lunes, 16 de agosto de 2010

Encuentros con apóstatas (VI)

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-Yo no les temo a los terremotos, -escucho decir a alguien-. Antes sí, -continúa-, antes venía uno y te hacía mierda... la ciudad entera se venía abajo y varias cosas cambiaban...

El que habla es un viejo que tiene una guitarra a un costado y un vaso con vino navegado en una mano. Está sentado en la mesa de al lado, pero le habla a mi amigo, un ex-colega con el que nos encontramos casualmente y vinimos a dar a un bar donde casi todos jugaban dominó y sólo hay vino navegado y cervezas Cristal... ah, y pernil picante con papas, que te sirven en platos de cartón.

-Yo viví el de Valdivia cuando era chico y ese sí que fue terremoto... te caíay al suelo y sentíay que la tierra te hablaba... -nos dice.

Al final nos cambiamos de mesa. No hemos tomado mucho aún y yo me apuro en guardar unas pruebas que andaba revisando para no mancharlas.

Entonces mi amigo le cuenta que somos profes y vuelve al tema de los terremotos, hablándole del de este año...

-Si esta hueá no fue nada... -alega-, un terremoto debiera hacerte mierda o no hacer na´ y está hueá no nos hizo mierda... O sea, murió gente, se cayeron casas, algún edificio... pero yo digo un terremoto de verdad, uno que no te deje levantarte como eray antes...

Mientras lo escucho, -y ataco el pernil picante con papas que está buenísimo-, intento entender a qué está apuntando el tipo... de vez en cuando nos miramos con mi amigo y él parece entretenido, como si lo del viejo fuese simplemente una rareza. Yo, en cambio, ya lo voy tanteando para elegirlo como mi sexto apóstata.

-Yo hallo preocupante la hueá -dice el viejo un poco más enojado- a ustedes les da lo mismo porque a lo mejor no se dan cuenta... pero es preocupante que ya ni la tierra nos haga tanto daño... Total ustedes son profes y practican esa hueá de salir corriendo con los cabros chicos al patio o se meten con ellos debajo de las mesas...

El viejo hace una pausa antes de atacarnos de nuevo y subir un poco la voz.

-Hay hueás que no pueden ponerse bajo las mesas, o que no debiesen salvarse... Yo tengo un nieto que merece que le caiga todo un edificio encima, por ejemplo... y hasta un hijo que es profe y que tiene la misma cara de huevón que ustedes...

Como me siento aludido por lo de la cara de hueón y mi amigo no sabe como reaccionar ante el viejo, me pongo a hablar un poco...

-Le apuesto a que sus hijos es de los que regalan calcetines, -le digo-. Calcetines y a lo mejor un chaleco cada cierto tiempo...

-De esos mismos hueones es -me dice el viejo-. El cabro culiao debe sentirse feliz regalando calcetines...

-Yo leí un cuento -interrumpo al viejo- donde un edificio viejo que estaba lleno de grietas no se vino abajo porque justamente lo parcharon con calcetines...

El viejo aquí hace ruido y golpea con el vaso de vidrio la mesa pa que le sirvan más vino.

-Ustedes leen puras hueás, -me dice el viejo-. Les enseñan puras hueás a los cabros chicos y les enseñan a meterse abajo de las mesas...

-Yo tampoco le tengo miedo a los terremotos -le digo al viejo, mientras me tomo al seco otro vaso de vino, como pa´ envalentonarme- pienso que ni una hueá se va a venir abajo porque siempre existen viejos hueones cobardes -mi amigo me golpea por debajo de la mesa, pero yo no pesco- siempre existen viejos cobardes que están parchando las hueás pa que no se caigan.

-¿Con los calcetines? -me dice el viejo, que seguía bastante bien el juego y no se achicaba-.

-Sí, con los calcetines que le regala su hijo porque no se le ocurre qué le gusta al padre, porque vivieron toda su vida debajo de una mesa...

-Debajo de una mesa me culié a tu madre -me dice el viejo, con la voz más tranquila aque antes- esa son las hueás que se deberían hacer debajo de las mesas...

-¿Sabe porque los terremotos no derrumban ninguna hueá? -le digo.

-...

-No derriban ni una hueá porque es imposible hacerle daño a algo... Todas las hueás son fuertes y duras o se hacen las duras porque tienen miedo a derrumbarse y que todo lo demás siga de pie...

-O sea que tú estay diciendo que pa´ que las hueás se caigan debiésemos venirnos abajo nosotros primero...

Yo asiento.

El viejo mira hacia otro lado y pide tres vasos de vino, e indica para que nos sirvan.

-¿Y esas hueás se las enseñay a los cabros chicos? -me pregunta.

Yo me callo para no tener que mentir, luego el viejo sigue.

-Yo una vez conocí a un profe medio loco. El hueón enseñaba que Cervantes no había existido, que era un invento del Quijote... o sea de Quijano, o Quijada... el hueón ese que se creía el Quijote... El punto es que el profe ese decía que no había documento oficial que hablara de Cervantes y todo ese invento de la cárcel, de la mano menos y de la batalla en la que participó... Que todos esos eran documentos inventados después y que el único que en verdad había existido era en verdad un hidalgo Quijano, en La Mancha, un hueón flaco que tenía una finca pobre y que se inventó toda una historia para puro hablar de sí mismo...

-¿Y las otras novelas de Cervantes? -pregunta mi amigo, mientras me pasa su vaso pues parece que no quiere tomar más-. Las novelas ejemplares y las otras cosas que escribió...

-Esas parece que las habría hecho un Cervantes que este Quijana ubicó... aunque en verdad no me acuerdo... el profe hablaba del Quijote no más y explicaba la hueá que ya les dije.

Mientras me tomo lo que ya debe ser mi octavo vaso miro de reojo al tipo, parece ahora más relajado aunque hay algo en él que no termina de convencerme...

-¿Así que nos hicimos fuertes? -me dice entonces-. ¿Así que estamos tan fuertes con nuestras grietas llenas de clacetines que esa es la causa de que esta hueá no se derrumbe?

El viejo se sonríe y parece planear algo. Yo siento que pasa lo que pase es algo que de cierta forma me lo merezco, debí permanecer callado, corregir mis pruebas, y no pasar delncuarto o quinto vaso.

-Vamos a hacer algo -dice entonces, mientras corre hacia atrás su silla- vamos a probar la teoría...

El viejo se para y separa una mesa que estaba un poco cerca de la nuestra. Luego vuelve a sentarse y continúa hablando...

-Vamos a contar hasta tres y nos vamos a tirar para atrás en nuestra sillas... Vamos a ver si el profe es capaz de poner en práctica su teoría... y hasta vamos a ver si logro aprender algo...

Mi amigo me mira y mira al viejo como midiendo la situación. Intenta decir algo, pero el viejo sigue...

-Nada de meterse debajo de la mesa, ni hacerse el hueón, profe... usted tiene que demostrar eso que el derrumbe de uno es necesario... -el viejo se ríe... yo intento aguantarme las ganas de golpear al tipo mientras me tomo el último vaso que habíamos pedido- ¿está listo, profe?

Yo lo miro fijo y no le digo nada. Mi amigo me mira preocupado, y me dice algo, pero yo intento no escucharlo.

-Uno... -dice el viejo-, dos... ¡tres!

Y ahí voy yo lanzándome hacia atrás y cayéndome al piso. Ante el golpe siento que desde varios lados nos miran y hasta oigo algunas risas. Mi amigo intenta pararme, pero yo no lo dejo. Desde abajo, me fijo en los pies del viejo, en sus calcetines cafés bajo el pantalón negro.

Mientras me pongo de pie saco las pruebas que estaba revisando y me acerco al viejo que aún permanece sentado aunque más serio que antes...

-Mis pruebas por sus calcetines -le digo, mientras las coloco frente a él, sobre la mesa-. Le cambio mis pruebas por sus calcetines...

Mi amigo intenta recogerlas, pero no lo dejo. Me duele el hombro y estoy mareado, y les aseguro que si el viejo culiao no se sacaba sus calcetines le hubiese roto ahí mismo la cara... Pero el viejo se los sacó.

Lo vi agacharse, sacarse los zapatos y luego los calcetines. Luego los puso sobre la mesa y me miró. Por un momento me pareció que el viejo tenía los ojos llorosos, pero miré hacia otro lado, para no comprobarlo. Tomé el vaso de él al que aún le quedaba más de la mitas de vino y arrojé un poco sobre mis pruebas y otro sobre sus calcetines.

Tomé luego las pruebas y las amuñé un poco al meterlas nuevamente en el bolso y saqué un billete -que además era el último que me quedaba- y se lo pasé a mi amigo. quien me dijo que lo esperara afuera.

Yo salí con mis cosas y una vez fuera vi como la ciudad se movía entera. Como en un verdadero terremoto, pensé.

Sin esperar a mi amigo me fui rápidamente y doblé por una calle por la que no debía ir. Luego me metí a un ciber a escribir esto, pero me acordé que no tenía plata, y me fui.

Ahora estoy en mi casa, tras unas horas de sueño, escribiendo esto.

No hubo terremoto. Me duele el hombro y la cabeza me da vueltas. En unas horas más debo llevar las pruebas al colegio y comenzar nuevamente las clases.

Fingir, como siempre, que nada ha pasado. Y no llamar las cosas por su nombre.


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