jueves, 3 de marzo de 2011

La forma en que se muere.

.
-Yo siempre insistía en que quería un poni –me dijo-, era como el sueño que se instala en una cuando chica y que se convierte en algo así como la excusa que tenemos para no ser felices… Además, era un imposible que podía pronunciarse de la misma forma como alguien dice que hubiese querido nacer en Lisboa, o que le hubiese gustado ver en vivo una interpretación de Jacques Brel… es decir, sin oportunidad alguna de lograrlo, ¿me entiendes?

-Sí, creo que sí –contesté.

-El caso es que de pequeña me fueron comprando todo con motivos de poni: juguetes, sábanas, cortinas, y hasta recuerdo que mi abuela me bordó una vez unos ponis en unas camisetas blancas que tenía, con vuelitos en el cuello…

-¿Pero eso era cuando eras chica?

-Claro, bien chica, pero igual con el tiempo la idea quedó dando vueltas… Típico que se juntan en familia y todos comienzan a hablar y salía el tema, y entonces volvía a surgir mi obsesión con los ponis y yo pensaba en qué hubiese pasado si lo hubiese conseguido, y sentía que de haber sido así mi vida seguramente hubiese sido otra, distinta totalmente a la que era… más feliz, pensaba… ¿no te aburro con la historia?

-No, sigue, no hay problema…

-Bueno… supongo que la historia no tiene nada de extraordinario, de todas formas, pero siempre la cuento cuando quiero que alguien me entienda…

-¿Pero qué pasó al final, cómo se te pasó la idea del poni?

-Espera, es que hay hartas cosas antes del final… aunque trataré de resumir… Pasó que un día en la universidad yo estaba contando acerca del poni, de la necesidad que siempre sentí hacia aquel deseo… y bueno, resultó que me escuchó un compañero que tenía algunos años más, porque venía de estudiar otra carrera o algo así… un compañero al que yo le gustaba mucho y que andaba hacía rato rondándome e intentando hacerse el simpático… ¿Te acuerdas que yo era linda entonces…? O sea, no sé si linda, pero al menos atraía a varios tipos… menos a ti, claro, que pasabai el día borracho o leyendo o en tus cosas…

-Yo estaba medio enamorado de ti –digo bajito.

-¿Qué cosa...?

-No, nada… -corrijo-, pensaba en qué me ibas a decir del tipo ese que escuchó lo del poni…

-Ah, el Marcos… bueno, él me escuchó, y como el hueón estaba tan cagado de la cabeza y a su familia le sobraba la plata, pasó que un día estando yo en casa, siento que llaman afuera…

-Y era el compañero ese, y te traía un poni –le digo.

-¡Sí…! Era el Marcos con un poni y un tipo que me estuvo explicando un buen rato sobre los cuidados que había que tener con el animal y otras cosas que yo no escuchaba porque estaba como en trance viendo el poni y no sabía qué hacer ahí parada…

-¿Y qué pasó entonces?

-Pasó que salieron mis padres y vieron al poni y me miraron extraño. No sabían qué decir y además el Marcos tenía pinta de loco y ellos no lo invitaron ni a pasar, e insistían en que se llevara el poni, que no había lugar para tenerlo ahí en la casa y que era algo que no correspondía…

-¿Y era tan así?

-¿Qué cosa?

-¿Lo del espacio para tenerlo, en la casa…?

-Claro, si la casa era enana, atrás había un patio chico con tierra donde estaba mi bicicleta y mi mamá colgaba la ropa, pero tener al poni ahí era una hueá imposible… o sea, igual lo metimos ahí, y estuvo varios meses, pero el poni andaba medio loco… a veces los sacábamos a la calle a dar unas vueltas, pero yo no me daba cuenta en ese entonces que era algo malo… yo estaba como embobada… no sé, feliz pensaba en aquel entonces, aunque hoy no lo veo así, de todas formas…

-¿Y qué paso después? –pregunto.

-Varias cosas… ese fue el periodo en que me alejé de allá, cuando dejamos de vernos, ¿te acordai?

-Sí, más o menos –admito.

-Mira, ahora como han pasado años te lo voy a contar –me dijo-, pero quizá te suene raro…

-¿Qué cosa?

-Pero tú tenís que haberte dado cuenta…

-¿De qué…?

-De que me gustabai po, que yo estaba como enamorada de ti por ese entonces… ¿no te dabai cuenta que iba siempre a verte…?

-No, no me di cuenta –le digo.

-Para mí era raro, pero tú como que queríai estar solo –continúa-, yo me arreglaba harto y tú erai el único que no intentaba nada… y bueno, por esos días fue lo del poni y al final terminé metiéndome con el Marcos y fue en realidad un período re malo…

-¿Por qué…?

-Mira, fueron varias cosas en realidad… o sea estaba el poni en la casa, pero estaba casi como un símbolo… de hecho, mis papás se preocupaban de él más que yo, mientras trataban de convencerme que lo devolviera o que lo regalásemos a alguien que tuviese sitio para criarlo… Y claro… yo me negaba sin pensar en nada y me bastaba con saber que el poni estaba en la casa para seguir con las otras cosas…

-¿Con qué cosas?

-No sé, con la universidad supongo, o con el Marcos, que insistía en juntarse todos los días y me obligaba casi a quedarme en el departamento que tenía en el centro… y es que yo no le decía que no a nada, porque sentía que me quería y yo trataba de quererlo por lo del poni y bueno... me fui enredando en otras cosas…

-¿Y el poni…?

-El poni empezó a volverse medio loco ahí en el patio… una vez incluso lo vi golpearse la cabeza contra una pared del patio, como los presos cuando intentan suicidarse rompiéndose el cráneo también contra un muro… Yo lo vi desde mi ventana y me acuerdo que después me acosté y me quedé despierta toda la noche.

-¿Pero no hiciste nada?

-Nada… es que estaba como hipnotizada… es que era como si el imposible hubiese llegado y había que aceptar la forma que tú misma le diste a la felicidad… O sea, no es que no me importe ni me haya sentido culpable, pero de verdad estaba bloqueada, de hecho el Marcos… pucha, ¿te puedo contar?

-¿Qué cosa?

-Bueno, igual no nos vemos hace diez años y da lo mismo en realidad… -dice como pensando en voz alta-. O sea, pasó que el Marcos estaba medio rayado y yo cachaba re poco de lo que pasaba, así que al final terminé acostándome con varios amigos del Marcos… o sea, él miraba y me pedía que me acostara con ellos y yo lo hacía, aunque siempre pensando en otras cosas…

-No te entiendo…

-Pensando en otras cosas… sin disfrutarlo, me refiero. De hecho, hasta me acordaba del poni ahí encerrado en el patio, mientras ellos lo hacían y el Marcos miraba… Yo estuve súper mal después, con eso de las culpas…bueno, tú sabíai cómo era yo, supongo, y además cuando murió el poni…

-¿Cómo…?

-Eso, que murió el poni. Un día mi papá lo sacó a dar una vuelta y creo que el poni dio unos brincos y se lanzó a la calle y lo atropelló un vehículo… o eso fue lo que me dijo al menos, cuando lo enterramos en el patio. Y bueno, después seguí con el Marcos unos meses y después me di cuenta.

-¿De qué?

-De que estaba mal todo, yo creo. Que eso de ponerle nombre o fijar una causa a lo que podría hacerte o no feliz era un error, y que tener aquello, de cierta manera, es la forma en que se muere, o se comienza a morir, no sé si me entiendes…

-Algo… -le digo-. Entiendo un poco…

-Es que no sé cómo explicarlo mejor, era como si la ecuación esa que debía hacerte feliz hubiese dado un resultado equivocado, una especie de número que es el inicio de la cuenta que nos acerca hacia la muerte… ¿se entiende más ahora?

-Quizá… -admito-, pero no te ves tan mal de todas formas…

-Claro, pero es que la forma en que se muere toma a veces la apariencia de la forma en que se vive, y es como andar con maquillaje, o algo así… y claro, es chistoso ahora que lo pienso, o sea, esto de encontrarte acá de casualidad, justo antes del viaje…

-¿Qué viaje?

-Un viaje. El último, supongo. Vendí lo poco que tenía y pedí unos préstamos que no pienso pagar y me voy a Finlandia, como en una semana… para el 8 tengo el pasaje… Pero no me preguntís por qué, porque no sé –me dice riendo-, y prefiero no saber, para ser franca… supongo que el fin está allá, tal vez, pero no es algo que piense mucho, de todas formas.

Yo la sigo escuchando y se me ocurren algunas cosas qué decirle, o preguntarle, pero al final me quedo en silencio, como siempre.

Quizá ella piense que no me importa, o que contó cosas de más… pero lo cierto es que ya no tengo cómo saber lo que pensó, y quizá tampoco sirva ahora darle vueltas al asunto.

Al final, nos despedimos y tomamos direcciones contrarias. Luego, tras caminar unos pasos, se me ocurrió que ella también podía estar comenzando a llorar, sin saber bien por qué… quizá por eso de haber tenido la felicidad al alcance de la mano… quién sabe…
.

2 comentarios:

  1. Me gustó su relato señor Vian...

    Me acordé de un cuento de Collyer (no tiene mucho que ver). Es de un tipo que no hablaba, y luego conoció a un chica, ella hablaba más, pero dejo de hacerlo también y se quedaron juntos (supongo que ellos no le ponían nombre a lo que tenían), parecían felices.

    (También me acordé de Belano que quería irse a Africa a morir)

    A mí a veces también me dan ganas de viajar, cambiarme de ciudad, presiento que me encontraré con cosas buena.

    ResponderEliminar
  2. cuando la felicidad se da vuelta
    yo siempre tengo sueños
    y aveces cuando los realizo no pasa nada

    ResponderEliminar

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales