sábado, 26 de febrero de 2011

La tercera, de izquierda a derecha.

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El vecino de un amigo se obsesionó con la imagen de una fotografía antigua. En ella aparece un grupo de mujeres paradas una junto a otra en un lugar donde se ven además algunos árboles.

-Es la tercera –me dice el tipo-, de izquierda a derecha.

Yo sigo su instrucción y observo el cuadro con la imagen ampliada que está enmarcada y colgada junto al comedor.

-Por lo general miento y digo que son familiares –me cuenta entonces-, invento que son unas tías, y hasta incluyo a mi madre en el grupo, para que no piensen que estoy loco, o algo así.

Luego me cuenta que tiene la foto original en su pieza, que la encontró en una tienda de antigüedades donde casualmente estaba en un marco plateado, que regaló tras comprarlo y rescatar la foto.

-Al principio no me di cuenta que era por la tercera mujer –me dice-, o sea, me atrajo la foto, pero yo la miraba en su conjunto, como si esas seis mujeres y los árboles fuesen un todo… Yo la guardé en un libro y me olvidé hasta que un día recordé el rostro de la tercera mujer mientras rallaba una zanahoria…

-¿Mientras rallabas una zanahoria?

-Sí, es que siempre me ha gustado la leche con zanahoria rallada –me explica-. Antes me la hacía mi mujer, pero de todas formas ese no es el punto… lo importante es que me vino a la memoria como si yo siempre hubiese estado pensando en aquel rostro… ¿Te fijaste bien en él?

Yo me acerco entonces a la imagen y apenas distingo el rostro de la mujer, pues no resulta nítida en la ampliación, además, no logro tampoco ver que puede tener aquella mujer y que la diferencia de las otras que están con ella, en la fotografía.

-¿Y? –me pregunta.

-Mmm, es bonita, parece… -le digo, por decir algo.

Él deja pasar un rato y prefiere servirse ron, para dejarme las cervezas, pues no quedan muchas.

-No quiero que me juzgues, pero en verdad esto es mucho más complejo –me dice con otro tono-. No en el sentido de que me crean loco por estar encerrado acá y apenas salir para ir a trabajar y esas cosas, sino porque la tercera mujer existe al interior de esa foto…

-Ya…

-¿No me crees?

-No, no es eso… es que no sé bien qué decir –Me excuso.

Él entonces va al segundo piso y trae la foto original. La mueve mientras baja las escaleras, pero no me la muestra ni la entrega, sólo la tiene en sus manos, y la mira.

-Quizá en esta foto se note más –me dice-. Pero de todas formas no creo que puedas verlo si no quieres…

-¿Qué cosa?

-Lo que yo veo en esa mujer… lo que ella me muestra…

Él entonces hace una pausa y deja la fotografía original a un costado, pero cuando me acerco a verla él vuelve a tomarla, y la aleja.

-¿Puedo preguntarte algo…? –me dice entonces.

-¿Me vas a preguntar qué creo sobre la existencia o algo así? -Me adelanto.

Él se sorprende y se excusa de inmediato.

-No es que quiera buscar transformar esto en algo trascendente –me dice-, disculpa si pareció así, pero es que hay algo en esa imagen que me lleva a sentir que la existencia real está exclusivamente al interior de ella…

-¿De la imagen?

-Sí, de la imagen, pero el acceso particular a esa existencia es la mujer… la tercera, de izquierda a derecha…

Yo dejo pasar un rato y no le digo nada. Estoy un poco aburrido de estas historias raras y quiero conocer gente un poco más normal, y afirmarme en este mundo, que es donde estoy, a fin de cuentas.

-Es como si el mundo real fuese en verdad bidimensional –continúa-, o al menos esa es la visión que tenemos de él… nosotros somos los que estamos fuera… los que no accedemos a la existencia real y por eso a veces no entendemos nada…

-¿O sea que somos un poco como peces en un acuario y vemos el mundo de fuera… el real según tú, como si fuera bidimensional, o falso…? ¿Eso me estás diciendo?

-No… o sea en parte… pero yo creo que lo que vemos en el espacio bidimensional esconde la posibilidad de acceso al mundo de la existencia real, y ahí está la importancia de la tercera mujer de la fotografía…

-¿Y ella es un umbral entonces, la puerta de acceso para que tú vayas a ese mundo y te escapes de éste…?

-Sí. Más o menos sí.

-Y entonces tú quieres irte y sufres porque no te vas –le digo con un tono irónico-, y me vas a decir que has descubierto que amas a esa mujer y que el acceso a la existencia real sólo es posible a través del amor que se puede llegar a tener por alguien cuyo rostro apenas percibes y que en este mundo está muerta y toda esa mierda… mejor sáltate eso y tomemos en silencio lo que queda, y ya está.

-¿Qué es lo que ya está?

-Todo. Todo ya está. Te inventas historias porque no supiste amar y tu vida y todo lo que ella contiene no te satisface…

-Saber que hay un acceso me satisface –alega-.

-¡Te satisface una mierda! Te inventas lo real afuera igual que los que esperan el paraíso porque no se les ocurre como alcanzar la felicidad de otra forma…

-Yo no espero nada, ni busco escaparme… -me dice algo molesto-, simplemente creo que hay dimensiones incluso entre las cosas que para nosotros parecen bidimensionales… y a eso sólo tenemos acceso con nuestras sensaciones…

-¿Sabes? –lo interrumpo-, estoy un poco harto de hablar de sensaciones y verdades y existencias y amores imposibles y cosas de ese tipo… a veces escojo esos temas porque me interesan un poco, pero sólo porque permiten acercarse a cosas o problemas que me sobrepasan y que me cuesta tratar directamente… pero sinceramente no quiero hablar de esas cosas ahora… me tienen un poco agotado…

-¿Quieres hablar de cosas concretas, entonces? –me pregunta.

Yo guardo silencio.

-Mira, -dice luego, invitándome a salir-, dos casas a la derecha vive una señora que te va a hablar de que su marido murió y va a repetir al menos 3 veces que estuvo 51 años y 7 meses casada con él… puedes ir ahí… o si cruzas la calle, al lado de la botillería, hay un tipo que dice que los dioses son de alambre, y hasta puede enseñártelos porque tiene varios en el patio y dice que los ha capturado…

-¿A qué viene eso?

-Viene a que no tienes ideas de la diferencia que existe entre lo que tú crees real o concreto y lo que yo señalo. Y también porque el cobarde acá eres tú y no yo.

-¿Y por qué sería cobarde…? –pregunto, mientras termino la última cerveza que quedaba.

-Eres cobarde porque no te atreves a mirar el rostro de la mujer en la foto original… porque prefieres verla borrosa y poco nítida y convertir lo que temes en fantasmas…

Entonces, mientras buscaba mis cosas para irme, el tipo aquel me acerca la foto.

-¿Quieres que la mire? –le pregunto.

-Quiero que te des cuenta que no te atreves a mirarla –contesta.

Yo dudo un poco y me lo pienso, mientras miro a su espalda la ampliación, y recuerdo que no tengo nada mío que buscar para llevarme.

Al final, decido irme sin ver, sin darle ninguna explicación al tipo ese que me extendía la foto, y sin darle tampoco, por cierto, ninguna explicación a ustedes.
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