viernes, 26 de noviembre de 2010

Sobre la libertad que no me convence, o el colmo de un profe de lenguaje.


“La esclavitud es en sí y por sí injusta,
pues la esencia del hombre es la libertad.
Sin embargo, para el ejercicio de esa libertad
se necesita cierta madurez.
Es, pues, más conveniente y más justo
la eliminación progresiva de la esclavitud
que su súbita abolición.”
Hegel.

Suena extraña la palabra libertad. Como que no me convence.

Quizá esta sensación provenga de su naturaleza de sustantivo abstracto. Aunque debo reconocer que hoy por hoy casi la totalidad de los sustantivos me parecen abstractos.

Si no puedes buscar una nube con la forma semántica de una palabra, -decía Otto Wingarden en una de sus cartas-, el significado de esa palabra no existe, y debes desconfiar de ella.

Por otra parte,-y siguiendo esta idea-, yo no soy muy dado a mirar las nubes. No al menos con el objetivo ese de buscarles formas y relacionarlas con un objeto referencial concreto.

Cuando había que buscar alguno, -ya fuera porque una situación social o un momento romántico lo requería-, siempre terminaba encontrando nubes, simplemente. Y a veces me traía problemas.

-No se vale encontrar nubes en las nubes, -me decían-, si te molesta estar con nosotros o sientes que hablamos hueás tenís que decirlo…

O, si la situación era más íntima -más cursi en realidad-, ocurrían otros problemas:

-Lo que pasa es que no sientes nada por mí. Si de verdad me quisieras verías flores, corazones o hasta mi rostro…

Pero bueno, yo veía nubes. Y cómo además no soy muy bueno mintiendo no se me daba inventar.

Hoy, sin embargo, la situación es todavía más difusa. Pues cuando miro nubes ni siquiera veo nubes, sino que observo algo que ya no me atrevo a arrastrar hacia el interior de una sola palabra.

Por eso hablaba de libertad en el epígrafe, o al comienzo de este texto.

Porque de cierta forma siento que el mundo en el que soy, ha comenzado a ejercer poco a poco su libertad, y ya me es imposible sentir que lo retengo en palabras o signos concretos.

Con todo, la sensación que eso origina en mí, no es de ningún modo incómoda, o molesta, sino que es más bien similar al proceso ese al que se refería Hegel como eliminación progresiva, y que quizá haya de terminar con la emancipación total de aquello que no soy yo y que uno se ha acostumbrado a nombrar y encarcelar en signos mezquinos y arbitrarios que cada vez me producen más rechazo.

No sé qué vendrá después, en todo caso.

El silencio quizá, o la sensación de estar rodeado siempre de cosas nuevas, aromas desconocidos, formas puras.

Y entonces llegará el momento en que la palabra libertad se abrirá realmente como una cáscara, y saldrá de su interior un algo que ha permanecido encerrado, y que ya comienza a apolillarse y atrofiarse, allá adentro.
.

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