jueves, 11 de agosto de 2011

La frase de Fitzgerald, o el coleccionista de ballenas.

“La vida es un proceso de demolición”
F. Scott Fitzgerald
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Existe un excéntrico millonario japonés que es coleccionista de ballenas. Él, a su vez, está casado con una activista cubana que lo engaña con un fotógrafo portugués, quien monta una pequeña exposición en Santiago con imágenes de los castillos de Sintra. Yo, por mi parte, una vez estuve en Sintra, aunque no alcancé a visitar todos sus castillos. Sintra es una ciudad hermosa y pequeña, lugar ideal para que el fotógrafo portugués conociera a la activista cubana y comenzara un amorío. De hecho, el fotógrafo me cuenta que tuvo sexo con la cubana en todos los castillos de Sintra, donde generalmente conseguía permiso para fotografiar privadamente las estancias, aprovechando así de retozar en ellas. Lo malo es que al portugués se le acabaron los castillos casi a la par del deseo por la cubana, quien perdió por ese entonces gran parte de su caballera luego de iniciar un tratamiento de quimioterapia por un cáncer que la aquejaba desde antes de casarse con el japonés. Éste último, a su vez, colecciona ballenas vivas en una gran propiedad situada cerca de la costa, donde construyó una entrada de mar artificial, que hoy sirve de hogar a poco más de diez ballenas que permanecen en cautiverio. La cubana le contó al fotógrafo que el coleccionista japonés pasa todo el día mirando las ballenas, y que de vez en cuando se ve obligado a regresar alguna al mar, cuando los hábitos de éstas se vuelven peligrosos. Al parecer, tras cierto periodo, las ballenas comienzan a acercarse peligrosamente a las orillas, donde varan sin mayor posibilidad de ser salvadas. Para evitar este inconveniente el japonés habría puesto sensores que dan fuertes impulsos eléctricos a las ballenas cuando se acercan a las orillas, delimitando así el espacio en que les es posible seguir viviendo. Esta acción, por cierto, es una de las razones principales que provocó el alejamiento de la activista cubana del coleccionista japonés, según lo que me cuenta el fotógrafo portugués. Por otra parte, las fotos de este último son opacas y en ellas los castillos de Sintra parecen permanecer vivos a la fuerza, como las fotos de matrimonios en los que ya no hay amor, ni sexo, ni sucedáneo alguno. Yo una vez estuve en Sintra –creo que ya les conté eso-, y los pocos castillos que vi me parecieron más vivos que en las fotos del portugués. Aunque a veces, debo reconocer, las impresiones que tenemos de las cosas son erróneas. Una vez por ejemplo me encontré con una tía que yo creía que estaba muerta. Ella estaba trotando por un parque tratando de mantenerse en buena forma, según me dijo. Y claro, yo la vi saludable para estar muerta, igual que a los castillos de Sintra, fotografiados por el portugués. En una de esas fotos, por cierto, sale la activista cubana. Tiene una larga cabellera y una expresión un tanto triste, como si ya la hubiese perdido.

-¿Sabías tú que las ballenas cantan? –me pregunta entonces el fotógrafo.

Yo lo sabía, pero le digo que no.

-Incluso cuando habitan las mismas regiones, se dice que cantan repitiendo los mismos tonos y armonías –complementa.

Yo lo quedo mirando, pero no le digo nada.

-¿En qué estás pensando? –me pregunta entonces.

-En una frase de Fitzgerald –le contesto.

-¿Y quién es Fitzgerald? –insiste.

-Una de mis ballenas –digo yo.

Y me alejo del lugar.


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