lunes, 6 de diciembre de 2010

Carta abierta a Amelie Nothomb (I).

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Quién iba a pensarlo Amelie. El tiempo pasa, el mundo apenas se sostiene y nosotros... todavía sin conocernos.

Así que bueno, me he decidido, y por fin he dado el primer paso.

No lo hice antes porque pensé que ya era tarde y pensé además varias otras cosas que podrían llenar tantas hojas y que, sin embargo, hoy no vienen al caso... ¡pienso tanto Amelie, a veces!

Algunos lo toman como una virtud, o como un valor... yo con el tiempo he aprendido que, al menos, es una carga...

De chico encontré en la Biblia algo así como un ofrecimiento de Dios. Era un fragmento que decía que si pedíamos sabiduría, él la iba a dar... ¿y sabes? Pedí y pedí y al parecer llegó. Pero saber es triste, Amelie... ¡tan triste!

La primera vez que te leí fue un momento extraño. Y no creas que me faltaban lecturas, o algo. Había pasado años leyendo cierta cantidad de páginas diarias -220 eran en ese entonces-, y devoraba todo como si mi espíritu fuese un hoyo negro, como los que se inventaba Hawking.

Me paseaba con libros de un lugar a otro y prefería mirar ahí que mirar en los otros. Y claro, de vez en cuando habían cosas que sobrevivían al abismo ese... no sé... Rilke, la Mc Cullers, Faulkner, el primer Capote, el primer Ishiguro... Melville... pensándolo bien había harto... pero bueno, yo te quería contar del primer momento que te leí.

Fue Metafísica de los tubos, Amelie. Tenía que ser ese. Recuerdo que me apoyé en una de las murallas bajo las escaleras de una estación de metro y me puse a leer. Y me di cuenta que tú también sabías. La gente pasaba y yo leía lento. Te miraba, Amelie. Te entendía.

Sé por lo demás que esto suele funcionar al revés, que a lo mejor te detiene un lector y te dice que el libro lo ayudó, o que se sintió comprendido o lo que sea. Yo siento, en cambio, que compartí tristezas. Que vi caerse y levantarse a una niña desde un charco de agua y salir de ahí siendo ella misma, pero sabiendo... ¡Sabiendo, Amelie!

Y lo que se sabe es siempre tan incomunicable. Tan secreto aunque no queramos. Aunque publiques cada año un libro, o aunque publiques 10... o aunque te lean cientos de miles de personas, Amelie...

O aunque tú misma, de cierta forma, lo hayas olvidado... o finjas hacerlo, hoy en día.

Porque parte del secreto estaba en lo de Job. El centro del secreto, de hecho. La aceptación del engaño, la sustitución que no termina por evitar la pérdida. Y duele entenderlo, por supuesto. Y es casi imposible sobrevivir si lo recordamos a cada instante.

¿Sabes cuántas cosas preferimos no saber Amelie? ¿Cuántos secretos andan por ahí alumbrando las zonas más oscuras?

¿Sabes que las hormigas no duermen Amelie?

¿Has visto nacer una jirafa?

¿Sabes que el pulpo tiene tres corazones?

¿O que los cocodrilos no pueden sacar la lengua? por contarte algo más simpático.

¡Y es que hay tantas cosas Amelie! ¡Tantas personas! ¡Tantos corazones! Y uno a miles de kilómetros y sin conocerse... Y equivocándose además, porque si bien no te he contado de eso uno está clasificado entre los top 100 de los que más se equivocan, e incluso, si las cosas salen mal, hasta dañamos a veces, aunque sin saberlo.

¿Por qué será que sucede eso, Amelie? ¿Por qué sabremos tan poco de nosotros mismos, como decías tú en Las Catalinarias?

A veces pienso en eso. Y a veces miro a los otros. Y mis conclusiones son tan tontas Amelie. Ni siquiera tristes, o terribles... son tontas, solamente... y hasta absurdas.

Y lo peor es que uno es siempre tan egoísta que sigue pensando que la vida es triste sólo para uno... cuando la vida... no sé como decirlo Amelie... cuando la vida es triste sin más.

Esa es una de las cosas que pasamos por alto. Parte de la torpeza que nos lleva a chocar con los otros como si intentásemos abrazarnos con muñones... ¡si hasta las palabras son muñones, Amelie! ¡Hasta las palabras!

Y claro, no tenemos más... así que aquí está uno escribiéndote a miles de kilómetros como te decía antes, y más encima hablando de mí como si pudiese interesarte... discúlpame por pasarte por alto también, aunque creeme que no es así, en el fondo.

El caso es que te seguí leyendo, Amelie, y pucha... te pasó lo que a tantos.

No es que a mí no me haya pasado, o no me vaya a pasar. Es simplemente que te pasó a ti. Y tú sabías. Te pasó igual que a Sarduy, e igual que a tantos otros que terminaron cambiando aquello que sabían por... no sé... por un plato de lentejas, quizá.

Sé que te pones metas. Que no eres tibia. Que escribes a todo lo que das y que publicas sólo una parte. Pero a veces elegimos la fiebre equivocada. Quizá porque esa fiebre tapa los síntomas de aquella enfermedad que es la verdadera, y que permanece al fondo, como un cáncer del alma.

Y claro, la vida a veces es un fiasco, pequeñita. Y aunque no lo queramos somos partícipes de eso, también...

Pero tú, Amelie... Tú estabas por sobre aquello. Habías entendido. Y yo aposté por ti así como si hubiese apostado por la humanidad completa. Porque cuando vez la tristeza de frente, y la vida y hasta el corazón de los otros... puedes también ver otras luces que son necesarias y que hasta el día de hoy se desconocen.

Otras veces pienso que no eras tú, Amelie, que me equivoqué de nuevo... que te inventé... pero supongo que la única que puede saberlo con certeza eres tú. Y tú estás tan lejos... ¡y no hablo sólo de kilómetros, bonita!

En mi caso, con el tiempo he empezado a dudar de aquello que sabía... y de vez en cuando me sorprendo a punto de perder lo que me queda. De hecho, de un tiempo a esta parte debo reconocer que estoy bloqueado, Amelie. No me he dado el tiempo necesario, pequeñita, y me duele verme.

Y es que a veces se nos va el amor así como cuando dejamos el agua corriendo... Y corre tanta agua por las calles, Amelie... tanta agua... que a veces creo en el hombre simplemente por aquello que desperdicia... o por poco más.

Por otra parte, ¿si no eres tú... quién es, Amelie? ¿Dónde la busco...?

Estoy rodeado de fantasmas, y de libros... y de piel.

Todas esas cosas que amas, pero que además dan miedo. Y hoy tengo miedo, pequeñita. Miedo al colapso. A no poder más... ¿sabes tú qué se hace después de eso?

Y bueno, también está el peor de todos, el miedo egoísta y del que me avergüenzo, pero que por supuesto existe: el miedo a no ser amado.

Otro día me gustaría pudiésemos hablar de esto, Amelie. Y dejarte hablar, para variar un poco.

¿Te conté que mientras te leía las primeras veces iba acariciando tu foto, como el rostro de una amiga?

¡Ja!, por supuesto que no, son tan poquitas cosas las que te he contado.

Quizá otro día te cuente más. Si el colapso termina por no venir o si yo me atrevo de una vez a decir otras cosas.

Pero es que además estoy molesto contigo... y eso me hace callar las cosas más lindas...

Y bueno... espero que estés bien... que te sigas exigiendo y apasionando por lo que haces, pero... no seas como Job, Amelie... y acuérdate... Te arrebataron lo que tenías y te dieron otras cosas...

Busca eso, Amelie... debe existir una manera tan hermosa, de poder recuperarlo...

Recuerda por favor que te lo digo con cariño, y con afecto... y hasta con amor.

Un abrazo grande.

Vian
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3 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

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  2. hoy leí a amelie nothomb
    estupor y temblores.
    :)
    yo también le escribí una carta a amelie, pero a amelie poulan

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  3. :) Ojalá leas Metafísica de los tubos... yo la puedo prestar...
    Es linda tu carta? o la retas un poco?
    se puede contar?
    hace unas horas en otra pág. me consiguieron un link de descarga para la película de estupor y temblores (sí, hicieron una hace algunos años) y bueno, la comparan con tu amelie, en algunas cosas... aunque...

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