sábado, 20 de noviembre de 2010

Vian, el verdadero Bielsa chileno. (Segunda parte)


IV.

Entonces comenzó el torneo.

La estructura era extremadamente simple. Dos partidos a modo de eliminación y luego una final entre los dos ganadores.

Sin embargo, lo extraño era que el ganador de esa final, debía enfrentarse luego con el quinto equipo que, supuestamente, estaban junto al enfermero colorín, entrenando en otro sector.

Mario me presentó al interno que había elegido como árbitro, un tipo de casi dos metros, con los brazos llenos de tatuajes y aparentemente sedado, pues no podía fijar la mirada y le colgaba un hilo de baba que le llegaba hasta el pecho, donde se le hacía una poza como una insignia.

-El árbitro dice que el primer partido será entre El mundo no tiene luz propia, y Los plegables –me dijo Mario, aunque el que iba hacer de árbitro no era capaz de decir palabra alguna.

Yo asentí y comencé entonces mi labor de director técnico.

Mario, mientras, instalaba la amplificación, pues al parecer, se iba a encargar de transmitir los partidos.

Instrucciones para Los Plegables.

Apenas me vieron, Los plegables se quedaron en silencio y esperaban mis instrucciones con una hoja blanca extendida entre sus manos.

Así, a medida que hablaba, ellos iban traduciendo mis palabras en pliegues y formando figuras.

-¿Conocen el fútbol? –les pregunté. Ellos guardaron silencio, y doblaron la hoja por la mitad, como si les hubiese dado esa instrucción.

-Miren el fútbol es sencillo -continué-. Ustedes son un equipo y deben intentar meter la pelota en el arco de los otros y tratar de que no entre la pelota al arco de ustedes, ¿se entiende?

Ellos no contestaban y seguían doblando sus papales, pero supuse que entendían completamente.

-Uno de ustedes tendrá que ser arquero –lo elegí yo de inmediato, para evitar problemas-, y él es el único que puede tomar la pelota con las manos. Ustedes en cambio, -les dije a los otros-, sólo pueden pegarle a la pelota con los pies, ya sea para tirarla hacia el arco o pasársela a otro compañero…

Seguí con las instrucciones un rato más. Luego les indiqué las zonas de la cancha donde iban a jugar y les dejé una pelota para que entrenaran a un lado del arco, pero nadie me tomó en cuenta, y siguieron con sus dobleces.

Luego, al final, todos se acercaron y me entregaron sus papeles. Habían doblado todo de una manera muy extraña, pero, increíblemente, cada uno había hecho exactamente la misma figura, que me entregaron sonrientes.

Entonces, justo cuando me iba a ir sin lograr sacarles palabra alguna, uno de ellos me dijo:

-No nos gustan las palabras, porque son como papeles doblados –yo me fijaba que los otros escuchaban y asentían- y tú no sabes darles formas.

Luego entraron a la cancha y se sentaron a esperar cerca de un arco.

Instrucciones para El mundo no tiene luz propia.

Al parecer los integrantes de este equipo sabían ya algo de fútbol. De hecho el tuerto, que era además el que menos se quedaba tranquilo y saltaba de un lado a otro, decía que había jugado varios años a la pelota.

-¡Yo también! –gritaba el manco-. Y jugué diez años más que tú.

-No puedes saber –le decía, extrañamente lógico, el tuerto- porque no sabes cuánto jugué yo…

-Si sé -insistía el manco- jugaste 10 años menos que yo…

Y entonces comenzaron a perseguirse y lanzarse escupos, hasta que el enano les gritó y ellos se detuvieron.

-¡El mundo no tiene luz propia! –chillaba el enano-. El sol sí, y las tortas que brillan cuando cumples años…

-Pero esas se apagan –le porfió el tuerto.

-El hombre las apaga cuando sopla, ¡cuando respira! ¡Por eso el mundo se apagó…! -gritó el tuerto, logrando que el otro se callara definitivamente.

Entonces el enano y el gordo, -que era además el que lo miraba más atento- se taparon la nariz y la boca y, según lo que entendí, intentaban no exhalar el aire, aunque luego de un rato se olvidaron y yo pude seguir con mi instrucción.

Al final mandé al gordo al arco y acepté la decisión de los otros cuatro, que sólo quisieron jugar de delanteros, así que la formación quedó bastante extraña.

Yo, en todo caso, debo admitir que prefería que perdiesen, pues eran bastante más difíciles de manejar que Los Plegables.

V.

El partido fue fome y extraño, tanto que por un momento pensé que se anularía el campeonato.
.
Los dos equipos estaban en la cancha y el árbitro, luego de que le recordásemos, hizo sonar el pito, pero nadie se acercaba a la pelota.

Al final fue el arquero de Los Plegables quien llegó hasta la mitad de la cancha, y tomó la pelota con las manos y comenzó a correr hacia el otro arco.

A los pocos segundos varios estaban sobre él y tiraban patadas que daban en cualquier parte, menos en la pelota que se había desplazado hacia un costado, sin que nadie la tomara en cuenta.

Yo intentaba -por hacer algo-, dar instrucciones a un costado, pero nadie me tomaba en cuenta, mientras Mario relataba, como si estuviese viendo otro partido.

“Tremendo partido señoras y señores. Goles por doquier y un empate 8 a 8 que puede romperse en cualquier momento… ¡Huuuy! Casi llega el décimo… ¡Qué partido tenemos…! Toda una codillera de goles… Sí… ¡co… or… di… lle… ra! ¡y de goles…!”

Yo, a un costado de la cancha, no entendía nada. Además el árbitro comenzaba a despertarse y corría por la cancha tocando el pito sin que nadie hiciera nada.

Entonces me fijé que uno de los plegables estaba junto a mí muy cerca de la pelota.

-¡Tómala! –le decía- llévala con los pies o con las manos, ¡da lo mismo! ¡Métela allá!

Pero el tipo no se movía.

Tomé entonces un papel y comencé a mostrárselo. Yo lo doblaba y le hacía gestos para que hiciese un gol. Luego de varios dobleces pareció entenderme y corrió hacia el arco llevando la pelota dominada como si hubiese jugado toda la vida… y como el gordo se había acostado a un costado del arco hizo el gol sin dificultades…

-¡Gooool! –le gritaba yo al árbitro, mientras pasaba corriendo por mi lado, y lo seguía por el borde de la cancha-. ¡Goool!

Entonces Mario se percató y comenzó también a gritar, como si hubiese sido un interno más… tan fuerte que logró que todos se detuviesen y volvieran a quedarse tranquilos…

“¡Gooool, locos culiaos! ¡Goool! Justo cuando se acababa el partido… Justo cuando los glaciares se derretían… un gol como una península… ¡sí! ¡pe… nín… su… la….! ¡Goool, locos culiaos! Han ganado Los Plegables…”

Y entonces Mario dejó el micrófono y fue hasta la cancha y dio por terminado el partido.
.
Los del equipo del enano seguían peleando, pero él volvió a calmarlos y a hablarles sobre eso de que el mundo no tiene luz propia y que no voy a repetir porque siento que cada vez la historia –a pesar de que trato de contarla tal como ocurrió-, parece resultar más inverosímil.

Yo, por último, traté de buscar al encargado, pero no lo encontré, y fui mejor a preparar a los otros equipos, para el partido siguiente.

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