miércoles, 22 de septiembre de 2010

Encuentro con enanas blancas.

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I. Introducción.

No. No son enanas propiamente tal. Es decir, no se imaginen encontrar aquí referencias a alguna extraña variante pigmea caucásica o algo por el estilo.

Las enanas blancas a las que se hace mención acá, son un extraño tipo de estrellas de características muy particulares y con una composición muy difícil de explicar, tanto así que cualquier intento por acercarse a estudiar su naturaleza fue tildado de absurdo hasta ya entrado el siglo XX.

Quizá el ejemplo que más sirva para entender lo que son estas estrellas esté dado en el sistema binario de las estrellas Sirio, intuido ya por Friedrich Bessel en 1844. Este astrónomo alemán, habría señalado que ciertos movimientos de la estrella Sirio y Procyon no eran explicables sino por la presencia de un tercer cuerpo celeste, aparentemente más pequeño y menos luminoso que las otras estrellas.

El caso es que, como Bessel era hijo de una criada, el mérito de encontrar esta pequeña estrella fue atribuido a otro tipo con mejores padres, quien la habría avistado 18 años después de la predicción de Bessel.

Al final, resultó que esta estrella -Sirio B, el Cachorro, o simplemente Pup-, era unas 10.000 veces menos luminosa que Sirio A, principalmente a partir del tamaño de su superficie que, según los cálculos, habría sido tan pequeño como nuestro planeta.

Sin embargo, -y aquí está el elemento principal para que se tildaran de absurdas algunas de las hipótesis que surgieron en ese entonces-, la masa que tendría esa pequeña estrella, podría ser incluso mayor a la de nuestro sol... es decir, estas enanas blancas tendrían una densidad 25.000 veces mayor que las estrellas tradicionales, un cálculo esquivalente a decir que por cada centímetro cúbico de una enana blanca, nos encontramos con una masa de varias toneladas.

Respecto a su formación, apenas diré que se originan gracias a la degeneración de los electrones quienes impiden el colapso de la estrella. Luego, y a partir de esta "detención" la estrella comenzaría un proceso de enfriamiento -y de pérdida progresiva de luz (cambio hacia el rojo)- que la llevaría a convertirse en una enana negra.

Estas enanas negras, sin embargo, aún no existirían, según los calculos, pues la edad estimada del universo no es aún suficiente para que estas se formen y pasen, por tanto, a existir.

II. Desarrollo.

Yo tenía 17 años o poco menos y estaba en un hospital junto a una señora que tenía ciertos trastornos y debía estar casi todo el tiempo conectada a sueros y mangueras porque al parecer no se hidrataba correctamente y además ya estaba vieja y flaca y reseca -exageradamente seca, quizá por su problema de hidratación- y además se iba a morir.

Recuerdo que en ese entonces había salido una guía de acción solidaria y yo llamaba a números y pedía ayudar así como si estuviese pidiendo pizza.

Al final en un teléfono me dijeron que sí, que había algo parta mí, que había unos viejos en un hospital y que no recibían visitas. Que estaban internos y hasta me dieron a elegir entre uno de ellos.

-Quiero la especial pepperoni -dije.

-¿Perdón?

-Que visitaré a esa señora que usted dijo que le interesaba la literatura, la pintura...

-¿Pero usted viene sólo... forma parte de algún grupo...?

-Voy solo, pero no se preocupe. Tengo experiencia -decía.

Y claro, de cierta forma tenía experiencia. Iba a veces a algunos lugares, y hacía cosas de esa índole, aunque nunca me cuestioné en verdad a qué iba, y supongo que muy pocas veces me di cuenta realmente quien era el otro.

La especial pepperoni resultó ser esta señora que les contaba. La señora reseca. Yo era el chico que se cree bueno y anda solo y medio perdido y con un libro bajo el brazo. De esos que se creen superiores al resto, incluso más buenos, aunque no se dan cuenta a tiempo de que en verdad hacen el ridículo.

Y es que me creía un genio, hay que decirlo. Y quizá hasta me sentía culpable de sentir eso, y entonces necesitaba ser bueno y horas más, horas menos uno estaba de pronto frente a la señora contándole sobre las enanas blancas, que era más menos sobre lo que trataba el libro que andaba trayendo ese día.

Recuerdo que estuve largo rato explicándole lo que eran: le mostraba las imágenes del libro, le hacía comparaciones, y hasta le hacía preguntas para ver si había comprendido.

Al respecto, la señora era extremadamente clara y lúcida y entendía fácilmente -aunque supongo que en ese entonces pensaba que era mérito mío- y llegó incluso a diferenciar en una imagen y hasta explicarme ella misma de forma perfecta, la diferencia entre una enana blanca y una estrella de neutrones, por ejemplo.

Luego recuerdo que tomamos once. Es decir yo. Ella absorbía un poco más de sus mangueras, supongo. Regalé lo que había llevado a otros abuelos y supongo que ya estaba listo para irme y seguir creyéndome un genio cuando la mujer me preguntó:

-¿Y qué crees tú sobre las enanas blancas?

-¿Cómo?

-¿Qué es lo que crees sobre ellas, sobre su vida... sobre sus porqués? -me dijo la vieja.

Entonces yo agradecí mi oportunidad para mostrar mi genio y le dije algo así como lo siguiente:

-Pienso que no debe ser fácil la vida para una enana blanca. No se trata sólo del cambio, es decir, de pasar a ser otra cosa, sino que el tipo de cambio que ésta sufre me lleva a pensar que ella no es consciente de que está en un proceso de transformación, sino que, debe creer, intuyo, que está en un proceso de dejar de ser, de muerte... de pérdida de sí.

-Mmm, -decía la mujer. Yo pensaba que me estaba admirando, así que continuaba:

-Por eso se vuelve sobre sí misma la enana blanca, por eso se protege en una nebulosa, por eso el calor deja de generarse y sólo queda como un remanente en su interior... -aquí debo haber hecho una pausa para ver si la mujer aplaudía, pero no fue así-. Pienso entonces a la enana blanca -continué- pienso a la enana blanca como un puño, pienso en uñas enterradas en la piel. Pienso en el ojo también como un puño, en el dejar de ver, de verse. Pienso en el abandono al último calor que logramos contener, pienso en el apagarse poco a poco. En ocultarnos tras una nebulosa. En la luz que producimos, en la que dejamos de producir. En la luz que se apaga.

-...

Entonces ella se enoja, cambia su semblante de un momento a otro y me dice que no, que no entiendo nada. Que estoy muerto antes de tiempo y que de alguna forma el universo es similar a un jardín de flores que están siempre abriéndose, donde nada se marchita, ni se cierra, y donde no hay espinas.

Luego, con su mano derecha, bota inesperadamente un vaso con agua que está sobre una bandeja, mojando parte de su cama.

Yo no sabía por qué hacía eso. Es decir, poco entendía en ese momento. Y es que para mí la muerte y la rabia eran algo normal... cerrarse sobre uno mismo era prácticamente mi estado, y no veía nada anormal en todo eso, ni dañino.

Entonces, mientras estaba inclinado intentando secar la ropa de su cama, siento que ella me acaricia el pelo. Siento sus manos secas y flacas y hasta el roce del cable que tiene conectado. Y es como si de pronto, de manera muy leve, entendiese que el mundo no era yo, que había otro ahí, uno de verdad… uno que era más que el otro al que yo iba a visitar y hablarle y que luego me agradecía… me di cuenta que en verdad estaba dando muy poco y que estaba prácticamente hablando solo. Que había tomado una decisión, que había creído hacer el bien voluntariamente y había creído que el amor se dirige y hasta había pensado, egoísta, que podía entregar algo necesario para los demás.

Con el tiempo, sin embargo, olvidé lo que aprendí. Olvido y aprendo y olvido nuevamente quizá demasiado rápido. Amé, tuve un hijo, me equivoqué en cosas. Me cerré. Ni siquiera con calor alguno dentro de mí, busqué expulsarlo todo, enfriarme. Creí entonces tener una enana blanca adentro, algo que pesaba increíblemente y que apenas dejaba de lado cuando veía a mi hijo. Digamos que guardaba el calor para esos momentos, luego volvía a mí estado.

Pero lo cierto es que entendí mal. Las enanas blancas no eran eso. Las enanas blancas son hermosas. La abuela tenía razón y el universo era un jardín que está siempre abriéndose.

Recuerdo que ese mismo día, mientras me acariciaba el pelo y yo no sabía qué hacer, la mujer me preguntó:

-¿Y entonces, hay rabia o sacrificio en una enana blanca?

Y yo no supe qué decir en ese momento. Al genio le faltaron palabras, y hasta entendimiento.


III. Conclusión.

No hay rabia en la enana blanca. Hay vida que se entrega, negación del colapso, deseo de dar luz.

Me costó entenderlo, pero lo aprendí con el tiempo.

La densidad inmensa e incomprensible era la vida que se protege a sí misma, pero sólo para darse hacia los otros.

La enana blanca era la muerte hecha semilla, era el sacrificio máximo de una estralla que busca negar su propia muerte y entregar su última luz.
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___

Respecto a la mujer, me llamaron del lugar donde estaba unos años después. Había registro de visitas y yo había sido uno de los dos que la habían ido a ver en no sé cuanto tiempo. La vieja había dejado sus cosas en una caja. Un poco de ropa, unas fotos en blanco y negro, y una pequeña colección de piedras.

Entre ellas, recuerdo que me fijé en una piedra blanca, redonda y pequeña. Una enana blanca, me dije. Y me la llevé.

Esa tarde busqué un lugar tranquilo y enterré esa piedra como si hubiese sido una semilla. Recuerdo haberla mirado, hasta en los mínimos detalles, y haber creído hasta ver brotes.

Tapé la piedra con tierra húmeda y arrojé pasto encima.

¿Y saben? Nunca había contado antes esta historia.

Creo firmemente que esa enana blanca germinó.

La mujer se llamaba Agustina.

Y mi nombre es Vian.

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