lunes, 25 de octubre de 2010

Gente que hace mapas.

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Me gusta la gente que hace mapas,
los niños que salen por el patio y van contando sus pasos
y dibujan una X ahí donde se supone
ha de esconderse un tesoro, o una meta.

Me gusta sobre todo cuando el mapa
no hace referencia exacta a otros accidentes,
objetos en el terreno, o cambios en el relieve
Y uno se los encuentra entonces como recién creados:
con olor a pan caliente, a arroz recién hecho
Y el aroma a nuevo y a descubrimiento constante
te acompaña en cada paso,
como si hubiese una x pequeñita
escondida en cada uno.

El problema surge sin embargo,
cuando creces y los pasos no coinciden con las marcas,
y hasta el tesoro que escondiste
no te convence para nada
Y no sabes si en verdad llegaste a eso que buscabas
o hubo un error en el proceso.
O en la ejecución.
O en ambos.

Pasó entonces que una vez
conocí a una chica que hacía mapas
Tenía un cuaderno lleno de ellos
y lo escondía en una caja forrada de azul,
por dentro y por fuera.

Yo por ese entonces las visitaba en un hogar.
La chica se llamaba Malú y tenía una hermana,
dos años mayor, según recuerdo.
Malú era crespa y tenía el pelo negro
y me advirtieron que era maldadosa
Y yo pensaba que cómo era posible que lo fuera
una niña de apenas cuatro años
y con ese cuaderno de mapas que me enseñó un día.

-¿Qué son, Malú? –le pregunté esa vez.

-Son mapas secretos –me dijo la Malú,
Y se hacía la interesante.
Y me dijo también que escogiera uno.

Yo entonces fingí que marcaba un mapa al azar.
Pero en verdad busqué el que tenía más colores
y en el que las rayitas de los pasos daban vueltas
como en un plato de tallarines,
o como en los crespos de la Malú.

-Hay que partir de aquí –me dijo, apuntando el mapa.

-¿Y dónde está ese aquí? –le pregunté.

-Uno elige donde parte –me contestó.

Así que al final decidimos partir en el lugar donde solía dormir
un perro gigante y negro y bondadoso
y que además comía piedras, de vez en cuando.

Y es que como me explicó la Malú,
los mapas servían para cualquier lugar, o situación,
Uno simplemente tenía que seguirlos y contar los pasos,
y al final encontraría su tesoro,
Que era sorpresa por supuesto,
y que podía ser en verdad cualquier cosa.

Recuerdo que encontramos, por ejemplo,
un peine de plástico celeste,
un chanchito de tierra gigante,
una piedra roja y que la Malú decía que había sido flor,
Y hasta una foto en blanco y negro
que nunca supe cómo fue a parar en tan buenas condiciones,
justo debajo de un árbol, que apenas se sostenía.

-Y si no encontramos nada –decía la Malú-
Es porque el mapa estaba hecho para seguirlo otro día.
Y sonreía.

Sin embargo, el buscar tantos tesoros,
comenzó a traernos algunos problemas;
Y es que la Malú solía estar conmigo todo el tiempo,
y se enojaba a veces cuando uno jugaba con otras niñas,
o entre todos.

Y así fue como me contaron que un día la Malú,
había arañado el rostro de otra niña
y le había dicho que no se juntara conmigo,
en esas tardes.

Yo, por lo demás, no sabía cómo explicar la situación,
y es que la Malú tenía tantos mapas y eran tan bonitos,
debí haber dicho,
que hubiésemos perdido muchos tesoros,
de no habernos dedicado a aquello tanto tiempo.

La Malú, en tanto,
seguía llenando su cuaderno día a día,
y cada fin de semana, que era cuando nos veíamos,
me sorprendía con varios nuevos,
y hasta con técnicas nuevas:

-Aquí hay que dar un salto y retroceder dos pasos –me decía,
Indicando una marca amarilla y redonda,
Como un sol.

Y bueno, ahí estaba uno saltando y retrocediendo
Y avanzando,
Y viendo de reojo como los otros
iban a intervenir en cualquier momento
y a decirme que uno no debía hacer preferencias
y todo eso que era en verdad desconfianza disfrazada
y que yo no supe ver en ese entonces.

-Vas a tener que buscar unos tú sola –le dije entonces a Malú-
Y después me cuentas que encontraste y me das una sorpresa.

Pero la Malú ese día encontró un nido de pájaros,
y mientras yo jugaba con las otras niñas,
ella aplastó un huevo que encontró en su interior
y que ya tenía un pajarito dentro.

La Malú fue castigada esa tarde y el otro domingo
no quiso salir a saludar.
Nunca supe que pasó con el cuaderno,
aunque su hermana Stephanie me contó
que se lo habían quitado las otras niñas.

Yo notaba todo tan enrarecido y complicado
que al final dejé de ir a aquel lugar.

A veces me daba vueltas por fuera y trataba de ver a la Malú.
Pero luego pensé que podría verse extraño y hasta entendí
el origen de las desconfianzas
que habían escondido los otros.

Y es que sucede que a fin de cuentas,
pensé yo, al pasar el tiempo,
no sabemos hacer mapas para ver el corazón de los otros.
Y todas estas historias te enseñan a trazar caminos
quitando las equis, y los tesoros,
y todo lo que valió la pena,
en esos días.

Lo peor, sin embargo,
fue que nunca guardé un mapa para reencontrar
a esa pequeñita.
Y cuando años después me atreví a preguntar,
ella ya se había ido
Y no supieron decirme a dónde.

Hoy también lamento que la Malú
nunca me haya enseñado a hacer de aquellos mapas,
esos que marcaron la X tan adentro mío,
que no sé si en verdad alguien más haya llegado a descubrirla.

Quizá ya va siendo el momento,
de hacer un mapa a ciegas,
Y buscar aquella fe que le sobraba a la Malú,
y que nos llevaba siempre a encontrar aquellos tesoros.

Yo, en todo caso, me quedé con uno,
con un pinche en forma de X que le gustaba a la Malú,
y que es la única prueba que hoy me queda
sobre la existencia de esas búsquedas.

Quizá algún día me sirva para encontrarla,
y pedirle disculpas por no haber insistido,
y peleado por ayudarte a encontrar todos esos tesoros,
Esos que te pertenecían, Malú,
porque habían nacido de tu fe,
de tus dibujos a escondidas,
de tu pelito revuelto y enredado
como tus propios mapas.

Y uno se ha vuelto tan tonto, tan grande y tan bruto, Malú…

Discúlpame también por eso,
Si puedes.
.

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