sábado, 26 de marzo de 2011

Circuitos.

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¿Serán conscientes la ampolleta y el interruptor de que están ligados por una serie de vasos comunicantes secretos y que nada son sin el otro?

Yo los miro y pienso que no, aunque algo deben sospechar, bajo esa aparente indiferencia. Es decir, imagino al menos que el interruptor se dará cuenta que tras esa presión en su abdomen hay algo que se enciende, y que aparece a su vista, hasta que otra presión, claro, lo deja nuevamente a oscuras.

Algo pasa, debe decirse, yo soy yo y eso está allá, pero hay algo en mí que… bueno… algo hay, debe pensar… -y quizá hasta le guste esa presión y el encendido de la ampolleta coincida con sus mejores momentos-.

Por otra parte, si le tocó ser de esos interruptores con un tornillo mal encajado, o sea de esos que quedan un poco sueltos o corridos y esto lo ha hecho volverse un tanto inseguro de sí mismo, de tal forma que no se cree capaz de provocar él mismo el nacimiento de aquello… bueno, si eso ocurre supongo que pasará los días autoconvenciéndose que aquello es una simple casualidad, como chocar en bicicleta con una chica que nació exactamente el mismo día que tú, o como encontrarte cartas en la calle, o cosas de ese estilo.

Lo malo es que de ser de esos interruptores, quizá también esté presente el acecho de la culpa, y es que si bien el interruptor puede no sentirse vinculado con el origen de aquel destello –por la rapidez de la acción quizá estime que a él se le presiona el estómago cuando la luz se enciende-, es también posible que sienta algún grado de responsabilidad cuando dicho destello se apaga, sin más, justo cuando la presión en su vientre desaparece, sin que él pueda evitarlo.

La vida es injusta, debe pensar el interruptor, y ha de pasar toda la noche desvelado intentando saber si esa presión que siente es o no una de las cosas que esos seres tan extraños llaman sentimientos. Y luego, de decidir que sí lo es, ha de pasar además a eso aún más difícil y que ni siquiera esos seres extraños saben nunca concluir, es decir, saber de qué sentimiento se trata, aquello que sentimos.

La ampolleta en tanto, imagino, debe comprender aún menos. Quizá busque, es cierto, dicha comprensión, pero no debe tener muchas pistas para saber qué es aquello que la transforma hasta diez veces en un mismo día, y la hace temer siempre por si acaso es aquella vez la última, como aquello que esos seres extraños que andan allá abajo denominan muerte, siempre y cuando ya no puedan esquivar dicha palabra.

Además, el asunto para ella es todavía más extraño, pues no está segura hasta qué punto cambia mientras está brillando y no logra entender por qué asusta tanto eso de la muerte cuando ella nace y muere a cada rato y no deja nunca de ser la misma, piensa…

O sea, la misma misma, quizá no, pero eso no hay como saberlo pues lo que fue no puede, digamos, ser comparado con lo que es, aunque se siga insistiendo en eso constantemente y traiga tantos problemas a todos aquellos que, porfiados, insisten en lo mismo.

Yo mismo, por ejemplo, -es decir, Vian, el autor mozo-, cuando cambiaba un interruptor hace unos días pensaba aquello. De hecho, tanto lo pensaba que descuidé la atención y en vez de poner un “interruptor de luz” puse un “interruptor de timbre”, de esos con resortes y que se devuelven a su posición original apenas los aprietas. Resultado: la luz sólo puede estar encendida mientras mi dedo presiona el interruptor, y sólo puedo iluminar mi pieza para memorizarla y luego no tropezarme, a oscuras.

Por otra parte, creo que iluminarlas así de pronto y de manera tan breve me ayuda a descubrir esa expresión que tienen las cosas cuando creen que no están siendo vistas. Sus búsquedas de contacto, sus actitudes inclinadas y sus caras tiesas y serias, pero que a mí me son alegres, y chistosas... y claro, eso sirve a su vez para intuir eso de los vasos comunicantes que mencionaba en un inicio, esas secretas conexiones que no unen exclusivamente el interruptor con la ampolleta, sino que pueden estar presentes también entre el disco de Bartok tirado sobre la cama y el ventilador de pie que tiene aún su cable envuelto pues no lo he usado desde que lo desembalé en este lugar, hace ya bastante tiempo.

Pero claro… habría que entrar a explicar ahora qué entiendo yo por “bastante tiempo” y eso sería tan difícil como intentar comprender por qué razón la luz -resultado final del vínculo interruptor/ampolleta del que hablaba más arriba-, no está realmente en ninguno de esos dos “objetos” cuando los analizamos por separado.

Y sí, pienso ahora -y a buen tiempo de poner fin a esta entrada-, eso que les sucede a esos objetos es también lo que nos pasa a nosotros, y es quizá la razón fundamental por la que desconocemos también nuestras propias conexiones… me refiero al asunto ese de que algo pasa por nosotros o que incluso está en nosotros -como aparente resultado del vínculo entre nosotros y un otro-, pero que no existe si nos analizamos por separado, o si sumamos nuestras partes o utilizamos cualquiera de las formas de análisis que acostumbramos a emplear día a día.

Por eso, -y porque además es tarde y debo levantarme en un par de horas para tomar un bus-, es que a fin de cuentas siento que es más conveniente desconocer lo poco que somos sin aquello que es nuestro interruptor –o nuestra ampolleta-, y que lleva a hacer existir otra cosa que vista así, y a priori, podría parecernos casi un milagro, de no estar condenada a ser exactamente todo lo contrario: evidencia concreta… o circuito…

Y disculpen si no sé explicarme bien, pero es que en el fondo, me gustaría que ustedes pudiesen comprenderme así -con tan poco-, y yo limitarme a encender la luz y apagarla rapidito, con mi interruptor timbre, sin que hayan mayores daños.
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1 comentario:

  1. jejeje sería mucho más simple sien todo funcionaríamos con interruptor!...bastaría un clic para terminar con lo que nos molesta o hace daño.
    un texto muy inteligente!
    Saludos.

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