lunes, 23 de mayo de 2011

Chejov y el viaje a Sajalín.

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“Los hombres son hombres en todas partes”.
F. Dostoievski.
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I.

Esforzándose por clasificar y almacenar en estantes comunes las obras literarias, algunos críticos se refieren a El viaje a Sajalín (o La isla de Sajalín), de Chejov, como perteneciente a la “literatura penal rusa”, cuyo punto de inicio sería –según los mismos estudiosos-, la obra Memorias de la casa muerta, de Dostoievski.

Así, siguiendo estas apreciaciones, me dispongo a ubicar ambos volúmenes de forma contigua en la biblioteca, pero… no… hay algo en ellos que no les permite quedar del todo emparentados, y que me obliga a repensar esta unión, como el invitado ese que arruina la boda justo cuando se pregunta si hay alguien que se oponga a ella…

“…que hable ahora o calle para siempre…”, creo que preguntan en esas ocasiones.

Y claro, yo prefiero hablar, ahora que aún es tiempo.


II.

Ante todo, Memorias de la casa muerta, de Dostoievski, es una obra grandiosa. De hecho, si la unimos a Memorias del subsuelo, forman una unidad que no tiene comparación con cualquier otra obra de este autor ruso.

Y es que algo hay en esta obra –que básicamente hace referencia a los años que pasó el autor recluso en Siberia-, que marca el despertar de Dosto a la “literatura seria”, como el mismo se atrevió a llamarla.

Así, en una carta a su hermano, escrita desde el presidio, Dostoievski le señala que ha alcanzado “claridad en su alma” y que ya “no escribirá tonterías”, a la vez que le envía lo que sería a larga el primer capítulo de esta obra cuyo estilo de escritura, aún no deja de maravillarme.

En ella, parece Dosto descubrir que el hombre del penal, el hombre castigado e incluso el hombre culpable, no deja nunca de ser un hombre. Así, a través de un acercamiento a cada uno de ellos, a sus historias y a sus pequeños actos diarios, creo que Dostoievski llega a comprender, por primera vez, aquello de lo que vale la pena hablar, al mismo tiempo que llega a querer y a sentir como hermanos, a cada uno de esos hombres recluidos.

Y es que hay algo de resurrección en la estadía de Dosto en Siberia. Algo que quizá tenga que ver con ese amago de fusilamiento al que fue sometido en el comienzo de su estadía en prisión… ese momento en que apenas dada la orden de disparo, un oficial detiene la ejecución señalando que ha recibido una nueva oportunidad… y claro, Dosto se lo tomó realmente en serio, y su resurrección fue plena, sin duda.

Y sí, Memorias de la casa muerta, es el testimonio pleno y objetivo, de esa nueva comprensión.


III.

Por otro lado tenemos El viaje a Sajalín, de Chejov. Un libro escrito desde una objetividad y una frialdad científica que a ratos llega a entumecer de una forma que, -si nos olvidamos por un momento que se trata de Chejov, y dejamos de poner una atención detenida a sus descripciones-, bien podría pasar por un escrito cuyo objetivo es simplemente dar cuenta de una colonia penitenciaria, refiriéndose de forma minuciosa a cifras y datos ásperos, que poco se asimilan a las narraciones a las que Chejov nos tenía acostumbrados.

Sin embargo, desde un punto de vista que no sabría explicar del todo, esta obra de Chejov apunta en el fondo al mismo objetivo que toda su labor literaria, es decir, a la comprensión del ser humano.

Así, a partir de estas cifras y el recorrido por una isla que ampara una colonia penitenciaria, el libro de Chejov parece denunciar, a primera vista, las condiciones de vida de los presos que permanecen en esta isla… sin embargo, si nos fijamos mejor, la obra bien podría estar hablando de las miserias que en general son identificables en el espíritu humano, sea cual sea su condición, situación y experiencia concreta.

Imagino entonces a Chejov, viajando sin ninguna necesidad hasta esta isla, observando y anotando datos, cifras y descripciones minuciosas. Lo imagino leyendo sobre la isla, antes del viaje, documentándose y preparándose para la observación de algo que debía ser hecho con frialdad, y distancia…

Y claro, lo imagino también cara a cara con la realidad, con la enfermedad que como doctor debía reconocer antes de atacar, pero con las manos atadas al comprender que dicha enfermedad está en definitiva al fondo del hombre, y no hay nada que pueda hacerse, cuando se localiza el mal en esas profundidades.


IV.

Vuelvo entonces a mirar estas dos obras y a decidir si es cierto que han sido sacadas, por decirlo así, del mismo saco.

Me fijo en la descripción de los regímenes carcelarios, de los abusos, y de la objetividad con que son narrados, pero, sinceramente, no puedo establecer la comparación entre la comprensión de alguien que ha sido condenado, contra su voluntad, a permanecer años al interior de una colonia penitenciaria (Dostoievski), con la comprensión de alguien que ha ido, por propia voluntad a estar entre los condenados y a impregnarse de esas miserias que, queramos reconocerlo o no, están presentes en el interior de cada hombre.

Y no es que sienta que una comprensión es mejor que otra, o más acertada, o “limpia”… sino que ambas parecen ubicarse en regiones opuestas de un río donde el hombre ha arrojado sus miserias, y, sin embargo, no ha conseguido del todo, quedar limpio.

Por eso, en definitiva, -por la suciedad común, y porque de cierta forma ambas obras logran captar ese aspecto humano que, incluso desgastado, no logra ser corrompido totalmente-, me decido al final por dejar ambas obras juntas, al menos por un tiempo… y avanzar así mínimamente en este orden que cada día se me vuelve más esquivo, y difícil… y hasta a veces amargo.

Pero no imposible.

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