sábado, 20 de noviembre de 2010

Vian, el verdadero Bielsa chileno. (Primera parte)


I.

Fue en el tiempo en que intenté hacer un taller de teatro en un hospital psiquiátrico. Un intento mediocre, por lo demás y que solo duró tres sesiones, porque luego vino un grupo de especialistas que se hicieron cargo del taller y uno debió retirarse con el rabo entre las piernas, y un poco más confundido que antes sobre la propia cordura.

Ya había pasado un mes o dos de aquello cuando un tipo colorín me detiene a unas pocas cuadras de la casa en que vivía por aquel entonces.

-¡Oiga…!

Yo me detuve.

El tipo resultó ser un enfermero del psiquiátrico –él se presentó como doctor, pero luego averigüé que no era cierto-.

-Vengo a ofrecerle una nueva actividad con los pacientes –me dijo-. Encuentro injusta la forma en que se fue del lugar y como yo estoy a cargo del recinto los domingos…
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En resumen, el tipo me pedía ayuda para organizar una serie de actividades a realizarse en el recinto, el primer domingo de cada mes, y que, según el calendario, debía iniciarse con un torneo de baby fútbol.

-Pero yo soy malo pa la pelota –le confesé.

-Pero ellos también. Y además no saben… Además no cuento con ningún voluntario que ya tenga el permiso del director y…

Bueno. Al final acepté. Tenía buenos recuerdos de las tres sesiones en teatro y no se veía como algo difícil. Pero me equivoqué.

II.

El domingo en cuestión me pasaron un buzo azul, una pizarra y unos plumones de colores.

Luego me indicaron tres chaquetas diferentes y me explicaron que yo debía dirigir a 4 de los 5 equipos. Que debía cambiarme de indumentaria con cada uno y explicarles un poco en qué consiste el juego.

-No te hagas problemas, -me decía el colorín, quien también se encontraba con una ropa similar-, sólo tienes que hablarles fuerte y decirles que no se golpeen y explicarles lo básico. La idea es que nos entretengamos, nada más.

-¿Pero qué voy a hacer cuando se enfrenten los equipos que dirijo?

-Apoyas un tiempo a cada uno, no creo que haya problemas… además está el Mario por si pasa cualquier cosa, y ante emergencias podemos llamar al portero.

-¿Cómo? ¿No hay nadie más?

-No, los otros internos se fueron a un paseo a Valparaíso, con los demás enfermeros…

Yo mientras sacaba cuentas y miraba al Mario. Era un tipo como de 50 kilos y que supuestamente debía contener a los enfermos. Usaba lentes gruesos y tenía una mirada similar a los internos de aquel lugar. Y una bata blanca.

-¿Saldrá todo bien, Mario? –le dije mientras me dirigía a formar los equipos.

-No creo –me contestó-. Además se llevaron a los locos tranquilos, nosotros nos quedamos con lo que tienen reclusión total…

Luego se rió y me mostro un objeto de metal que llevaba en un bolsillo y que al parecer funcionaba como jeringa, y que tenía varias cargas.

III.

Los locos estaban el casino. Habían comido hacía un rato y esperaban que yo los dividiera en equipos.

-Hay 21 -me dijo Mario-, hay que formar 4 equipos de 5 jugadores, porque el otro ya está listo. Y al que sobra lo pones como árbitro.

-¿Cómo? ¿Va a arbitrar uno de ellos…?

-Sí –me contestó-. Elige al más fuerte, por si no están de acuerdo en algún cobro.
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Yo, por supuesto, le hice caso.

Luego me pasaron petos de colores para los equipos y yo comencé la selección.

Equipo 1.

Formar este equipo me fue fácil. Simplemente me fijé en que cuatro de ellos estaban con unas bolas de goma en las manos, de esas que se utilizan contra el stress, o no sé bien para qué cosas.

Las edades eran variadas, como entre 25 y 50 años. Todos tenían la misma actitud y apretaban rítmicamente las pelotas en sus manos. No se veía que fuese a funcionar muy bien, pero la verdad ninguno de los que había en el lugar me daba seguridad, así que tampoco tenía muchas opciones.

Como me faltaba un quinto jugador, les pregunté a ellos a quién llamábamos.
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Entonces uno de ellos fue a buscar al más viejito que había en el lugar, quien llegó arrastrando los pies y mirando hacia el suelo.

-Van a faltar pelotas de goma para que apriete él –dije yo, dándole la bienvenida al equipo.

-No importa –me dijo él, levantando la vista y sonriendo- yo me relajo apretándome los cocos.

Y como si hubiese sido el jefe y todos debiesen seguirlo, los otros cuatro del equipo soltaron sus bolas de goma y se metieron las manos a los calzoncillos y al parecer apretaban fuerte, porque se ponían colorados y a veces lanzaban gritos, mientras corrían por el lugar y se reían.

-Estos serán Los Rascacocos –me dijo Mario muy serio- y anotó sus nombres en una libreta y les entregó sus petos.

Equipo 2.

Este equipo resultó más tranquilo. Mario me los recomendó como los que asistían a un taller de terapia con origami, y los bautizó –de manera bastante fome y sin pedir opinión alguna-, como Los plegables.

Luego, el que sería capitán del equipo fabricó unas formas extrañas con las servilletas del lugar y se las entregó a los demás a modo de distintivo.

Por último a mí también me entregó algunas.

-¿Qué son? –le pregunté.

Entonces el tipo me explicó. La primera figura era un intestino, la segunda un animal extinto y la tercera, una explosión.

Al final, me entregó una servilleta estirada.

-¿Quieres que haga uno? –le pregunté.

-No –me contestó, como ofendido-. Ese es Dios.

Equipo 3.

En este equipo decidí dejar a los que tenían algún tipo de problema físico. Un manco, un tuerto, un tipo que caminaba como bailando limbo, un enano que no sé por qué andaba siempre saltando en un pie y a un tipo que apenas se movía y que fácilmente debía pesar 140 o 150 kilos.

Mario les pasó los petos y hubo una pelea entre el manco y el del limbo porque querían una que tenía el mismo número, pero al final el enano les gritó y los separó, solucionando el problema.

-Tú serás el capitán -le dije- y elegirás el nombre del equipo.

El enano seguía serio y miraba a los otros, como para elegir algo acorde.

Luego se acercó a Mario y le dijo algo al oído y él lo anotó en el cuaderno.

El mundo no tiene luz propia, vi que era el nombre del equipo.

Y yo, claro está, no quise hacer comentarios. Ni preguntas.

Equipo 4.

El último equipo lo formé con tipos totalmente distintos. Uno que no soltaba unos palillos de comida china, -ni siquiera para dormir, según me contó Mario-… Un tipo alto y delgado de barba larga y que no tenía cejas… otro que andaba con unos audífonos puestos y que estaban conectados por el otro lado a una manzana… y dos tipos que andaban cogidos de los brazos y que decían que eran siameses.

Fuera de esto, todos parecían estar contentos, y celebraban por haber quedado en el mismo equipo y daban vueltas por la sala, salvo el de barba y sin cejas que daba vueltas en el suelo.

Por último intenté que alguno me diera una idea para el nombre del equipo, pero nadie parecía tomarme en cuenta… pero entonces me fijé que mientras corrían el que iba con los audífonos gritaba:

-¡Somos Los supositorios!

Y entonces quedaron bautizados.
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