domingo, 6 de febrero de 2011

Tres hipótesis sobre el origen de los problemas.

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Encuentro algunas cosas al ordenar la biblioteca. Anotaciones en los libros, hojas con apuntes, o hasta fotos viejas.
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Hoy fue el turno de unos apuntes sobre el supuesto “origen de los problemas”. Yo, -sin recordar específicamente la idea tras esos escritos-, los tomo en parte como una carta sin terminar, escrita hace algunos años, y, ante la falta explícita de un destinatario, asumo la posibilidad de yo mismo haberlo sido.
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Ahí les va.
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Primera hipótesis.

Intentar explicar las cosas es la fuente de los problemas.

Por eso, uno debiera conformarse con las cosas mismas.

Pienso por ejemplo en las personas esas que se instalan frente a un cuadro. Que se acercan y se alejan hasta que deciden de pronto que han encontrado la distancia adecuada. Y comienzan a mirar.

Entonces, pienso también en el mirar como un análisis, y en la búsqueda constante de aquellos detalles que revelen de alguna forma los distintos procedimientos que hemos decidido elegir como los pasos correctos a seguir.

Y claro, llegamos así al vivir como en estado de análisis constante, intentando una serie de actos voluntarios que requieren de argumentos para sentirse sólidos… pero como a cada paso ha de anteceder una pregunta, resulta al final que todo se va descomponiendo hasta que la vida se desmorona y buscamos infructuosamente la explicación macro que baste para sostener todo aquello.

Y es que a fin de cuentas lo que sucede frente al cuadro, corre el riesgo de repetirse ante el intentar comprender a un otro, o justo antes de mascar un durazno, por lo que corremos el riesgo de que la fruta se pudra, o quién sabe qué nefastas consecuencias, que es mejor desconocer, o al menos, no reproducir.


Segunda hipótesis.

El origen de los problemas está en el confiar demasiado en las palabras.

Por eso, uno debiera ser consciente que el asunto ese de la expresión y de la comprensión con los semejantes, es algo totalmente distinto a lo que se nos ha enseñado.

Sin embargo, no niego aquí la posibilidad de la comprensión –hasta cierto punto-, ni propongo la quema de diccionarios ni la extirpación de la lengua ni cuerdas vocales.

Y es que la clave del asunto está en la confianza, y no en las palabras mismas. Puesto que la confianza en las palabras implica al mismo tiempo el descuido de las sensaciones, y de todo aquello que existe previamente al ser nombrado, al interior de uno, y en medio de la relación que establecemos con los otros.


Tercera hipótesis.

Los problemas tienen su origen en la creencia de que no tenemos nada que debamos realizar.

Por eso, hay que saber qué es aquello que es necesario que alguien realice, y abandonar el “nosotros mismos”, para adoptar la forma de ese alguien, y realizar entonces, lo que era necesario.

Alguien podría reclamar, sin embargo, que proceder de esa forma es algo tan absurdo, como el chiste ese que hablaba del tipo que encontró una cuenta de luz y la fue a pagar… aunque en este caso se trataría más bien de alguien que encontró una lista de tareas por realizar, y las fue haciendo una a una.

Y claro… alguien podrá contarme de las bondades del ocio, o de la posición X del yoga, o hasta del éxtasis alcanzado por un santo hindú que encontró en el no-hacer la raíz secreta de la existencia… ¿pero saben? No tengo tiempo para escucharlos… quizá si estuviese en la lista, digamos, pero no está… y el tiempo suele alcanzarme justo, para las cosas que, día a día, son necesarias que alguien –como yo-, realice.

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