lunes, 6 de septiembre de 2010

Sobre la televigilancia, la justicia divina y una mujer llorando en un estacionamiento.

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Un amigo, profesor de filosofía, me cuenta que trabajará en estas fiestas patrias como televigilante.

-¿Televigilante?

-Sí, televigilante -me dice, y suena orgulloso.

Mi imaginación me lleva entonces a verlo con malla, capa y algún traje súperheróico, pero sólo consigo relacionarlo con un m&m o un personaje similar, así que le pido explicaciones.

-Esa hueá de mirar por las cámaras para ver si ocurre algo en lugares concurridos -me dice-. No es tan terrible... podís llevar música y tenís que estar sentado 12 horas. Son 18 lucas el turno.

Por un momento pienso en pedirle el dato, un poco por el dinero y un poco por ampliar la lista de los trabajos que he realizado, pero al final me contengo.

-¿Y qué pasa si ves que pasa algo? -le digo-, no sé... un asesinato, una pelea...

-No sé muy bien todavía, creo que hay botones y se establecen contacto con seguridad ciudadana, pero creo que principalmente no son para evitar, sino para revisar el registro...

-¿Revisar lo que ya pasó?

-Algo así... igual hay una capacitación, pero algo así me dijeron... Por ejemplo, para probarte, te ponen situaciones grabadas, pa ver si estay atento y eres capaz de darte cuenta...

-Mmm...

-¿Qué? ¿Pensaste que era más emocionante?

Yo le miento y le digo que no. Y me guardo la idea de verlo como un watchmen algo disminuido, y hasta de unirme al grupo.

Mientras tanto, relaciono aquello que me cuenta con algo que una vez me ocurrió, en el estacionamiento de un supermercado. Estaba en el primer año de la u, según recuerdo, y quería juntar imágenes para un proyecto que al final nunca realicé.

Me había conseguido dos cámaras de video y las habíamos dejado en el interior de un auto, en un estacionamiento subterráneo, encendidas por supuesto, grabando el movimiento que había por ahí y enfocadas principalmente hacia los lugares por donde se acercaban hacia los autos las personas con sus carritos y bolsas y demases...

-¿Estay ahí, Vian? -me pregunta mi amigo.

-Sí -le digo. Pero en verdad no estoy.

Me sigo acordando entonces, -mientras él me cuenta entusiasmado sobre otros pormenores de su trabajo-, de aquello que grabamos ese día. Recuerdo que al revisar las cámaras -2 horas de grabación cada una-, además de las imágenes comunes de personas que pasaban una y otra vez, había sucedido algo especial con una mujer.

Ella, una mujer que debe haber tenido algo así como 30 años en aquél momento, pasaba una y otra vez por un costado del auto. Primero con un andar lento, tranquilo, cargada de bolsas en cada mano y buscando un auto, según se apreciaba.

Lo que sucedía luego era que al parecer no lo encontraba, y cada vez que volvía a pasar frente a alguna de las cámaras, la mujer parecía más nerviosa, dudando un poco, cambiando su ritmo y hasta chocaba de vez en cuando con algunas personas. Recuerdo haberla visto dejar las bolsas en el suelo, apoyarse en un pilar que tenía marcado una B gigante -no sé por qué me acuerdo de esto- y luego haberla visto llorar, en cuclillas, en medio de aquel lugar, un poco en segundo plano, pero captada en ese instante por un ángulo en el que coincidían las dos cámaras.

Recuerdo haber visto, por lo tanto, dos veces el momento en que esa mujer terminó desplomándose junto a ese pilar... con una expresión que iba mucho más allá de no encontrar su auto... como si lo que había perdido o aquello que no encontraba hubiese sido en verdad otra cosa, y no bastase ya con encontrar algo concreto para que todo pudiese reacomodarse nuevamente.

-¿Y? -escucho que me dicen.

-¿Y qué?

-¿Qué si lo encontray justo...?

Como no sabía a qué se refería tuve que decir que no, que nada es justo... que Julito Martínez se equivocó en eso y con otras cosas...

-Si po... no es justo -dice mi amigo-. Pero es un trabajo...

-Sí po... es un trabajo, -le digo- y por eso no es justo...

Y como la frase sonó bien en aquel momento, nos quedamos un rato en silencio y yo hasta busqué un papel para anotarla, pero luego me di cuenta que en verdad había dicho una pura hueá. Y hasta me sentí mal con don Julito y su justicia divina y su cabeza deforme...

-Lo peor es que creo que en el trabajo no te podís mover del lugar, ni siquiera llevar un libro... -me dice mi amigo, como cerrando el tema.

-¿Cómo...?

-Eso, que también hay cámaras ahí, para nosotros, para vigilar que hagamos nuestra pega...

-Televigilantes de los televigilantes...

-Sí po... metatelevigilante -me dice el filósofo-. Y así hasta el infinito...

-O hasta Dios -le digo yo, mientras me sale el cura frustrado que llevo adentro.

_________

Media hora después estaba en la cocina, me había llevado el notebook para copiar una película de Fassbiner y me iba a cocinar un par de huevos. Esos eran mis planes.

Pero en el refrigerador sólo quedaba uno, y justo antes de partirlo me quedé mirándolo un rato y bueno... ya saben de quién volví a acordarme. Así que tomé el plumón con el que escribí en el disco el nombre de la película y dibuje a don Julito ahí, sobre la cáscara... y quedó igualito.

Tan igualito que no me lo comí y hasta lo traje para la pieza y lo puse con cuidado junto a una muñequita rusa, para que coqueteara. Y hasta me imaginé que me decía nuevamente eso de la justicia divina, y me lo imaginé gritando y con los ojos brillosos, igualito a como lo dijo aquella vez... y quién sabe, a lo mejor hasta consigo creerle nuevamente, y hasta me duerma un poco menos triste -porque estoy triste por estos días, aunque no se note-.

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