sábado, 16 de octubre de 2010

Cosas que no corta la guillotina.

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La guillotina no fue tan eficaz como se cree. Es decir, terminaba sin duda por dar muerte al condenado, pero muchas veces se necesitaba para esto de varios intentos, pues la hoja no daba con la vértebra exacta, o, extrañamente, golpeaba el cuello, pero no producía corte alguno, salvo la marca del golpe, por supuesto, y algunas magulladuras.

Así lo cuenta por ejemplo Charles-Henri Sanson, verdugo oficial de Paris durante los años del apogeo de esta máquina, y hasta se lee en los anales de los Estados Pontificios -si, funcionó una guillotina en aquel lugar-, donde el fracaso dela máquina era atribuido, en ocasiones, a un deseo divino que, si bien no terminaba por librar al preso de esa condena, al menos le daba unos minutos más de vida pues debía ser nuevamente confesado y se abolía además la excomunión, como parte de la condena.

Y sí, son varios los casos de los que se tiene referencia. Pero yo me quedo con uno. Quizá con el menos documentado de todos y por lo mismo uno de los más interesantes y enigmáticos.

Me refiero a un caso asociado al padre jesuita Jean-Baptiste Labat, autor de varios libros donde describía ciertas costumbres de los lugares donde le tocó viajar y misionar... Así, en uno de ellos, el sacerdote describe una guillotina relacionándola con un método similar que observó en Martinica durante uno de sus viajes.

Y es que al parecer, muy cerca del Fonds-Saint-Jacques (Martinica), donde fundó y reformuló las técnicas de explotación de la caña de azúcar, fue construida una máquina muy similar a la guillotina que comúnmente se utilizó en los países europeos, y que fue utilizada en contra de esclavos que, por lo general, intentaron comandar una sublevación, en aquellos lugares.

Pues bien, uno de estos esclavos -uno que aseguraba no ser negro africano, según palabras de Labat-, había sido llevado en presencia del sacerdote, para que explicase la naturaleza de su supervivencia, atribuida en primera instancia a pactos demoniacos y a diversos rituales que habrían realizado a escondidas algunos esclavos, entre los que se produjeron además varias muertes por aquellos días, a modo de escarnio.

Y es que el ajusticiado, señala Labat, tras haber sido ejecutada su condena en seis ocasiones, seguía con vida y sin mella alguna. En el intertanto, se habían afilado cuchillas, y revisado el mecanismo, -que hasta entonces no había producido fallas- sin encontrarse nada extraño.

El hombre blasfemaba continuamente, -dirá Labat-, por lo que su presencia se hacía intolerable... Se atribuía poderes especiales y hasta un mensaje divino que debía entregar por otras tierras.
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Escupió la cruz de nuestro señor, -continúa el jesuita-, hasta que finalmente fue ahorcado y apaleado y aún así sobrevivió varios días, sin que nadie pudiese explicar de forma certera, aquella situación.

Respecto al personaje, de quien nunca se menciona un nombre u otro rasgo más específico, no se tiene ninguna otra referencia, salvo el recuerdo que hace de él, el mismo jesuita, 10 años después en su libro Viajes a España e Italia, donde da nuevamente con una guillotina y comienza su descripción y una breve referencia a la historia que antes se cuenta.

Más allá de eso, sin embargo, y de cualquier hecho sobrenatural o divino atribuible a este acontecimiento, o a este personaje... intento imaginar qué debe sentir aquél que sobrevive a la guillotina... Imagino el sacarlo vivo de ahí, semiconsciente tras el golpe, sin saber aún si está vivo o si no lo está...

¿Es realmente consciente de que, al menos por un tiempo, ha vencido a la muerte? ¿Alcanzará a percibir la diferencia entre esos dos estados que han pasado a estar tan próximos como si se hubiese borrado todo límite entre ellos?

Esto pienso mientras sigo buscando información sobre casos similares y me encuentro con varios... o con descripciones de cuerpos decapitados que dieron un par de pasos o con cabezas que se quejaron por golpes luego de ser arrancadas del cuerpo o que hasta dijeron algunas palabras...

¿Qué hay escondido en ese corte veloz, en ese golpe que viene a separar contra natura algo que se supone vivo con lo irremediablemente muerto y desconocido?

¿Y que pasa si la muerte se niega a entrar en el hombre? ¿Qué pasa si el deseo de vida es tan fuerte que logra abollar el filo de esas cuchillas y no le deja abrirse espacio entre su carne? ¿Que pasa si el el hombre se aferra a sí mismo y decide no entregarse como aquel esclavo en Martinica?

¿Será acaso ese el secreto? Creer en la vida más que en la muerte... Desconocerla incluso y rechazarla de plano por simple voluntad, simplemente por no darle permiso a entrar en nosotros...

Supongo que me dirán que no. Que todo se puede explicar debido al ángulo del corte. Que la técnica fue mejorada a partir de indicaciones que dio el propio Luis XVI y, por último, -si esto no resulta-, pasarán a otro tema como si todo fuese parte de un simple anecdotario.

Y es que debemos seguir fingiendo que concemos estos misterios, debemos seguir alabando a la ciencia y diciendo que la muerte es... bueno, la muerte simplemente... pero, y la vida, ¿qué será la vida?

Recuerdo entonces, y esto ya para terminar y no cansarlos, recuerdo una pregunta que me hicieron hace un par de noches, no sé bien respecto a qué, pero la tengo grabada como si fuera algo importante y hasta siento que algo tiene que ver con todo esto:

-Señor Vian, -me preguntaron-, supongamos que hay una fruta particular, digamos que en su centro se encuentra el cuesco de un durazno, mientras que en el exterior nos encontramos con gajos de naranja, ¿qué fruta será aquella?

-Un durazno, por supuesto -respondí- sin dudarlo ni un momento.

Y es que eso es lo que intentado decir acá todo el tiempo, lo importante es el centro, la semilla contenida...

El problema es que me cuesta hablar directamente, y no se bien donde quedan esos dos extremos que debía juntar...

¿Los descubrió usted, querido lector?
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Pues bien, recuerde que lo quiero, y no lo subestimo.
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