aún igual a su nombre, ni había sido fundado nada aún sobre sí mismo.

Teseo era entonces similar al eco de un grito que era gritado por otros. Y él lo sabía.


Un primer acercamiento a sí mismo podríamos encontrarlo tras ser reconocido por el rey Egeo como su propio hijo. No importaron el miedo de Medea y de quienes aspiraban al trono... lo cierto es que Teseo fue confirmado y aclamado por un pueblo entero que entonces clamó su nombre, ese que aún nada designaba.

Y es que más allá que su nombre significase fundador, Teseo no sabía aún qué era aquello que debía fundar, y hasta desconocía, como ya hemos dicho, sobre qué estaba él mismo erigido...

Por supuesto, no se trata aquí que nosotros sepamos mucho más. Pues supongo que también somos nada hasta llegar a ser quién somos. Pero la forma en que Teseo logra saberlo, intuirlo al menos, el encuentro con el Minotauro... siempre me ha atraído de una forma singular. Como si escondiese dentro de todo, un nuevo laberinto.

II.

Recuerdo que más allá del mito tradicional y el aprendizaje que de éste se hace en el colegio, lo ocurrido en el laberinto siempre me pareció un misterio.

Esa muerte no vista y que nadie aseguraba haber ocurrido, la verdadera naturaleza del Minotauro, y el papel de Ariadna en todo aquello, eran pequeñas señas de que ahí había encerrada otra cosa... algo no dicho.

Una especie de reino subterraneo que existiese bajo ese otro reino, donde las leyes que rigen son otras y el hombre y los dioses son en verdad seres distintos o fuerzas distintas a lo que entendemos aquí en la superficie.

Quizá por eso me atrajo sobremanera en un momento la obra Los reyes, de Julio Cortázar, donde se transformaba el mito a través del tratamiento del vínculo afectivo que existía entre Ariadna y el Minotauro -hermanos según la tradición-, a la vez que todo se desarrollaba de forma cuidada y poética en un texto que, en aquel entonces, no dejó de asombrarme y hasta me hizo enamorar un poco de Ariadna, con los inconvenientes ligados a esos afectos por seres estéticos que poco tienen que ver con la mujer real que siempre me fue, y me ha sido -por lo mismo-, tan esquiva.

Supongo que me atraía esa especie de sumisión a sus propios sentimientos, el abandono que sufre luego, por parte de Teseo, la típica imagen de quien sostiene esa punta del hilo que te asegura un lugar seguro al cual vover luego de sumergirte en tus laberintos...

Y sí, supongo que me equivoqué al verlo así, que reduje a esa mujer a la función de un poste al que se amarra un bote para que no se lo lleve la corriente... un ser cuyo sentido trágico lleva a ocultarnos su verdadera voluntad y la vida que posee cada mujer termina siempre siendo un laberinto del que nuca se habla y en el que no nos atrevemos, -ni sabemos-, sumergirnos...

Pero supongo que con todo aquello no hago sino alejarme del personaje que aquí me ocupa... y es que creo que es Teseo el ser que mejor puede ser visto en toda esta historia, el que realmente logra adquirir un significado a partir de todo esto... el único que realmente usa esta experiencia como herramienta para saber quién es, o qué desea.

Ese que debe, a partir de esa experiencia, forjar su propio significado y fundarse a sí mismo.


III.

Llego entonces a una obra que acabo de leer y que me ha parecido sobremanera interesante. Me refiero a la obra dramática Teseo, de Nikos Kazantzakis, que viene a hacer protagonista por primera vez a este personaje y a restituir, con esto, el orden correcto de este mito.

Y es que más allá de la belleza de Ariadna, del misterio que es el propio Minotauro y de la miseria y la vergüenza que a veces se desprende del tremendo personaje que es Minos -hace poco escribía un poema sobre él que quizá algún día les enseñe-, es Teseo el héroe olvidado que viene a dar muerte a este ser, y que vuelve luego para hacerse rey en su tierra, y comenzar una nueva etapa como un ser totalmente distinto -como si el que hubiese salido del laberinto hubiese sido en verdad el Minotauro, bajo la apariencia de Teseo-, más maduro... consciente de una verdad que los otros desconocen.

De esta forma, la obra de Kazantzakis nos hace ver a este Teseo como alguien que viene en busca de un Dios; como si dándole muerte pudiese entonces libertarse al Hombre. Y esa libertad pasase luego a convertir a este Hombre en Dios mismo.

Se nos presenta así un pueblo de Creta, donde los deseos y la razón parecen haber dejado de lado la idea de Dios... de hecho, se menciona que Minos iba siempre a un monte a buscar los consejos de Dios y que tras su última ida había vuelto desolado: "Dios nos ha abandonado" exclamaba... por lo que sólo parece quedar ese dios subterráneo que está en el laberinto, y la tarea de Teseo pudiese desembocar entonces en dos posibles soluciones: liberar a ese Dios, o darle muerte y edificarse a sí mismo, y al Hombre, como la nueva divinidad.

Ante esta necesidad de Dios -tema recurrente por cierto en toda la obra de Kazantzakis-, viene a oponerse Ariadna, quien se muestra como la carne ofrecida sin espíritu, como deseo, como el placer entregado por propia voluntad, sin destino ni divinidad de por medio, y que no logra comprender esa necesidad de Dios que parece sentir Teseo:

Ariadna:
Alma ingenua, ¿a quién imaginan que pertenecen? A cualquier parte que los bárbaros se vuelven sólo ven una cosa: ¡dios!

Teseo:
También le veréis vosotros alguna vez, aristócratas, espíritus cultivados, cortesanos de yeso, lo veréis también un día, pero no en el aire.
¡Sobre la tierra, en el fondo de vuestros templos y de vuestros palacios, en vuestros lechos y en vuestros jardines! ¡Irá de tejado en tejado, de cabeza en cabeza, rodeado de llamas!

Desde esta misma idea, la Creta que esconde al Minotauro en el fondo de un laberinto, es acusada por Teseo de estar corrompida, como si la sangre de Dios hubiese sido mancillada con la sangre de una bestia, y ya no supiesen diferenciar de forma alguna entre divinidad y monstruo, de la misma forma como parece haberse desvanecido la diferencia entre carne y espíritu.

De esta forma Teseo, parece retomar el papel de Minos, quien no ha sido capaz de terminar aquello que ha empezado... quien ha dejado partir a Dios y no a podido hacer nada para retenerlo... por eso es éste personaje quien recomienda a Teseo antes de su encuentro con el Minotauro, y quien le entrega su bendición y le habla sobre la naturaleza verdadera de sus actos:

Minos:
Si logras libertar de la bestia a dios todo entero
toma mi bendición; ¡tú eres mi hijo!

Y es que más allá de lo que ocurre hacia el final de la obra de Kazantzakis, lo importante aquí es la trascendencia del encuentro entre Teseo y el Minotauro, entre el hombre y el dios confinado, entre la bestia confinada en Dios y en el espíritu del Hombre sonfinado en su carne...

Lo importante es ver que aquí Teseo alcanza a ver quien es y por eso da muerte a ese ser que llevaba a cuestas.

Por eso Teseo regresa a Atenas con las velas negras. Y está en eso también oculta la razón del abandono de Ariadna, que siemre suele dejarse de lado cuando se habla sobre esta historia.

IV.

El problema sin embargo es mayor. Porque si bien Teseo no fue nadie hasta que fue Teseo, también comenzó a dejar de serlo en el mismo momento en el que llegó serlo.

Sé que puede parecer confuso y sobre todo gratuito hacia el final de un grupo de palabras que se unieron de una forma demasiado apresurada... pero el punto aquí es que en la misma fundación de un hombre está contenido el germen de su propia abolición, de su propio derrumbe.

Como si apenas llegados al final de la búsqueda comenzáramos también el camino de la pérdida y del olvido.

De esta forma, Teseo entra al laberinto y sale de él, como si hubiese entrado en su propio corazón y tras haberse visto dentro, se hubiese dado cuenta que ahí existe algo incomunicable, algo que no puede ser comprendido por esa mujer que lo espera afuera y que debe por tanto ser abandonada... pues estaba unida por un hilo a un hombre que ya no existe.

Quizá por eso el resto de la vida de Teseo fue un continuo vagar... una búsqueda nueva tras otra... el bellocino de oro, el secuestro de Hipólita... y hasta un nuevo descenso al inframundo... aunque esta vez ya no podría salir por sí mismo y Hércules lo libera sin darse cuenta que ese Teseo quizá no debiese haber sido liberado... que ya todo estaba hecho... que ya no tenía nada que hacer en la superficie.
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Por último, recordar cierta historia de Teseo que parece casi olvidada... En ella, Edipo, ya cerca de su muerte, se dirige hacia un bosque (descrito como un laberinto por Sófocles en Edipo en Colono). Edipo ya está ciego, y va a morir al centro de ese laberinto, donde el único que presencia aquella muerte es Teseo. Sin embargo, la forma de la muerte de Edipo, no es revelada por Teseo, sino que su único acercamiento es posible a partir de un mensajero que hace hablar Sófocles, para relatarnos aquello que logró observar:

"Edipo no se veía por ninguna parte, mas el rey (Teseo) estaba a solas cubriéndose los ojos con las manos como si hubiese visto algo espantoso que nadie soportaría mirar, y pronto le vimos saludar al cielo y la tierra, con una breve plegaria".

Y es que nadie sabe como se fue Edipo de este mundo salvo Teseo. Y eso tan espantoso que nadie se atrevería a mirar me hace compadecer a este personaje. No sólo por lo que vio en ese momento, sino por aquello que vio en Creta, en ese otro laberinto.

Porque siempre será más fácil contar una historia donde un hombre mata una bestia que narrar aquella donde un hombre encuentra a su dios muerto... una historia en que llegamos a ser lo que somos y comenzamos a dejar de serlo de inmediato, dispersándonos sin saber en qué, ni hacia dónde.

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