viernes, 10 de septiembre de 2010

Maurice Utrillo: algunos apuntes.

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Poca información logro recolectar sobre el pintor Maurice Utrillo. Algunas imágenes de sus pinturas, ciertos datos sobre su vida familiar y vagas referencias a su alcoholismo... no encuentro mucho más.

Sin embargo, la suma de un gran número de pequeñas referencias, dispersas en libros que hablan de otros pintores, o hasta anotaciones médicas referidas a aspectos -trastornos, en verdad-, de su personalidad, hacen de su figura una de las que más me atrae investigar, y, sobre todo, vincular con algunos de sus cuadros, que me producen una sensación singular: sencilla y placentera como cuando en los dibujos animados muestran que las bestias se apacientan con música... como por acto de magia.

En Utrillo, sin embargo, no hay magia. No entendida como resultado de un truco, al menos. Los cuadros de Utrillo son sencillos, parecen siempre fijar la atención sobre algo en particular y a la vez permiten que ese algo -o la esencia de ese algo- se impregne en el resto de la representación.

¿De dónde surge esa magia entonces? ¿Qué es aquello que vive en los cuadros de Utrillo? ¿Qué es eso que anteriormente llamamos esencia y que a la par de impregnarse en la totalidad de la imagen, mantiene un algo, también esencial, sin ser revelado?


I. Una fe de niño.

Así describe el canónigo Collin, cura de Vésinet, al pintor ya converso que se había refugiado en la oración hacia la última etapa de su vida:

"Era un alma muy bella, construida junto a un cuerpo muy débil. ¿Su fe? Era una fe de niño... ciertamente poco ortodoxa, pero muy profunda..."

Y es que en aquel período, -luego de su matrimonio con Lucie Valore, en 1935-, si bien el pintor dejó de realizar nuevos cuadros y en lo referente al arte se dedicó principalmente a reproducir sus anteriores producciones, fue el rezar... la oración, aquello que comenzó a confundirse con lo que hacía anteriormente al pintar sus obras...

Las horas de pintura fueron cambiadas por horas de oración, -entre seis y ocho diarias si nos atenemos a lo que él cuenta en sus cartas y lo que describe también el canónigo Collin-, y aquello que estaba presente en sus cuadros se alejó para dar espacio a una extraña obsesión por Juana de Arco y por otros personajes que lograron tener una comunicación directa con la voz divina, y fueron capaces, según se cuenta, de seguir las instrucciones que dicha voz les entregó.

Ahora bien, ¿por qué comienzo contándoles de este período en la vida del pintor, si los cuadros que pintó en aquel entonces carecen de ese "algo" que es lo que aquí me interesa...?

Principalmente porque creo que en este periodo su oración, y su obsesión por este lenguaje divino entregado a los hombres, reflejan aquellas inquietudes que siempre estuvieron presentes en sus anteriores cuadros...

Es la misma búsqueda, podríamos decir... y sólo es una oración distinta la de este periodo... Pero aquello que mueve a esa oración, sigue siendo lo mismo que llevó a Utrillo a desarrollar sus primeras obras... es la misma fe de niño con que se le describe en este último periodo, aquello que está presente en sus primeras obras: en sus innumerables cuadros de iglesias, parroquias y catedrales de los que brota esa sensación que en un inicio les señalaba.

II. Ordenando la historia.

Para entender algo más de sus obras, sin embargo, tenemos que acercarnos a la figura de Utrillo que más me atrae... aquella que lo describe como un hombre temeroso de su carne... de los golpes de los hombres, del rechazo de las mujeres, de su vida recluida en asilos, sanatorios y pensiones...

Aquella figura que comenzó a pintar sin tener prácticamente estudios al respecto, y como terapia para superar su alcoholismo, o para alejarse al menos de él, temporalmente...

Y es que este comienzo, este inicio de la búsqueda en el que pueden estar dados los elementos de la bestia que puede ser luego apaciguada por su pintura, hasta acercarse, según sus propias palabras, a una posible redención.

Son numerosas en este aspecto -en relación a la escasa información que de él se encuentra, como señalaba en un inicio-, las referencias que otros artistas hacen de él en este periodo... hablando de las golpizas que el pintor recibía ya de manera cotidiana, o de la venta mísera de sus cuadros en bares o pensiones donde lo que buscaba era simplemente un poco dinero para seguir bebiendo... como si la pintura y la bebida formasen entre sí una especie de cadena o círculo que se alimentaran continuamente uno del otro, pero que encerrasen a la vez algo, en su centro, que parecía permanecer puro, y no contaminado.

Aquí por ejemplo parte de la descripción de Heuzé, compañero de colegio y durante un periodo de juergas, en una carta que envía a un tío del pintor, para advertirle sobre la situación de su sobrino:

"Lo vi muchas veces ofrecer la otra mejilla... es decir, ser golpeado por tipos a los que fácilmente podría haber vencido, o ante los cuáles podría haberse defendido... como si hubiese buscado en cada golpiza que esos mismos golpes lo alejaran del alcohol... De hecho son casi siempre estas golpizas el vértice que exste entre su debilidad y su fortaleza: entre su tendencia al alcoholismo y a la pintura..."

III. Una pureza dentro de una redención.

La pintura por tanto, para este primer Utrillo -príncipalmente el reconocido en el período blanco (1909-1916)- debe ser entendida siempre como un acto de redención. Aquel que lo alejaba de la culpa que constantemente dice sentir y le permite sentirse digno nuevamente, al menos en los momentos en que pinta sus cuadros.

Nos encontramos entonces con los cuadros más reconocibles de Utrillo: un gran número de iglesias que pintara durante su vida y que lo alejaron casi por completo de cualquier otro motivo que sirviera de base a su representación.

Y es que aparte de las iglesias, parroquias y catedrales que pintó durante su vida, apenas podemos encontrar en su obra, unos cuantos cuadros que reflejan otros lugares de la ciudad, y apenas uno donde lo central es una figura humana -una obra que ni siquiera he podido ver y de la que sólo me entero a partir de referencias escritas-: el retrato del clown Rhum ("patética y desgarradora pintura" según palabras de Crespelle, en el único libro que tengo dedicado exclusivamente a este pintor).

Por otra parte, la forma en que son pintadas estas iglesias, el centro que parecen ocupar en sus cuadros... y la presencia de ellas ya no sólo en la pintura, sino también en la vida de Utrillo, hacen de ellas algo que va más allá de la redención de la que hablábamos anteriormente.

Y es que las iglesias en Utrillo parecen permanecer puras, incontaminadas, contenidas al interior de la redención que constituye el acto de pintar, y permitiéndole a ésta ir más allá... permanecer, quizá... transformar una atmósfera, o limpiar un aire enrarecido... Como si las iglesias para Utrilllo fuesen algo así como los pulmones del espíritu... y de la misma forma como los árboles -que comúnmente aparecen en sus obras emparentados con las iglesias-, purifican el aire que respiramos, las iglesias pasaran a purificar también otras cosas, más íntimas... apaciguaran a esa bestia que no sabe como vivir al interior del hombre, revelándole algo necesario... algo capaz de apaciguarla al menos, y quizá, de transformarla.

IV. Luz y oscuridad en las iglesias de Utrillo.

Con todo, si bien las iglesias pintadas por este pintor parecen iluminar el entorno... existe siempre en ellas, si nos fijamos bien, un interior nunca revelado: puertas cerradas... ventanas a través de las cuales sólo vemos oscuridad: algo secreto, a fin de cuentas.

Conviviendo entonces, en esas imágenes, esa esencia revelada y oculta de la que hablábamos en un inicio: revelación y misterio... un lenguaje de Dios -si recordamos la obsesión que tuvo Utrillo por aquellos que supuestamente recibieron un mensaje divino-, que no es fácilmente entendible, ni presenta un camino claro que seguir.

¿De dónde surge esa magia entonces? ¿De dónde nace aquello que apacigua al ver los cuadros de este pintor?

Supongo que de este mismo misterio... pues revelar un misterio es también mostrar que existe y no sólo hacerlo explícito y explicarlo. Es decir, Utrillo apacigua mostrándonos que hay Algo, un misterio quizá, pero demostrándonos que al menos existe... Algo entonces que no nos dice que es... algo que nos habla en cada una de sus iglesias pero que no sabemos decodificar correctamente... un Algo que habló con Juana de Arco y a quién este pintor terminó invocando directamente durante su último periodo...

Es esa voz entonces, esa voz muda, blanca y misteriosa, la que vive dentro esos cuadros de Utrillo... esa que apacigua el bullicio rabioso,es aquello que vive dentro de sus cuadros y aquello que en un inicio llamamos esencia, sin tener -o sin encontrar-, otra palabra más precisa, en ese momento.


Por último, recordar que no fue sino hacia el final de su vida, -aquel que comienza con su matrimonio y su ingreso a la iglesia-, que Utrillo habría comenzado a interesarse en la religión propiamente tal... todo lo anterior: todas esas obras donde las iglesias constituyeron su centro, fueron pintadas antes de que el pintor mostrase cualquier clase de interés hacia la religión o la figura de una divinidad específica, a la que nunca se atrevió a nombrar ni a identificar con dogma alguno, anteriormente.

De esta misma forma, extrañamente, luego de que Utrillo entrara a la iglesia y apaciguara ya de forma más constante su estilo de vida, sus cuadros de iglesias comienzan a ser menos expresivos... menos luminosos, y hasta la búsqueda concreta de iglesias para ser pintadas se deja de lado para dedicarse a la reproducción de sus obras anteriores.

Y es que quizá nuestro pintor estaba perdiendo su fe de niño, y creyó en los intérpretes que tradujeron para él la voz que por tanto tiempo escuchó, y pensó que no entendía.

Sin embargo, cuánto más claro habla esa voz en sus primeros cuadros...

Utrillo, un pintor que cambió el lenguaje divino por una tosca interpretación del hombre.


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