jueves, 26 de agosto de 2010

Historia de una llave.

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I.
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Caminando por una feria me encuentro con un viejito que tenía frente a sí un gran número de llaves. Lo triste del asunto era que no quería venderlas. Se trataba de una colección extraña que había juntado a lo largo de su vida y que una hija le obligaba a llevar hasta una feria para aportar con algo de dinero a la casa y deshacerse así de esa colección absurda, como señalaba.

El viejito dejaba que la hija hablase. Sentado atrás de una sábana vieja donde se encontraban esparcidas las llaves, él apenas las miraba en silencio, mientras la hija las ofrecía cuando alguien se acercaba o se mostraba interesado.

-Saque la que quiera no más, -me dijo-. Si quiere las prueba y si no le sirven me las cambia la próxima semana, total siempre nos ponemos por aquí.

Luego, al verme tomar una de mayor tamaño, ella continúa.

-Tenemos hartas grandes. A mi papá no le gusta traerlas, pero si se interesa voy a buscarlas... Tiene como 200 de esas que sirven pa´ colgar de las paredes, ¿para eso las quiere usted?

-No se preocupe, las estaba viendo nomás... son hartas...

-Eran como diez mil -me dice la mujer. Luego se dirige a su padre- ¿Cuántas eran papá?

El viejo levanta la cabeza y pareciese que no quiere contestar. Pero luego que la hija insiste el hombre me dice:

-Doce mil doscientas treinta...

-Ve -me dice entonces la mujer- si eran hartas,,. Y tenía colgadas como mil en la pieza... todas en clavos chiquititos... esas las sacamos hace como un mes...

-Eran más de 18 mil -me dice entonces el hombre-. Ahora quedan doce mil doscientas treinta.

Entonces, como por un acuerdo, todos nos callamos. Incluso un hombre que ofrecía bolsas para las compras dejó de gritar. Fue como si todo se hubiese reducido a un número y el 12.230 hubiese quedado sostenido ahí como un acorde.

La mujer entonces le dice a su padre que se quede él en el lugar mientras ella vuelve a la casa.

-Pero vende algo eso si... -le dice antes de irse-.

Luego se va.

II.

Sobre la sábana deben haber habido unas 2000 o 3000 llaves. Había pequeños grupos aparentemente separados por tamaño y algunas dentro de unas latas de café o de frascos de vidrio.

El hombre -luego supe se llamaba Marcos-, me cuenta un poco sobre las llaves. Me dice que empezó a juntarlas hace más de 70 años, en un pueblo chico que quedaba cerca de Osorno y que ya no existe más.

Me cuenta por ejemplo que las primeras llaves importantes que tuvo fue un manojo que había robado a un carcelero que se había emborrachado con su padre.

-A mí me mandaban a buscar más trago -me cuenta Marcos-, ellos estaban cerca de unas celdas de madera donde apenas había un preso y un montón de casuchas medias dañadas y vacías. Yo me tenté entonces y saqué el manojo que había quedado en el piso... tenía como 10 llaves grandes... Yo debo haber tenido unos 12 años más o menos. Y también estaba medio borracho.

En mitad de la historia llega entonces un hombre y le pregunta por un montón de llaves que están algo oxidadas.

-No puedo venderle -le dice Marcos-, la señora que vende me lo encargó, pero vuelve como en una hora...

El viejo mira un rato más, pregunta por unas llaves de cobre y otras con puntas planas, que luego supe eran de máxima seguridad, al menos en su momento. Luego se va.

-Ese tipo sabía -me dice entonces Marcos-, preguntó por las mejores de acá...

-¿Y tiene el manojo que le sacó al guardia?

-No. Las dejé enterradas en el sur... Lo que pasa es que esa misma noche del robo, mientras el guardia y mi viejo dormían borrachos, yo me fui pa´ la celda del tipo. Miré por la rejita que había y lo vi ahí tirado en el suelo. No tenía ni manta y el lugar estaba súper hediondo y había hasta ratones... bueno eran normales los ratones en ese tiempo, no como ahora... Pero la cuestión es que el tipo me dio pena o algo y le abrí la casucha pa´que se fuera. Me acuerdo que el tipo despertó y se sentó a mirarme. Tenía la cara rara el tipo y me daba miedo... así que no le dije na´y me fui corriendo, con el manojo de llaves sonando y el tipo en la casucha atrás...

Como el viejo entonces guarda silencio y parece haber dejado la historia hasta ahí, le vuelvo a preguntar por el final de la historia.

-¿El final? No hay final po... Yo me fui corriendo y después miré pa´ atrás. Me había escondido en unas piedras grandes que había y miraba la casucha que había quedado con la puerta abierta, pero nunca vi salir al preso. Después me quedé dormido y enterré las llaves al lado de esas piedras.

-¿Y el preso? -le pregunto.

-Al final se fue -contesta el hombre-. Pero lo encontraron muerto como a los dos días. Se había colgado en un bosque que había cerca. Después supe que el hombre estaba preso porque había matado a su esposa y a un hijo que tenía y que se lo iban a llevar para Santiago...

Tras varios intentos por llegar hasta el final de la historia -la historia de las llaves, me refiero-, el hombre me cuenta que las dejó enterradas. Que iba de vez en cuando y se ponía al lado de donde las enterró, pero que no las sacó nunca. Que se ponía como a verlas, pero que veía pura tierra no más, porque las llaves estaban abajo.

-Ahora me quedan doce mil doscientas treinta no más -insiste el viejo. Y vuelve a quedar todo en silencio-.

III.

Y es que era como si el hombre hubiese tenido el número grabado. Debe haber sido para él algo así como una cuenta regresiva, supongo. Algo parecido a una grieta por donde se te escapa algo, de a poquito... como una gotera, o como un llanto suave.

Miro otra vez al hombre y trato de sentir un poco lo que siente, pero en verdad mis sensaciones son un nudo por estos días y no sé en verdad como desenrredarlo... como si me faltara a mí mismo una propia llave, pienso entonces...

-Mire -me dice entonces don Marcos mientras busca en un bolsillo, y me estira la mano mostrándome una llave-. Esta es de las más bonitas... se la presto...

Yo miro la llave y la tomo tras dudar un rato. La llave es como de piedra, oscura y suavecita y pequeña, como si estuviera pulida de forma perfecta. Es casi como un cuchillito pequeño, con pequeños dientes, del tamaño de la yema de mi pulgar.

-No sé el material eso sí -me dice-. Es de las más raras que tengo...

Entonces a mí me sucede algo raro y me acuerdo del material. No sabría decir por qué es tan importante para mí, pero la verdad es que aguantaba los lagrimones con la llavecita en las manos, y hasta sentía como si se desenredara de golpe eso que había sentido adentro...

-Es de obsidiana -le dije, cuando pude hablar-.

El hombre entonces se sonrío. Me pareció incluso por un instante que le brilló la cara, pero debe haber sido el sol que se reflejaba en las llaves que tenía esparcidas por delante.

-¿Obsidiana? -me preguntaba-. Obsidiana...

Don Marcos repetía la palabra como si la palabra hubiese sido también una llave. Me parece casi verlo llorar, emocionado, como si aquella palabra le hubiese permitido abrir su propia llave... como si le hubiésemos puesto nombre a una sensación que llevamos por años sintiendo dentro y que de pronto descubrimos, y hasta se nos hace más cercana, y comunicable, y estúpidamente nos hace llorar como cabros chicos...

Antes de irme le cuento de mis libros. Algún día los conté y sabía su número exacto. También recuerdo el primero o cuando llegué a los 50, y comenzaban a apilarse en mi dormitorio.

Hoy tengo más de 3000, y unas 2000 películas. Son como llaves también ahí colgadas y al igual como las llaves de don Marcos, cada uno de ellas es un mundo en sí... A veces un mundo que sólo yo conozco, es cierto, y eso entristece un poco. Porque nos aleja de los demás, a la vez que nos lleva a lugares hermosos y tristes y terribles... Lugares de los que salimos después y caminamos solos entre los otros que no conocen esos mundos. Lugares que a veces quedaron cerrados por siempre.

Al final le devuelvo la llave a don Marcos. No quiere aceptarla de vuelta primero, pero al final le digo que la llave ya abrió lo que tenía que abrir, que a lo mejor otro la necesita.

Entonces yo me decido a contarle sobre el libro que llevo en las manos y que estaba leyendo. A compartir la historia de mis propias llaves... a hacer que funcionen como tal...

Y es que supongo que esa es la labor de un libro. La labor de las historias. Y el trabajo que tenemos por delante todos nosotros: ser llaves para las sensaciones de los otros e incluso para las nuestras.

Descubrir que hay un nuevo mundo y que está en éste. Y recordar también que tenemos la obligación de compartirlo con los demás... de entregarlo.

1 comentario:

  1. Me gustó mucho!! Amo las lleves y la historia me encantó.

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