miércoles, 8 de junio de 2011

Vivir este día con pocas palabras.

.
“Decidí vivir este día con pocas palabras.
Y sin rebuscar.

Así, al no rebuscar palabras uno termina
rebuscando la vida.
Un poco.”
.

No soy bueno para buscar.
Lo reconozco.

Incluso, de pequeño,
me daba miedo salir a buscar
cuando jugábamos
a las escondidas.

Y es que una vez, por ejemplo,
buscando a unos primos
en casa de mi abuela,
encontré a una niña chiquita
bajo una cama vieja,
y la niña tenía un problema en un párpado
y me dijo que no contara a nadie
que la había visto.
Y yo lo hice.

Y claro,
después encontré a mis primos,
y después crecí.

A propósito:
¿Ustedes ya crecieron?

Lo pregunto porque cuando uno crece,
las formas de buscar
van cambiando,
y hasta las formas de tener miedo,
y uno cree que buscar es un verbo
de esos que tienen que ir unidos
a una cuestión específica.

Así,
buscar dinero
buscar mujeres
buscar a Dios, o
buscar trabajo
nos parecen sin duda
expresiones con un sentido definido
y coherente,
más allá de que les falte
una finalidad o una causa
que resulte satisfactoria.

Pero parece que estaba hablando de buscar…

¿Se dan cuenta que soy malo para eso…?
¿Qué siempre termino perdido
o hablando de otras cosas?

Ahora mismo, por ejemplo,
me acuerdo de pronto
que hubo una vez incluso
en que trabajé buscando.

Fue en una cancha de golf,
que habían abierto en el lugar más alejado
en que podían dejarte las micros…

Yo debo haber tenido unos 12 años,
o 13,
y descubrí en un aviso
que te pagaban cierta cantidad
por encontrar pelotas de golf perdidas
en las inmediaciones del campo.

Falsifiqué entonces
un permiso de mis padres,
y comencé a buscar pelotas…
y si bien no encontrabas muchas,
pagaban bien por cada una,
y la vida parecía fácil,
aunque algo aburrida, claro,
pero fácil.

Fue en ese entonces
que vino un día mi abuela
a complicar las cosas:

“Parece que tú tienes un secreto”,
me dijo.

Y me ofreció para que le contase,
cambiar un secreto,
por otro.

Así,
le terminé contando que yo trabajaba
recogiendo pelotas de golf,
y ella me contó que mi madre
había tenido una hermana melliza
que murió de pequeña
y que tenía un problema en un ojo.

“¿Tenía como un párpado pegado?”
le pregunté a mi abuela.

Y ella dijo que sí,
y se asustó,
y yo la acompañé hasta el cuarto sin usar
donde estaba esa cama vieja
y le conté que abajo estaba la hermana muerta
de mi mamá.

Recuerdo que mi abuela
no quiso agacharse para verla,
y que solo me creyó cuando la niña
sacó una de sus manos
de debajo de la cama,
y entonces mi abuela me hizo prometer
que no hablaría a nadie del asunto.
Y yo cumplí.

Hasta ahora.

Tiempo después mi abuela murió.

Y se quemó el sector de la casa
donde estaba esa cama,
y mi abuelo hizo un taller de carpintería
en ese lugar.

Además,
dejé el trabajo ese de buscar pelotas
(aunque no recuerdo la razón)
y creo también que dejé de buscar
algo concreto,
pues siempre terminaba encontrando
cosas inconvenientes
y que nadie creería
aunque las contase en detalle.

Con todo,
estoy seguro que alguna vez,
voy a encontrar en algún sitio,
a alguien similar a mí,
pero menos temeroso,
y la vida entera va a cambiar entonces…
y algunas cosas van a reventar
como si fueran globos,
y el sonido va a asustar, sin duda,
a quienes todavía no han crecido…

A propósito:
¿Ustedes ya crecieron?

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