martes, 17 de agosto de 2010

Vicky Cristina Barcelona, de Woody Allen (2008)


Guardé esta película por harto tiempo, así como varias de las últimas de Woody Allen. Principalmente porque intento no hacerme espectativas y olvidar los comentarios que suelen hacerse de ellas. Es más, intento incluso -con un éxito apenas relativo, debo reconocer- desligar estas últimas producciones de lo que identifico siempre con este director.

Y es que cuando pienso en Annie Hall, Manhattan o Interiores, me parece estar recordando películas de un director muerto, obras que ya no podrán volver a realizarse.... como si algo en la comprensión que había en esas películas, algo en el ritmo... cierto aprendizaje que parecíamos realizar a la par con su director, fuese ya imposible.

Por suerte, algunas de sus últimas películas, -si bien siguen pareciéndome lejanas al encantamiento que producía ver los antiguos dramas de Allen-, parecen retomar, de cierta forma, los temas de siempre, y desarrollarlos quizá de la única forma que hoy en día es posible hacerlo: desde una forma lejana, casi como un experimento... como si el director ahora se limitase a construir un laberinto en el cual pusiese a sus más preciadas ratitas blancas.

Nada queda de la inserción y el dolor compartido en La otra mujer, o de la triste y maravillosa atmósfera de Septiembre; en cambio, nos encontramos con películas bien hechas, calculadas. Donde las obras parecen ser frutos del desencanto, del abandono, del agotamiento de un mensaje... donde el director ha dado un paso al lado y, quizá por lo mismo, ha dejado sus obras desamparadas, como objetos bien hechos, como productos que tienen la técnica, pero no la esencia, la sensibilidad, de su creador. Perfectas maquetas sin espíritu. Templos sin Dios: Vicki Cristina Barcelona.

Esta película, -desarrollada como sobre una postal-, posee un argumento a priori bastante simple: dos amigas, "una que sabe perfectamente lo que quiere y otra que sólo sabe lo que no quiere", -según palabras del narrador del film-, van a pasar un verano en Barcelona. Una, está a punto de casarse y la otra en constante búsqueda de algo que no sabe bien lo que es. Pero ambas se encuentran con Bardem, quien les mueve el piso lo suficiente como para que se replanteen algunas cosas.

Este replantear sin embargo, esta aparente simplicidad del argumento, esconde algo que me parece llevado con bastante inteligencia por parte de Allen... Y es que tras esta película que parece simple, y hecha casi para servir de propaganda a Barcelona y la región Catalana en general, se esconde una línea que Woody ha estado planteando en varias de sus últimas obras -pienso principalmente en Match Point y en Cassandra´s Dream- y que me parece tiene su origen en uno de los últimos diálogos de Crímenes y pecados... una especie de desencanto, una pérdida -del sentido de fe, de justicia, del amor mismo-, que atraviesa estas obras.

No comparto por tanto la opinión de quienes se han visto defraudados por esta película de Allen. No al menos la de aquellos que dicen defraudarse de su escasa calidad cinematográfica o poca inteligencia. De hecho, para mí es una muy buena película, quizá una de las más inteligentes de este director... Tanto así que dicha inteligencia no deja cabida para el verdadero encanto de Allen, y todo parece puesto casi en función de un vacío... de una insatisfacción constante, como se acusa a uno de los personajes. Y es que al igual que este personaje, Allen parece ya no saber realmente lo que quiere, sino simplemente lo que no quiere.

Y definitivamente no quiso hacer una mala película. Por el contrario, dirige y sabe conducir de buena forma la historia a partir de personajes muy bien realizados y de actuaciones que se mantienen siempre a gran altura... Pero en este constante no querer, en esta constante negación en que se han transformado algunas de sus últimas producciones, me parece que Woody ha terminado por perder algo que ya le es imposible recuperar. Y no porque no sepa donde está y no pueda ir a buscarlo... Woody perdió algo que era parte de sí mismo y algo en lo que ya no cree: la necesidad de creer en sus propios trucos. El asombro ante los sentimientos humanos. La fe que algún día supo tener en ellos.

Y sí, duele ver a Allen hoy en día. Porque ahora tiene voz de adulto. Porque maduró. Porque dejó irremediablemente de ser un niño.

Por último, recuerdo un chiste que hablaba sobre un hincha totalmente fanático de un equipo, que cuando se sintió cerca de la muerte decidió cambiarse de equipo, pues prefería que muriese un hincha de su equipo rival... Pues bien, el sr. Allen está haciendo lo mismo: sintió la muerte cerca y prefirió que sea un descreído quien muera, mientras él, sigue respirando en otros de sus films... aprendiendo y desaprendiendo constantemente con Mia Farrow y con Diane Keaton... aspirando el aroma de una flor púrpura... o contándose chistes tristes con Alvy Singer...

Y sí. Ese era el Woody que necesito. Uno en blanco y negro. Perdido y triste en Manhattan, pero dándonos una sonrisa después de todo... Ese es el Woody que admiro. El único que existe.


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