martes, 19 de octubre de 2010

Los pequeños mundos privados, de Werner Herzog.

"Entre las bestias grandes
el hombre obra con soberbia
porque está más solo."
Humberto Díaz-Casanueva.
.
No sé qué pretende Werner Herzog. O quizá sí, pero no sé que siente, cuando filma.

Y es que más allá de las obsesiones personales que se perciben en casi todas sus películas, hay algo en la manera de entender al hombre, y el mundo que habita aquel hombre, que me parece persisitir durante toda su obra fílmica, y que es, al menos para mí, su aspecto más interesante.

Estos días descubro, por ejemplo, un documental del año 71 del que no tenía más que algunas vagas referencias: En la Tierra del silencio y la oscuridad, y me encuentro de pronto enfrentado a un grupo de personas sordas y ciegas, que intentan, de alguna forma, la comunicación con los otros.

Sin embargo, más allá de esos intentos o balbuceos comunicativos, lo que me termina cautivando es siempre el mundo personal de cada uno de esos seres: mundos poblados de silencio, o de ruidos, o de visiones gastadas o cegueras negras en contraposición a cegueras blancas... y hasta aquel mundo de un ser aislado, ciego y sordo desde el nacimiento, que vive en un espacio completamente distinto al de los otros, o en un nivel de realidad distinto e intersectado apenas por pequeños planos... vórtices incluso, justo donde Herzog instala la cámara.

Quizá por esto mismo, no logro ver que el centro de aquel documental sea la comunicación o la incomunicación de los personajes, de la misma forma como tampoco siento que sea el lenguaje el interés principal de su película El enigma de Kaspar Hauser, centrado en aquel ser que apareció abandonado en un pueblo -sí, otro niño de Hamelín-, sin que se supiera de dónde venía y sin ningún tipo de lenguaje que le facilitara su contacto con los otros.

Y es que el centro en estos films, así como en la gran mayoría de sus otras obras, creo que está dado en el pequeño mundo privado que construye cada personaje... Mundos que se sostienen de un único pilar, que es justamente el personaje que lo crea, quien lo hace girar en torno a él, dándole un significado completamente propio y ajeno al que podría tener por sí mismo, sin la presencia de ese personaje.

Poco importa si el personaje es tomado de la vida real como en el caso de Grizzly Man, o si su temperamento es fruto de la fantasía, como el Aguirre de aquella otra magnífica película. Poco importa porque ambos están representando prácticamente lo mismo: la articulación de un mundo a partir de la voluntad expresa de un sujeto, y del sentido (significado) que dicha voluntad entrega a los elementos de la realidad que rodean a los personajes.

Más allá de esto, sin embargo, la maestría de Herzog -y aquello que en gran parte lo hace distinto a los otros cineastas-, es el foco, la posición desde la cual nos muestra estos mundos.

Esta posición, digamos, no sustenta al mundo que presenta, no lo valida... Muy por el contrario, el punto desde el cual filma Herzog está siempre al borde de la disolución de ese mundo. Justo al borde del espacio significado por aquel, y justo fuera, también, del mundo "normal" que puede entenderse como el perteneciente a los espectadores de aquellos films.

Es decir, la posición de Herzog es siempre la de un escéptico. Tanto hacia el mundo de los personajes que muestra, como hacia el mundo de los espectadores hacia los cuales entrega su trabajo. No hay fe ni creencia alguna en la posición de la cámara... pero a pesar de esto, no es tampoco una cámara neutra, sino que poco a poco su posición, su falta de fe, provoca un constante cuestionamiento, y nos obliga a (re)significar tanto lo que vemos en aquellos films, como lo que tenemos hacia nuestro mundo, fuera de aquellos.

Ahora bien, ¿será consciente de aquello el señor Herzog? ¿Querrá necesariamente mostrarnos o llevarnos a cuestionar aquellas cosas, o a resignificar, como planteábamos anteriormente, los mundos que nos revela -el de sus personajes y el nuestro-, en aquellas películas?

Sinceramente, creo que no. Es decir, creo que lo hace, pero tal como decía en un inicio, no sé que siente Werner Herzog. Ni cuando filma, ni cuando vive... aunque intuyo que no existe diferencia para él entre estos verbos...

Y es que las películas de este hombre nacido en un pequeño pueblito aislado en las montañas... éste que nunca vio una película y que ni siquiera conoció el teléfono hasta bien entrada su adolescencia, dan cuenta de hombres solos, y del mundo que cargan estos hombres, curvados por un peso que es su significación, y que a su vez los imposibilita el compartir un mismo espacio -significativo- con los otros.

Pienso acá, por ejemplo, en la película Woyzeck, donde si bien Herzog toma una obra concreta, acentúa la idea de este soldado que es incapaz de comprender que su propia mujer lo engañe... que pueda mentir y no notársele y que es incapaz por tanto de entender el mundo en el que viven los otros...

Lo mismo ocurre con las personas tratadas en el documental Encuentros en el fin del mundo, donde se escoge retratar a personas que fueron a vivir al Polo, pero que, lejos de formar una comunidad, construyen cada uno un mundo particular, no vinculado, con motivaciones distintas y con significaciones profundas diametralmente distintas entre unos y otros.

Pienso entonces en la canción que cierra aquel documental, en el canto litúrgico en que se nombran aisladamente una serie de nombre de santos sin que exista vínculo o nexo alguno entre ellos, salvo su porpia santidad.

Y entonces me pregunto ¿cuál es esa santidad en las películas de Herzog?

Pues bien: creo que la fuerza, o la sabiduría, o la locura -nuevamente creo que Herzog no ve diferencia alguna entre estos conceptos- que permite que aquellos personajes construyan, y hasta soporten, el mundo que han creado... Sí esa es la santidad que, creo, entiende Herzog.

Es decir, los santos de Herzog son esos hombres que han establecido contacto con la divinidad que les permite fabricar y sostener un mundo, pero que a la vez los aleja del mundo de los otros y los termina por aislar y negarles la entrada (al ser de los otros) rotundamente.

Pienso en la construcción del imperio/mundo en Cobra Verde, o la ópera/mundo en Fitzcarraldo, o hasta en los intentos frustrados por ingresar a un mundo en Stroszeck... y la verdad es que pareciese que siempre estoy viendo lo mismo... la imposibilidad de compartir el ser con otro, pues cada ser posee un mundo distinto, y la significación propia es algo que no puede ser comprendido plenamente fuera de él.

Los fuegos artificales que lanza como mero significante aquel personaje en Signos de vida, o el mundo que se disuelve y amenaza con acabarse en Fata Morgana... todos son signos que hacen indivisible la idea de construcción con la derrumbe, y que nos muestran la visión de un hombre que es constantemente ser y lodo, germinación y descomposición, y que está condenado a la incomprensión, que no es lo mismo que la soledad, por supuesto, pero que constituye algo mucho más trágico y que forma parte de un sino que parece ser eterno.

Y no. No logro comprender qué pretende Werner Herzog. Ni logro tampoco entender qué siente. Pero me acuerdo por un momento de una frase de la Lispector que decía que no era sumando las comprensiones como se llega a amar realmente, sino sumando las incomprensiones...

Y sí, quizá sea eso ahora que lo pienso... quizá esta suma de incomprensiones, de mundos erigidos y derrumbados en torno a estos personajes obsesivos y aislados, dé como resultado el amor, la entrega que realiza y propone Herzog en sus films.

¿Que no es una pretensión? ¿Que no es una sensación?

Quizá no, pero creo, sinceramente, que deberían serlo.

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