viernes, 1 de octubre de 2010

Una historia, para salir de una deuda.

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Hace un par de años, en los últimos días de trabajo en un colegio en que estuve quizá demasiado tiempo, escribí un relato un poco por chanza sobre cierto grupo de profes que nos juntamos ese año y con los cuales, de vez en cuando, nos excedimos en copas y realizamos, algunos de ellos, ciertos actos que en su momento consideramos heroicos o dignos de ser nombrados como hazañas.

El caso es que realicé un trato con algunos alumnos, sabiendo ya que me iría del lugar, pidiéndoles un texto donde pudiesen verse ciertas gestas del grupo curso a cambio de lo cual yo les entregaría este relato, que por lo demás, siempre estuvo inacabado, y perdido, y caótico a tal nivel, que nunca alcanzó las condiciones necesarias para ser entregado.

Por lo mismo, a pesar de que recibí muy pocos relatos de parte de ellos, quedé en deuda al menos con el final de aquella historia, -en parte perdida y en parte nunca hecha-, por lo que ahora, pretendo obligarme a cumplir mi parte, transcribiendo las partes que pude rescatar y completando, espero, esa historia que mis alumnos alcanzaron a conocer sólo en un inicio.

Así que aquí les va, por si todavía les interesa:
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I. El comienzo de la historia.

Todo partió porque Babá no dejaba que metiéramos al Chico en su auto. El Chico estaba gritando todavía por su pierna rota y la sangre le había comenzado a manchar el pantalón. Nosotros, mientras, nos sorprendíamos de la gran cantidad de sangre que tenía, pues nunca pensamos que hubiese cabido tanta en ese cuerpo tan pequeño.

El argumento central de Babá, era que debía vender el auto a los pocos días sin mancha alguna. Tiene que estar como Alá lo trajo al mundo, decía.

Por otra parte, los argumentos del Chico eran simples e impactantes: la pierna rota, y la sangre... pero el auto era de Babá y ese fue al final el argumento que se impuso.

Estábamos en el estacionamiento de un supermercado, a un costado del colegio..., aunque en verdad la historia partía mucho antes, ahora que lo pienso, y busco en verdad donde empezar.
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Veamos mejor los personajes:
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Babá es el profe de historia. Un día un inspector lo llamó y, frente a unos alumnos que estaban cabizbajos, le entergó un papel mientras le preguntaba si reconocía al tipo del dibujo.

En el dibujo, se veía un árabe montado en un camello y varios tipos detrás. El tipo del camello tenía además un plumón y llevaba un libro de clases en la misma mano en que sujetaba las riendas del animal. El animal era el camello, por cierto.

-Quiero que haga algo al respecto -concluyó el inspector, mientras lo dejaba a solas con el dibujo y los niños esperaban su castigo.

Babá no hizo nada con los chicos, pero se cortó la barba y hasta pensó en teñirse el pelo, pero el sobrenombre ya estaba puesto e incluso sospechábamos que a él le gustaba.

El dibujo en cuestión lo tengo yo.

El Chico es un profe de matemáticas. Usa una mochila con rueditas que le llega hasta la cintura y el mismo cuenta que nació de cuatro meses. No debe haber crecido mucho después, en todo caso. El único alumno más chico que él en enseñanza media se llama Marcos, y va en tercero, pero ese alumno no tiene piernas, así que no cuenta.

El Chico no toma, no dice garabatos, ni se imagina a las alumnas en pelota como la mayoría de nosotros. Pero de vez en cuando aparece en medio del grupo como si en mitad de la borrachera alguno lo hubiese dado a luz.

Una vez incluso el Gordo intentó meterlo en un acuario que había en un bar. Decía que quería llevarlo como un feto para el laboratorio del colegio.

El Gordo, pese a lo que podríamos suponer por la información anterior, no es profe de biología. Según él enseña inglés, aunque su pronunciación, incluso en español, deja mucho que desear. Al final, lo único indudable del gordo es que se va a quedar soltero. Aunque extrañamente no lo asume.
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De hecho, una vez que habábamos de esto nos exigió razones. Esa vez estábamos en un bar y él tenía la panza afuera. Le habíamos escrito con plumón en la guata el pronóstico para el resultado final de un partido de fútbol... además de otras figuras de dudosa procedencia. Y cómo se enojó por lo de la soltería, no se dio cuenta que estaba la cerveza al lado y la volteó sobre la mesa. Mientras lamía lo que quedaba le intentábamos explicar las razones, pero el Gordo no escuchaba.

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Lo peor de esta historia es que es un drama. Pero no logro hacer que suene como tal. Por eso he decidido no seguir con los personajes y explicar de mejor forma todo esto.

Son las 14:20 de un día de septiembre. Esperamos el aguinaldo que no llega. No podemos irnos a casa porque se nos exige quedarnos 10 minutos más aunque ya no estemos haciendo nada. Mientras, como hay un tragaluz en la sala de profesores, el sol comienza a llegarnos, y nos da sed.

Una semana atrás habíamos estado todos ayudando en una fiesta del colegio. Una de esas que se hacen por las fiestas patrias. Babá había incluso sobornado a unos chicos para que se vistieran ridículo y se quedaran quietos a la entrada del colegio, quién sabe con qué objetivo. Incluso el Gordo, aunque después lo negó, estuvo bailando pascuense, con una máscara rara. Su guata era tan familiar que la reconocimos al instante. Incluso quedaban rastros en ella de los dibujos que habíamos hecho varios días atrás.

El caso es que a todos nos tocó una labor estúpida. Aunque yo gané porque me tocó recoger los tarros. Había una fila inmensa lanzando pelotas de tenis a dos grupos de 15 tarros cada uno. Cada jugador tenía derecho a lanzar tres veces a ambas pilas de tarros. Recuerdo que ese día corté más de 650 vales... y bueno, ya pueden sacar la cuenta de cómo estaba, -al menos si estudiaron matemáticas en un colegio mejor que ese- de tanto recoiger y volver a reubicar esas porquerías.

Como sea, la situación es que esperábamos algo, alguna retribución. Desde un aguinaldo decente o hasta un humilde vaso de chicha. Vuelven entonces a ser las 14:20. Yo me aseguro al lado del Chico por si dan chicha, para quedarme con la de él. En eso estamos cuando nos reparten un documento.

Felices fiestas patrias, comenzaba. Recuerdo que todos aquí nos pasamos rollos e incluso el Gordo se los sobaba, literalmente. Además estaba firmado por la directora que se había comprado un auto nuevo por esos días y suponíamos tenía algo para nosotros.

Junto con agradecerles... me gustaría invitarlos... -acá todos transpiramos un poco y ya estábamos destapando las cervezas...- me gustaría invitarlos a que siguieran trabajando...

-Espera. -La voz de Babá interrumpe la lectura, sorprendido...- ¿Podrían leer eso de nuevo?

-Me gustaría invitarlos a que siguieran trabajando... -repitió el Chico y le llegaron como tres charchazos por ingenuo.

Entonces la cara de Babá se detuvo en una posición extraña. De haber tenido un camello estoy seguro que éste lo habría desconocido y se habría ido por su cuenta. Aunque de haber sido así estoy seguro que lo hubiese encontrado nuestra propia directora. Y no lo habría devuelto.

Dicho sin eufemismos, Babá casi se caga. El Gordo, menos eufemístico aún, lo hizo directamente, así que tuvimos que dejar la sala porque estaba tóxica.

Para resumir, el punto es que ocho horas después estábamos todos borrachos en casa de otro profe cuyo pelo ya escaseaba.
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*

Pero por aquí no va la historia. Pienso que debo llegar a la pierna rota del Chico y falta mucho qué contar. Y hacer de esto una secuencia es algo difícil. Apenas tengo imágenes sueltas qué ordenar. Me está pasando como en clases. A veces los chicos reclaman porque debo quedarme en el recreo para terminar de explicar algo. Lo peor es que nunca termino. No sé por donde va, les confieso a los últimos que salen de la sala. Y ellos se ríen, como si fuera broma.

De hecho, todos se ríen cuando hablo en serio. Por eso prefiero decir estupideces, aunque en verdad ahí se ríen menos, y se distraen. Y hasta pifean. Cuando digo ellos pienso en los alumnos, por si acaso... aunque en verdad creo que con los profesores me sucede lo mismo.

-La hueá tonta... -me dice el Gordo mientras se ríe- ¿Cómo se te ocurre que vamos a saltar la pared y entrar al colegio...?

Yo le explico entonces que es la única manera de recuperar la chaqueta de Babá, que es a todo esto el centro de este asunto.

-Igual podría ser -dice Babá, medio urgido porque el colegio estará cerrado una semana y tiene dentro el poco sueldo que le queda.

-Igual es medio peludo... -dice el profe medio pelado. Y entonces pìenso en qué figura literaria habrá sido esa hueá que acaba de decirse. Además, de paso, pienso que no puedo vivir las cosas sin escribirlas en mi cabeza. Como si mi cabeza estuviese igual de rayá por dentro que la guata del Gordo por fuera.

No dejo de pensar en esas cosas hasta que veo al chico con la pierna rota. Y es que caer de sobre la pared debe haber sido pal poobre como caer desde un cuarto piso.

-Y fue por vos po Babá -le recrimina el Gordo al árabe- Metamos esta cuestión adentro y vamos por tu chaqueta.

Al final Babá decide meter al Cico en su auto, aunque le envolvimos la pierna en una tela que estaba tirada por ahí, para que no le manchara el auto.

-¿Y como pensay pasar tú, Gordo? -le decimos desde el otro lado de la pared. Y es que se nos olvidó que al Gordo le cuesta hasta subir las escaleras.

-¡De ahí los alcanzo! -nos grita, mientras lo imaginamos correr hasta el puesto que hay al otro lado del colegio y comerse dos o tres completos, para empezar.


II. En el interior del colegio.

Entrar al colegio a oscuras fue como entrar a una ballena. Todo nos parecía extraño y en distintos lugares se hacían sombras, como si estuviésemos al interior de algo vivo. Era como estar en el infierno de los profes, aquel donde los alumnos te podían hasta penar y ya no había amedrentamiento posible.

No sé qué nos pasó entonces, pero supongo que cada uno de nosotros salió en una dirección distinta. El caso es que de pronto me vi solo, junto a una puerta que daba hacia algo similar a un gimnasio y que solíamos llamar de esa forma.

Luego supe que Babá y el profe medio pelado habían estado buscando las llaves de la sala -o algo para abrir la puerta- para no tener que romper un vidrio. Y que incluso Babá había subido para tratar de ingresar por el tragaluz.

-Desde arriba se le veía la media pelá al otro... -me dijo después riéndose, ya con la chaqueta en su poder y contándome que habían descubierto hasta un solarium en la oficina de la directora.

Yo en cambio tuve una experiencia demasiado extraña y que decidí no contar, o que conté a medias. No por ocultarla en todo caso, sino por aquello de que iban a creer que bromeaba y eso que me pasaba casi siempre en ese entonces.

En cuanto a mí, lo primero que pasó fue un perro. Un gran perro que al parecer dejaban cuidando el colegio y que al verme se lanzó en picada y me obligo a subir por las graderías del supuesto gimnasio, rogando por que el animal no supiese subirlas o hubiese reprobado un curso de montañismo.

Recuerdo que ahí el tiempo pasó extraño. Es decir, no sé si ustedes han intentado medir el tiempo mientras les ladra un perro, pero les aseguro que transcurre de una manera totalmente distinta a la habitual, y hasta te crea otra atmósfera.

El caso es que tras cierto rato el perro se fue. Yo pensé que se había aburrido, pero luego me contaron que había perseguido a Babá y que en la pelea, le había arrebatado la chaqueta, pero sin hacerle mayor daño.

Yo, en tanto, me crean o no, vi a un chico como de 8 años sentado en la parte baja de las escalas, y me acerqué hasta él, recordando el caso de un chico que se había quedado en un juego de Mc Donalds toda una noche y pensando que quizá le había pasado lo mismo.

Pero lo que pasó con aquel chico, aunque haga que esto se alargue, merece un enunciado aparte, y hasta un tono distinto, para que no se tome a la ligera.

III. El niño con el casquete rojo.

Lo primero que me asustó cuando me acerqué a aquel chico fue que el uniforme que llevaba pertenecía y no pertenecía al colegio. Es decir, era el uniforme, pero era el que había tenido en sus inicios, hacía ya como 15 o 20 años, justamente cuando yo estudiaba en aquel lugar.

Porque, -creo que no lo dije antes-, no sólo era profesor de aquel lugar, sino que había estudiado la totalidad de mi enseñanza básica y media en el recinto, y podía reconocer entonces ese ridículo casquete rojo que nos hacían usar antaño, pretendiendo hacer parecer ese colegio, que había sido totalmente gratuito en aquel tiempo, un lugar que se ajustaba a otro modelo, según palabras de la directora.

-Hola -le dije al niño, intentando un tono que no lo asustara.

-Hola -me contestó, como si fuese lo más normal del mundo que nos encontrásemos ahí en aquel momento.

Y como yo me sentía mareado y la verdad estaba un poco aturdido por lo del perro y encontrarme con él, me senté en silencio a su lado, y cerré los ojos, como para que todo volviese a su lugar.

-Este lugar no existe -me dijo entonces aquel niño-. No existe todavía.

Yo guardaba silencio y seguía con los ojos cerrados.

-Todavía no se compra este terreno y aquí hay una casa donde vive un viejito y su hija que lo cuida. -Yo sentí que el niño se movió, pero no quise abrir los ojos-. ¿Tú quien eres?

-Soy Vian -le contesté.

-¿Vian?

-Sí, Vian.

-Quizá lo seas, o lo serás, pero hay algo raro en eso...

-No hables de eso -le interrumpí.

-Hace poco leí un libro -me dijo el niño-. Tuve que contarles a mis compañeros de qué trataba y todos me miraban raro. El libro trataba de torturas, de hombres que torturaban a otros hombres...

-A veces pasa -le dije algo molesto.

-Sí, pasa. -Me contestó-. Pero no me hagas callar. Sé que no te gusta hablar en serio...

-No lo sabes- le dije-. No me conoces.

-Sí te conozco. No te gusta hablar en serio. Eres demasiado serio para hablar en serio. Exiges demasiado de los otros si hablas en serio y tienes miedo de que eso te termine dejando solo.

-No sé de que hablas...

-De lo que exiges... y de lo que te exiges...

-¿Y me vas a decir como todo que no debo exigir tanto y todo eso que se agrega...?

-No. Yo pienso igual que tú. Por eso estoy acá. Me vengo al final de las clases a ver al abuelito. No le hablo, pero lo veo. Se sienta en una banca de madera que hay en el patio. Creo que con el tiempo lo veré morir...

-¿Cómo...?

-Morir. Sentado en esa banca. O casi... Lo estaré viendo y su hija vendrá a traerle algo y descubrirá que no se mueve... ella gritará y llamará a los vecinos. Luego llegarán otros y le dirán que está vivo y llamarán un ambulancia. Pero el viejito nunca volverá...

-¿Es cierto eso?

-Es cierto, es una de esas cosas que olvidaste. Esas que no supiste a quien contar y que te hicieron así...

-Así tan mal, dices tú...

-No, no estás tan mal. Yo te hallo chistoso y me gusta que lo seas...

-Yo no soy chistoso, la gente se ríe cuando hablo en serio...

-No. Eres chistoso. Y alegre de una forma que desconoces y que yo estoy empezando a olvidar, por estos días...

-No hables de eso...

-No lo voy a hacer. Sólo quería decirte eso. Que eres chistoso también, que tienes derecho a reírte y a alegrarte sin culpa...

-¿Qué más sabes de mí?

-Que estás confundido, que tienes miedo...

-Y que soy chistoso...

-Ja, si chistoso... ¿todavía eres profe acá?

-Sí, hasta final de año quizá... ¿qué sabes tú? ¿Será hasta final de año?

-Sí, acá sí por lo menos. Te vas a ir sin plata eso sí... eso también es chistoso... incluso vas a pagar deudas que ellos mismos tienen contigo con tal de no verlos de nuevo...

-No creo, quizá consiga un abogado, quiero la plata, por último para devolverla y decir que no la quiero...

-Sé que no la quieres... y el abogado te va a estafar... y luego no querrás otro...

-¿Qué más va a pasar?

-¿Respecto a qué?

-Sabes respecto a qué...

-Mmm, ¿quieres saberlo?

-Sí.

-La perderás también... creerás que estás mal y te enredarás en tonteras... con el tiempo verás de otra forma en todo caso...

-¿Qué más ves? ¿Una hija...?

-Quizá, pero si te lo digo las cosas cambian... Lo que pasa es que vas a tener que acordarte de lo que yo estoy empezando a olvidar... ah y quererte por supuesto... y alegrarte de verdad... hasta vas a cantar en un grupo musical... ¿me crees?

-Ja, pero si canto como las hueas...

-Sí sé, te estaba leseando con eso...

Entonces reímos los dos un rato.

-Cántame algo... -me dijo entonces.

-No, -le dije- te querís reír...

-Sí me quiero reír, pero quiero que te atrevas a cantar algo...

-No sé, no me atrevo en verdad, nunca me he atrevido...

-Será chistoso... y bueno...

-¿Puedo decirte algo antes?

-Sí.

-Disculpa, te voy a hacer sufrir harto con el tiempo... y de puro tonto...

-Sí, ja, de puro tonto... si sé... pero se vienen también cosas buenas, piensa mejor en eso... cuéntame mejor de tu hijo... ¿está bonito?

-Hermoso -le digo, mientras siento que se me pasa un poco la borrachera-. Brillante y bonito... y chistoso...

-Como tú...

-No... bonito en serio... y alegre en serio... por ejemplo él, -le digo-, se habría atrevido a cantar.

-Tú también lo vas a terminar haciendo.

Entonces, me decido a abrir los ojos, pero al buscarlo sólo veo el casquete rojo.

Todo estaba tan oscuro y era tan extraño que al final decidí hacer algo que no hubiese hecho: me puse a cantar, desafinado supongo, pero lo hice, y me largué a reír con lagrimones como cabro chico, y hasta me puse el casquete...

Pasaron así unos minutos, y supongo que luego me dormí.

Al rato siento que me mueven sacudiéndome del hombro.

-Te estábamos buscando hueón -me dice Babá- Hay un cuidador y un perro.

-A este hueón el perro le agarró la chaqueta -complementa el medio pelado- pero al final la encontramos.

Yo les inventé una historia más verosímil y les hablé de un cuarto con cosas viejas desde donde habría sacado el casquete.

Salimos del lugar y la historia sigue. Pero creo que lo importante ya se dijo. Quizá sólo basten algunas informaciones, para terminar todo, como esas que aparecen en los cuadernos de los chicos que toman apuntes:

La pierna del chico con el tiempo quedó bien, aunque igual de corta.

Babá vendió el auto y se compró un camello.

El Gordo se comió seis completos y se tomó como tres litros más de cerveza aquella noche.

Yo no supe entender, en ese entonces, todo lo que aquel niño me dijo ese día.

Al profe medio pelado le hicimos, por joder una peluca con pelos de choclo.

Por un tiempo pensé que me había imaginado todo, pero con el tiempo me dijeron que me habían escuchado cantar y no hay ninguna forma racional de explicar lo del casquete.

Creo que el chico ese tenía razón. Y hasta se guardó de contarme cosas buenas.

Soy Vian, y si les importa, estoy mucho mejor, por estos días.

4 comentarios:

  1. http://www.youtube.com/watch?v=rcSls9C9Z84&feature=related (la canción que canté, o que debí haber cantado...)

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  2. lo del casquete rojo en el colegio; no tenía idea.
    lo de que fue gratis; ni lo imaginaba.
    lo de mucho mejor por estos días; que bueno.

    regalo musical:
    http://www.myspace.com/pablolefio
    descargue el ep! es de un buen amigo mio, que conocí gracias a mi pololo, de hecho él le hizo la carátula.
    saludos-

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  3. jajaja siempre me habia preguntao que habia pasado con esa historia, creo que esa ver quedo a medias o estaba volado y no me acuerdo jaja saludos profe

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