sábado, 14 de agosto de 2010

Vértigos.

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No sé desde cuando he sufrido de vértigo. Supongo que desde siempre. Aunque de chico me sobreprotegían tanto que no recuerdo siquiera haber estado en altura.
Bueno, una vez en verdad, y terminé con la nariz sangrando y los labios rotos. Pero eso es otra historia.
El punto ahora es que en la casa de mis padres mi hermana ha puesto un armazón para trapecio de más de 7 metros. Aún no está completamente asegurado, pero ya aguanta el peso suficiente para que practique sin problemas sus ejercicios circenses.
Creo que cuando practica pone unas colchonetas que no tienen ni 10 centímetros de alto y que supongo han de servir para no manchar el suelo de sangre, pues de seguridad no ofrecen nada.
Como sea, el caso es que estábamos con mi hijo en casa de mis padres. Yo armaba unos sushi que íbamos a comer cuando de pronto siento que me llaman.
-¡Mira papá, desde acá se ve el metro!
Como la voz venía desde la altura tuve que alzar la vista para ver a mi hijo encaramado casi en la punta de uno de los postes, que tiene además unos fierros a modo de escalones que no ofrecen ninguna seguridad.
Intenté entonces ocultar mi preocupación y le hablé para que bajara, cosa que hizo tras contarme algunas cosas más que se veían desde ahí –entre ellas una vecina a medio vestir que estuvo a punto de hacerme olvidar el vértigo y encaramarme de inmediato-.
El problema era que no podía prohibirle del todo subir ahí. Estaban mis miedos cruzados y mi experiencia de chico sobreprotegido que me indicaban que no lo hiciera. Por lo demás, pensaba, aquello está hecho para subir… puedo indicarle que lo haga hasta cierta altura quizá, pero hasta ahí solamente.
No terminaba de pensarlo cuando ahí estaba subiendo nuevamente.
-Como Robin, papá –me decía- ¿te acuerdas que leímos que era parte de un circo?
-Sí, pero sus papás se cayeron y se murieron -le digo, pero como siempre hemos imaginado y jugado que somos Batman y Robin y hasta hemos firmado en alguna oportunidad como Bruno Díaz y Ricardo Tapia, no es un argumento que me sirva.
Al final lo convenzo que se baje para subir yo. Desde hace unos días tengo un tirón en la pierna, pero ese no es el problema. El problema real surge cuando sobrepaso la altura del limonero y comienza la sensación de vértigo y me siento un poco inseguro allá arriba.
Esperaba que mi hijo molestase desde abajo, pero no fue así. El fierro se movía un poco, pero no lo suficiente como para temer que se venga abajo. Si algo se caía en ese momento iba a ser yo y nada más. Así que le digo a mi hijo que se corra de abajo, por si acaso.
Subo un poco más, pero no alcanzo la altura a la que él llegó. Luego bajo.
Mi hijo está loco por subir de nuevo así que yo lo vigilo. Busco la cámara para que se luzca con una foto. Entonces lo miro poco a poco subir… Sólo entonces comienza el verdadero vértigo.
Supongo que a los padres nos pasa, aunque no sé si a todos. Supongo que ese es en verdad el verdadero vértigo. Algo cuya caída puede provocarte más que fracturas, o cosas por el estilo. Y es que verlo trepar allá arriba producía algo así como un temor nuevo… Y es que de caer… ahí sí que la vida se desfonda y caes en la nada, me decía.
Recuerdo que algo similar me pasaba cuando mi hijo era más pequeño y lo llevaba a una plaza donde, entre otras cosas, había un resfalín –o resbalín, no sé en verdad cómo se dice-. Ahí, recuerdo, había un momento exacto en que yo ya no podía asegurar a mi hijo. Había un momento preciso cuando se sentaba en el borde más alto y mis manos no lo alcanzaban. Recuerdo que mi hijo siempre se quedaba un rato más en aquel lugar… me miraba y era como si supiese mi temor, y a la vez, quizá, se sintiese libre.
Hoy mi hijo está grande y queda poco tiempo para que prefiera juntarse con sus amigos en vez de que nos reunamos los fines de semana. Voy a tener que irme acostumbrando. Y hasta alegrarme de su libertad. Entender sus riesgos, dejar que los viva…
Por el momento, sin embargo, mi hijo está ahí. Le tomo una foto y le digo que es mi turno. Que yo también voy a subir hasta arriba, y es que de alguna forma también quiero vencer mis miedos. Ejercitarme y todo en aquel trapecio cuando pueda para que el dúo dinámico funcione un tiempo más junto…
-¿No te da vértigo… así como dolor de guata cuando estás arriba? –le pregunto.
-Sí, pero poco. –me contesta- Me daba más cuando subíay tú…
Entonces lo miro una vez más como si intentase guardar aquella frase. Luego nos colgamos un poco del trapecio -que no está tan alto como el marco- y nos reímos de lo debilucho que estamos para ser dos superhéroes.
-Vamos a tener que entrenar harto- me dice.
Y yo digo que sí. Y un vértigo más simpático anuda y desanuda sensaciones, acá adentro.
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