lunes, 28 de febrero de 2011

Peliculosis (II)

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Tal como mencionábamos ayer, el tratamiento de la peliculosis requiere la extracción de aquellas palabras, ideas o impresiones que las distintas obras vistas hayan dejado en el afectado. Por eso, prosigo hoy con el tratamiento intentando sacar algunos residuos de películas que vi durante febrero y que han quedado por ahí, dando vueltas, con algunas palabras a cuestas.


V. El viaje a la felicidad de Mamá Kusters, de R. W. Fassbinder (1975)

Muy buena película del director alemán, que tuvo varias dificultades tras su estreno, principalmente por su contenido político.

En ella, a través de la magistral y agobiante estética de Fassbinder, el director nos cuenta la historia de una sencilla mujer alemana cuyo marido, tras dar muerte al hijo del dueño de la fábrica donde trabajaba, se ha suicidado.

Este hecho, por lo demás, acarreará una serie de otras dificultades para esta mujer, quien verá alejarse a los miembros de su familia –o constatará la lejanía que ya existía con ellos desde antes-, y se verá agobiada por distintos personajes que la manipularán a partir de sacar ventajas de la desgracia que le ha ocurrido.

En medio de esto, sin embargo, mamá Kusters se acercará a ciertas posturas políticas que ven en la acción de su marido un hecho revolucionario y símbolo de las injusticias del capitalismo... todo con el fin de rescatar la figura de su marido y de darle un nuevo sentido a la vida que le queda.

De esta forma, a partir del retrato de esta ama de casa, Fassbinder logra establecer una fuerte crítica a distintas posturas políticas que, sin embargo, no parecen prevalecer unas sobre otras, sino que abren paso, simplemente, a la figura de mamá Kusters, que se impone, de manera honesta, ante todos ellas.

Por otro lado, más allá de los aspectos políticos del film, la familia de la ama de casa, posee una rica gama de personajes que, a través de un humor negro recurrente en el film, ayudan a hacer de esta obra de Fassbinder una de las piezas importantes de su filmografía, al mismo tiempo que la presencia de dos finales –uno esbozado para Europa y otro filmado íntegramente para Norteamérica-, permiten plantear dos sentidos prácticamente opuestos al “mensaje” final del film, lo cual permite abrir un interesante cuestionamiento sobre los reales intereses del director alemán, al crear esta película.


VI. Los amantes criminales, de Francois Ozon (1998)

Deformando la historia de Hansel y Gretel –o tomando algunos elementos sueltos de esta historia-, Ozon logra entregar una película inquietante y agresiva, que parece desarrollarse como un juego macabro por parte de sus protagonistas.

Así, vemos en la película como una chica convence a su novio de ayudarla a matar a uno de sus compañeros de escuela que habría estado relacionado con un ataque sexual del que habría sido víctima, sin embargo, esto que parecía un juego en un inicio, comienza a complicarse a partir de una serie extrañas circunstancias que incluyen la pérdida en el bosque, la reclusión en una cabaña, y el elemento de perturbación homosexual ya típico en los films de Ozon.

Más allá de esto, sin embargo, creo que la película no logra mantener un equilibrio narrativo pues no se evidencia de manera constante una dirección clara en las acciones que desarrolla, al mismo tiempo que, cierto apresuramiento en el desenlace y en la desigualdad de los tiempos destinados a narrar distintas secuencias me parece un tanto arbitrario.

Con todo, la obra de Ozon es, a mi parecer, una buena película, con grandes actuaciones y con cierto atractivo visual que llega a perturbar por momentos, aunque sin lograr convencer del todo, pues la película resulta bastante irregular en sus ritmos y sólo deslumbra fragmentariamente


VII. El jefe de todo esto, de Lars von Trier (2006)

Puedo parecer ingenuo o derechamente hueón, pero lo cierto es que el cine de Lars von Trier me parece estar siempre diciendo más de lo que aparentemente dice.

Ese más, por otra parte, no tiene que ver con un tipo de construcción ni con experimentaciones formales ni cosas relacionadas con una interpretación que pudiese realizarse a partir de la inteligencia.

Y es que al contrario de lo que algunos puedan pensar, tengo la certera impresión que von Trier se asquea de la inteligencia, e incluso de su propio cinismo, y que lo que realmente está planteando, en sus películas, es algo profundamente humano y necesario escondido en todos los tipos de disfraces posibles, más allá que estos tomen la forma de una comedia o un drama, o si logran un resultado armonioso o totalmente disparatado.

Esa burla constante a la que somete al espectador, manipulando sus emociones o ridiculizándolas y llevándolas a todo tipo de extremos, ese cinismo que logra incluso volcar, aparentemente, hacia sí mismo, no es sino la forma de ocultar/entregar algo que no sé por qué razón –quizá sencillamente porque no se puede-, ha estado desde un inicio presente, en todos sus films.

Recuerdo por ejemplo cuando lo escuché/leí hablar por primera vez de la propuesta Dogma y haber sentido que él estaba hablando de algo en que no creía, algo que era también una burla… como si con sus discurso/ideas/películas, el director danés buscase llegar a los extremos, para agotar así los sistemas formales posibles hasta poder vislumbrar, tras la pérdida/desgaste de todos ellos, el significado desnudo de lo que verdaderamente tiene que decirnos.

Es por esto quizá que detesto Antichrista –aunque pueda valorarla como película- o Manderlay, porque creo que en esos momentos el juego excede y confunde, y en parte es utilizado incluso para reírse del verdadero discurso… -el iniciado y terminado de forma perfecta en Dogville, por ejemplo-, como si necesitara autoconvencerse o desengañarse de algo.

El tema da para más, por supuesto, y los ejemplos de Riget y de Las cinco obstrucciones, podrían servirnos para profundizar en el tema… pero claro… aquí yo iba a decir algo de El jefe de todo esto, y a eso me atendré –o trataré al menos- de aquí en más.

Ahora bien… en esta película, un actor desempleado llega a trabajar para el dueño de una compañía quien ha hecho creer por años a sus empleados que hay un jefe sobre él, a quien culpa de todas las decisiones que lo harían quedar mal ante los otros.

Este actor, por lo tanto, deberá asumir el rol de ese jefe mayor, con lo que comenzarán una serie de confusiones que ayudarán a que la película de von Trier parezca una comedia sencilla, aunque, -y aquí comienza nuevamente aquello del cinismo-, lo que parece importar de verdad acá son una serie de cuestionamientos morales por los que atraviesan los personajes principales y que darán una serie de vuelcos inesperados a la trama del film.

Asimismo, las intervenciones del propio Lars von Trier recordándonos que no nos tomemos en serio la narración, no harán sino sumar elementos que descolocan al espectador, de la misma forma como lo hace el programa diseñado para editar el film, escogiendo al azar, de una serie de tomas, las que darán, en definitiva, forma a la película.

Más allá de estas experimentaciones, sin embargo, y de la serie de elementos que desvían la atención, creo que esta película de von Trier da en el centro de un problema social central en las relaciones afectivas de todos nosotros, y que dice relación con el ser aceptados por los demás, más allá que esta aceptación suponga mentir sobre quiénes somos y hacer de nuestra convivencia –en este caso laboral-, una ecuación equivocada.


VIII. El silencio de Lorna, de Jean-Pierre y Luc Dardenne (2008)

Desgasta el cine de los Dardenne. Y perturba. Y es que con dramas filmados sin filtro saben avanzar perfectamente tanto en la narración como en la profundidad de los personajes.

En esta oportunidad, ellos elegirán nuevamente un personaje femenino, interpretado de forma magnífica por Arta Dobroshi, quien desempeña el papel de una mujer que se ve envuelta en una serie de falsos matrimonios relacionados con la adquisición de una nacionalidad europea, y que se enturbian algo más cuando ella busca oponerse, sin tener muy claras sus razones, al asesinato de uno de sus maridos.

La belleza de esta película, sin embargo, -más allá del argumento planteado-, sólo es accesible a partir de introducirnos de lleno en las leyes del cine de estos hermanos, aceptando sin más sus elipsis y su particular ritmo narrativo, que no obstante en esta película, no alcanza a ser llevado tan magistralmente como ocurre en otras de sus obras, que parecen seguir siempre una sola dirección –pienso principalmente en Rosetta y El hijo, en este momento-.

Con todo, no queda sino agradecer esta película, que si bien nos vuelve a introducir en este mundo sórdido y desgastante, nos entrega también una extraña denuncia y nos recuerda que hay algo complejo que nace a través de las relaciones entre los seres humanos que necesitan de un otro, y que exige, por cierto, no ser olvidado.

Y es que al final, no sé bien si algo le falta o algo le sobra a esta película de los Dardenne…

O quizá –pienso ahora-, ese algo que falta (o que sobra) está en verdad en uno mismo, y este cine no hace sino recordarnos que sin aquella comprensión estamos incompletos y un poco más lejos de lo que creemos, de quienes somos, y de quienes nos rodean.
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domingo, 27 de febrero de 2011

Peliculosis (I).

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Me da por temporadas esto de la peliculosis. Es menos grave que la adicción a los libros y me parece que es muy difícil que resulte contagioso.

Por lo general la picazón comienza en las noches y uno sólo puede quitársela quedándose hasta la madrugada viendo una o dos películas, por lo que suelo tener unos cuantos discos a mano para seguir la misma estrategia de los que inventaron el arroz pregraneado, o el papel prepicado.

Lo malo es que llega el otro día y a veces se te olvidó que debías dormir, o cumplir con otras obligaciones… o peor aún, elegiste ver de esas películas que cambian a la gente y uno cae en esa vorágine de cambios que terminan a uno por borrarle la cara y dejarnos poco nítidos.

Así, al igual que con los libros, siento a veces que aquello es similar a conocer una serie de lugares y personas que, lamentablemente, los demás conocen sólo en parte, por lo que eso, claro está, termina por dejarlo a uno un poco más solo, en ese aspecto.

Además, por si lo anterior fuera poco, ocurre que la picazón producida por la peliculosis se sitúa a veces en esos sectores de difícil acceso –no piensen mal, por favor-, y no se cura con películas que buscan sólo entretener ni mucho menos, pues sería como intentar quitar la sed con un sobre de agua en polvo.

Dicho lo anterior, me referiré ahora brevemente a algunas de las películas que han conseguido dominar la picazón en estos últimos días. Aquí les van:
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I. Los límites del control, de Jim Jarmusch (2009)

Una película deliberadamente desagradable, al menos por momentos. Lenta, silenciosa, con avances que parecen escasos o nulos, en su mayor parte.

Como si verla produjese –o aumentara en mi caso-, una sensación de picazón que no deja ver bien qué tipo de película estamos viendo.

Supongo que para los (pseudo)intelectuales que gustan de Jarmusch porque reconocen algunos intertextos o citas, la obra les será digerible y les permitirá distanciarse de la masa que, supongo, abandonaría esta película prontamente.

Más allá de esto, sin embargo, creo que hacia el final, la película revela que se está burlando de esos mismos intelectuales o artistas que, -nuevamente supongo-, pensarán que triunfaron sobre el mundo del capital y los negocios y todo aquel mundo que sienten frío los que son tibios.

La historia desarrollada se centra principalmente en un hombre en extremo silencioso que a través de numerosos y breves encuentros es dirigido hacia su misión final: el asesinato de un gran personaje que refleja aquellos núcleos de poder opuestos al de las personas con quienes se encuentra, y que parecen reflejar la existencia de distintos mundos alternativos, aparentemente más válidos que el que refleja el “hombre poderoso” a quien se quiere eliminar.

Con todo, la película no deja de ser interesante y al menos, desde su final, permite encontrarle sentido a una serie de elementos y situaciones que en sí mismas me parecieron falsas y artificiales, pero que, desde la totalidad de la obra, -si bien siguen siendo lo que eran en un inicio-, muestran que su forma de ser fue realizada deliberadamente y en función de algo que quizá sí valga la pena ser dicho, después de todo.

Por último, le agradezco a la película el haberse burlado silenciosamente de cierto mundo, que se siente ridículamente ganador, tras el término de la obra.


II. El tiempo del lobo, de Michael Haneke (2003)

Puede que, hoy en día, Haneke sea el director que mejor domina sus películas en el sentido que las hace funcionar exactamente como él quiere.

Por lo mismo el mundo que habitualmente nos muestra, aunque no lo admitamos en un momento, termina por imponerse sobre el nuestro, y revelándonos al mismo tiempo un aspecto desagradable que se prefiere casi siempre pasar por alto, en la vida diaria.

Ahora bien, en El tiempo del lobo, si bien este revelar está también presente, no se alcanza a plasmar la real magnitud de las obras de Haneke. Así, si bien no deja de ser una interesante película, me parece la más débil y menos consistente que he visto de Haneke, al menos hasta este momento.

La historia, desarrollada en un mundo en colapso, y que podríamos catalogar como postapocalíptico –aunque siendo rigurosos la totalidad de las películas de Haneke parecen desarrollarse, interiormente al menos, bajo esta condición-, la historia, decía, nos muestra a unos personajes que deben sobrevivir en un mundo donde todo parece haber fallado, así, en busca de agua, alimentos y tratando de llegar a algún lugar donde supuestamente las cosas todavía funcionan, ellos atraviesan por la película sin desligarse del todo del mundo del que provienen y al que buscan, de alguna forma, regresar.

Se genera así, en la película, una extraña mezcla entre personajes que podríamos catalogar como realistas, y un contexto que, a pesar de su proximidad, se encuentra aún en el campo de la ciencia ficción.

Lamentablemente, creo que la película no logra mantener el buen ritmo del inicio y se diluye de a poco en algunos momentos, a pesar de que el guión tiene elementos interesantes que siguen desarrollándose, pero ya sin la fuerza inicial.

En resumen, una interesante película que no alcanza la calidad de otras obras de Haneke y que desaprovecha, hasta cierto punto, un guión que contenía, en potencia al menos, una mayor fuerza de la que termina desarrollándose en el film.


III. Noche de circo, de Ingmar Bergman (1953)

Tremenda película de Bergman, con una excelente fotografía en blanco y negro y notables actuaciones.

Con aires que nos recuerdan al expresionismo alemán, principalmente a partir de las caracterizaciones de algunos personajes y algunos decorados, la obra no deja de sorprender sobre todo porque no se encuentra entre las más reconocidas de Bergman a pesar de su tremenda calidad.

En la historia, podemos apreciar el mundo de un circo venido a menos, con personajes desgastados y que parecen de cierta forma condenados a vivir sus propias vidas.

De entre ellos, toman protagonismo los personajes del dueño del circo y su pareja, quienes personificarán en definitiva, el derrumbe que ha de sufrir cada uno a lo largo de la historia, principalmente enfocado a partir de la relación amorosa que existe entre ambos, pero también por el tipo de vida a la que cada uno aspira, secretamente.

Otros puntos notables de la película es la música y la forma en que se incorporan otros personajes que resultan, a la larga, siempre bien construidos, y que forman parte necesaria del mundo que se despliega en el film.

Así, siempre bien llevada, la película termina por construir una atmósfera agobiante, tremenda tanto emotiva como visualmente, y que ayuda a colocar a esta película entre las más altas de este director, desarrollando una historia más simple, pero igual de profunda y “pesada” que la que deslumbra en lo alto de la filmografía de este director.


IV. Strings, de Anders Ronnow Klarlund (2004)

Película de animación cuya fuerza no está dada en el argumento sino en la hermosa puesta en escena realizada a partir de marionetas y la utilización de decorados naturales que demuestran nuevamente que la moda del 3d carece del afecto y la delicadeza que es trabajar mano a mano con aquello que se está creando.

Ya en el argumento, nos encontramos con una historia algo típica de dos pueblos enemistados, traiciones, héroes y un romance capaz de reunir a esos mismos pueblos. Sin embargo, más allá de esto, resulta interesante que los seres de aquellos pueblos se sepan marionetas, es decir, estén conscientes de esas cuerdas que dan título a la película y que puedan plantearse ciertas reflexiones respecto a dicha situación, que enriquecen el film, más allá de lo que visualmente ya está enriquecido, desde un inicio.

Por último, y para despedirme pues la peliculosis ataca de nuevo y me llama a ver algo más esta noche, les dejo el link de un sitio donde pueden descargar esta última película.

Mañana les cuento de otras.

sábado, 26 de febrero de 2011

La tercera, de izquierda a derecha.

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El vecino de un amigo se obsesionó con la imagen de una fotografía antigua. En ella aparece un grupo de mujeres paradas una junto a otra en un lugar donde se ven además algunos árboles.

-Es la tercera –me dice el tipo-, de izquierda a derecha.

Yo sigo su instrucción y observo el cuadro con la imagen ampliada que está enmarcada y colgada junto al comedor.

-Por lo general miento y digo que son familiares –me cuenta entonces-, invento que son unas tías, y hasta incluyo a mi madre en el grupo, para que no piensen que estoy loco, o algo así.

Luego me cuenta que tiene la foto original en su pieza, que la encontró en una tienda de antigüedades donde casualmente estaba en un marco plateado, que regaló tras comprarlo y rescatar la foto.

-Al principio no me di cuenta que era por la tercera mujer –me dice-, o sea, me atrajo la foto, pero yo la miraba en su conjunto, como si esas seis mujeres y los árboles fuesen un todo… Yo la guardé en un libro y me olvidé hasta que un día recordé el rostro de la tercera mujer mientras rallaba una zanahoria…

-¿Mientras rallabas una zanahoria?

-Sí, es que siempre me ha gustado la leche con zanahoria rallada –me explica-. Antes me la hacía mi mujer, pero de todas formas ese no es el punto… lo importante es que me vino a la memoria como si yo siempre hubiese estado pensando en aquel rostro… ¿Te fijaste bien en él?

Yo me acerco entonces a la imagen y apenas distingo el rostro de la mujer, pues no resulta nítida en la ampliación, además, no logro tampoco ver que puede tener aquella mujer y que la diferencia de las otras que están con ella, en la fotografía.

-¿Y? –me pregunta.

-Mmm, es bonita, parece… -le digo, por decir algo.

Él deja pasar un rato y prefiere servirse ron, para dejarme las cervezas, pues no quedan muchas.

-No quiero que me juzgues, pero en verdad esto es mucho más complejo –me dice con otro tono-. No en el sentido de que me crean loco por estar encerrado acá y apenas salir para ir a trabajar y esas cosas, sino porque la tercera mujer existe al interior de esa foto…

-Ya…

-¿No me crees?

-No, no es eso… es que no sé bien qué decir –Me excuso.

Él entonces va al segundo piso y trae la foto original. La mueve mientras baja las escaleras, pero no me la muestra ni la entrega, sólo la tiene en sus manos, y la mira.

-Quizá en esta foto se note más –me dice-. Pero de todas formas no creo que puedas verlo si no quieres…

-¿Qué cosa?

-Lo que yo veo en esa mujer… lo que ella me muestra…

Él entonces hace una pausa y deja la fotografía original a un costado, pero cuando me acerco a verla él vuelve a tomarla, y la aleja.

-¿Puedo preguntarte algo…? –me dice entonces.

-¿Me vas a preguntar qué creo sobre la existencia o algo así? -Me adelanto.

Él se sorprende y se excusa de inmediato.

-No es que quiera buscar transformar esto en algo trascendente –me dice-, disculpa si pareció así, pero es que hay algo en esa imagen que me lleva a sentir que la existencia real está exclusivamente al interior de ella…

-¿De la imagen?

-Sí, de la imagen, pero el acceso particular a esa existencia es la mujer… la tercera, de izquierda a derecha…

Yo dejo pasar un rato y no le digo nada. Estoy un poco aburrido de estas historias raras y quiero conocer gente un poco más normal, y afirmarme en este mundo, que es donde estoy, a fin de cuentas.

-Es como si el mundo real fuese en verdad bidimensional –continúa-, o al menos esa es la visión que tenemos de él… nosotros somos los que estamos fuera… los que no accedemos a la existencia real y por eso a veces no entendemos nada…

-¿O sea que somos un poco como peces en un acuario y vemos el mundo de fuera… el real según tú, como si fuera bidimensional, o falso…? ¿Eso me estás diciendo?

-No… o sea en parte… pero yo creo que lo que vemos en el espacio bidimensional esconde la posibilidad de acceso al mundo de la existencia real, y ahí está la importancia de la tercera mujer de la fotografía…

-¿Y ella es un umbral entonces, la puerta de acceso para que tú vayas a ese mundo y te escapes de éste…?

-Sí. Más o menos sí.

-Y entonces tú quieres irte y sufres porque no te vas –le digo con un tono irónico-, y me vas a decir que has descubierto que amas a esa mujer y que el acceso a la existencia real sólo es posible a través del amor que se puede llegar a tener por alguien cuyo rostro apenas percibes y que en este mundo está muerta y toda esa mierda… mejor sáltate eso y tomemos en silencio lo que queda, y ya está.

-¿Qué es lo que ya está?

-Todo. Todo ya está. Te inventas historias porque no supiste amar y tu vida y todo lo que ella contiene no te satisface…

-Saber que hay un acceso me satisface –alega-.

-¡Te satisface una mierda! Te inventas lo real afuera igual que los que esperan el paraíso porque no se les ocurre como alcanzar la felicidad de otra forma…

-Yo no espero nada, ni busco escaparme… -me dice algo molesto-, simplemente creo que hay dimensiones incluso entre las cosas que para nosotros parecen bidimensionales… y a eso sólo tenemos acceso con nuestras sensaciones…

-¿Sabes? –lo interrumpo-, estoy un poco harto de hablar de sensaciones y verdades y existencias y amores imposibles y cosas de ese tipo… a veces escojo esos temas porque me interesan un poco, pero sólo porque permiten acercarse a cosas o problemas que me sobrepasan y que me cuesta tratar directamente… pero sinceramente no quiero hablar de esas cosas ahora… me tienen un poco agotado…

-¿Quieres hablar de cosas concretas, entonces? –me pregunta.

Yo guardo silencio.

-Mira, -dice luego, invitándome a salir-, dos casas a la derecha vive una señora que te va a hablar de que su marido murió y va a repetir al menos 3 veces que estuvo 51 años y 7 meses casada con él… puedes ir ahí… o si cruzas la calle, al lado de la botillería, hay un tipo que dice que los dioses son de alambre, y hasta puede enseñártelos porque tiene varios en el patio y dice que los ha capturado…

-¿A qué viene eso?

-Viene a que no tienes ideas de la diferencia que existe entre lo que tú crees real o concreto y lo que yo señalo. Y también porque el cobarde acá eres tú y no yo.

-¿Y por qué sería cobarde…? –pregunto, mientras termino la última cerveza que quedaba.

-Eres cobarde porque no te atreves a mirar el rostro de la mujer en la foto original… porque prefieres verla borrosa y poco nítida y convertir lo que temes en fantasmas…

Entonces, mientras buscaba mis cosas para irme, el tipo aquel me acerca la foto.

-¿Quieres que la mire? –le pregunto.

-Quiero que te des cuenta que no te atreves a mirarla –contesta.

Yo dudo un poco y me lo pienso, mientras miro a su espalda la ampliación, y recuerdo que no tengo nada mío que buscar para llevarme.

Al final, decido irme sin ver, sin darle ninguna explicación al tipo ese que me extendía la foto, y sin darle tampoco, por cierto, ninguna explicación a ustedes.
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viernes, 25 de febrero de 2011

Sobre el carácter de lo imposible.

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“Si lo posible es, como hemos dicho,
lo que pasa al acto,
evidentemente no es exacto decir:
tal cosa es posible, pero no se verificará.
De otra manera el carácter de lo imposible
se nos escapa.”
Aristóteles, Metafísica, Libro IX.
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Hay cosas imposibles.

Y hay cosas falsas.

La diferencia es sutil
entre ambas,
pero existe.

No nos gusta hablar de ello,
por supuesto,
y a veces edificamos sobre la posibilidad
nuestras ilusiones,
y supongo que justamente ahí está la clave
de nuestros fracasos.

Sin embargo,
los que existen,
plantean su felicidad como un imperativo
que no debe ser sometido
a juicio de verdad o falsedad,
y hasta aseguran que la posibilidad de dicho estado
es un hecho incuestionable.

A pesar de esto,
yo: Vian,
baso mi estado
y mi contacto con lo que me rodea
en el borde mismo que separa
las ideas de falsedad
y de imposible,
como una grieta que existe
entre dos trozos aparentemente iguales
de concreto.

Así,
podría señalar, por ejemplo,
que es falso que usted esté a punto
de sufrir un colapso
en este momento,
aunque no podríamos asegurar
que aquello es imposible.

La idea de esto,
sin embargo,
no dice relación con el sometimiento constante
de nuestras posibilidades
a una verificación que por lo demás
ha de resultar agotadora,
si no que,
por el contrario,
busca justificar la existencia del ámbito
de posibilidad de vida,
hasta en la región más seca
e inhóspita
de nosotros mismos.

Una existencia imposible
por lo tanto,
no debiese necesariamente
contener en sí misma,
por más que alegue Aristóteles,
la condición de falsedad,
pues es necesario tener en cuenta
el conjunto de otras existencias
y posibilidades
que afectan nuestro criterio de falsedad
pudiendo, desde ahí,
venirse abajo
de forma rotunda.

Asimismo,
habrá que buscar un “algo”
que determine
cómo nombrar aquello que
siendo posible,
no llega a ser acto
o existencia,
y que niega desde ahí,
al menos según Aristóteles,
su aparente posibilidad.

Ahora bien,
esto puede sonar absurdo,
o enredado,
pero en forma alguna podemos decir
que es imposible
que sea verdadero,
y si bien
el carácter de lo imposible
es una más de aquellas cosas
que se nos escapa,
no podemos dejar de situar su existencia
en el borde que mencionaba anteriormente
para delimitar al menos
el espacio posible
de escape.

Es por esto que yo: Vian,
prefiero situar,
como les decía,
mi contacto con el mundo de lo posible
en el espacio que existe
entre lo imposible y lo falso
y que es también el lugar
en que se produce el escape
del carácter de lo imposible
y que me gustaría nombrar de otro modo,
pero no puedo.

Y es que al final,
el resumen de todo esto,
debe ser esbozado antes que el sentido de las cosas
se diluya o se pierda
como el sabor de un chicle…

¿Y saben ustedes donde se va el sabor de un chicle?

¿O saben al menos si existió alguna vez, realmente?
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jueves, 24 de febrero de 2011

Estaba pensando que nunca he viajado en tren.

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Volví a trabajar
hace un par de días,
y me ofrecí para revisar una tesis
el día de ayer.

Y claro,
nunca he sido muy efectivo con el tiempo
destinado al trabajo,
y este año se viene pesado,
y ya firmé contratos en dos colegios
para trabajar un total
de 55 horas semanales.

Quizá debiese darme un tiempo
y sacar unas pocas cuentas,
como sumar por ejemplo
los tiempos de desplazo
y el trabajo que lo queramos o no
los profesores terminamos llevándonos a casa
día a día.

Pero bueno,
lo cierto es que en vez de pensar en eso
o avanzar en la revisión de la tesis,
o escribir la carta de renuncia al colegio nocturno
donde termino prácticamente perdiendo plata
considerando viajes y otros costos…
en vez de eso, decía,
pienso que nunca he viajado en tren.

Algunos amigos están en Europa
con becas de hasta cuatro años
por hacer tesis o investigaciones
cuya importancia, o utilidad, al menos,
resulta cuestionable.

Otros me dicen que postule a fondos,
o a becas,
o que acepte ciertos trabajos
mejor remunerados
y que dejan más tiempo, me dicen,
para realizar proyectos de escritura.

Lamentablemente,
algo me ha impedido siempre
seguir esos caminos.

No me interesan las becas,
ni los fondos,
ni que me den dinero alguno
por escribir.

De hecho,
no logro terminar de creer lo suficiente
en los otros
-en las necesidades de los otros-
como para elaborar cualquier cosa
que pueda acercarse a ser
un "proyecto literario"
relativamente serio.

Por supuesto,
no es que dé por sentado
que el trabajo frente a mis alumnos
sea algo que cubra
de cierta forma
esas necesidades de las que dudo
y que antes mencionaba,
y que de existir
vendrían a solucionar tantas cosas
que sería necesario redefinir
lo que uno termina viviendo
día a día
y hasta proyectar
nuevas cosas.

Pero como les decía en un inicio,
ya es de noche,
y debo hacer cosas…
y si bien con esfuerzo
puedo llegar a pensar en algo que no sea
ese tren
en el que nunca he viajado,
lo cierto es que
la impresión sensible de este hecho
es algo que no puedo dejar de sentir
quién sabe si como necesidad
o carencia,
al interior mío.

De todas formas
no me interesa ahora
hablar de carencias
o necesidades propias
porque sería hurgar en heridas
que por lo demás siempre han estado abiertas.

Y claro,
quizá este se convierta en un año extraño
y el tiempo no dé para mucho,
y todo aquello que realizamos
a partir de esa extraña forma que tenemos
de entender el amor
-o como quiera que se llame eso que duele
y que a la vez nos mueve-,
termine por desgastarse tanto
que debamos aceptar una nueva forma de entenderlo,
más compatible y menos exigente
con uno mismo
o con los otros
y que permita por lo menos
una mejor y más tranquila
convivencia.

Lamentablemente,
supongo que eso es algo
que llegará, por sí solo, en su momento,
y quizá entonces me ría
o me avergüence
de aquellos días
en que en vez de ocupar en otras cosas
mi tiempo,
lo dejaba ir mirando a los otros
o escribiendo en un blog
o sintiendo la necesidad de un tren
en el que nunca he viajado…
cosas en definitiva que uno de puro estúpido
piensa a veces que son útiles
o mínimamente necesarias
para los demás
o para uno mismo.

Por último,
y debido a lo anterior,
aprovecho de despedirme
-si es que alguien lee-
por si un día de estos me quedo dormido
o no alcanzo a escribir en el blog,
pues faltar a escribir aunque sea un día en él
desde que comencé
es el único requisito que me puse
para no seguir haciéndolo.

¿Y saben…?
no sé si tomo las decisiones correctas
y ni siquiera sé si vivo
la vida correcta,
sólo sé que debo ir a regar mis bonsáis,
ducharme,
alcanzar ojalá a dar un paseo en esta noche,
corregir la tesis que me encargaron
y dormir un par de horas…

así,
dejando a un lado las carencias
de las que no quiero hablar,
quizá haya tomado sin darme cuenta
el tren ese que a veces pienso nunca he tomado
y cuyo destino es tan hermoso y reconfortante
que sólo pensar en él
te hace sonreír con alegría
y confiar en el bello absurdo
que es a veces acercarse a los otros
-y a uno mismo-
de esta forma.
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miércoles, 23 de febrero de 2011

Sobre los cojones de un gato.

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I.

Fue hace más de diez años,
cuando el gato de la madre de Manuel
se había visto amenazado.

Y no había sido un perro,
ni era asunto de faldas
ni tampoco es que lo quisieran linchar
una pandilla de gatos neonazis…

El problema era más bien, digamos,
parte de su desarrollo,
y consistía en que habían decidido,
sin consultarle al gato desde luego,
arrancarle de cuajo sus cojones…
decisión que Manuel cuestionaba
y calificaba de dictatorial
y hasta de crimen lesa humanidad.

Es que no es por razones estéticas,
alegaba Manuel,
ni es que le cuelguen demasiado
ni que sean triangulares,
o que tenga cojones de más…
el asunto es que le quieren arrancar los cojones
simplemente por evitarse problemas…

¿Y si llegan a un acuerdo…?
le preguntaba yo, conciliatorio.

¡¿Qué acuerdo hueón…?!
¡¿Qué le corten uno?!
¿No cachay que le quieren cortar los cocos, hueón?
¡Los cocos…!

Imagínate si a ti te los cortaran,
agregaba él,
mientras vaciábamos la cuarta botella
tirados en el piso de la facultad,
o imagínate si a Faulkner
se los hubiesen arrancado,
o a Melville
o a Dos Passos…

Pero la Wolff no tenía cojones,
ni de Beauvoir…

le alegaba yo…

¡Pero esas no nacieron con cojones po hueón!
me gritaba,
mientras sacaba algo peludo
y medio apretado que tenía en la mochila.

¡Míralo hueón!
dijo Manuel entonces, levantando al gato
¡¿creís que yo voy a dejar
que le corten los cojones?!


Fue entonces que me fijé en Manuel
mientras levantaba al gato,
igualito que el mono
en la película del rey león
cuando presentaba a Simba,
y miré también los cojones redonditos
del felino,
y entre tanta cerveza
y libros desparramados,
decidí ayudarlo.


II.

El plan suena tan sencillo y burdo
que hoy me avergüenzo casi
de llamarlo de esa forma,
pero al final convenimos en ofrecer el gato a alguien
que nos asegurara con certeza
que los cojones del animal
permanecerían en su sitio.

¿Has oído lo que decía Nietzsche
respecto a que tener un gato
era la puerta de acceso hacia el superhombre?

les preguntaba yo a los filósofos
intentando convencer a alguno,
aunque sin buenos resultados.

¿Qué me dirías de sus cojones…?
les decía Manuel a las mujeres
que se acercaban a acariciar al animal,
y que se alejaban en cuanto mi amigo
insistía con el tema de las gónadas.

Fue así que comenzó a oscurecer
y Manuel ya no sólo ofrecía al gato,
si no que hasta lo daba con un pack de alimento
y una serie de accesorios
que no terminaban de convencer a nadie.

Además, estaba el asunto de descartar a los borrachos,
y a otros que no creíamos capaces
de asumir la responsabilidad
y que eran, ciertamente,
la mayoría de nuestros conocidos.

Fue entonces cuando vimos a René
corriendo semidesnudo por la facultad
y pensamos que aquella podía ser
la persona más idónea,
entre las escasas posibilidades
que nos quedaban.


III.

René se negó rotundamente
hasta que Manuel le habló
de los dos tomos empastados
de Los miserables,
cosa que inclinó la balanza
rotundamente
hacia los cojones del gato.

El trato quedó sellado entonces
así como una cláusula que hablaba
de las condiciones de vida del animal
y una serie de otras peticiones
que Manuel sacó a última hora
y que René aceptó sin reparos.

Entonces,
René tomó al animal que había estado todo el tiempo
escondido tras un pilar
y aferrado desesperadamente al suelo
y se lo llevó a su hogar.


IV.

Una semana después
René llegó con el gato y los dos tomos empastados
al sector de la facultad
donde acostumbrábamos emborracharnos.

Casi lloró contando que pensó que había perdido al gato
pues había permanecido cuatro días escondido en un ropero
sin salir siquiera a tomar agua.

El gato se veía flaco y demacrado
y hasta sus cojones se veían como poquita cosa
mientras René lo extendía pidiendo disculpas
y entregando también los dos tomos empastados
de Los miserables.

Luego contó que mientras el gato estuvo perdido
y tras haberlo buscado infructuosamente,
había intentado leer el libro varias veces,
pero no había sido capaz de terminar la primera hoja.

Por otro lado,
el asunto de la culpa parecía ser serio,
pues no quiso quedarse con los libros
que Manuel le estaba regalando,
y no dejaba de repetir frases inconexas
respecto a robar un pan sin tener hambre
o que los miserables éramos nosotros,
mientras se golpeaba fuertemente el pecho
con una lata de Báltica.

Respecto al gato,
decir que volvió a la casa de la madre de Manuel
y que hoy,
a pesar del esfuerzo de mi amigo,
ya no tiene cojón alguno.

Supongo que se echa en el piso,
cerca de los libros,
o que acompaña a los otros mientras ven TV,
y que hace sus necesidades
en un lugar destinado
especialmente para ello.

¿Y saben?
No quería terminar este escrito así,
pero ahora que lo pienso…
creo que yo también llevo una vida parecida
a la de ese gato,
después de todo…
aunque luego de revisar detenidamente
mis propios cojones
debo aclarar que las razones
que me llevan a actuar así
ciertamente
son distintas.
.

martes, 22 de febrero de 2011

Un día con la pipa de Magritte.

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.
*

Fuimos hoy de paseo con la pipa de Magritte. Ella se instaló en uno de mis bolsillos y me dijo que la despertara en cuanto encontrara algo digno de ser visto… pero yo sé que iba despierta.

A ratos, la veía asomarse y mirar a la gente cuando se abrían las puertas del metro, pero después se escondía rapidito para que no la descubriera.

-¿Falta mucho? –me preguntó entonces, mientras fingía un bostezo.

-No –le contesté. Aunque sinceramente no tenía idea hacia dónde íbamos.

.
*

Me la habían regalado esta mañana y apenas la saqué de la caja en que venía me di cuenta que era igual a la pipa de los cuadros de Magritte, y lo comenté en voz alta. Fue ahí cuando la pipa pareció despertar a una existencia nueva y me habló orgullosa.

-¿Usted dice que soy famosa?

-Lo es –dije yo, mientras untaba la sorpresa en la cerveza matutina y me la tragaba de golpe, para que no lo notase.

-Entonces puede usted sentirse afortunado –continuó-, pues no pretendo imponerle grandes exigencias y hasta me siento humilde, a pesar de mi condición…

-Gracias… –atiné a decir.

-Yo siempre lo supe en todo caso… esto de ser importante, me refiero… -agregó-. Es que algo hay dentro de uno… una picazón… o algo… que nos avisa que nuestra existencia es especial, ¿no lo cree?

-Eh… sí claro… una picazón…

-La vida debe ser triste si no es así… -me dijo entonces, como entristeciéndose un poco-, ¿ha hablado usted con otras pipas que no tienen mi envergadura?

-Eh… no –confesé- usted es la primera pipa con la que hablo.

-Que afortunado es entonces… su primera experiencia y le ha tocado conmigo inmediatamente… quizá haya una razón para esto, ¿no lo cree?

-Puede ser –le dije-, a veces creo que hay razones para todo, incluso…

-Espere –me interrumpió-, antes dijo usted que yo tenía un nombre… algo de Magrit… Magris… ¿cómo fue?

-Sí, yo dije que usted se parecía… perdón… yo dije que usted era la pipa de Magritte.

-Entonces supongo que debemos presentarnos. Yo soy la destacada Pipa de Magritte… ¿y usted?

-Yo soy Vian –contesté-. Y es un gusto conocerla.

-Pues el gusto es todo suyo –me contestó, actuando con indiferencia.

.
*

Quizá piensen ustedes que debí haber puesto a la pipa en su lugar, ¿pero saben? algo había en ella que me provocaba ternura, y no quería desengañarla.

Por el contrario, le mostré las distintas imágenes que Magritte había pintado donde supuestamente aparecía ella en distintas circunstancias y, aunque lo disimulaba, noté cierto temblor producido por la emoción de saberse bella, y admirada.

Fue entonces cuando me dijo que la llevara a algún sitio, pues quería conocer el mundo. Y me pidió incluso que la envolviera en algún tipo de papel pues prefería ir de incógnito, y descansar de paso, abrigada, en mi bolsillo.

Yo hice lo que me dijo, por supuesto, y entonces fue que salimos de paseo, como les contaba en un inicio.

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*

Al final decidí bajarme en la estación Bellas Artes. Pensé incluso en llevarla al museo, pero luego estimé que se desanimaría si descubría que había un gran número de cuadros en los cuales ella ni siquiera aparecía.

-¿Crees que pueda salir a echar un vistazo sin que la gente se me tire encima o quiera fotografiarse junto a mí? –me preguntó entonces, disimulando lo más posible su entusiasmo.

-Es posible –le contesté-. Además nadie espera encontrarte acá y posiblemente piensen que se trata simplemente de un doble, o una imitadora…

Fue así que ella se encaramó de un brinco hasta mi hombro –no quise ponerla en mi boca pues me pareció indigno-, y la llevé con el mismo cuidado con que King Kong había llevado alguna vez a una muchacha hasta lo alto de un edificio, quién sabe con qué objetivo.

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*

¡La hubiesen visto…! Iba con la boca tan abierta que de haber llevado tabaco se le hubiese caído… Era como una niña chica asombrándose ante todo, aunque trataba de no hacer preguntas, para no mostrarse ignorante.

Recorrimos un parque, la llevé a probar helados y hasta subimos un cerro para que pudiese ver la ciudad, desde lo alto.

-Es grande el mundo –me dijo entonces-. Y es realmente un honor ser admirada en él, y poder brindarles mi belleza -concluyó.

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*

Fue entonces cuando cometí el error de pedirle que me acompañara a retirar un cuadro que me habían encargado ir a buscar, por aquel sector.

Fue un error porque olvidé la dirección y fui a parar a un taller equivocado, donde conocí a un tipo que me dio en principio tanta confianza que decidí mostrarle la pipa.

-¿Puedo presentarte? –le pregunté a la pipa.

-Puedes –me contestó-. Pero no me interesa hablar en su presencia.

-Esta es la pipa de Magritte –dije entonces, enseñándola.

Y entonces comenzó el derrumbe.

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*

Parte del problema es que uno descuida a veces lo que ama.

Le puede pasar a cualquiera, claro… pero me sucedió a mí. Y pesa.

Me emborraché más de la cuenta y no me fijé que el tipo aquel comenzó a hablar de los cuadros de Magritte y manoseó la pipa de arriba abajo… hasta que declamó en voz alta la frase aquella que vino a complicar todo:

-Esto no es una pipa –dijo, como si fuese una sentencia, y yo casi pude escuchar como dentro de la pipa algo se quebraba.

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*

Por si fuera poco, resultó además que terminamos a golpes con el tipo.

Él quería echar tabaco en la pipa y yo la defendía diciendo que era virgen, que era demasiado hermosa y que su importancia hacía imposible el pensar siquiera en utilizarla para esos menesteres…

Pero lo cierto es que ya era tarde para intentar defenderla y fui a dar por el piso igualito que el Quijote cuando intentaba luchar por Dulcinea… Además, aunque hubiese ganado, el daño estaba ya hecho, y la frase aquella había calado hondo en mi hermosa pipa, rompiendo algo que se mostró como su orgullo, pero que no era más que alegría, al sentirse bella y admirada… algo que además -y esto es lo que más lamento-, era también ella misma.

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*

-Usted sí es una pipa –intentaba convencerla yo, de regreso a casa-. Usted es la más hermosa e importante de las pipas y aquella frase es sucia y cruel, igualito que el mundo que no la merece…

-Ese tipo no sabe nada –continuaba-, además, si se trata de eso, nadie es realmente lo que es… todos hemos perdido el significado que llevábamos dentro… Usted en cambio posee una belleza distinta… usted además… usted…

Pero no había caso. Ella seguía sin decir palabra y con el aspecto de haber sido dañada en lo más hondo. Y lo más hondo de una pipa es aún más hondo que lo más profundo que tiene un ser humano… y si le sumamos a eso que mis palabras son torpes, y mis descuidos… llegar siquiera a acercarme al fondo de ella parece ser del todo imposible, al menos para mí.

.
*

Han pasado varias horas desde aquello y todo sigue igual.

Ella está aquí a un costado, pero no me habla y está quieta. Tanto que se parece incluso a esos pajaritos que aparecen en invierno, muertos por el frío.

No sabe que estoy escribiendo de ella y espero que nunca lo sepa, pues se avergonzaría más.

Les quiero pedir, sin embargo, si un día me ven con ella, que en lo posible, la saluden con una pequeña reverencia y una sonrisa… pues quién sabe lo que un gesto como ese puede significar para alguien como ella… quién sabe…
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lunes, 21 de febrero de 2011

Vian, arquitecto antifuncional.

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Puede parecer falso, pero recuerdo que una vez vi en un documental que en un país de medio oriente la construcción de dos edificios de departamentos había sido interrumpida porque debido a un error en la implementación del diseño, no existía conexión alguna entre los distintos pisos.

Es decir, ya casi al final de la construcción, se habían percatado que no existían ascensores ni escaleras que permitieran el tránsito entre los distintos niveles, más allá de algunas de emergencia que se habían instalado al exterior del edificio y que fueron las que utilizaron los trabajadores mientras realizaban dicha construcción.

Debido a esto, las obras habían sido paralizadas y los edificios habían quedado sin terminar, hasta que un millonario árabe compró aquellas construcciones y exigió que se terminaran hasta con los más mínimos detalles, incluyendo muebles, alarmas e iluminación, aunque nunca, desde su creación, fueron habitadas por ninguna persona.

Desde entonces, la imagen de esos dos edificios vacíos, iluminándose automáticamente a ciertas horas de la noche y llenos de elementos que no iban a ser usados y que estaban allí renunciando a su función, me venía una y otra vez a la memoria, hasta que se fueron convirtiendo de a poco en el paradigma de un tipo de belleza que sólo aquello que ha sido despojado de su esencia y objetivo, puede ofrecer.
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Y claro, alguien podrá molestarse o decir que aquella belleza es a la vez un escupitajo en la cara de los que nada poseen, o una burla ante el sinnúmero de necesidades que afectan a un número demasiado alto de personas, pero lo cierto es que hay algo en esas cosas perdidas, en todo aquello sin uso práctico y sin desgaste, que se asemeja en cierto punto a la idea clásica de pureza, y que permite, también hasta cierto punto, acercarnos de una manera distinta a lo que entendemos por significado, y boicotearlo desde dentro.

Pienso por ejemplo en aquellas personas que compran un departamento y pasan día a día frente a la construcción, pudiendo permanecer largo tiempo mirándolo, incluso con largavistas, y que parecen extasiados ante el vacío, ante el espacio que los espera, o derechamente ante el no estar ahí, que pasa a ser el primer boicot que hacemos al interior de ese significado, en este caso, el de nosotros mismos.

Imaginemos también entonces qué pasaría si al interior de cada villa o condominio, se dejase siempre una casa sin habitar, como la típica casa piloto que se utiliza para mostrarnos como podría ser la nuestra y convencernos de comprarla. Qué sentiríamos al pasar los años y caminar frente a esa casa en que todo es incorruptible, donde no hay ampliaciones, donde ninguna familia ha crecido y/o se ha separado, donde nada se ha desgastado… donde todo está siempre como en estado puro.

Y si de ser antifuncional se trata, por qué mejor no pensamos en un cuarto al interior de nuestra casa, o un sector mejor dicho, un lugar perdido bloqueado por paredes y al interior del cual no tenemos acceso… ¿qué nueva forma de entender el significado podríamos tener a partir de las sensaciones que dicho espacio -casi un útero vacío al interior de nuestra propia casa-, nos provoca…?

Y es que el asunto ese de los significados perdidos es algo que me preocupa mucho más, debo reconocer, que las cosas aparentemente prácticas y que tienen en este mundo una función aparentemente establecida.

Por otra parte, no crean que olvido lo frío que suena decir esto, pero creo que la antifunción es la única forma de hacer colapsar el espacio cotidiano, cuestionando los significados rígidos y carentes de dirección, que rigen el mundo en que vivimos día a día.

De esta forma, ya que el hambre y las necesidades de los otros no nos conmovieron lo suficiente, quizá estos espacios antifuncionales esparcidos por el mundo puedan servir casi como agujeros negros, y su presencia, -al mismo tiempo que anulan el significado de todo aquello que está fuera de ellos-, pueda ayudarnos a cuestionarnos cosas de importancia, como por ejemplo cuál es la diferencia que existe entre aquellos dos edificios vacíos en un país del medio oriente, y otros dos edificios exactamente iguales, pero habitados por personas, en cualquier parte de nuestro mundo.

Por último, quizá no esté de más cuestionarnos, de paso, sobre nuestra propia arquitectura, y ver qué partes de nosotros están llamadas a ser también antifuncionales –allá verá usted si decide reflexionar sobre el alma o el apéndice-, y descubrir cuál es la función secreta de la antifunción, al interior de nosotros mismos.
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domingo, 20 de febrero de 2011

Se llamaba Soledad y estaba sola.

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I.

Se llamaba Soledad y estaba sola.
Y eso le daba rabia.

Yo la veía siempre sentada en el mismo banco
en una plaza
leyendo historias de superhéroes
y anotando cosas en una libreta,
con una actitud que parecía agresiva,
y con el ceño fruncido.

Fue entonces que encontré la libreta
y que supe que se llamaba Soledad
y que estaba sola
y que eso le daba rabia.

En la libreta también había dibujos
y las hojas estaban divididas como en un diario,
pero no quise leer nada más
que aquello que ya les dije.

De todas formas,
para que no se sintiera mal
le dejé la libreta bajo el banco
al que iba a leer historietas
en cuanto vi que ella se acercaba.

Luego
esperé a que la encontrara,
y con un plan en mente
me acerqué a hablarle.

Mi nombre es Vian,
le dije.

¿Y estás bien?
me preguntó.

Yo contesté que sí.

Entonces ella dijo que tenía sentido,
que sí me llamaba Vian
lo lógico es que estuviera bien.

Por último,
me propuso que nos juntáramos los martes
luego del colegio,
y hasta me contó que se llamaba Soledad
pero se guardó la otra información
referida a su nombre
que yo había encontrado en la libreta.


II.

Pasó el tiempo y me hice amigo de Soledad
y me enseñó a Green Arrow,
a la Doom Patrol
y hasta a Sandman.

Entonces nos sentábamos a hablar
mientras ella elaboraba teorías
sobre la necesidad del nombre correcto
o del traje,
para hacer de un personaje
alguien realmente interesante.

Y claro,
llegó el día en que me planteó aquella relación
que existía entre su nombre
y su condición,
y si bien no logré apreciar
plenamente su rabia,
me di cuenta que algo más había
tras aquel asunto.

Y es que, tras contarme aquello,
estuvo sin aparecer como dos meses
y luego sólo apareció para venir a despedirse
uno de esos martes en que yo seguía insistiendo
en esperarla.


III.

Me hice un traje de superhéroe,
me contó,
hace tiempo que llevaba los diseños
escondidos en mi libreta.


Utilicé a escondidas
una máquina a coser
en casa de una tía
y fui agregando uno a uno
los accesorios que había imaginado.


No estaba tan loca
como para usarlo,

continuó,
no en las calles al menos
ni combatiendo criminales,
pero el caso es que extravié la libreta
en el colegio
y mis compañeras se enteraron.


Así que en vez de superhéroe
terminé con un sobrenombre muy feo

concluyó,
y me cambiaron de colegio
y me vengo a despedir.


Sólo entonces me fijé
que junto a Soledad
estaba alguien que quizás era su padre
esperándola
y que ella extendía la mano
y que yo no tenía nada que decir.


IV.

Con el tiempo,
y en aquel mismo lugar,
comencé a investigar a las chicas
que venían vestidas
con el uniforme que usaba Soledad,
pues quería averiguar,
sin tener que preguntarlo,
cuál era el sobrenombre tan feo
que le habían puesto.

Fue así que escuché
tras algunas semanas,
que ellas hablaban de una ex compañera
que sin duda era Soledad
y que ellas nombraban, entre risas,
como el monstruo del lago nerd.


V.

A pesar de lo que le pareció a Soledad
yo no encontré tan feo
lo del monstruo del lago nerd,
pero claro,
sucedía que para ella
el asunto ese de los nombres
era demasiado importante.

Además,
según me enteré,
le habían hecho hasta un cómic
donde el monstruo aparecía vestido
con sus propios diseños.

Quizá por eso,
y para convencerla que aquello de los nombres
tenía también su lado simpático,
estuve hartas semanas intentando hacer dibujos
para una historia tierna
sobre un monstruo del lago nerd
que me descubrió un mundo
que hasta entonces desconocía.

Fue así que haciendo aquello,
que podría considerarse
mi primer libro ilustrado,
me di cuenta que escribiendo
era la mejor herramienta que tenía
para poder acercarme a lo que siento
y descubrirlo.

Pero bueno,
ella nunca vio aquel librito,
y hablar de lo que descubrí o no descubrí
que sentía
era tarde incluso
en ese entonces.

Sólo supe de ella que se llamaba Soledad
y estaba sola,
y que escribir podía servir
a veces
para transformar la rabia
o la tristeza
en algo plenamente distinto
y darle un nombre nuevo.
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sábado, 19 de febrero de 2011

¿Y si yo fuera el gran desverrugado?

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-Yo quería tener una cicatriz, pero Dios me dio esta verruga.

-¿Qué?

-Que Dios me dio esta verruga… la que has estado mirando todo el rato, no seas cínico…

-No soy cínico, me sorprendió lo de la cicatriz, eso es todo.

-¿Sabes…? el otro día busqué información sobre una tribu que adorara las verrugas…

-¿Cómo?

-Eso. Lo que dije. Que busqué y busqué pensando que en algún sitio tendría que haber un pueblo o una tribu que viera en las verrugas algo especial, divino… no sé… una especie de poder especial que sólo tuvieran esas personas…

-¿Y?

-Y nada. No había ni una puta tribu que viese en las verrugas algo más que… no sé… que una verruga…

-Ah…

-Lo triste es que habían tribus que adoraban de todo… gente con jorobas, o con manos de a seis dedos, o hasta tener un pie chueco, por ejemplo… pero de verrugas nada… siempre una maldición, no hay caso…

-¿Y no has pensado en quitártela?

-No puedo.

-¿Por qué?

-Mi madre me hizo prometer que no lo haría… es que su madre tenía una donde mismo y según ella era una señal…

-¿Una señal?

-Sí… o no sé… algo como con un significado extra… yo intenté arrancármela, de pequeña, pero ella me sorprendió justo cuando comenzaba a hacerme un corte con una cuchilla que había en la casa… entonces me hizo jurarle aquello de dejármela…

-¿Y no es opción romper la promesa?

-Quizá… o sea, tal vez cuando muera… no es que desee que muera, en todo caso… pero no podría verla sin la verruga, creo que la decepcionaría, o algo.

-¿Y una prótesis?

-¿Cómo?

-Que te la extirpas y no sé, pides que te la guarden o te mandas hacer una igual y te la colocas cuando la visitas…

-No sé, creo que igual me sentiría mal, al verla… y capaz que hasta por pura culpa terminaría por usar siempre la prótesis, no sé… además está lo de querer la cicatriz…

-No entiendo.

-Que me gustaría tener una cicatriz en la cara… no es sólo no tener la verruga, sino tener la cicatriz…

-¿Pero quieres una cicatriz donde está la verruga?

-Mmm… no sé, bastaría con que fuera en el rostro, aunque no tan grande claro…

-¿Y tener las dos cosas?

-¿Cómo?

-Tener la verruga y la cicatriz mientras, como para adelantar trabajo… podrías hacerte la cicatriz y con el tiempo, no sé… ver la posibilidad de extirparte la verruga… por último cuando muera tu mamá, como decías…

-No, tener las dos cosas ya sería mucho… además la gente dudaría entre qué cosa mirar, y yo quedaría más atrás…

-…

-De todas formas, yo creo que es cosa de Dios eso de darte una cosa en vez de otra, como por joder… es típico… de hecho a veces creo que el significado de Dios es la joda, la burla… como que se caga de la risa ante todo esto…

-¿Ante tu verruga?

-No, no ante “mi verruga”, sino ante la verruga general… la macro verruga, la vida verruga… no sé cómo llamarla… mira, mi verruga es mínima, no tan importante en ese sentido, pero digamos que es el sello de Dios, algo así como su firma que tiene que ir hasta en la más mínima de sus creaciones… para asegurar la joda… ¿tú qué crees?

-No sé… estaba pensando qué pasaría si le olvidaba poner la firma en alguna de las creaciones…

-¿Cómo?

-Eso. No firmar. Olvidarse de la joda, como decías… ¿qué pasa si a Dios se le pasa uno y no sé, nace el ser sin verruga?

-¿Algo así como el gran desverrugado?

-Claro… ¿qué pasa si existe ese ser y a Dios se le pasa…?

-Suena interesante…

-Imagínate que el ser ese se encuentra un día frente a Dios

-¿El gran desverrugado…?

-Eso… el desverrugado ese… imagínate que un día así, medio perdido va a dar de pronto frente a frente con el Dios ese de la joda, que hablas tú…

-Yo hablo del Dios de todos, en todo caso…

-Bueno, digamos entonces el Dios de todos, no hay problema… el punto es lo que sientes si eres el gran desverrugado y te encuentras con el Dios de todos.

-No entiendo la idea…

-Esa. Encontrarte con el Dios de todos, el de la joda… el de la burla constante y la verruga como firma… qué pasa si el que se encuentra con él no tiene firma, ni joda… qué pasa si él mira al Dios de todos y este no puede reírse de él porque el ser anda por el mundo sin firma, es decir, sin posibilidad de reclamar su propia autoría…

-¿O sea té hablas de que el gran desverrugado sería el único libre, o algo así?

-No, todos somos libres… sólo que unos con verruga, que son la mayoría…

-Espera, suena a poco la mayoría, es que son todos menos uno…

-¿Y cómo quieres que lo diga?

-La totalidad menos uno… ¿puede ser?

-Mmm… no me gusta la idea, pero bueno… el caso es que no es asunto de libertad, la totalidad digamos… la verdadera, sin restarle ni al desverrugado…

-Pero la verruga limita la libertad…

-No sé, limita la sensación de libertad, yo creo… la única ventaja del desverrugado es que se jode a Dios…

-¿Cómo así?

-Así po: jodiéndolo. Llegando frente a él y dejándolo serio, sin posibilidad de reclamo porque vas sin firma, porque naciste sin correa, sin el vínculo verruga que te ata a él y a la vez te jode…

-Pero Dios es inmortal…

-¿Y?

-Y el desverrugado, por más especial que sea sigue siendo mortal…

-Claro, pero esa mortalidad… no sé, desverrugada, termina por joder entera a la inmortalidad del Dios ese de la joda…

-El Dios de todos… acuérdate…

-Bueno, el de todos… pero igual se jode, ese es el punto… ya no podrá estar tranquilo ni burlarse a sus anchas porque se le funó el chiste, porque se le pasó el desverrugado, y porque claro… si se le pasó uno…

-Podrían pasársele más…

-¡Claro!

-Pero…

-¿Qué?

-No sé… no me convence… y además la verruga, o la firma no tendría ya sentido alguno…

-¿Para Dios o para el desverrugado?

-Para nosotros, los que tenemos verruga… o sea, más allá de que sea visible o no supongo que la verruga al menos tenía el significado de la joda…

-¿Y?

-Y que luego del desverrugado ya no habría sentido para los otros… o sea el Dios ese hasta dejaría de mirarnos, y así ya no hay gracia, ni joda, ni chiste… pero sobre todo no hay sentido…

-Pero se habría jodido algo, eso siempre es importante… o trascendente, no sé… ¿no lo ves así?

-No, para nada… de hecho siento que hablas como si tú no tuvieses verruga…

-Pero todos tenemos… tú misma lo dijiste…

-Menos el gran desverrugado…

-¿Y acaso tú crees que yo soy el gran desverrugado?

-Mmm, no sé, te conozco hace años y siempre me ha dado la impresión que tienes, pero…

-¿Pero qué?

-Pero no sé… es como si fuera una verruga movible… quizá como esa prótesis de la que hablabas para confundir a mi madre… sólo que a veces te equivocas y la colocas en otro sitio…

-Creo que estás equivocada, no soy tan especial, después de todo…

-No digo que seas especial, sólo pensaba que a lo mejor el desverrugado es uno más y que puede estar entre nosotros…

-¿Y es grave si es así…?

-Claro… podría arruinar todo… habría que convencerlo que tiene una verruga, confundirlo…

-¿Y si resultara lo suficientemente consciente de que no tiene verruga, de que es el desverrugado?

-Entonces habría que obligarlo a sentirse culpable… por ser distinto a los otros… o sea, por creerse distinto… o por querer acabar con la joda sin entender que después no hay nada… sólo pérdida de significado…

-¿Y si no resulta?

-Yo creo que sí resultaría…

-¿Pero si no resulta?

-Entonces habría que matarlo, o encerrarlo, no sé… crucificarlo, a lo mejor…

-¿Estás bromeando, supongo…?

-…

-¿Y...? ¿Estás bromeando…?

-No sé, decídelo tú… además diga lo que diga lo vas a cambiar cuando lo escribas…

-¿Y si prometo no cambiarlo?

-Entonces te diría que le estás dando demasiada importancia, y dejaría la conversación hasta aquí.

-¿Hasta aquí?

-Sí, justo hasta aquí.
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viernes, 18 de febrero de 2011

Drenar el lago.

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A lo mejor hay que drenar el lago
como en las películas antiguas.

¿Se acuerdan ustedes?

Eran películas misteriosas
en que a partir de una desaparición
o un probable asesinato,
resultaba necesario vaciar por completo
grandes estanques
o lagos
hasta descubrir el cuerpo que por lo general
estaba enganchado con algún peso
en el fondo de aquel lugar.

Yo recuerdo que siempre
en esos momentos
solía preguntarme sobre el extraño lugar
al que se iba aquella agua
pues me costaba entender cómo
un lago
podía dejar de una forma tan simple
de ser lo que era.

Desde entonces,
aunque suelo guardarme las palabras,
la idea esa de drenar el lago
venía a proponer algo así como una solución,
un camino no realizado
todavía
y que podía revelar aquellas cosas
desconocidas y olvidadas
que quedan empantanadas
a veces
al fondo de nosotros mismos.

Sin embargo,
supongo que ante todo
estamos vivos mientras somos un lago,
es decir,
no es cosa de ir vaciándose
una y otra vez
y abandonar lo que somos
por indagar en el misterio
que pensamos explicará
el significado oculto
de nuestra vida.

Y es que luego de tanto tiempo
creo que he ido aprendiendo
que drenar el lago,
es sólo una justificación más
que tenemos
para evitar ser lo que somos
y disfrutarlo.

Y claro,
más allá de ser un gran lago,
o un estanque,
o hasta un charco pequeñito,
lo importante es evitar
que se enturbie nuestra agua
y que aquello que por una u otra razón
haya decidido quedar
o haya quedado sumergido
allá adentro,
deje ya de ser de ser visible.

El problema está,
sin embargo,
en que muchas de aquellas cosas
que quedan sumergidas,
quedaron ahí estancadas
cuando aún estaban vivas,
y cuando su lugar por tanto
era presumiblemente
algún otro.

Hoy, debo confesar que hablo de esto,
plenamente confundido,
buscando la forma correcta de entender
qué tan correcto o no
era la solución aquella que creía vislumbrar
sobre drenar el lago.

Además la tristeza
de perder un amigo,
de sentir como se va su vida
mientras le acaricias la espalda,
parece de pronto otorgar
una claridad distinta
aunque amarga,
a cualquier idea
que intentemos.

Así que hoy abro un nuevo espacio
en mi interior,
y remuevo las aguas
para acogerlo transparente.

Es decir,
cuando llegue el turno
y alguien decida drenar mi lago,
a partir de hoy se encontrará,
entre muchas otras cosas,
con un perro simpático
y fiel
que va a andar correteando
por el fondo.

No le tengan miedo
si lo ven,
sólo háganle cariño y ya verán
cómo se echa a sus pies
y los mira de la forma más hermosa
que hayan visto.

Díganle Eclipse
entonces,
y verán que él se sonríe
y con ello,
a lo mejor hasta ayude a remover sus propias aguas.
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jueves, 17 de febrero de 2011

Hay días en que despierto zurdo (canción rara).

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Hay días en que despierto zurdo.

No me pasa muy seguido,
pero ocurre de vez en cuando.

Sucede así, sin aviso,
y uno se percata de casualidad,
cuando estás empinando una botella
o escribiendo
o hasta saludando.

Lo malo es que no te creen
y se ríen de forma extraña
como si ocultaran algo.

Luego viene un silencio
o una anécdota,
y lo que a mí me sucede
queda así como archivado.

Además si te das cuenta
el mundo está dado vuelta:
las miradas ya no son rectas
y el significado de todo
parece volverse amargo.

Yo intento explicarlo,
pero no puedo,
y hasta el doctor se ríe
y no da recetas
y termina invitando una cerveza
y predicando:

Usted debiese reírse,
me dice,
peor es despertar manco.

Pero lo cierto es que él no entiende
que siento igual que amanecer
con las costuras hacia afuera
y en un mundo equivocado.

Una vez tuve un caso,
me cuenta él entonces,
de un tipo que tenía su vida perfecta
hasta que debió cambiarse a un lugar
donde el manubrio de los autos
estaba al otro lado.

Y claro,
yo lo miro y desconfío,
y hasta un poco de reojo
cuando me voy,
lo sigo mirando.

Y es que el mundo no es uno
y nada es uno
y ni siquiera el corazón está hecho
sobre espejos planos.

No sé que cambia con esto,
por supuesto,
y puede que dé lo mismo
si me despierto un domingo
utilizando mi otra mano…

Pero díganme con franqueza
¿no les sucede a ustedes
sentirse a veces en redes
manejadas por extraños?

Y es que yo les confieso
que es precisamente eso
lo que me sucede cada mañana
cuando me miro las manos.

Al final no sé si soy zurdo
pero pasa que siento absurdo
sin amar
andar respirando

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Coro:

Yo no sé fechas
ni moralejas,
y ni siquiera sé bien
de qué es lo que estoy hablando.

Quizás soy un mago viejo
y no sé decir si un conejo
salió de mi sombrero
o si llegó de despistado.
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miércoles, 16 de febrero de 2011

La cámara viajera: cine japonés (x7)

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Además de Francia, otro de los países donde es posible encontrar un número casi excesivo de buenos directores es el Japón.

Es así como a grandes nombres ya considerados clásicos, como Kurozawa, Ozu, Teshigahara, Mizoguchi, Inagaki o Shindo –por nombrar algunos-, podemos agregarle otros que están aún en plena producción, como Koreeda, KItano, Miike, o hasta pasarnos al lado del animé y seguir hablando de obras de una calidad notable, aunque no siempre valorada y/o conocida en el mundo occidental.

Y no se trata sólo de nombres, por supuesto, sino de sensibilidades, de estilos y de formas de significar que fueron transformándose a la par que el mundo japonés, reinventado varias veces, a lo largo del siglo XX.

Intentar hablar de esto a la rápida es, sin embargo, algo que fácilmente podría calificarse como una falta de respeto, por lo que prefiero ir rápidamente a algunas películas que he visto estas últimas semanas y comentarlas brevemente antes de que vayan reuniéndose otras y ya sea imposible recurrir a la memoria, y el entusiasmo del descubrimiento se haya también desgastado y vuelto borroso, al menos.


Cerdos y buques de guerra, de Shoei Imamura (1961).

Es extraña la biografía fílmica de Imamura. Es decir, pasar de ser ayudante de Ozu a trabajar en una productora de películas porno -porno suave y técnicamente bien realizado, pero porno al fin-, es sin duda un cambio abismal. Sin embargo, justo en medio de ese abismo, y contando con el vértigo de esa caída, Imamura supo adquirir una forma propia de hacer cine y hasta logró cumbres increíbles con películas que fácilmente pueden considerarse hoy entre las mejores películas japonesas de todos los tiempos.

A esta categoría corresponden, según mi apreciación, Lluvia negra y La balada de Narayama, por ejemplo, aunque tanto La Anguila –que volví a ver hace unos días- y Cerdos y buques de guerra están a un paso pequeño, de alcanzarlas.

En esta última película, Imamura logra mezclar al mundo yakuza con la miseria de las ciudades japonesas ocupadas por las tropas yanquis, a partir de la historia de un joven que quiere surgir desde un trabajo en un criadero de cerdos, a partir del acceso que este mismo trabajo establece con los negocios turbios del mundo de la mafia.

Así, desde una historia pequeña, y acompañándose de unas secuencias diseñadas de forma maravillosa, Imamura logra incluir en esta película escenas que difícilmente logran olvidarse, incluyendo un final impresionante que permite acercar este film a la categoría de obra maestra.

Asimismo, como es casi característico en su cine –o al menos es un punto común en las películas que he visto de este director-, la obra contiene cierto germen de rabia, de injusticia, y hasta de corrupción, que se sitúa justo al interior del problema que supuso para el Japón verse ocupado por tropas que corrompieron de manera inconmensurable tanto su cultura, como el espíritu desde donde ésta última brota, y fluye.

Una gran obra, en resumen, de un director que alcanza una sensibilidad distinta en cada uno de sus films, y que constituye, asimismo, uno de aquellos autores cuyas grandes obras hay que ver cueste lo cueste, -al menos si nos interesa comprender la voluntad que late con fuerza al interior de cada hombre que ha perdido de golpe el mundo en el que vivía, y creía-.


Story of Sorrow and Sadness, de Seijun Suzuki (1977).

Dan ganas de reírse de Tarantino cuando podemos comparar con el original la estética buscada en algunas de sus películas, principalmente en Kill Bill. Y es que a este respecto, Suzuki es claramente insuperable.

Poseedor de un estilo absurdo y atrayente, Suzuki supo hacer de su cine de yakuzas obras que pueden trascender al cine de este género a partir de una serie de elementos que resultan, sin embargo, inclasificables.

Así, con una mínima coherencia narrativa, sus obras logran construir una cohesión dada a partir de breves diálogos, secuencias y sobre todo una construcción de la imagen que muy pocas veces pueden verse en el mundo occidental –se me viene a la memoria Danger Diabolic, de Bava, pero nada más-.

En el caso de esta película, Suzuki aborda la figura de una modelo que es preparada para alcanzar notoriedad pretendiendo que triunfe como golfista. Sin embargo, a través de este proceso, hay cierta imagen de corrupción del medio en que está inserta así como del acoso y presión a la que es sometida por parte, principalmente, de una de sus supuestas admiradoras.

Una película que elabora entonces un discurso extrañamente violento a partir de escenas donde destaca la utilización del color y sobresale la belleza de Kyoko Enami, aportando una serie de sensaciones que contribuyen a hacer de esta película una gran obra, fiel reflejo del estilo que Suzuki supo impregnarle a su cine, a pesar de las dificultades que ese mismo estilo le supondría en tanto a la aceptación comprensión) del público y de las productoras que constantemente dudaban sobre la naturaleza de su trabajo.

Sin embargo, es justamente con esta película –rodada 10 años después de ser despedido tras el fracaso de otra de sus obras-, que Suzuki reafirma asumiendo un gran riesgo, todo aquello en lo que cree como realizador y que puede resumirse en la actitud del protagonista de El vagabundo de Tokio, silbando en una escena la canción central de la película, otra de sus grandes obras, dicho sea de paso.


Duelo silencioso, de Akira Kurosawa (1949)

Según mi opinión, no es de las mejores obras de Kurosawa. Pero claro, sigue siendo un Kurosawa así como un Ferrrari sigue siendo un Ferrari, aunque lo conduzcan a poca velocidad, en una carretera interurbana.

Y es que quizá si Kurosawa no hubiese filmado Barbarroja, podría valorar más esta película, pero como en aquella el director japonés logró decir todo lo que podía decirse sobre la profundidad del espíritu humano desde la figura de un médico, esta me resulta un tanto menos atractiva, y más limitada.

La historia en sí trata de un médico que contrae la sífilis a partir de un accidente en una operación, y que ve cuestionada su figura casi de santo a partir del padecimiento de dicha enfermedad, debiendo renunciar a su novia y sufriendo otra serie de desventuras a las que no me referiré para no caer en el spoiler.

La obra, por lo demás, cuenta con una notable actuación de Toshiro Mifune así como de buenos momentos alcanzados en el film, desarrollado a partir de una novela que es adaptada por Kurosawa, permitiendo que la obra mantenga clara su dirección y su lenguaje sea unificado y sólido, aunque hoy en día pueda a ratos parecernos algo ingenuo.

Una buena obra, en resumen, de las primeras de Kurosawa y que valen no sólo por ser de él, sino por constituir en sí misma una buena producción… lo malo –por decirlo de alguna forma-, es que Kurosawa luego dirigiría Barbarroja, una historia donde este mensaje está contenido y es superado con creces, en una obra monumental.


Hausu, de Nobuhiko Obayashi (1977).

Me alejo aquí de las grandes obras indiscutibles japonesas, para ir a ese lado bizarro y experimental que supo tener también el cine japonés a través de directores menos difundidos.

Aquí, en una película considerada de culto, por algunos, la historia de siete chicas que llegan a una mansión que tiene algo así como vida propia, sirve para dar paso a un experimento cinematográfico libre donde elementos humorísticos y de terror se funden junto a la utilización de recursos arriesgados que cuesta entender en qué dirección se dirigen.

No hay que buscar grandes lecturas ni interpretaciones ni profundidad, por supuesto, pero la película es casi un paradigma de las oportunidades que el cine puede ofrecer para realizar algo tan simple y fantástico, como es contar una historia aparentemente inverosímil utilizando los recursos que se tienen a disposición.

En definitiva, un extraño cruce entre Blancanieves, alguna película de cine B, y elementos de humor y terror tomados como excusa para mostrarnos que el cine puede ser también un juego, y hasta entretener con una historia inverosímil pero bien narrada, que sin mayores pretensiones logra sin embargo ser interesante y hasta nos hace dudar si catalogarla o no, como una buena película.


La calle de la vergüenza, de Kenji Mizoguchi (1956).

Sin mucho adorno nos presenta Mizoguchi esta película que aborda el mundo de la prostitución en el Japón posterior a la segunda guerra.

Sorprende el debate abierto sobre la necesidad y legitimidad del rubro que es abordada por Mizoguchi de una forma natural, pintando una serie de variados retratos de mujeres con distintas historias y razones que las han llevado a ejercer dicha ocupación.

Así, a través de un correcto blanco y negro y de buenas actuaciones, el drama del director japonés se desarrolla sin caer en el exagerado dramatismo, y pintando un retrato de época donde la visión de política de Mizoguchi queda también manifiesta.

La construcción del guión, por otro lado, es inteligente, y enfoca de buena forma el “todo” de la prostitución como un tema central, sin desviarse demasiado por las historias particulares, planteando un desarrollo coherente y que desemboca en un buen final llevado a cabo con maestría.

Por último, es destacable la forma en que Mizoguchi, tanto acá como en sus otras películas, se acerca a los personajes femeninos, con una comprensión y un afecto que queda bien establecido en muchos de sus films.

Otra gran obra, en definitiva, de las pocas que lograron salvarse de la tremenda producción que realizó este director, uno de los más grandes, por cierto, del cine tradicional japonés.


El hombre del carrito, de Hiroshi Inagaki (1958).

Hermosa y bien construida película de otro gran director del cine japonés, de quien admiro principalmente su saga Samurai.

En esta ocasión, la película se edifica sólidamente bajo la tremenda actuación de Mifune, quien personifica a un conductor de carro (de esos de dos ruedas, a tracción humana) quien desde su naturaleza salvaje, intenta entender que es el amor, el ser padre, y el general, el brindarse por los otros y saberse vivo.

Una película profundamente emotiva, pero que sabe matizar el dramatismo de algunas situaciones con ciertas dosis de humor o cambios de perspectiva, que a ratos llegan a descolocar incluso, por lo variado de sus temáticas, que convergen sin embargo en una película que nos muestra que todo aquello que aborda no deja de ser, a fin de cuentas, expresión de un mismo anhelo, y de la posibilidad de un alma noble, al tratar de mantenerse pura.

Inmensa película, en resumen. Y tremenda actuación y manifestación del estado salvaje, que es a la vez la forma más pura de demostrar el ritmo real de los sentimientos humanos, y de las voluntades que nos llevan hacia los otros.


Había un padre, de Yasujiro Ozu (1942).

A veces uno descubre cosas por las cuales llorar, o reír. No importa si es a través de una película o al observar a alguien en tu espacio diario.

Con las películas de Ozu suele pasarme algo similar, pero a la vez algo que acerca lo que ocurre en tu entorno con aquello que -aún perteneciendo a otro mundo y a otro contexto-, está también a tu lado. Y te rodea.

Y es entonces cuando más allá de las ganas de reír, o de llorar, una película puede recordarte aquellas cosas por las cuáles vale la pena vivir, e incluso te recuerda que están al lado tuyo: ofrecidas.

Eso es lo que agradezco de esta película de Ozu. Su capacidad de entrega. Su enseñanza suave y sincera, sin alardes, como para producir justamente el verdadero aprendizaje.

En la historia, un profesor y padre de un pequeño hijo, decide retirarse de la educación tras sentirse culpable de la muerte de un alumno. Con ello, y ante la ausencia de la madre, parece abrirse, sin embargo, la posibilidad de una cercanía mayor con el hijo, con quien los une un profundo afecto y algo así como una manifiesta necesidad de uno por el otro.

A pesar de esta posibilidad, el ex profesor parece postergar una y otra vez aquella felicidad, distanciándose de su hijo por distintas necesidades laborales o por aquello que hasta el día de hoy entendemos como darle mayores posibilidades a quienes amamos.

En este sentido, la película nos sumerge en esa historia de felicidad aplazada, y nos revela que la verdadera necesidad no es necesariamente la de una vida bien establecida, o sólida en sus aspecto moral y económico, sino que es aquella que busca saciar la sed que tenemos por la compañía de quienes amamos, y de amar y ser amados por ellos, cuando aún es tiempo.

Una película hermosa, que triza y reacomoda, como si te diese un abrazo fuerte y hasta un remezón, si así se requiere.

La película de alguien que parece amar a sus espectadores y brindarles un mensaje necesario. El secreto de la felicidad escondida en las cosas sencillas.

Todo un regalo, ¿no creen?
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martes, 15 de febrero de 2011

La niña pobre.

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Probablemente ustedes habrán escuchado decir aquello de que todos los niños son iguales, o que son buenos, o que si pudiésemos ver sus almas y abrirlas como si peláramos una fruta encontraríamos rellenos luminosos y aromas agradables, como el de tierra recién mojada o el de flores silvestres, por dar algún ejemplo que me resulte propio.

Pues bien, más allá de ratificar o negar aquellas impresiones, mi trabajo como profesor me ha permitido ver muchas cosas que la mayoría no imagina, actitudes que incluso los padres desconocen de sus hijos y que ellos se preocupan de mantener ocultas no necesariamente por considerarlas malas, si no porque de cierta forma son similares a los desechos digestivos que diariamente producimos –y ocultamos-, aunque estos provienen de un lugar aún más secreto y privado, que algunos se aventuran a llamar espíritu, o alma.

Ahora bien, la historia que aquí me gustaría contarles tiene su origen en las mismas necesidades que llevan a la evacuación de estos desechos, y he decidido titularla “La niña pobre” justamente por ser éste el personaje que menos conozco de los que aquí participan, y por constituir, así, una especie de centro vacío, desde el cual pueden organizarse –a partir de su fuerza-, los distintos hechos significativos que aquí puedan narrarse.

**
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La primera vez que vi a la niña pobre yo estaba haciendo clases en un tercer piso. Era un colegio particular situado en una villa de difícil acceso, creado para alumnos de una situación económica lo suficientemente alta como para poder nombrar a aquella niña de esa forma, a partir de las diferencias que su apariencia revelaba respecto a la de ellos mismos.

Mis alumnos no llegaban aún a los 14 años y se distraían mirando por la ventana a esta niña vestida con un uniforme menos colorido que el de ellos y que se paseaba por la calle trasera del colegio como si esperase a alguien, en un lugar al que no pertenecía.

Ellos, entonces, se molestaban respecto a quién estaba esperando la niña pobre, y hacían otras bromas respecto al asunto, que aquí no repetiré porque parecería exageración y convertiría esto en un mal relato de esos que buscan poner énfasis en la diferencia de clases y distribuyen la bondad humana de forma inversa al nivel económico que se posee, cosa que, si bien coincide en gran medida con lo que parece ocurrir en la realidad, no siempre resulta fidedigna.

El asunto es que la situación comenzó a repetirse de vez en cuando, y poco a poco las bromas de mis alumnos comenzaron a variar pues se percataron que la niña pobre era bastante atractiva y todo se transformó entonces en quién de ellos sería capaz de llevarla a escondidas a ese sector medio olvidado que había en otro extremo de la villa, cerca de una construcción.

Fue entonces cuando las alumnas mujeres fueron con la historia a la dirección, y hasta vinieron apoderados a reclamar porque no era posible que esa niña, de quién sabe qué familia, viniese a pasearse y a buscar a sus hijos que aparentemente no sabían distinguir aún entre una buena y una mala muchacha.

El resultado de esto fue que se investigó el asunto, y la niña pobre resultó ser hija de una de las auxiliares del aseo, que venía a esperarla luego de salir de su colegio, que quedaba, claro está, en otro sector.

La niña dejó de verse luego de esto. Los chicos hablaban de lo que habían hecho con ella y hasta algunos se mostraban temerosos que ella hubiese dejado de venir por haber quedado embarazada, pero lo cierto es que la auxiliar había debido convencer a su hija para que esperase en un lugar más alejado del colegio, para evitar cualquier tipo de problemas.

Con todo, los problemas siguieron un tiempo, tanto que la mamá fue despedida, o trasladada a finales de ese año, que fue, dicho sea de paso, el año que recién pasó.

Poco antes que esto ocurriera, sin embargo, tuve la oportunidad de encontrarme con la niña pobre, en una plaza algo alejada del colegio donde yo me iba caminando para tomar un colectivo.

Ella estaba sentada en una banca y estaba haciendo rayas en la parte de atrás de un cuaderno.

-¿Usted es el teacher Vian? –me preguntó.

-Sí –le dije-. ¿Cómo sabías?

-Mi mamá me contó. Ella le tiene buena al teacher L., a la miss I. y a usted, porque dice que es chistoso.

-No soy chistoso. De hecho soy fome –confesé. Pero ella se rió.

Entonces me contó algo más del asunto de su madre y de los problemas que habían tenido y de por qué no podía irse directamente a la casa y otras cosas.

Yo dejé pasar un colectivo y hablamos un poco más. Ella debe haber tenido unos 14 años, pero parecía ser más pequeña, por su forma de hablar, y dibujar.

Tenía la mochila bastante gastada –la mía estaba peor de todas formas-, y sus lápices y cuadernos eran peor que los que mis alumnos dejan olvidados, junto con ropa, libros y hasta celulares que ni siquiera se acercan a retirar.

-¿Tiene hora? –me preguntó entonces.

-No -le dije-, pero deben ser como las 6.

-Mi mamá debe estar entonces limpiando los trofeos –calculó-. Tienen hartos. Ella tiene que sacarlos y los deja en el suelo para sacudirlos y después los vuelve a colocar, en filas… ¿de qué son tantos trofeos, a todo esto… sabe usted?

-Creo que no –le dije-. Sé que hay uno grande por cheerleaders y deben haber algunos por torneos de fútbol o cosas así… pero para mí que hay varios que son inventados…

-¿Cómo inventados?

-O sea que los compran y los dejan ahí, en vitrina, para que se vean bien…

-¿Se pueden comprar los trofeos? –me preguntó asombrada.

-Claro, uno va, dice qué quiere que le escriban y luego se pagan y uno se los lleva…

-¿Tan fácil?

-Sí…

-Pero y si fuera yo, por ejemplo, y dijera... no sé… escríbanle que yo soy la mejor en tal cosa… ¿no debo mostrar nada?

-¿Cómo?

-¿No debo llevar un documento o algo que muestre que soy la mejor o algo así?

-Nada, sólo dinero para comprarlo.

Ella entonces se queda pensando en algo que la hace sonreír, como si estuviera planeando una maldad, o hubiese descubierto un secreto, o algo así.

Deben haber pasado unos minutos más y supongo que hablamos de otras cosas. Quizá ella me contó sobre los niños del colegio que se acercaban a hablarle y le ofrecían dinero para que fuera con ellos al lugar de la construcción. O quizá me habló sobre las cosas que le gritaban las niñas del colegio cuando pasaban cerca de ella, o sobre la vez que una de las profesoras le preguntó un montón de cosas porque estimó que estaba sospechosamente cerca de su auto.

Pero al final, supongo que es mejor resumir diciendo que llegó su madre y pasó mi colectivo. Ellas caminaron a un paradero de micro porque les era más barato y yo debo haber intentado corregir algunas pruebas durante el recorrido.
.
**

Anoche recordaba esto y otras cosas referentes al colegio, y es que la próxima semana vuelvo a trabajar, cuestión que es precedida por un breve periodo en el cual uno comienza a cuestionarse algunas cosas. Asuntos relativos a eso de que todos los niños son iguales y otras ideas que mencionaba, al pasar, en un inicio.

Y es que si bien somos profesores, lo cierto es que desconocemos mucho sobre algunos temas de importancia.

Por ejemplo, -y esto lo digo con profunda vergüenza-, si alguno de ustedes me preguntara cómo se llamaba la niña pobre, yo simplemente debiese confesar, que a pesar de la distancia que mis palabras aparentemente ponen entre mí y las acciones de los otros…, debo confesar, decía, que nunca le pregunte absolutamente nada, sobre ese asunto.
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lunes, 14 de febrero de 2011

Los que no sabemos cómo es el amor.

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I.

Los que no sabemos cómo es el amor
lo dibujamos a veces
de la misma forma en que los niños
que no conocen el mar
dibujan la playa.

Sin embargo,
no se trata aquí de parecer víctimas,
o de buscar excusas,
sino de acercarnos a aquello
que desconocemos
a través de los escasos accesos
que nos han sido habilitados.

Voy a partir entonces por un desvío
o una extraña aproximación
que viene a mi memoria:

Se trataba de un servicio telefónico
el 141
que existía en mi infancia.

En él,
una voz grabada
te recibía amablemente
entregándote la hora
y la temperatura,
y hasta te daba las gracias por llamar
antes de renovar la información.

Sinceramente,
no sé cuántas veces llamé a ese número,
pero obviamente fueron demasiadas…

Y no se trataba de averiguar la hora,
ni la temperatura,
por supuesto,
sino que todo aquello se transformaba
en algo así como la prueba concreta
de que el tiempo transcurría,
incluso cuando estamos solos
y todo parece tan quieto
que parecemos uno más de los objetos
que nos rodean.

Sin embargo,
el tiempo fue pasando por nosotros
desgastando un algo que no tenían los objetos,
diferenciándonos, por tanto,
y haciéndonos conscientes
de una necesidad
o un anhelo
que casi nunca comprendemos
cuando es tiempo.

Yo por ejemplo,
insistí con aquel número,
y pensaba en qué sucedería
si al momento mismo en que aquella voz
me estuviera diciendo la hora
ésta hubiese cambiado
de improviso.

Es decir,
qué tal si justo la voz
alcanza a decir las once
de las once y cincuenta y nueve
y entonces dan las doce
en medio de aquella cifra.

Y claro…
eso pensaba en ese entonces,
en vez de preguntarme
por qué llamaba
o para qué.

Hoy,
algo más consciente
de mis necesidades,
supongo que uno buscaba la cercanía
de algo que diera la impresión al menos
de estar vivo:
un alguien que te dijera
“la tierra está girando”
“todo tiene un sentido”
“Dios te vigila y te quiere”,
“descansa en paz”.

Todos sucedáneos,
por supuesto,
de una frase aún más cursi
y similar al
“alguien te ama”
que por cierto,
nunca terminamos escuchando.

Y es que el amor en ese entonces,
era apenas una astilla
que no se podía sacar con una pinza,
o una uña encarnada en el espíritu…

cosas,
en definitiva,
sin definición
ni ubicación establecida,

algo tan extraño
y propio
como un columpio
colgando vacío
en el centro de uno mismo.


II.

Los que no sabemos cómo es el amor
lo dibujamos a veces
de la misma forma en que los niños
que no conocen el mar
dibujan la playa.

A mí,
por ejemplo,
a eso de los cinco años
me dio por espiar a una vecina
que jugaba a las tacitas.

Y es que me gustaba verla
sentarse ante ese alguien imaginario,
y servirle
y hablar de tantas cosas
que para mí eran un misterio.

Recuerdo por ejemplo
que ella hablaba de hijos,
y de irse a un lugar lejano,
y entonces hacía una pausa
y fingía llenar nuevamente la tacita
que tenía en frente
y ofrecía cosas inexistentes
en un plato de plástico
a ese otro que no estaba.

Sin embargo,
también hubo veces en que la oí discutir
y hasta llorar,
y arrojar las tacitas al suelo
y voltear la mesa…

Y claro,
ahora que lo pienso,
quizá a mí me gustaba algo aquella niña,
pero como ella tenía una gran
mancha morada en el rostro
supongo que quedaba excluida
de eso que nos atrevíamos a sentir
que era el amor,
y sólo era alguien a quien uno podía espiar
a escondidas
y evitar mirar directamente al rostro
cuando te topabas con ella
en un almacén,
o mientras se saludaban brevemente
nuestras madres
cuando barrían el polvo
en las veredas.


III.

Los que no sabemos cómo es el amor
lo dibujamos a veces
de la misma forma en que los niños
que no conocen el mar
dibujan la playa.

Y los dibujos son extraños
y hermosos,
y algo hay en ellos que da miedo.

Una especie de verdad que no tienen
los dibujos
de aquellos niños que sí conocían el mar
y que vivieron concretamente
la experiencia.

Y es que a veces es conveniente
renunciar a la intuición
y a la certeza,
y hablar derechamente del amor
como un algo que necesitamos
como anhelo.

Además,
si existe ese columpio al interior de cada uno,
ya va siendo hora que lleguemos hasta él
y nos balanceemos alto,

tanto como para ver
esos espacios que no vimos
y nos sepamos inmensos.

Poco importa si no supimos qué hacer
ante una grabación telefónica,
o ante una mancha en el rostro de una niña:

Y es que no somos víctimas,
los que no sabemos cómo es el amor,
pero tampoco debemos sentirnos culpables
de no saberlo.

Y bueno…
eso es todo lo que tengo que decir
al respecto
en este día.
.

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