domingo, 21 de noviembre de 2010

Vian, el verdadero Bielsa chileno. (Cuarta parte)

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IX.

El cielo estaba oscureciendo mientras yo pensaba que el enano tenía razón. Es decir, en cuanto a lo lamentable que era que el mundo no tuviese luz propia.

Sin embargo, como debíamos apurar el partido, dejé de pensar, y decidí poner en guardia a los contrincantes.

Hablé con el primer grupo:

-Debo admitir que me gustaría que ustedes ganasen –les dije a Los Plegables, mientras doblaba y desdoblaba un papel para asegurar su atención-. Pero lo importante es que se entretengan.
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-Además -continué-, supongo que algo ha de significar todo esto, aunque no esté muy claro, todavía.
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Por último, ya que todos seguían en silencio, apelé al gesto heróico:
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-Ellos serán más esta vez, pero la pelota sigue siendo una -concluí, intentando explicarles que Los rascacocos y Los supositorios pasarían a ser un solo equipo.

Los plegables me miraron y asintieron. Luego les repartí papeles a cada uno para que siguieran concentrados un momento mientras hablaba con los del otro equipo.

*
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El otro equipo estaba custodiado por Mario. Al parecer había sedado a dos que estaban tendidos a un costado así que al final contábamos con cuatro Rascacocos y cuatro Supositorios.

Los primeros estaban aún con las manos en sus calzoncillos, pero al parecer habían dejado de apretarse pues estaban tranquilos y parecían concentrados.

Dispuse al equipo de la mejor forma que pude, aunque me fue imposible convencerlos de que no se podía jugar con tres arqueros.

-El arquero es como el corazón –les decía- siempre hay uno.

-Pero los pulpos tienen tres –me dijo el de los palillos chinos, mientras se hurgaba la nariz con uno de ellos.

X.

El partido esta vez fue muy extenso. De hecho, en el entretiempo, Mario les repartió a todos un poco de té y un sándwich con mortadela. Y luego los internos reposaron largo rato.

Además, la cancha estaba oscura y costaba ver la pelota, por lo que hubo más golpes y caídas y se hacía necesario detener el partido cada cierto rato.

Pasada una hora y viendo que los muchachos no corrían me atreví a recomendarle al árbitro, que se había sentado en una orilla, que detuviese el encuentro.

-Yo lo detengo cuando Mario dice –me dijo el árbitro, y se tendió de espaldas.

Mario, en tanto seguía relatando el encuentro, aunque parecía molesto.

“¡Vida de mierda…! ¡Mujeres de mierda…! ¡Partido de mierda…! Y qué mierda, señores… ¡Fome como acantilado…! ¡Sí, a… can… ti… la… do…! ¡Y al final del acantilado más mierda! ¡Cánsense locos culiaos…!”

Entonces, mientras esperábamos el final y tanto los jugadores como el árbitro se habían quedado tendidos en la cancha, vimos llegar al último equipo.

XI.

El último equipo venía de forma extraña. Todos tenían un aire extraño, pero distinto al de los otros internos. Vestían petos como todos, pero había algo, pensaba, algo que los hacía distintos, aunque no sabía qué.

Mario, por ejemplo, apenas los vio llegar, cambió el tono de su relato, y hasta le indicó al árbitro que diera por terminado el partido.

-Han ganado los Rascacocos –sentenció Mario dando fin a su relato, olvidando incluso que ellos habían jugado aliados con Los supositorios-.

Entonces el tipo colorín, que supuestamente era doctor y que me había metido en ese lío se acercó a hablarme.

-Lo felicito. Mario me ha informado que todo ha salido de buena forma me dijo.

-Pero si Mario no ha salido de acá en ningún momento –le contesté.

-Acá hay códigos distintos –me susurró, como en secreto. Y no quise discutir más.

Entonces me fijé que el doctor también se había puesto un peto y que sólo lo acompañaban cuatro jugadores.

-¿Usted va a jugar? –le pregunté.

-Sí, y espero que usted también lo haga, -contestó riéndose.

XII.

Yo pensé y repensé la situación. Estaba oscuro. Debía jugar con Los Rascacocos que estaban cansados y a medio dormir a un costado de la cancha, y además quería que terminara aquel asunto. Para terminar, y por si fuera poco, yo también me sentía cada vez más extraño.

-No creo que sea prudente hacer el partido –le dije al tipo colorín-. Además los internos están casi dormidos y ya debe ser hora de que lleguen los otros médicos y…

-Estos son los otros médicos –me dijo el colorían apuntando a su equipo-.

-¿Cómo?

-Que llegaron hace un rato. Ya han acostado a los internos y ahora vamos a terminar el día venciendo a ese equipo y todo quedará en orden.

-No entiendo.

-Es una manera de ejercer autoridad. Es bueno que sepan que les ganamos, que somos mejores…

-Pero yo jugaré por los locos…

-Mmm, no lo había pensado –admitió-. Juega entonces para nosotros. No se van a dar cuenta…

-Pero es que no es justo.

-Nada es justo, compadre… Míralos no más y dime si es justo… qué tiene un partido más o un partido menos, cuando les tocó ser así.

Yo estaba molesto. No era asunto de justicia ni de nada, simplemente que miraba a los doctores y me nacía algo así como rabia. Ellos conversaban cuerdamente y no habían bebido de ese té que hasta a mí me había afectado ni estaban encerrados, ni…

-¿Y? ¿Jugamos? –me apuró.

-Juguemos –le contesté-. Pero yo por Los Rascacocos. Y además necesito un director técnico.

-¿Hablas en serio?

-Sí. Y quiero que sea el enano de allá –dije apuntando al capitán de El mundo no tiene luz propia.

Por último, me presentaron a los doctores, ordenaron a los internos en las gradas y eligieron a algunos para que sujetasen unas linternas grandes, con los que iluminaban la cancha.

Sólo entonces, comenzó el partido.
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1 comentario:

  1. Ojala hayan ganado... exijo saber el desenlace de esta historia cuanto antes.

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