jueves, 11 de noviembre de 2010

Carl Panzram y Jack Abbott, o sobre la vida sobrevalorada.

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I. Carl Panzram, o la encarnación humana del mal.

"Lo que yo hago es reformar personas"
Carl Panzram.

Reformar personas. Eso era la verdadera labor que decía tener Carl Panzram, uno de los asesinos en serie más importante de los que se tiene registro, y que fue colgado hace aproximadamente 80 años, sin mostrar arrepentimiento ni intentar aplazar o evitar su condena.

Tampoco aceptó visitas y amenazó matar a quien lo intentara, y hasta apresuró al verdugo al momento de su ejecución, entre muchas otras acciones que sólo lograron aumentar el mito de este hombre que se calificó a sí mismo como la encarnación humana del mal.

Violó y asesinó niños, incendió numerosas casas e iglesias, mató, -según las palabras recogidas en sus memorias-, simplemente por placer, porque la vida humana le parecía algo sobrevalorado, y porque era necesaria, en definitiva, una reforma.

Sin embargo, la reforma a la que hacía referencia Panzram, no estaba enfocada en las víctimas, si no que estaba dirigida a la sociedad, al lugar donde las víctimas parecían sentirse a gusto, protegidos, e importantes.

En este sentido, Panzram, -sin ser un gran pensador del asesinato-, señala que el sistema de valores y de reglas que se tiene en la sociedad, debe ser reformado:

"Sus reglas, hasta las más mínimas, ¡todas!, incluso las religiosas, han sido rotas por mí. Ninguna regla evitó que yo pudiese romperla... y si hubiese nuevas reglas, también me apresuraría a romperlas... ¡sus reglas no existen en la realidad! y esta es la humillación a la que los someto sin que ustedes puedan hacer nada..."

Esa humillación, por lo demás, -quizá la misma que lo llevó a violar y torturar a prácticamente todas las víctimas antes de darle muerte-, parece así ser parte importante de la motivación de este hombre, quien no cesa, hasta el momento de su muerte, de mostrar a los otros cómo un sistema completo de valores puede ser negado y sobrepasado, por la voluntad de un solo hombre.

Porque no me vengan ahora con que el sistema triunfó. O que su muerte terminó por demostrar que sus valores estaban equívocados. Nada de eso.

Y es que Carl Panzram se salió con la suya. Demostró que las reglas y leyes son algo así como una raya hecha en el aire, una barrera inexistente y ridícula que se sustenta en algo igual de arbitrario como la maldad o el absurdo que regía sus propios actos, y que tan extraño puede parecernos, a primera vista.
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II. Jack Abbott, o El hombre que no pudo ser salvado por el arte.
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Desde los 13 a los 58 años Jack Abbott pasó prácticamente toda su vida en prisión. Desde ahí, envió unas 1000 cartas al escritor Norman Mailer, quien intercedió tanto por la publicación de aquéllas como por la libertad de este hombre que, hasta ese momento, sólo había dado muerte a un hombre, al interior de la prisión, y en una situación que ni siquiera había quedado del todo clara.

El resumen de la historia nos dice que ambas acciones fueron realizadas con éxito. Por lo que Abbott se vio prontamente convertido en una celebridad y hasta se reunió con otros escritores y fue invitado a importantes programas de televisión.

Todo un triunfo del arte, se decía. El arte, capaz de reformar a un hombre y enseñarle el verdadero valor de la vida humana -según palabras de Mailer, en su apelación-.

Y claro, debió haber sido agradable para los escritores y artistas esto de "rescatar" a un asesino y devolverlo a la categoría humana, como se daba a entender por ese entonces, y hasta deben haberse sentido de forma similar a aquel médico que siente que le salvó la vida a un paciente sólo por hacer lo que le correspondía hacer, e incluso, lo que cobra por hacer.

Pues bien, resultó que Jack Abbott también terminó actuando como le correspondía. Es cierto, era un gran escritor, y era un hombre que había logrado instalarse de lleno ahí donde otros habían soñado llegar. Pero resultó que había un detalle... y es que al igual que Panzram, Abbott no veía mayor valor en la vida humana.

Resultó entonces que tras una discusión con un aspirante a actor que trabajaba de mozo en un restaurant al que Abbott había asistido, el ex-recluso terminó por volver al asesinato, acuchillando a aquel tipo que intentaba hablarle de su obra, de su admiración, y le contaba de un artículo que había escrito a favor de sus obras y que se publicaría al día siguiente en un diario de Nueva York.

Y claro. Abbott no aguantó a este tipo. Como tampoco aguantaba a esos otros que tanto hablaban del arte como algo que engrandecía supuestamente la vida humana, y que tan felices estaban con su nuevo estatus.

Y es que de una forma excactamente inversa a como algunos artistas parecían menospreciar a aquellos que "carecían de arte", era como Abbott menospreciaba el valor de la vida humana de aquellos que buscaban a través del arte, superarla.

"Lo maté simplemente porque era un tipo sin talento, uno más de los que quería acceder a la vida a través de intentos equivocados... del arte... ¡lo acuchillé mientras él decía esa palabra...!"

Sucedió entonces que todos se arrepintieron de haber ayudado para que Abbott saliera en libertad. Los juicios críticos disminuyeron y no faltó el que dijera que, si bien era un buen escritor, "Abbott poseía la técnica, pero no llegó a conocer el arte...".

Y todos hablaron del chico muerto. Y hasta señalaron tras encontrarle unos escritos -pésimos intentos de obras teatrales- que aquel muchacho quizá hubiese alcanzado el arte...

¡Ja! El arte...

Abbott entonces fue condenado y tras aguantar varios años en prisión se ahorcó en su celda tras dejar una carta que extrañamente, nunca se reveló, pero que trascendió, según lo que se señaló en ese entonces, hablaba principalmente del arte y de la vida humana, señalando que ambas estaban sobrevaloradas.
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III. Dos artes poéticas o la necesidad del valor agregado.
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Entonces pienso en las dos últimas acciones de estos hombres. Y las imagino incluso como sus inigualables artes poéticas.

La carta perdida de Abbott y "una canción obscena y de su propia autoría", que habría cantado con todas sus fuerzas Panzram antes de ser ejecutado.

Y pienso por último en aquello que vieron o sintieron estos hombres al matar a otros y entender, según lo que expresaron, el verdadero valor de la vida humana... ese valor mucho más pequeño del que creemos tener y que no somos capaces de reconocer pues acostumbramos sentir que nuestro papel es preponderante y que somos, en gran medida, los protagonistas del mundo.

Qué pequeñitas y frágiles pueden parecer nuestras vidas, vistas desde ahí...

Cuánto cuidado al vivirlas habría que tener, si es que estamos dispuestos a asumir que el valor que tiene la vida -por sí misma- es tan bajo...

Habrá que luchar entonces por entregarle algo así como un valor agregado, y hacer que cada una de nuestras acciones -¡y olvídense del arte!- pasen a ser el verdadero fundamento del valor que puede alcanzar la vida humana, para nosotros.
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