sábado, 19 de marzo de 2011

Justo a esa edad en que las chicas creen volverse un poco más profundas.

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I.

Justo a esa edad en que las chicas creen volverse un poco más profundas, y las conversaciones empiezan a cambiar e incluyen ahora temas como el miedo a vivir de forma equivocada, o cómo elegir correctamente al hombre que te acompañará por el resto de tu vida, Annie comenzó a sentirse extrañamente relegada debido a algo que antes siempre había sido una virtud, y que no le había causado problema alguno hasta ese entonces, esto es, su alegría.

Y es que Annie era alegre de la misma forma como Marie era pecosa o Sandra colorina, es decir, sin esfuerzo alguno, porque había nacido así simplemente, sin proponérselo y sin que aquello hubiese sido nunca objeto de cuestionamiento, ni mucho menos algo de lo que debiese avergonzarse, como le estaba ocurriendo en el último tiempo.

Las culpas comenzaron el día en que Sandra buscaba apoyo pues sentía que a su novio sólo le interesaba el sexo, y no la veía a ella realmente, como le dijo a Marie y a Annie plagiando una de esas frases que usan en los programas televisivos para jóvenes y que buscan de vez en cuando parecer un poco más profundos.

Ellas estaban conversando en casa de Marie, como siempre, y fumaban a escondidas unos cigarrillos que habían comprado sin que el vendedor descubriera –pensaban ellas-, que no tenían aún edad suficiente, para conseguirlos de esa forma.

-¿Tú no has tenido sexo todavía? –le preguntó entonces Sandra a Annie, un tanto agresiva.

-No… pero casi –respondió Annie, sonriendo.

Y fue en ese momento cuando Sandra comenzó a botar su rabia diciéndole a Annie que ella era aún una niña mimada, que no entendía nada de la vida y que no sabía realmente para qué le contaba sus problemas, si lo único que ella podría recomendarle sería algo infantil, o absurdo, como cerrar los ojos y contar hasta diez, o ir a comerse un helado de fresa.

-Es cierto lo que dice Sandra –agregaría Marie, imitando el tono de Sandra-, tú sabes que te queremos harto, pero estamos en momentos distintos de la vida… íbamos juntas, pero te quedaste atrás, sonriéndole a todo el mundo como si fueras una niña… y ahora ya es imposible que entiendas nada…

Tras esto, Annie intentó defenderse, pero no supo cómo hacerlo, así que comenzó a pellizcarse el brazo para sentir un poco de dolor y ponerse seria, pues no quería que se le escapase alguna sonrisa de esas que ahora la convertían en una niña mimada y delataban su distancia con las que habían sido hasta ese momento sus mejores amigas.

Por fin, pasado un rato, Annie intentó disculparse, pero tampoco sabía muy bien de qué, y todo resultó peor tras ese intento. Sandra y Marie le dijeron que era mejor que se buscase amigas que desconocieran también cómo era la vida de verdad, y la acompañaron hasta la puerta donde le dieron un tibio abrazo de despedida.


II.

A los pocos meses de aquella separación conocí a Annie en una fiesta universitaria. Ella aún estaba en el colegio, pero un conocido mío la había invitado y ella había sido la primera en llegar, pues estaba ansiosa de crecer y de entender eso que supuestamente era la vida y a lo que sólo se accedía dejando de lado esas sonrisas absurdas que intentaba ocultar, tapándose la boca con una mano o mordiéndose la cara interna de las mejillas.

Ella me lo contó esa noche, recuerdo, mientras tomábamos unas cervezas un tanto alejados de la multitud, que aplaudía cada cierto tiempo a un tipo que leía unos poemas que hablaban justamente de la vida, de una manera tan confusa que parecía cierta.

-No sé por qué te cuento tanto –me confesó en un momento-, debe ser porque estoy mareada y medio borracha y porque no hablo mucho de esto… pero no se lo cuentes a nadie, por favor…

-¿Qué cosa? –pregunté.

-Que yo soy así… tan cabra chica, o que no sé nada… o que soy virgen… -me dijo-, ni tampoco que me emborracho tan rápido porque capaz que también quieran irse y dejarme sola…

Eso me decía Annie y de verdad parecía preocuparle aquel asunto. Fue entonces cuando me contó de Marie y de Sandra y aquello que para mí quizá no era importante, pero que a ella le obsesionaba de una manera casi absurda.

Fueron pasando así las horas hasta que Annie vomitó e intentó limpiarse y al final se quedó dormida. Estábamos al borde de una cancha de tierra que había en la facultad y yo intenté acomodarla junto a unas plantas y me tendí a su lado.

Y sí… ella era linda hasta con olor a vómito y con su ropa manchada, y no sabiendo aún qué era la vida… y uno podía llorar incluso tendido al lado, mirándola, esperando el amanecer que parecía no llegar nunca.

Pero llegó.


III.

Me gustaría que el final hubiese sido otro. Poder contar por ejemplo que nos conocimos y que salimos un tiempo, o que aprendimos cosas juntos… Pero lo cierto es que esa mañana ella se fue casi sin hablar, y yo no quise insistir mucho, para no avergonzarla.

La volví a ver en la u varias veces después de eso, pero siempre de lejos. Se hizo novia de ese conocido mío que la había invitado a la fiesta, y apenas nos saludamos de lejos, en un par de ocasiones.

Ese mismo conocido me contó años después que Annie se había metido con un profe de filosofía, que todos pensábamos que era homosexual, y que se habían ido a Alemania –creo-, y que ahora ella trabajaba como ayudante en la misma universidad donde el profe ese fue a hacer clases.

-La Annie se las sabía todas –me dijo esa vez el que había sido su novio-, yo juraba que era cabra chica e inocente y todo ese rollo… pero al final caché que tenía todo calculado… yo le ayudé a meterse a la carrera y hasta le hice los trabajos un par de años… y después me di cuenta que se metía con el profe y hasta con unos compañeros, pero como le convenía el profe…

Y bueno, eso me contaron de Annie y fue lo último que supe de ella hasta hace un par de días, cuando la vi entrar al Municipal con un tipo canoso que tenía pinta de extranjero y que usaba unos lentes con marcos chistosos.

Ellos entraron por las puertas de acceso hacia el sector más caro y yo me dirigí con mi hijo hacia esas localidades más económicas, con visión parcial… El concierto estuvo bueno y hasta nos dio ataque de risa, por los saltos y movimientos algo exagerados del director mientras dirigía la 41, de Mozart... pero eso es otra historia…

Respecto a Annie, debo confesar que no sé realmente si llegó o no a entender aquello que quería en ese entonces. Ni sé tampoco si alcanzó aquella profundidad desde donde supuestamente podemos comprender de manera más o menos exacta lo que es la vida…

Lo único que sé, en cambio, –y digamos que lo sé desde mi económica posición con visión parcial-, es que Annie seguía tan hermosa como antes, y que la distancia entre lo que ella comprendía y lo que yo comprendo respecto a nosotros mismos, no había disminuido ni aumentado, en lo más mínimo.
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