sábado, 9 de octubre de 2010

Sobre el corte del cabello; sobre una estatua y una golondrina, y sobre el tercer ojo.

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Ellos se quedarán con su oro
y yo con su corazón de plomo.

De pequeño acompañaba a mi madre cuando se iba a cortar el pelo. Era una peluquería de casa, donde habían adaptado el living con sillas especiales, espejos, y bueno... con todas esas cosas que se necesitan para realizar aquel trabajo.

A mí también me cortaban el pelo por supuesto, aunque generalmente lo hacía mi propia madre, quien había estudiado peluquería de joven, aunque nunca, hasta dónde sé, ejerció más que en mí, aquel trabajo.

Mi corte era como en melena, súper cuidado, con una chasquilla que además de ser parte de aquel corte servía para tapar un pequeño lunar de carne que tenía justo en medio de la frente.

-Es el tercer ojo -me decía mi padrino, que dejé de ver con el tiempo. Y yo me sentía importante.

Quizá por eso, sentía que a veces podía mirar cosas en que los demás no se fijaban, y que había algo de eso que se relacionaba con uno, de cierta forma... como si el mirar algo con detención fuese algo parecido a incorporarlo a nosotros, o a quedarse en ello. No sé si se entiende.

Me acuerdo por ejemplo que en aquella peluquería, descubrí una vez algo que hasta el día de hoy recuerdo de forma nítida, como si hubiésemos, de cierta forma, -la imagen y yo-, quedado enlazados.

Y es que un día que pedí usar el baño, me equivoqué de puerta y pude ver un lugar donde -supongo que no habrá sido tan así, pero esa es la forma que quedó grabado en mi memoria-, se juntaban montañas de pelo... Todo aquello que el peluquero iba cortando de nosotros, se iba ahí, a ese cuarto, con el piso lleno de tonos, colores y formas distintas, que eran casi como un único ser que vivía ahí, respirando junto al suelo... creciendo constantemente, aunque, -esa era la impresión que me daba- no crecía en fuerza o poder, sino sólo en tamaño, como si cargara un peso que lo hacía permanecer ahí, pegado al suelo. Silencioso.

Recuerdo que esa vez volví donde estaba mi madre y no podía despegar mi vista del pelo que iba cayendo, que parecía un poco menos pesado que aquel ser que había descubierto poco antes.

-Tiene lindo corte el niño, ¿quién se lo corta? -decía el peluquero.

Y mi madre respondía que era ella. Que era el corte a lo "príncipe feliz", y yo me acercaba entonces, y mi madre explicaba que era una melena especial, que había cierto escalonado y cosas así que en verdad no recuerdo ya con precisión y que supongo poco importan.

No recuerdo hasta cuando tuve aquel corte. Supongo que fue hasta poco después que nació mi hermana y mi madre debió preocuparse más de ella y ya no había tiempo para tanto detalle. Además, imagino, no debía hacerme mucha gracia ya aquel corte, y menos aún los cuidados y el peinado que mi madre solía hacerme hasta ese entonces, prácticamente todos los días.

Y por si fuera poco, estaba además el asunto ese del príncipe feliz.

De chico, me habían contado el cuento y lo había leído yo algunas veces -estaba en casa de una tía en una colección de colores así que pude hacerlo cuánto quise-, pero hubo un momento en especial, en que me di cuenta de algo extraño que había en ese cuento, un algo no tan luminoso y que vendría a cambiar muchas cosas, apenas logré percibirlo.

Y es que en el cuento de Wilde, me di cuenta en ese momento, más allá de toda la intención del príncipe y la ayuda de la golondrina, había una incomprensión por parte de todos los personajes, que le quitaba, en gran medida, el valor a sus acciones.

Por ejemplo la golondrina, quien había demorado su viaje pues creyó enamorarse de un junco, muestra todo el tiempo que sus acciones son movidas por algo que malentiende, incluso el entregar las joyas y el oro no llevan a la golondrina a "amar a los otros", o entender sus carencias, sino que sus acciones se limitan a ayudar a ese ser que lo atrajo en primera instancia por su hermosura física, y al que, luego de la lástima, lo une un sentimiento que no queda del todo claro que es, pero que no es el amor puro y bello con el que se resumen sus acciones, ni es tampoco la bondad que suele quedar en la memoria de aquellos que han leído el texto.

Tampoco quienes son ayudados por el príncipe valoran necesariamente la ayuda: el estudiante piensa que la joya recibida viene a premiar su propio genio, por ejemplo, y las cosas que el príncipe entrega, en definitiva, no cambian realmente ni hacen mejores a los otros. Por lo que la incomprensión sigue reinando en aquel pueblo.

El mismo príncipe feliz, actúa por que ve aquello que no veía. Pero no comprende aquello que ve. Da todo de sí mismo porque no está en su naturaleza no poder hacerlo, pero no llega a entender la naturaleza de los otros y, en cierto sentido, sus actos lo satisfacen principalmente a él, pues no logran cambiar nada realmente.

Con la golondrina, además, el príncipe parece no tener en cuenta su propio sacrificio, ni parece mirarla realmente en el relato. Y es que las acciones de ese cuento, si bien tienen como base una historia sustentada en la "bondad por el prójimo", o por el "sacrificio propio", terminan por demostrar que la incomprensión prevalece y que hasta los más bellos actos, pueden asociarse con el egoísmo cuando no vemos realmente al otro, ni a nosotros mismos, ni al ser que tenemos cerca y que nos acompaña en aquel sacrificio.

Eso creí entender entonces y no quise más el corte príncipe feliz. Me encerré en el baño después de leerlo y me tijeretee un poco el pelo, y -absurdamente- hasta me corté las cejas.

No le dije nada a nadie, por supuesto, aunque obviamente se dieron cuenta y tuvieron que cambiarme el corte y pintar los espacios blancos que quedaron en mis cejas, pero no tenía cómo explicar aquello que decía aquel cuento, aquello que yo creía ver y me perjudicaba -porque era un perjuicio no ver la bondad ahí donde todos la veían-, y de lo que además -quizá por culpa de mi padrino- asociaba con ese tercer ojo.

-No quiero tener más ese lunar -decía. Y mi madre averiguaba sobre las formas que posiblemente ayudarían a extirparlo.

-Pero es pequeño -me decían-. Ni se nota si no lo miras detenidamente...

Pero yo quería arrancarlo. No era agradable esa sensación de ver algo oscuro en el corazón de todos, de ver una incomprensión constante que hacía valer menos las acciones de los otros -y las de uno mismo, por supuesto-.

No quería tener eso más, así que un día me decidí:

Tuve un pelo amarrado largo tiempo en aquel pequeño lunar -recuerdo que apenas se podía sostener y que el objetivo era que éste se secara-, pero el asunto no parecía mejorar, así que un día frente al espejo, hice un pequeño corte e intenté sacarlo.

Recuerdo que estaba frente al espejo y tiré fuertemente... La puntita del lunar, que era lo que se veía a simple vista, comenzó a revelar que había algo detrás, algo chicloso que no tenía idea qué era y que estaba como agarrado a algo debajo de la piel. Ese algo, que pude ver como algo negro, como un nervio casi sólo que no producía dolor si no una sensación extraña, comenzó entonces a alargarse: mientras más lo tiraba, más se extendía, y parecía ser que estaba unido con largas raíces ahí, bajo la frente.

Cuando ya tenía al menos un par de centímetros de aquello fuera, recuerdo que me asusté, y tiré fuertemente de aquello para que saliese totalmente. Al hacerlo me quedé en la mano con mi pequeño lunar y con una raíz oscura y larga cono un gusano, al mismo tiempo que un gran chorro de sangre, que manchó el espejo y me hizo asustarme en verdad, salía desde el pequeño agujero que me había quedado.

Por supuesto, eso dejó sangrar al poco rato. Y donde estuvo el lunar hoy no queda huella alguna.

No sé si habrá quedado algo de él adentro, pero pasó un buen tiempo en que pensé que esa sensación de ver algo más, había desaparecido... pero con el tiempo comprendí que no fue así...

Comprendí también que había también una bendición dentro de aquella mirada, y que la amargura esa que sentía asociada a ver aquello que sentía como "el verdadero corazón de las personas", era amarga porque existía en ella la posibilidad de ser otra cosa. Una cosa mejor. Únicamente por eso.

Por lo general he entregado mal mi oro y mis joyas, y he malexigido la comprensión antes de recibir el oro de los otros.

Hoy aprendo a valorar ambos e intento comprender y sacar cosas en limpio.

En eso estoy, o intento estar, y es de las pocas cosas de las que me siento realmente orgulloso.

Soy Vian. A veces puedo ver el corazón de las personas, y hoy cumplo mis 31 años.

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