martes, 7 de diciembre de 2010

Conjeturas sobre el dulce eterno o de cómo nos gastamos la vida.

¿Gastar la vida es usarla o no usarla?
C.L.
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Yo pensé que lo había leído en algún libro de Roald Dahl. En Charlie y la fábrica de chocolate, o en Charlie y el ascensor de cristal. Pero al final parece que me lo inventé de otro sitio, o lo soñé, o quién sabe qué...
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Lo cierto es que la idea era algo así como tener un dulce eterno. Uno que no perdía el sabor, pero que tampoco podía abandonarse, y uno estaba de cierta forma condenado a llevarlo siempre hasta que te morías y el dulce seguía ahí, con el sabor intacto... como sobreviviéndote, por explicarlo de una forma esdrújula, que es además la manera más impresionante de respaldar aquello que no podemos defender con argumento alguno.

-¿Pero tú dices entonces que el dulce ese te sobrevive...? -me preguntan.

-Claro. O el sabor al menos... como que no se puede extraer... -intento explicar.

Entonces el sicólogo anota y espera, al parecer, que yo mismo dé significado y solución a aquella imagen que me venía de vez en cuando, según la historia que le contaba.

-¿Y a qué te refieres tú cuando dices muerte? -me pregunta el sicólogo.

-No entiendo la pregunta...

-Que a qué te refieres tú cuando dices muerte -repite el sicólogo, como si me estuviese aclarando algo.

Entonces yo por joder le empiezo a hablar de mi idea de muerte. De pequeñas muertes que no terminan nunca por sumar la gran muerte. Le hablo de muertes que acontecen cuando atas mal tus zapatos o el encendedor no funciona. O de esas que provocas cuando no contestas un teléfono, o cuando de pronto descubres que no tienes nada que decir y te quedas en silencio.

-Entiendo -dice entonces el sicólogo. Y hasta pone cara de entendimiento y de comprensión, y vuelve a anotar algo en su libreta y hasta evita mirarte, como si pudieses contaminarlo.

Luego te explica que este es un servicio de rutina. Que es necesario que todos los profesores pasemos de vez en cuando por estas "conversaciones"... que nuestra labor profesional nos tiene en constante tensión y siempre es bueno conversar con un otro y etc. y etc.

Yo lo dejo hablar todo lo que quiera y al final le digo que sí, que tiene la razón en todo... que yo pienso lo mismo, por supuesto, y que ésta es una buena iniciativa. Luego me pasa una encuesta anónima donde yo debo calificar la utilidad de la "conversación" y hacer algunos comentarios.

Una hora después me avisan por teléfono que el sicólogo me llama nuevamente.

-¿Le puedo hacer una pregunta señor Vian?

-Ya la hizo -le digo.

-No, me refiero a otra pregunta...

-Ok., no hay problema.

-¿Por qué me dijo que la experiencia le había sido grata y luego la calificó con un 1,5?

-¿No se trataba de una encuesta anónima?

-Pero antes de eso se trataba de ser honestos -me dice, orgulloso de su argumento.

Yo le doy un par de vueltas a la situación para buscar soluciones.

-¿Qué extremo quiere que arregle? -le digo entonces.

-¿Cómo?

-¿Corrijo la nota en la encuesta o quiere que le diga en verdad cómo me siento y en lo que estoy pensando?

-No creo que aquí en el patio sea un buen lugar para corregir ese último extremo -me señala.

Yo entonces le digo que me pase otra hoja y coloco ahí una nueva nota, y un par de comentarios.

-¿Le puedo decir igual en qué estoy pensando? -le pregunto.

-Puede -me dice él.

-Hace un par de días -comienzo- estaba en un bar con un amigo.

-¿Era un día laboral? -me interrumpe.

Yo paso por alto su interrupción, y continúo.

-El caso es que en el bar había un tipo demasiado borracho. Estaba tomando un trago tras otro y parecía lloriquear solo en una mesa. Entonces una chica que atendía nos comenta que al tipo se le murió alguien. No recuerdo si era la esposa, la madre o un canario. Pero se le había muerto alguien.Y el tipo lloraba y bebía como si la última voluntad del muerto hubiese sido eso.

-¿Eso qué? -me pregunta el sicólogo.

-Eso po. Llorar y beber.

-Ah -dice el sicólogo,mientras mira la hora en su celular y apreta teclas como si anotase las palabras en un traductor.

Llorar y beber, imagino que anota, y que le sale entonces un significado que no comprende.

-Entonces la garzona -sigo yo- que nos contaba la historia, comenta que nadie sería capaz de emborracharse así por ella, aunque se muriera.

-¿Y? -me dice el sicólogo, luego de esperar un rato.

-¿Y qué?

-¿Qué pasó con el borracho?

-No sé -le digo-. Además lo importante de la historia era la garzona.

-¿Y qué pasó con la garzona, entonces? -insiste el sicólogo, mientras vuelve a mirar la hora en el celular.

-Tampoco lo sé -le confieso-. Yo tuve ganas de emborracharme de gran forma y dedicarle aquello, pero andaba con poco dinero y además quizá me malinterpretara...

-Entiendo -dice el sicólogo, mientras mira a través de mí y sonríe un poco.

Luego se despide amistosamente y me dice que no me guarda rencor. Me cuenta que debe ir a otro colegio para realizar otras "conversaciones" y se aleja mientras guarda la hoja con la nueva calificación en una carpeta que lleva bajo un brazo.

Yo lo veo alejarse y subo entonces hasta el tercer piso del colegio.

Al llegar, descubro que los chicos ya se han ido y sólo quedan unos pocos dando vueltas. Desde lo alto del colegio, además, pueden verse un conjunto de villas nuevas a un costado, mientras que, por el otro lado, se observa un cementerio también nuevo, que va creciendo como si compitiese con las casas, día a día.

Luego, mientras observo ambos sectores, en panorama, pienso si habrá sido la decisión correcta el haber aceptado las 50 horas semanales que me ofrecieron para el otro año.

Por último, intento decidir si debo priorizar en comprar una casa o una tumba...

Y bueno, quizá no las tome en cuenta, pero acepto sugerencias.

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