miércoles, 4 de agosto de 2010

*** Sobre la indiferente producción de emociones.

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Encuentro este texto extraño entre muchos otros que junté alguna vez que intenté avanzar en una obra que abordaba, de cierta forma, la vida de algunos impresionistas. Eran apuntes tomados al azar que transcribo acá tratando de no alterar nada por más que la redacción y la dirección que ésta toma pueda parecer confusa. A pesar de todo, al menos para mí, comprendo hacia donde van las confusiones que aquí se plantean. El texto además no formaba parte de lo que escribía sino que era complementario. Es decir, eran sólo parte de algunos apuntes para tener en cuenta. Escrito a mí por tanto, y de una forma un tanto encriptada, quizá buscaba hablarme de algo que debía entender, y que de cierta forma recuerdo y entiendo ahora que transcribo el texto:


Sobre la indiferente producción de emociones.

¿Pero qué hace un pintor cuando queda ciego? ¿Qué hace cuando los colores de la realidad comienzan a caer por el cuadro y a revelar poco a poco un fondo negro donde cada vez es menos posible distinguir algo...? Además ¿Qué es un pintor? ¿Qué hace que nos preocupemos de su ceguera más que la de cualquier otro individuo? ¿A qué se debe entonces nuestra preferencia, nuestra falta de objetividad?
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En sus Notas, escritas en 1859 y no publicadas hasta 1921, Edgar Degas se refería, entre otras cosas, al vínculo existente entre el pintor y la realidad, a la manera en qué ambos se miran indirectamente y a los filtros que en ocasiones suelen transformar ambas visiones y producir un resultado nefasto.

No se trata sin embargo, de la creación de malas obras, o que éstas vayan a sufrir un rechazo por parte de la crítica o el público. El asunto aquí es muy distinto. Para aclararlo, Degas se refería a una situación concreta en sus notas. A la edad de 24 años, él había sido llamado por un alto funcionario para pintar el retrato de una de sus hijas, una chica de 16 años que se resistía a permanecer quieta pues no quería ser pintada. Degas contaba que la chica, quien debía posar en un banco en el exterior de la casa, se había negado a estar tras un biombo, -para evitar los efectos cambiantes de la luz-, y había terminado por corretear por el jardín junto a un animal pequeño, "posiblemente un perro", escribiría Degas en sus notas, -sin dejo de humor, como era habitual-, hasta que se hacía imposible continuar el cuadro.

El pintor señala que esto sucedió al menos durante los tres días en que visitó el lugar, agregando que, extrañamente, el padre de la chica comentaba que su hija casi siempre permanecía quieta, "con la mirada perdida vuelta hacia el cielo, hacia el jardín o hacia sí misma", según señala en un diálogo que transcribe en el ya mencionado cuaderno de notas.

En ese mismo cuaderno el pintor nos cuenta que al mes siguiente, logra terminar un pequeño lienzo de no más de treinta centímetros cuyo título, que aparece mencionado como La indiferente producción de emociones, hoy se conserva en el museo de Orsay bajo el simple título Retrato, cuadro que, además, suele pasar desapercibido por los visitantes, pues su ubicación -no quiero explicármelo de otra forma-, no es privilegiada en lo más mínimo.

Poco más adelante, en las mismas notas, Degas se refiere a lo sucedido con el cuadro de la siguiente forma:

“El retrato me fue devuelto a los pocos días (...) la justificación que me dieron fue que había pintado a la muchacha con rostro de ciega, que su mirada, de haberla, parecía perdida o buscando algo perturbador ("buscando una enfermedad", fueron las palabras precisas). Yo me fui del lugar con el cuadro sin decirle al hombre que lo que su hija hacía con sus ojos era justamente una búsqueda, pero era también un juego: está jugando a buscarse a sí misma, debí haberle dicho, pero el hombre aquel no habría entendido pues se trata de un alto funcionario... y el mismo está continuamente jugando a ser un hombre y hasta a ser un padre.”

Pero volvamos por un momento a nuestro centro: ¿Qué es lo que mira la gente cuando sus ojos se posan en la realidad? ¿Es acaso una búsqueda constante como se señala en la cita que abre las notas de Degas? Y si aceptamos esto ¿Qué es lo que busca esa mirada? ¿Qué es lo que encuentra si es que algo logra encontrar, o sólo se trata de un juego como el que realiza la muchacha del cuadro?

¿Nada claro? Volvamos a Degas. Son 574 -si creemos en los catálogos-, son 574 los cuadros pintados por Degas (incluyendo bocetos) en que aparecen representadas figuras humanas. 574 cuadros en los que ninguna de las 1182 figuras que ahí aparecen cambian miradas entre ellos, 2364 ojos (suponiendo que no pintó ningún tuerto, esto no lo señalan los catálogos y yo no lo recuerdo) que no se miran entre sí y que sin embargo buscan algo ¿O será acaso que el orgullo de Degas hacía suponer que sólo el artista era capaz de fijar los ojos realmente en los demás? ¿Eran para él sólo cuestión de juego las mirada de los otros y sólo reconocía como válidas las del propio artista?

¿Por qué no se miran entre sí las figuaras pintadas en los cuadros de Degas?

Ahora bien, reconozcamos que hay algunos pocos cuadros donde los personajes parecen mirar, -si bien no entre ellos-, directamente al espectador: una de las muchachas en La familia Belleli (1858), la mujer retratada en La planchadora (1869), y dos cuadros más, uno de los cuales mencionaremos pronto y otro que ya hemos descrito con anterioridad.

Respecto a la muchacha de la familia Belleli, el mismo Degas reconocerá que fue un elemento puesto intencionadamente y con propósitos concretos:

“Se trataba del tema del duelo, y era necesario que alguien mirara al espectador, le dijera de alguna forma que el duelo que ellos seguían podía ser incluso el suyo (...) ver a esa niña de la misma forma como la vería un muerto desde su féretro, cuando un pequeño se para en puntillas para mirar dentro y mira al muerto a los ojos...”

De esta misma forma, lo que sucede con La planchadora también diría relación con una mirada al espectador, una "acusación" según las palabras del propio Degas, -escritas en una de sus escasas correspondencias-, intención que de cierta forma se entiende si pensamos que el cuadro sirvió de ilustración para una serie de "cartas de protestas sociales" que se redactaron en los años posteriores y a cuyas lecturas fue invitado el propio Degas en más de una ocasión.

¿Pero el pintor? ¿Qué sucede con el mismo Degas cuyo aislamiento es tan reconocido por sus biógrafos? ¿Qué ocurre con este hombre que dejaría de pintar sus últimos años de vida y sería descrito vagando por la ciudad con la escasa vista que le quedaba, huraño, sin cruzar palabra con nadie o encerrado horas en su taller frente a lienzos vacíos?

Antes de intentar dar respuesta a esto recordemos que nos queda, aún, un cuadro que describir, y otro al que deberemos referirnos, aunque de forma breve, nuevamente. El primero de ellos permanecería en el taller de Degas junto a los lienzos vacíos mencionados anteriormente. Se trata del retrato de una mujer cuyos ojos miran y no miran hacia el exterior del cuadro. Miran y no miran porque su mirada no está destinada al espectador de ese cuadro, o quizá sí, si pensamos que el espectador de ese cuadro fue durante décadas el mismo Degas, y que incluso hoy el cuadro permanece en la bodega del museo de arte europeo en Tokio y sólo es posible apreciarlo mínimamente en algunos catálogos de la obra del artista.

El retrato en cuestión reproduce a la también pintora Berthe Morisot, quien se encuentra sentada en un jardín (es además uno de los pocos cuadros en exterior del artista) cuyos tonos y figuras son extrañamente poco nítidas, si las comparamos al menos con otras obras del pintor, y cuyos ojos, que indudablemente miran directamente fuera del cuadro, no parecen dirigirse al espectador común, sino al artista mismo.

Sin embargo, si nos fijamos en algunos de los detalles del fondo del retrato encontraremos extrañas similitudes con el jardín que aparece tras la hija del alto funcionario descrito en un inicio de este texto. Extraño es además si nos percatamos que el retrato de Berthe aparece fechado un año después de la muerte de ésta y varios después que la viera por última vez el artista.

¿Pero que hace un pintor cuando queda ciego? ¿Qué hace un pintor ciego en medio de lienzos blancos y de un retrato de una mujer con la que se desconocen mayores vínculos pintado un año después de que ya fuera imposible retratarla? ¿Y el jardín? ¿Qué hace ese jardín sacado de La indiferente producción de emociones tras esa figura? ¿Será que aquel juego de buscarse a sí mismo consiste justamente en ver al otro, revelarle de alguna forma que no está solo en medio de esa gente que parece no encontrar a nadie? ¿Será esa la lección tardíamente aprendida por Degas? El lienzo final colgado entre lienzos vacíos. Aquel que encuentra frente a él al creador y lo reconoce y lo abraza hasta inmovilizarlo, con un abrazo tardío que es en este caso además el de una muerta.

Ahora bien, nos guardamos de decir anteriormente que el primer cuadro de esa hija del alto funcionario era también el retrato de una Morisot, de Ives Morisot, hermana de Berthe específicamente. Esto al menos se creyó siempre. Es lo que señala Degas en sus notas y lo que consigna la información que acompaña al cuadro en el museo de Orsay, pero la verdad, es que dejan de lado un último dato.

Berthe cuenta en una de sus últimas cartas (dirigida a Manet y fechada un año antes de su muerte) que de niña comúnmente cambiaba roles con su hermana Ives, que ésta solía pedirle que posara por ella en una serie de retratos que encargaba su padre en ese entonces y que permanecían en filas por los salones de la casa junto a los del resto de la familia. Cuenta también que su padre devolvió varios de ellos pues no encontraba parecido alguno entre la figura de Ives y los retratos terminados. También en esta carta se quejaba que los artistas que la habían retratado (incluía con esto una crítica al mismo Manet) jamás habían podido percatarse de lo que realmente estaba ante ellos, "del lugar donde se dirigía la mirada", señala, pero sin dar más luces de lo que quiso o no decir con esto.

Evitamos aquí nuestras opiniones, o posibles interpretaciones. Cualquier comentario a estos datos quizá nos haría dejar de lado lo verdadero que todo hecho tiene en sí mismo. Como si quisiésemos retocar una mirada en un cuadro por parecernos incómoda y la transformáramos en algo más comprensible, pero también más contaminado, si pensamos en la mirada original.

Y qué es lo que hace un pintor cuando se queda ciego. Pues se queda inmóvil. Pero no entendamos mal esta inmovilidad. El pintor no es menos porque se quede inmóvil. Si la mirada fue una búsqueda la ceguera puede ser el encuentro. La comprensión.

Pensemos en Degas entre esos lienzos vacíos después de vagar por la ciudad. Pensémoslo paseando su mano por el retrato de Berthe, detengámonos en el momento justo en que sus dedos palpan la mirada en el retrato. ¿No es esta inmovilidad también la paz? ¿No es este momento el momento preciso de la comprensión? ¿No es acaso la verdadera mirada, el encuentro, el amor mismo?

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¿Se puede rodear una pregunta con los brazos hasta que la respuesta sea también ese abrazo, ese encuentro con el otro, o hasta ese reencuentro con uno mismo?

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Esa última pregunta estaba escrita separada del texto, pero hablaba sin duda de algo que debía hacer al intentar acercarme a este pintor, y a sus últimos años de vida, que eran los que me interesaba abordar... Al mismo tiempo, hoy, es como si el reencuentro del que habla se realizara de cierta forma, en esta misma transcripción.

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