viernes, 30 de septiembre de 2011

¿Non sense?

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“Creyó ver en el empleado de banco
que bajaba del autobús
fijándose bien vio que era
un hipopótamo enorme
si se queda a comer, se dijo,
qué va a pensar mi mujer”
Lewis Carroll
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Cuando dos van bajo
un paraguas para tres
van incómodos los tres.

¡Qué lindos los paraguas!

Miran la lluvia
con un solo ojo
y el agua se les mete a ese ojo.

¡Qué ingenuos los paraguas!

Si hubiese alguien arriba
que los viera florecer
cuántas cosas podrían florecer.

¡Qué flores los paraguas!

A veces una ardilla
y a veces un zorro,
pero menos veces el zorro.

¡Qué escondites los paraguas!

Una vez de cada cuatro, sin embargo,
los paraguas se cierran.
Sobre los que están abajo, se cierran.

¡Qué plantas carnívoras, los paraguas!

La noche llega entonces más oscura
porque todo está cubierto
y hasta el hombre está cubierto.

¡Qué mortajas, los paraguas!

El zorro sabe y no lo dice,
la ardilla tampoco desconoce
(el hombre todo desconoce)

¡Qué de historias, los paraguas!

¡Qué acertijo!



jueves, 29 de septiembre de 2011

Digámosles Haikús.

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.

*

Todo lo hermoso
debe decirse
en voz baja.

*

Una lágrima olvidada
como llaves que cuelgan
en la cerradura de una puerta.

*

Aun sin nubes
el cielo nunca
está desnudo.

*

Los muertos escriben
un último mensaje
con sus huesos.

*

Ven el rostro de Dios
los que se arrancan los ojos
descreídos.

*

Solo los autos olvidados
a un costado de la ruta
han llegado a su destino

*

Las ventanas del hogar
no saben quebrarse
sin romperse.

*

No abrimos a tiempo
las cartas que nos envían
quienes decían amarnos.

*

Mató los bichos
para oír la noche
y no hubo noche.

*

He encontrado roto
el cuaderno
del mejor alumno.

*

Toda la nieve caída
se convierte siempre
en agua sucia.

*

No saben por qué
ni para qué,
pero viven del mismo modo.

*

Riega su sombra
el hombre que quiere
ser resucitado.

*

En el circo
el hombre bala
no huye de sí mismo.

*

La última vez
que se detiene un tren
se apaga una estrella

*

También carece de sentido
que vaca se escriba
con v corta.

*

No salen blancas
las palomas
que ingresan a la iglesia.

*

Quizá planean
algo hermoso para ti
tras las esquinas.

*

No debiese estar,
pero hay una luz
en el patio vacío.

*

La lluvia
golpea distinto
a la mujer deshabitada.

*

Se escondió de la tormenta,
pero el viento
voló su nombre.

*

Te hablo a ti
que has muerto
y ya no eres forastero.

*

Mientras reniego del amor
comienza el día
y los gallos cantan.

*

No debe saberse
lo que existe
al final del camino.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

La inmortalidad del cangrejo.

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Se queja el cangrejo.

Crustáceo rezongón.

Malagradecido.

Inmortal y todo
y se queja
el insensato.

Como camina para el lado
no sabe de avances
ni finales…
y el horizonte lo ve siempre
a la misma distancia.

Pero se queja el cangrejo.

¡Si supiera…!

La cantidad cosas que tenemos los hombres
para quejarnos…

Y es que la muerte
no viene exclusivamente
a poner fin a lo que somos…

¡Son miles de muertes,
realmente…!

Y además está el asunto
de saber
que todo está destinado
al mismo final…

¡Pero se queja el cangrejo…!

Tiene caparazón y tenazas,
pero igual se enoja
y hasta frunce el ceño…

¡Si supiera…!

Uno sin caparazón
y con la muerte a cuestas
y hasta sin tenazas para cortar de una vez
todo aquello que nos duele…

¡Pero se queja el cangrejo…!

No sabe de pérdidas,
ni finales,
pero igual se queja…

Desconoce que tiene fin,
ignora sus bordes
y quizá hasta se cree infinito…

¡No hay derecho…!

Y no es que uno sufra todo el tiempo
o que la venida de la muerte te aceche
sin descanso,
pero lo cierto es que nadie desconoce
que el amor que estás viviendo
puede ser el último,
o que incluso
quizá te moriste antes de tiempo…

¡Cuánta insensatez!

Y el cangrejo se queja.

¡Mírenlo…!

Ahora está quieto
y no sabe que envejece…

Pero igual se enoja.

Cangrejo rezongón.

Malagradecido.

Quejoso…

¡Mírenlo…!

¡Cuánta insensatez!

martes, 27 de septiembre de 2011

Vian: pena de extrañamiento.

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“Dormir en paz,
ya que no lo hacen los muertos.”
Enrique Lihn
.

Un alumno que estuvo de viaje para las fiestas patrias en el norte de Chile me muestra una foto. Se trata de una plaza de la ciudad donde venden artesanías y algunas antigüedades, y entre esos puestos había uno que vendía libros viejos.

-¿Y compraste alguno? –le pregunto.

-No... –me contesta él-. Pensé en preguntarle por alguno, pero usted apenas me saludó…

-¿Cómo?

-Que apenas me saludó de lejos y yo no quise ir a molestarlo.

-¿Cuándo…? No entiendo.

-Ahí… en la plaza…

-Pero si yo no he ido allá –le digo-. Me tienes que haber confundido…

-Profe, era usted, si hasta compró un libro de ese poeta que tuvimos que hacer la guía…

-¿Lihn?

-Sí, de ese… un libro blanco, delgado, pero medio grande…

-Mmm… ¿le viste el título?

-No, porque usted lo tenía en la mano… mire, si en la foto se ve…

Entonces me fijo mejor en la foto. Él me la muestra desde una cámara que permite hacer zoom en la imagen, así que me fijo en la figura.

-Ve que es usted –me dice mi alumno, sonriendo-, ¿por qué no quiere decir que fue? Si no lo vi en nada malo…

Vuelvo a fijarme en la foto. El libro era “Pena de extrañamiento”, de Enrique Lihn, la primera edición, que tengo por ahí en la biblioteca…

-Si está hasta con la chaqueta esa, con que vino unas veces… -agrega, mientras acercamos la imagen.

Entonces me quedo en silencio. No me sobresalto ni digo nada, pues la situación podía ser aún más absurda y además el alumno debe irse a su casa…

El problema, sin embargo, es que la figura en la imagen era yo, sin duda. Reconocí la ropa, y hasta el rostro se alcanza a ver de forma nítida…

-Yo estaba ahí, -me digo entonces-, no puedo negarlo. Quizá no pueda entenderlo, pero hay cosas que pueden ser ciertas y no demostrables, o que se demuestran y pueden no ser ciertas… eso no es un indicador absoluto…

-¿Qué dice, profe…?

-Eh… nada… disculpa…

-¿Quiere que le mande la foto?

-…

-También tengo otra en que sale cerca de una mujer… yo pensé que estaban juntos y le iba a sacar la foto para mostrarla acá… pero después me di cuenta que no andaban juntos, aunque siempre estaban cerca, pero como que no se veían… y además miraban las mismas cosas…

No sé bien qué más me dijo aquel niño. Supongo que describió a la mujer, aunque para mí era algo ya innecesario.

-¿Te puedo pedir un favor? –le dije entonces.

-¿Qué cosa…?

-¿Puedes borrar esas fotos?

-¿Que se las mande y después las borre?

-No, solo que las borres… ahora incluso, por favor…

-¿No le gustan las fotos?

-Eh… no, no me gustan –acepté-.

-¿Y me daría alguna décima si las borro?

-No… pero una bebida, si quieres.

Fue así que cerramos el trato. Le compré una bebida en lata y él borró las fotos.

-¿Estás seguro que no salgo en otra? –le pregunto antes que se vaya.

-Sí, no sale más… después vienen unas que saqué en la playa…

Cruzamos un par más de palabras y él se fue. Yo, en cambio, intenté no pensar en nada, ni buscar explicaciones…

Y sí… es cierto, puede no ser la opción más sana en todo esto, ¿pero saben? Esa es, a fin de cuentas, la única opción que me es posible elegir, hoy en día.

lunes, 26 de septiembre de 2011

Todos tenemos un barril.

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I.

Todos tenemos un barril,
como el del Chavo.

Nadie puede quitárnoslo
porque es propio.

Nadie lo cuestiona.

Y nadie ha querido nunca sacarlo
del lugar donde se encuentra.

Lo que hay dentro es un misterio,
por supuesto,
pues nada hay en el baúl de uno
que sea visible para otro.

Por otro lado,
aunque lo fuese,
la comprensión es un aspecto
que en ese ámbito,
al menos,
resulta del todo inalcanzable.


II.

Un barril,
para serlo,
ha de tener solo
una abertura.

Por lo mismo,
el espacio en su interior
debe ser finito
y limitado.

El hombre entonces
que se introduce al barril,
ha de estar bien seguro
de sus propias dimensiones
para no provocar inconvenientes.

Y es que nadie quiere inconvenientes.

De hecho,
lo cierto es que nadie quiere
hablar directamente del barril.

Y hasta se niegan a reconocerlo,
incluso,
como propio.


III.

¿Es suyo ese barril?

Le pregunto de buena fe…
porque a veces solo creemos que es nuestro
aquello que hemos comprado.

¿Es suyo?

Yo a veces confundo el mío,
eso es lo que me pasa…
no desconfíe.

Además,
tratándose de barriles
los robos y engaños son inútiles,
porque ya le dije que se trata
de un objeto que nos es propio.

Y nada es tan propio
como nuestro barril.

El Chavo lo sabe.


IV.

Hay algunos que confunden el barril
con un pozo.

Y otros que lo creen un símbolo
y desarman el suyo
hasta perder lo único que les pertenecía.

Y es que adentro está todo
lo que si bien no es nuestro
ha aceptado introducirse
en nuestras creencias
y afectos.

Está el dios del creyente,
el hijo de la madre,
y hasta la mujer del hombre que siente
haberse enamorado.

Incluso,
hay ocasiones en que se encuentra también
un niño solo
en un columpio,
aunque nadie sabe bien
qué significa.


V.

Querido lector
si aguantó hasta acá
quiero decirle que descubra su barril
y que saque de él todo lo innecesario,
pues ese objeto no es maleta
ni baúl,
ni tampoco alma.

Nadie le va a decir nada por él,
usted tiene derechos…

Así, piense simplemente
que le está devolviendo al mundo
aquello que a usted
no le pertenece.

Y bueno…
con lo demás…
no le dé tantas vueltas:

nadie puede quitarle
lo que es suyo.

O dicho de otra forma:
solo es suyo
aquello que no pueden quitarle.

Ese es usted,
querido lector.

Descúbrase.

domingo, 25 de septiembre de 2011

Una nieve tan bella que adormezca.

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Quiero nieve.

Una nieve tan bella
que adormezca.

Nieve como licor
como una droga blanca.

Nieve cayendo como en los cuadros de Hiroshige.

Nieve sobre un puente colgante,
como si cayese el silencio.

Quiero nieve tan bella
que te sea imposible
no mirarla.

Nieve para olvidar,
para limpiar…
para satisfacer unas sed secreta.

Una nieve que te devuelva
la fe en Dios
y en el ansia de belleza
de los hombres.

Quiero nieve.

Una nieve que te haga llorar
porque el paraíso que soñaste
está cayendo por fin
sobre nosotros.

Nieve que nos diga que el dolor
fue necesario
y fue semilla.

Una blancura que ayude a comprender
que los caminos pueden ser borrados
sin que nuestro sentido
se altere en lo más mínimo.

Nieve porque amaste
y perdiste lo que amaste.

Nieve que consuela.

Quiero nieve.

Nieve que revele
que no iban a ser los ovnis
ni el apocalipsis
ni el colapso nuclear.

Una nieve que demuestre
que lo que entendíamos por muerte
era un acto de redención,
de purificación final,
de comprensión…

Una nieve que revele
que el miedo fue infundado.

Quiero una nieve
tan blanca que nos ciegue.

Que haga cerrar las escuelas,
los trabajos
y las iglesias.

Nieve cuya belleza
nos dé vuelta,
y nos descubra.

Nieve que nos obligue
a sentir quienes somos.

A comprender lo que somos.

A amar lo que somos.

Una nieve que nos haga abandonarnos
a su belleza.

Quiero nieve.

Quiero que venga esa muerte blanca
que no es muerte.

Una nieve que cubra todo
y a todos.

Un planeta blanco
en medio del universo.

Un mundo purificado.

Muerto y renacido.

Un puente blanco
en medio del cosmos,
sin necesidad
de extremos.

Quiero nieve.

Una nieve tan bella
que adormezca.

sábado, 24 de septiembre de 2011

Mueles la comida para los niños.

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Mueles la comida para los niños.

Te arreglas con lo que hay.

La mueles.

Eso se llama papilla,
piensas.

Y es que hay que ser amables
con los niños.

Pasa lo mismo con todo,
piensas.

Nadie te habla de la muerte,
ni te explican que más de la mitad de la vida
que pasas despierto,
será ocupada en asuntos obligatorios
e innecesarios.

Y es que los niños no tienen dientes,
piensas.

Y luego mueles.

A veces, repasas con el tenedor
pues quedó un grumo
y sacas incluso una tirita de verduras
que parece no integrarse
en el conjunto.

Quizá puedan atragantarse,
piensas.

Pero claro…
luego van creciendo y las cosas cambian.

Y mueles tus propios grumos.

Y finges ante ellos que todo está en orden.

Y hasta afirmas que no hay nada extraño
en vivir la vida de esa forma.

No hay para qué complicarlos,
piensas.

Además
la vida impondrá por sí sola
su peso ante todos ellos.

Sabes que será así.

Lo aceptas.

Y mueles la comida.

Quizá faltó un poco más de verdura,
piensas.

Lo malo, sin embargo,
es que de tanto pensar
terminaste sacando de ti el sentir
como si fuese un grumo.

Y en el fondo lo que haces
es casi sostener el cuerpo de tus hijos
para que los pongan a dormir en vida.

Puedes decir que es exagerado,
pero sabes que no lo es.

La vida se les irá en estudios innecesarios
y trabajarán decenas de años
para crear productos perecibles.

Es normal que sea desechable,
piensas.

Y mueles.

Pero entonces, de improviso,
se enciende el televisor
sin que nadie intervenga en su encendido.

Este es un milagro,
piensas,

pero no logras acceder a su significado.

Luego les sirves la papilla.

Con todo,
quizá olvides pensar
-y sentir-,
que tus hijos también
son un milagro.

Todo lo demás
-hagas lo que hagas-,
se irá algún día
de tus manos.

viernes, 23 de septiembre de 2011

La desaparición de Tyson.

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“¿En qué preciso instante deja una persona de ser
el que cree que es?”
D. G. (Tyson)
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I.

Tyson era un gringo que estudiaba ciencias políticas. Había venido de intercambio y nosotros le cambiábamos los dólares, para comprar cervezas con la comisión.

-Te van a cagar si vas tú, Tyson –le decíamos-. Tenís pura pinta de hueón…

-¿Penta de huón? –decía Tyson.

-Sí, y hasta el acento, así que déjanos ir a nosotros.

Y claro, nos quedábamos con algo así como el 20%.

De todas formas, Tyson no tenía problemas con los dólares, pues su padre tenía una empresa de productos químicos en Estados Unidos y le enviaba tanto dinero que Tyson necesitaba de nosotros para gastarlo.

Así, con el tiempo, Tyson comenzó a tomar con nosotros, aunque siempre se emborrachaba antes, por lo que yo le guardaba la billetera.

-Que la cuidar Vian –decía Tyson-. Él saca poco dinero…

Y era cierto. Yo sacaba menos que cualquiera de los otros, y me preocupaba de comprar cervezas de las más baratas, inclusive.

-Tú ser mi amigo –decía Tyson, a lo Forrest Gump-. Mi muy mejor amigo.

Y bueno, yo trataba de responder un poco a su confianza, aunque sin dejar de sentirme un tanto culpable, de vez en cuando.

Fue así que un día, mientras éramos los últimos tomando en los patios de la facultad, llegaron tres tipos gigantes a llevarse a Tyson, que estaba durmiendo la borrachera al lado de nosotros.

-Venimos a llevarnos al gringo –nos dijeron.

-¿Por qué? –preguntó un amigo.

-Porque el hueón debiese estar estudiando una ingeniería química… -dijo toscamente un gigante-, su padre nos envió para arreglar la situación…

Así, sin más explicaciones, dos de los gigantes levantaron a Tyson, que ni se inmutó.

Entonces fue que sentí que debía actuar… después de todo, yo era el muy mejor amigo de Tyson, y debía intentar algo.

Según me contaron algunos testigos alcancé a dar un golpe y luego caí directamente al suelo. Para peor, uno de mis amigos que se había metido en la disputa fue derribado también y cayó sobre mí, por lo que terminé con fisuras en algunas costillas.

Luego se llevaron a Tyson.


II.

Busqué a Tyson por varios meses. Es decir, no me avoqué completamente a aquello, pero consulté en su facultad y di vueltas por los lugares que frecuentaba, sin obtener resultados positivos.

Además, yo me había quedado con la billetera de Tyson, donde estaba su carnet de biblioteca, otros documentos sin importancia y cuatro billetes de cien dólares, que me negué a gastar en honor al gringo.

-No seai hueón, Vian –me decían mis amigos-. Sabís cuánta cerveza hay en esos billetes…

Pero yo me negaba. A pesar que nos alcanzaba para 600 cervezas de litro y 30 latas, según el cambio que nos daban en la tienda.

Fue así pasando el tiempo y la billetera quedó guardada en una caja con fotocopias y papeles viejos, mientras que yo me olvidé de Tyson y el dólar se desvalorizaba.

Y bueno… terminé la carrera, dejé de tomar en esas cantidades, comencé a trabajar de profe… y la sorpresa es que hace unos días me encuentro con Tyson afuera del colegio donde trabajo.

-Te estaba buscando –dijo el gringo, mostrándome un pack de latas de cerveza que llevaba en una mano.

Yo me acerque y le di un abrazo, mientras tapaba las cervezas con mi chaqueta, para que los alumnos no me vieran en esos pasos.


III.

La historia de Tyson, luego del episodio con los tres gigantes, puede resumirse en los siguientes puntos:

1. Su padre viajó a Chile y lo obligó a salirse de Ciencias Políticas, matriculándolo en una ingeniería química en una universidad del Sur.

2. Durante los años que duró la carrera, Tyson se vio obligado a reportarse con diversos gigantes que se preocupaban de las juntas y verificaban que las notas en la universidad fueran al menos aceptables.

3. Tyson se enamoró perdidamente de una compañera de carrera con quien estuvo a punto de casarse, hasta que la sorprendió acostándose con uno de los gigantes.

4. Desde hace un par de años Tyson trabajaba en un departamento gubernamental chileno, encargándose de incinerar algunos elementos decomisados por la policía.

-¡Quemai droga, hueón! –le dije.

-No, droga no –me dijo Tyson, con un español bastante mejorado-. Otros elementos. Debo preocuparme de combustiones especiales, según los productos.

-¿Por ejemplo?

-Juguetes tóxicos, pel+iculas pirateadas, máscaras decomisadas para burlarse del presidente… ¡ah!, y tengo unas cajas guardadas esperando encontrarte… por eso vine.

-¡Cajas con copete…!

-No… -dijo sonriendo Tyson- Nada de tragos en la caja, pero es sorpresa…

Fue así que tras tomar unas cuantas cervezas –sin duda menos que antaño-, fuimos con Tyson hasta una hermosa casa que tenía en una parcela, en el Cajón del Maipo, lejos de la ciudad.

Fue entonces que Tyson me hizo la pregunta:

-Dime Vian, ¿en qué preciso instante deja una persona de ser el que cree que es?

Yo miré a Tyson y comprendí que llevaba mucho tiempo dándole vueltas a esa pregunta, que por lo demás no parecía pretender que yo le contestase.

-¿Sabes? –continuó-. Duele acá quemar cosas…

Tyson se apuntaba el pecho.

-Es decir… vivo de eso… quemando cosas y me quedé como en medio… con todo quemado…

-Todos quemamos cosas… –intente decirle a Tyson, recordando además que nunca habíamos tenido la oportunidad de hablar en serio.

-Pero yo trabajo en eso… -arremetió Tyson-. ¡Vivo de eso! Es sucio, Vian… aunque todos son sucios… y duele...

Yo miraba a Tyson llorar y no sabía qué decirle.

-Yo no sé cómo se hace para que no duela… -me escuché decirle entonces-. Yo escribo y a veces me ayuda… pero no sé cómo se hace…

Pasó un rato así. Tyson me hablaba de la chica de quien se había enamorado y del dolor que decía sentir. Así, luego de contarme con detalles aquella historia, fue por las cajas.

-Son fuegos artificiales –me dijo, todavía llorando-. Los requisan porque están prohibidos y debo quemarlos… Tengo más de 60 cajas…

Yo lo escuchaba y no lograba entender qué se proponía.

-Quiero que me ayudes a quemarlos, Vian… -me dijo entonces-. Como en un acto de magia… ¿te acuerdas que a veces tú hacías magia?

-Sí, me acuerdo –le dije.

-Quiero irme Vian… -decía, con los ojos brillantes-, desaparecer como cuando los magos desaparecen a alguien y nadie sabe a dónde van… tú me vas a ayudar, porque eres mi amigo…

-¿Y qué debo hacer?

-Yo me voy uno de estos días… -me explicó-, tú vienes entonces y lanzas todos estos fuegos artificiales… así, cuando se acaben, yo quedo oficialmente desaparecido…

-¿Pero y tú?

-El mago no pregunta –dijo Tyson intentando sonreír-. El mago lanza luces y yo hago el resto…

-¿Pero estarás bien?

Tyson se lo pensó un poco.

-Estaré mejor –dijo al final.

Luego me fue a dejar al departamento, quedándose de paso a dormir en el sofá.


IV.

Cuando desperté, él no estaba, aunque había dejado las llaves de su casa y algunas indicaciones sobre cómo ponerle mechas a los fuegos artificiales de mayor tamaño.

Por otro lado, sé que no vale la pena buscar a Tyson, pues no podré encontrarlo, salvo que él me busque, como sucedió estos días.

Me hubiese gustado poder hablar un poco más con él, es cierto, decirle que ciertas cosas nos ocurren a todos y hasta devolverle la billetera… pero creo que es mejor respetar sus decisiones.

Por lo mismo, creo que será en estos días que iré a prender esos fuegos artificiales, y trataré de que sea una hermosa despedida.

Ustedes quizá puedan observarla, si están atentos… y tal vez hasta un poco del dolor de todos desaparezca también, en ese instante.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Rumania en el corazón.

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“Cada ser es un himno destruido”
E. Cioran
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I.

Buscando un lugar alejado de la ciudad para retirarme unos meses a escribir, encuentro un aviso que se acercaba a la perfección:

Necesito hombre para cuidar refugio en la montaña.
Idealmente amante de la lectura.
Propietaria europea. De viaje.

Luego aparecía la dirección y un teléfono de contacto que nunca contestaron. Con todo, y aprovechando las ganas que tenía por ir a caminar a la montaña, decidí ir hacia el lugar y ver si había alguien con quien establecer contacto.

Al final, tras cuatro horas de búsqueda, logré dar con el refugio.

Una mujer grande y robusta se asomó a la puerta y me hizo pasar.

-Yo me llamo Rahat –dijo, con una voz que parecía un trueno.

-Lindo nombre –dije yo, por adularla-. Rahat… suena como agua en movimiento…

-No es lindo. Significa mierda en rumano –agregó ella.

-Oh, lo lamento…

-Lamentar es de hueones débiles. Yo necesito hombre fuerte para cuidar acá. –volvió a decir ella, mientras me miraba calculando mi fuerza.

Yo en tanto miraba el lugar, que era bastante agradable, así que decidí desempeñar mejor mi papel.

-Yo soy fuerte –le dije-. Pero no lo parezco. Sé artes marciales y…

-¿Has matado hombres?

-¿Qué…?

-Los hombres rumanos de verdad matan hombres de verdad… ¿Cuántos tú has matado?

-Eh… no podría contarlos –dije yo. Y era cierto.

Ella me miró nuevamente y pareció creerme. Luego sacó una botella de vidrio que contenía unos dos litros de un líquido semitransparente.

-Los hombres fuertes toman alcohol fuerte.

Yo acepté el reto.

Ella sirvió entonces dos vasos y se tomó el suyo de un sorbo. Yo hice lo mismo y me quemé la garganta.

-Aguardiente –dijo ella-. Sin destilar.

Yo me puse serio y le pedí otro. Ella sirvió dos nuevamente.

-Tú me agradas –señaló ella entonces. Y rio tan fuerte que sus ciento veinte kilos, según mis cálculos, se agitaron al unísono.


II.

La conversación se hizo más relajada luego del alcohol. De hecho, Rahat reía cada vez que pronunciaba una frase, aunque sus palabras distaban por lo general de ser alegres.

-Donde tú estás sentado mi esposo intentó matarse una vez –me dijo, por ejemplo.

Luego, incluso, me contó que hasta el día de hoy, luego de morir, ella lo ve pasearse de vez en cuando.

-¿Acaso no lo ves tú en el cuarto? –me preguntó.

Yo le dije que no.

-Quizá tú ocupas su espacio.

-¿Cómo?

-Así. Tú estás donde él ocupa, por eso no lo ves.

Yo miré a todos lados, algo incómodo, pero no percibía nada extraño.

-¿Y él se mató? –le pregunté al final.

-No. No lo dejé.

-Ah… ¿y era rumano?

-No –contestó ella-. Era chino.

-¿Chino?

-Sí… con el pene chiquitito –complementó, de lo más seria.

Yo no supe que decir.

-Tenía un tumor, en el estómago. Se lo sacaron y el tumor tenía un diente… -agregó.

-¿Un diente?

-Sí. Un diente en el tumor. Y el tumor era grande. Más grande que su pene.

Yo volví a guardar silencio. Ella parecía inquieta.

Fue entonces, que de improviso, la mujer se abalanzó sobre mí, desnudándose y arrancándome la ropa, al mismo tiempo.

-Los hombres rumanos atacan sin contemplaciones –me decía mientras metía su lengua en uno de mis oídos-, al menos seis veces seguidas.

Y bueno… fue así que, sin ser rumano, intenté al menos obtener la ciudadanía.


III.

No fue hasta después de unas horas que Rahat me permitió hablar.

-Tomaremos un descanso -me dijo, mientras iba por otra botella de aguardiente.

Luego, además de la botella, Rahat me enseñó un dibujo de la casa, deteniéndose en un punto, cerca de la puerta trasera.

-¿Te gusta la lectura? –preguntó de improviso.

-Sí… bastante –atiné a contestar.

-Tendrás que leerle a mis cactus. Todas las noches. Les gusta Cioran.

-¿Qué…?

-Cioran, un rumano…

-Sé quién es Cioran -le dije-, me refiero a si es cierto todo eso… suena extraño…

Ella frunció el ceño y me levantó de un brazo. A tirones me llevó hasta el jardín de cactus.

-Tócalos y ve si son ciertos –me dijo, molesta.

Luego, sin ningún tipo de transición, comenzó a sollozar, agachada entre aquellas plantas.

-Es poco lo que pido –decía mientras lloraba-. Ni siquiera necesitan agua… solo leer a Cioran, y sus aforismos son cortos…

-Está bien –le dije- claro que les leeré a Cioran…

-Pero en rumano –agregó ella.

Yo no quise discutir y le dije que sí, se los leería en rumano, aunque creo que el tipo escribió en francés, mayormente.

Entonces todo pareció quedarse quieto. De hecho, visto desde fuera, la escena debía al menos ser extraña. Ahí en medio de un jardín de cactus, en una montaña algo árida, desnudos… habría sido un buen cuadro.

Lamentablemente, fue entonces que ella, recobrando el ánimo, agregó la peor parte.

-Mientras tú lees yo cocinaré y plantaremos papas… -decía entusiasta-, ya estoy vieja para tener hijos, pero tendremos papas… a veces tienen formas lindas… son como fetos que no crecen, y no sufren…

-Espera –le dije yo entonces-. Tú en el aviso decías que necesitabas alguien para cuidar acá.

-Sí, tú cuidas y yo te cuido –me dijo sonriendo.

-Pero en el aviso decías que te ibas de viaje…

-No. Decía que era extranjera, de viaje en Chile… ocho años de viaje…

Luego de esto, la mujer se abalanzó nuevamente sobre mí, impulsándome a batir el récord rumano, ahí entre los cactus, que fue además el lugar donde luego de la refriega, nos dormimos.


IV.

Desperté porque el sol me estaba dando de lleno. Me encontraba aún entre los cactus, pero estaba vestido, por lo que deduje que Rahat se había preocupado de hacerlo, cuando yo dormía.

Así, mientras me levantaba, intentaba buscar la forma de decirle a Rahat que no iba a quedarme, que todo había sido un mal entendido, como la vida entera, según Cioran… ella quizá podría entenderlo…

Fue entonces que, buscándola, me di cuenta que había un error en todo eso… es decir, la casa estaba en ruinas, y vacía… nada de sillones, ni otros muebles... y sin señales de Rahat, por supuesto, como si nunca hubiese existido.

Por un momento, intenté imaginar que se había ido antes de despertar, pero luego debí admitir que lo más probable era que me lo hubiese inventado todo… pero… si me lo inventé, pensé, ¿por qué? ¿qué necesidad me llevó a inventarme aquello? ¿la necesidad de un otro…?

Y es que si era realmente la necesidad de otro, por qué ese otro… y por qué había desaparecido así, sin huellas…

Lo cierto, sin embargo, es que no logré dar con respuesta alguna.

Finalmente, les saqué unas cuantas fotos a los cactus, y a las ruinas de aquella casa, e intenté recordar un aforismo de Cioran para darle un buen cierre a todo esto.

Lamentablemente, no recordé ninguno.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Es absurdo, está mal escrito, pero es verdad...

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“Es absurdo, está mal escrito,
pero es verdad,
por lo que sin duda
ha de contener alguna enseñanza…”
.

Un primo fue hoy
hasta un canal de televisión
a mostrar una imagen lo suficientemente absurda,
como para tener cabida
en ese medio.

Sin embargo,
como mi primo es algo ingenuo
y sueña incluso con ganar dinero
a través de esa fotografía,
se negó a cederla así sin más
para que la incorporaran en el noticiero
de esta noche.

Ahora bien,
la fotografía en sí
muestra a mi primo enseñando un pez
que había acabado de pescar
segundos antes de devolverlo al agua,
en un lago que queda a unas cuantas horas de Santiago.

-¿Y qué mierda tiene eso de especial?,
le pregunto,
tras mirar rápidamente la imagen.

-¿No te fijaste en el pez?
dice mi primo.

Y yo que no lo había hecho,
lo hago entonces…

¡……!

Lo crean o no,
el pez,
que miraba directamente a la cámara,
tenía algo así como un bigotito pequeño
y un rostro humano inconfundible…

-¡Chaplín…!
grita entonces mi primo, emocionado,
mientras tiembla un poco
y los ojos le brillan,
llenos de lágrimas.

Luego, intenta explicar que solo se percató
cuando fue a devolver el pez al agua,
y la impresión lo llevó a soltarlo
y a comprobar el hallazgo
a través de la fotografía.

-¡Entiendes lo que significa…!
vuelve a gritar mi primo,
mientras su rostro comienza a iluminarse,
como si hubiese visto a Dios
o hubiese logrado fotografiar la apariencia física
del espíritu humano…

-¡Esto debe valer millones…!
exclama,
y yo lo dejo gritar
y emocionarse
para que invite otra ronda de cervezas.

Así,
tras hablar unas dos horas
sobre los planes que tenía con esa imagen,
y habernos emborrachado lo suficiente
como para caernos ambos
dos veces cada uno
de nuestras respectivas sillas,
yo propongo otra teoría.

-¿Y si se tratara de Hitler?
le digo,
¿qué tal si el pez ese fuese algo así como la reencarnación
del Fürher…?

Mi primo se lo piensa,
y reflexiona,
aunque luego se olvida que está pensando
y se duerme,
con la cabeza sobre la mesa.

Es entonces cuando aprovecho el momento
y sin saber muy bien por qué
tomo su cámara fotográfica
y me pongo a fotografiar a la gente del bar,
una a una…
y desconociendo también el procedimiento
de mi deducción
concluyo que toda esa gente es diferente por fuera,
pero igual por dentro…

Lo malo, sin embargo,
es que al parecer grité mis conclusiones
y unos tipos se molestaron
y terminó armándose pelea,
por lo que tuve que despertar a mi primo
para que recibiese también
algunos golpes.

En resumen,
lo único bueno de todo esto,
es que no pagamos la cuenta
y que mi primo pudo encontrar las dos piezas dentales
que le arrancaron…

Respecto a la imagen
del pescado con rostro humano
supongo que mi primo seguirá intentando
sacarle algún provecho monetario…

Yo, en cambio,
volví a mi casa a escuchar Gruppen,
de Stockhausen,
que demuestra en un solo argumento
las distintas teorías y conclusiones
de esta noche,
y quién sabe
de cuántas otras…



martes, 20 de septiembre de 2011

El hombre que se convirtió en un árbol.

.
.

Leí la historia de Buda desde un libro roto, cuando era pequeño. Las hojas no estaban numeradas y se habían desprendido. Aún así, con el tiempo fui ordenando aquella historia.

Por un tiempo me interesó la doctrina, por lo que la palabra ilusión pasó a instalarse en mi consciencia desde muy temprano, a la vez que una serie de actitudes ante los otros y las cosas comenzó a marcar una distancia que hasta el día de hoy ofrece límites que no siempre terminan por dejarme cómodo.

Y es que de vez en cuando me parecía ver en la figura del Buda, algo así como la antítesis de lo que me atraía de la figura de Cristo, la del hombre que lucha contra su propia sangre y expulsa a golpes a los vendedores del templo y pide que no se cumpla su destino orando en Getsemaní.

Fue así que un día, años después de esas primeras experiencias, borracho, confuso y dolido por una serie de situaciones que no detallaré, recordé de pronto a ese personaje y decidí irme a la montaña, bajo la lluvia, y refugiarme bajo un árbol.

No era un bodhi, por supuesto, pero servía para que el agua no llegase tan fuerte. Y bajo él decidí de pronto no moverme hasta alcanzar mínimamente esa sabiduría de la que había oído hablar, alguna vez.

Recordé así que Buda, bajo el Bodhi, había sido protegido de la lluvia por una serpiente, que le prestó su capa… antes de alcanzar la completa sabiduría.

Pasó así una tarde y una noche, y seguía lloviendo. No hacía tanto frío y la borrachera se me había pasado por completo… y bueno, vi pasar cerca una culebra.

No era por supuesto una serpiente magnífica como la del Buda, pero servía como comparación, al menos. Y me sirvió para estar ahí unas horas más.

Por la mañana, sin embargo, me sentía mal. No había dormido, prácticamente, y estaba empapado y tras el amanecer me había quedado una sensación importante de frío. Además, era día en que debía visitar a mi hijo, que por entonces aún no cumplía un año.

-Buda abandonó a su mujer y a su hijo –me dije entonces-, eran parte de la ilusión…

Pero algo no me convencía en todo eso. Es decir, más allá de que no fuese Buda, había algo en eso que no me terminaba de convencer. Las verdades, los caminos… el dolor.

Sinceramente, pensé, ese camino no me es difícil de tomar, hoy en día.

Y es que renunciar en ese entonces dolía menos, y lo sentía casi como un camino fácil… como transformarme en un ser de cartón, e indiferente.

Fue entonces que comenzó a llover fuerte de nuevo y decidí salir desde abajo de árbol. Y recibí la lluvia de pleno.

El nirvana es otra ilusión, parecía decirme la lluvia. Y la renuncia incluso, es otra ilusión, casi tan vacía como el placer.

Buda entonces me pareció de cartón, o de piedra. No se reiría si le hago cosquillas, pensé, y lo que ha hecho es prácticamente renunciar a ser hombre para convertirse en árbol.

Yo, en cambio, no tengo realmente a qué renunciar –seguía pensando-, y mi nirvana sería tan cobarde y tan poco humano que me terminaría de alejar de mi sangre, que es lo único que tengo, al menos hoy, realmente propio.

Y bueno… no digo que haya sido la mejor elección, ni que otra no hubiese sido válido, pero lo cierto es que ese día volví a casa y fui a ver a mi hijo, y le conté, aunque no entendiese, parte de lo que había ocurrido.

Y es que muy pocos recuerdan el nombre de la mujer de Buda, o el de su hijo, concluí, y la responsabilidad hacia quienes amamos es también importante, no menos que hacernos responsables de nuestro propio crecimiento.

Desde entonces, cada vez que veo un Buda, me imagino un árbol. Alguien que logró abandonarse y transformarse en algo ofrecido hacia los otros para enseñar un camino.

Con todo -valorando incluso la belleza y el sentido profundo que aquello debe tener-, he comprendido que ese no es mi camino. Y es que el dolor propio se acepta, pero el dolor y las injusticias a las que son sometidos los otros no pueden dejarse pasar, ni aceptarse simplemente.

La sangre está hecha para hervir, para gritarnos desde dentro y enviarnos hacia los otros. Y no hablo de la búsqueda de placeres ni de evasiones, sino que apunto simplemente a que la felicidad es también una responsabilidad, que debemos asumir por nosotros mismos, y por los otros.

¿Saben por qué?

Porque no somos árboles.

Y nuestro deber es otro.

lunes, 19 de septiembre de 2011

Cosas que ocurren en un matrimonio gitano.

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“Yo también podría ser una larva amorfa:
todo el mundo encierra en su interior
un enorme paquete inmóvil,
basta con dejarse ir para que aparezca.”
Amélie Nothomb.
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I.

Debido a un par de experiencias concretas no me caen bien los gitanos. Puede que sea injusto y que mi criterio no sea el correcto, pero es algo que quedó establecido a partir de dichas experiencias y poco puedo hacer por evitarlo.

Eso intentaba explicarle hoy a un amigo que quería que lo acompañase a sacar fotos a un matrimonio gitano, pero lo cierto es que al final me convenció y decidí acompañarlo. Era en una especie de parcela que quedaba en un lugar retirado de Santiago, donde habían puesto varias tiendas y una carpa central para la ceremonia principal.

Así, apenas entramos, nos pidieron guardar las cámaras digitales y nos entregaron unas antiguas con varios rollos de los que ya casi me había olvidado. Luego, tras refrescar la memoria ajustando las lentes y poniéndonos una chaqueta que nos pasaron para la ocasión, comenzó nuestro trabajo.

-¿Y su nombre? –me preguntó en un momento el padre de la novia.

-Vian –le dije.

-¿Y no quieres otro?

-¿Otro qué?

-Otro nombre.

-No. Gracias. –Le contesté. Y el hombre no insistió.

Fue entonces que comenzó la ceremonia y aparecieron los novios. Ella llegó en un carrito de madera lleno de flores y el hombre apareció rodeado de unos perros algo flacos que tenían lazos de colores amarrados al cuello, para la ocasión.

Yo los fotografié y acabé el primer rollo. Para cambiarlo, busqué un lugar oscuro, al interior de un cuarto de madera que estaba a un costado de la carpa.

Fe en el interior de ese cuarto que la vi. De espaldas a mí, cabizbaja, y sentada frente a un espejo.


II.

-No me mires a los ojos –me dijo, apenas me sintió entrar.

Mi corazón latía fuerte y no cuestionaba que ella estuviese ahí, simplemente me encontraba sorprendido y las sensaciones se agolpaban dentro mío, como si buscasen romper algo.

-¿Qué haces acá? –pregunté.

-Sinceramente no lo sé –dijo ella-. Pero no debes mirarme directamente, ni decir mi nombre.

Por absurdo que fuese tomé en serio lo que me decía y bajé la mirada.

-Esto será extraño porque te hablaré con mi voz palabras que nunca te podría decir de otra forma –dijo entonces ella-, y puede que sea confuso, si intentas entenderlas también directamente.

Yo guardé silencio.

-Nos debemos una conversación –continuó-. Y quizá incluso más que eso… lo importante es que si has venido hasta acá es porque algo nos reúne, porque algo de nosotros está muriendo, sin el otro, y existe algo que quiere que nos demos cuenta de lo que perdemos…

-Yo sí me doy cuenta… -interrumpí.

-Lo sé, pero no has hecho nada con eso –agregó-, sé que lo hago difícil y que quizá sientas que no está en tus manos, o te hayas sentido abandonado…

-Es mucho más que eso -señalé.

Ella siguió entonces pronunciando esas palabras que esperé por años, hablando de un nosotros como una posibilidad viva, todavía, y consciente de aquello en que yo siempre había creído podía existir entre ambos.

No sé si fue la esperanza, o simplemente el sentir que me comprendía mientras hablaba… -que comprendía lo que ella significaba para mí, me refiero-, pero el resultado fue simplemente que algo comenzó a desmoronarse dentro mío, algo que creí sólido y que había construido casi como una fortaleza, en este tiempo, para permanecer seguro.

Fue así que comencé a cuestionarme si aquello que estaba viviendo era o no real, y las preguntas me llevaban a intentar mirarla, quién sabe si como otra forma de protección, o de silenciar sus palabras.

-¿Qué estás haciendo? –preguntó entonces ella, percatándose de mis intenciones.

-Quiero confirmar si eres tú –contesté.

Caminé entonces unos pasos, hacia ella, con los ojos aún entrecerrados, sin prestar atención a sus advertencias.

-No lo hagas –me dijo-, confía en que sigo siendo yo, aunque no lo parezca…

Pero yo pasé por alto sus palabras y avancé hacia ella… y fue así que choqué con algo y sentí vidrios quebrarse… y fue entonces que caí al suelo.


III.

Una gitana me lanzó agua al rostro mientras decía unas palabras que no comprendí.

Luego llegó mi amigo algo molesto pues pensó que yo me había emborrachado y que esa era la razón de mi conducta.

-No es culpa de ese hombre –dijo entonces la gitana, refiriéndose a mí-. Vuelva a sacar fotos que yo me preocupo de él.

Mi amigo le hizo caso y yo me quedé con la gitana, en silencio.

Ella me limpio la frente, pues aparentemente me había hecho un corte y me llevó hasta un lugar alejado de la ceremonia, donde ya comenzaba la música.

-¿Encontró usted el cuarto de madera? –me preguntó ella, de improviso.

Yo asentí.

-Ese cuarto es tu propio corazón –agregó entonces- a veces no se puede salir de ahí.

-Pero entonces… -intenté preguntar.

-Nada. No es bueno hablar nada, por ahora. Usted vio, pero hay más que debe ver, y cada cosa tiene un tiempo. Además la vida fluye bien cuando usted fluye también en la dirección correcta… no tiene que dejar pasar esas oportunidades.

-¿Se refiere a que debí aceptar el nuevo nombre que me ofrecieron…?

-No sé de qué hablas –concluyó-. Pero lo importante no son los nombres, sino lo que nombra el nombre, preocúpate de mejorar eso.

Luego ella volvió a la fiesta y yo me quedé en ese lugar alejado, unos minutos más.

Finalmente volví, saqué fotografías y cené junto a los invitados.

Ahora trato de entender.

Y escribo.

Me pagaron con un revólver y una flor.

Juro que no es una metáfora.

domingo, 18 de septiembre de 2011

Hoy.

.
I.

Tardé un buen rato en decidirme si lo que estaba viendo era una pintura o una ventana. No era algo que tuviese que ver con el movimiento o la “realidad” presente en la imagen, sino simplemente algo que se relacionaba con sensaciones y con la manera de vincularme que hoy por hoy tengo con aquello que está en mi entorno.

Al final fue un viejo borracho el que vino en mi ayuda.

-Es una ventana –me dijo.

-¿Y usted como sabía que yo estaba pensando en eso…? –intenté decir.

-Se nota –me dijo-. Tú eres de esos que transforma en ventana todo lo que tocas.

-¿Qué quiere decir?

-Que parece que tratas de ver más allá de las demás personas –me explicó-, como si buscaras algo que se te perdió y solo pudieses encontrarlo mirando a través de los otros.

-¿Sabe…? –le dije-. No quiero meterme hoy en este tipo conversaciones, además usted está borracho y quizá su percepción puede no ser la adecuada.

-Puede ser… -aceptó-, y puede que yo me retire y todo vuelva a ordenarse, pero la percepción tampoco es tu fuerte en estos días.

Yo lo miré y sentí que el viejo me miraba afectuosamente.

Luego él se fue.


II.

Tengo un nudo.

Aprendí a soltarlos, pero tengo miedo de hacerlo en esta oportunidad.

Hoy por ejemplo vi “Amores de cantina”, de Radrigán y tuve que apretarme para que el nudo no desaflojara.

Y es que cuando se desenrede voy a llorar como niño chico y a veces necesito también mantenerme firme.

Una vez hablamos de eso con el propio Radrigán, mientras él ensayaba una obra que estaba creando, en un galpón.

Yo lo vi trabajar tan duro que esa vez decidí llevarme mis papeles, pues me avergoncé de la falta de trabajo que tenían.

Radrigán salió del galpón y me detuvo y me pidió disculpas pues pensó que me había ofendido, de alguna forma.

Yo lo abracé brevemente y le dije que no se trataba de eso, pero me fue imposible explicarle de qué realmente se trataba.

Esa fue la última vez que lo vi. Tengo ganas de saludarlo otra vez, y agradecerle, aunque no me reconozca.

Con el tiempo una señora que nos conocía a ambos me dijo que Radrigán había dicho que yo escribía mejor que él y yo sentí en un primer momento que ese era el mejor halago que podían darme.

Con el tiempo, sin embargo, entendí que Radrigán debe haber querido decir que quizá yo podía llegar a escribir mejor que él, pero no lo hacía.

Por otro lado, creo que Radrigán se refería al talento y a la facilidad para escribir, que es justamente lo que me avergonzaba, sobre todo cuando estas acciones van separados del trabajo, la honestidad y el amor por los otros, que hasta el día de hoy él me enseña, indirectamente, marcan la gran diferencia.

“Escribe como si te fueras a morir mañana”, decía una y otra vez Radrigán, pero yo no lo entendía bien en ese entonces.

¿Y saben? Es algo que estoy aprendiendo hoy en día, aunque no se note.


III.

Hoy se celebran las fiestas patrias, pero creo que el país tiene muy poco que festejar.

En cambio, debiese uno aprender de esa valentía y ganas de cambio –interno y social-, del que nos habla Radrigán.

No suele ser tema en este blog y es justamente porque tengo vergüenza de tocar, directamente al menos, estas cosas tan serias de manera tan liviana y poco comprometida.

Pero no es que no me importe.

Sería lo mismo decir que no me importa que mi padre esté hoy interno en un hospital porque tuvo una recaída importante en sus problemas al corazón, simplemente porque aquí no he hablado de ello.

Sin embargo, más allá de la falta de corrección e inmediatez que adolecen los textos que están acá, creo que el no poder dormirme sin poder escribir en este espacio desde hace un año y medio, me acercan un poco a la idea de responsabilidad con la que él me enseñó se debía trabajar, cuando uno tenía un talento, por pequeño que éste fuera.

Así que en resumen:

1. Debo y debemos preocuparnos de la forma en que vemos a los otros y cuestionarnos hasta qué punto los reducimos o los vemos como algo distintos a sí mismos (en mi caso, como seres necesarios para encontrar aquello que perdimos o creímos perdido).

2. “Amores de cantina” es una obra hermosa, como la mayoría de las escritas de Radrigán, donde sigue evidenciándose la necesidad que tiene este autor de creer en los otros y de enaltecer las miserias y dolores que a veces escondemos dentro.

3. Tengo nudos. Y tengo miedos. Quizá hasta sean lo mismo. Por esto, hablar de ellos, en cierto sentido, es una forma de soltarlos.

4. Hay que escribir como si te fueras a morir mañana, dando cuenta de quién eres, qué amas e intentando sobrellevar de mejor forma tus debilidades. A este respecto, señalar que amo la capacidad de bondad que existe en los hombres, la capacidad de comprender y de amarse a sí mismos y al prójimo, aunque no sea tan fácil encontrarla manifestada en muchas acciones, hoy en día.

5. También debiese vivirse como si te fueses a morir mañana –lo que es gran medida mi tarea pendiente-, conscientes de que aquello por lo que debemos luchar forma parte del camino que conduce a nuestra propia felicidad, que es, por esa vía, también la felicidad de todos.

Por último, contarles que lamentablemente se perdió una entrada para ver la obra de Radrigán. Hoy era dos por uno y por más que traté de contactar a algunas personas –a última hora, es cierto-, y que incluso intenté regalarla durante treinta minutos, no hubo nadie que quisiese aceptarla.

Al respecto, recuerdo que una vez Flannery O´Connor dijo que escribía sobre la gracia para gente que no sabe reconocerla cuando la ve (no hablo de la “gracia” de regalar la entrada, sino la de lo que nos regala la obra de Radrigán).

Por suerte –o por gracia-, Flannery supo seguir creyendo en los otros y nuestro Radrigán sigue luchando por lo mismo. Usted no los defraude, querido lector. Yo también estoy en eso.

**El video muestra una lectura dramatizada del texto realizada hace bastante tiempo. Radrigán se opuso a esto pues consideraba la obra, derechamente como no terminada y “mala”. La versión de hoy está más corregida y ha sido articulada con algunos cambios y correcciones sugeridos por el propio autor, aunque al parecer, todavía no está totalmente conforme con su trabajo.



sábado, 17 de septiembre de 2011

Yo no sueño las cosas, señor Shepard.

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“Creía que vivías de la fantasía.
¿No es esa tu forma de ser fundamental?
Sueñas las cosas, ¿no es cierto?”
Locos de amor, Sam Shepard


Yo no sueño las cosas, señor Shepard.

Es decir,
de vez en cuando sueño,
lo reconozco,
pero no es cuestión de generalizar
ni tampoco cuestión de fantasía…

De hecho,
tengo tan poca imaginación
que para intentar ser fundamental
simplemente doy vueltas
algunas historias ya fabricadas
y meto luego en ellas
mis propias sensaciones.

El problema está,
sin embargo,
en que esas sensaciones
aparecen disfrazadas también
de otras cosas
y uno a veces hasta olvida
cómo era sentir correctamente
a esas sensaciones disfrazadas.

¿Ha visto usted, por ejemplo
que chistosa se ve la tristeza
con un bigote de plástico?

¿Podría acaso usted sentirla igual
luego de verla vestida
de esa forma…?

Yo a veces me pongo a pensar estas cosas,
estos elementos técnicos, me refiero,
pero mis conclusiones aparecen tan difusas
que no logro distinguir si están volteadas
o si llevan un disfraz
o si no sé entenderlas
simplemente
por mi propia impericia.

Imagine por ejemplo, señor Shepard,
esa típica imagen del náufrago
lanzando al mar
la botella también típica
en la que va introducido
un mensaje.

Pues bien,
en mi caso,
es el mensaje el verdadero náufrago
mientras el hombre
debe ir a buscar ayuda
introducido en la botella…

¿Me entiende usted ahora…?

No es que quiera hacerme el interesante,
ni creerme realmente
un ser fundamental,
sino simplemente representar
con mis propias sensaciones
esas cosas que ya han sido representadas,
pero de una forma distinta.

Suena simple.

Es simple.

Y no es fantasía, en lo absoluto,
señor Shepard.

Eso, al menos,
me gustaría dejar en claro,
antes de terminar.

viernes, 16 de septiembre de 2011

Que lleguen los ovnis.

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-¡Tengo ganas de que lleguen los ovnis! –gritó ella mientras se escuchaba un golpe-, ¡ganas de que el cielo se llene de naves y de luces y que acaben con la mitad de toda esta hueá…!

-¡¿Y por qué no acaban con toda la hueá, mejor…?! –la interrumpió él, desde la puerta-, ¿por qué si es todo tan terrible no pides que se acabe toda esta mierda en vez de la mitad…?

-¡La única mierda aquí eres tú! –gritó ella, mientras por los ruidos imaginé que pasaba a llevar un cenicero que caía, sin quebrarse-. ¡Tú y todos los hombres de mierda…!

Yo, mientras, escuchaba la discusión desde mi departamento, junto a la puerta, mirando a ratos por el ojo de vidrio, hacia el exterior.

Él, según observaba, estaba apoyado en el marco de la puerta del departamento vecino y desde el interior venía la voz de la mujer, que insistía en la discusión utilizando frases que me atraían extrañamente, como si revelaran una lógica distinta.

-¡Lo único peor que puedes hacer en vez de irte, es quedarte…! –seguía la mujer-, ¡por eso tendrían que desintegrarte, hueón… llegar los ovnis y desintegrarte… que no dejen ni polvo y que conquisten todo lo demás…!

-¡Estás loca! –gritaba él, para ser escuchado-, ¿de qué mierda estás hablando?

-Hablo sobre lo cansada que estoy de aguantar tu estupidez… tu maldita hueá de llegar e irte cuando se te da la gana… ¡hombres de mierda… todos son iguales!

-¿Y tu creís que desde los ovnis van a bajar después unos tipos caballerosos y atractivos y van a casarse con ustedes, las señoritas? –dijo él, sarcástico-. ¡Lo que harían sería violarlas… solo valen para eso…!

-¡¿Violar…?! ¿Tú crees que van a ser tan cerdos como ustedes…? ¡Ustedes harían eso… por eso los desintegrarían!

-¿O sea que tú creís que se puede ser mejor que nosotros?

-¡Mejor que tú, cualquiera! ¡Hasta el hueón ese que llegó al departamento de al lado…!

(Ese hueón era yo, a todo esto)

-¡¿Ese hueón? –exclamó el hombre, totalmente indignado-. ¿Tú creís que ese hueón es mejor porque toca el piano…?

-Toca como la mierda –dijo la mujer, lo que fue de paso mi primera crítica-, me refiero que hasta un hueón que pasa solo casi siempre, y que apenas habla con los otros puede merecer incluso no ser desintegrado, pero tú…

-¡¿Estás diciendo que ese hueón es más valioso que yo?! –seguía gritando el hombre.

-Estoy diciendo que puede merecer algo, a diferencia tuya…

-¡¿Ese hueón?!

-¡Sí...! ¡Ese hueón!

Recuerdo aquí que la conversación se desviaba hacia mí de una manera que me pareció incluso peligrosa, pues pensé que en cualquier momento podían golpear mi puerta y exigirme que me uniera a la discusión.

Por otro lado, además de un par de veces en que me había encontrado con ellos en las escaleras y del conocimiento de mis “prácticas” de piano que se escuchaban desde su departamento, no podían tener ellos de mí información alguna, por lo que comencé a ofuscarme, ante sus comentarios.

-¡Lo que pasa es que ese hueón es un simple maricón! –decía el hombre- y tú crees que es distinto, porque simplemente no le gustan las mujeres.

-¿Maricón? –decía la mujer, algo sorprendida.

-¡Maricón! –exclamaba el hombre-, ese el hueoncito en que te estás fijando ahora…

-¿Estás celoso?

-¡¿Celoso por ese hueón?!

Aquí me pareció escuchar una leve risa, de la mujer, y luego la vi aparecer junto al hombre.

-No pensé que pudieras ponerte celoso todavía… -decía ahora la mujer, algo coqueta.

-Claro que puedo ponerme celoso, si te quiero… –decía el hombre, abrazándola-.

Luego ambos se quedaron así, detenidos, junto a su puerta, hasta que entraron besándose y reconciliándose efusivamente.

Por un momento pensé en ir hasta allá y explicarles que no era maricón… que me gustaban las mujeres y que solo quedé un tanto dañado hace ya bastante tiempo y que…

No. Tampoco debía contarles, concluí. Quizá si me disfrazaba de marciano y conseguía una pistola de luces, podría asustarlos pensé… y hacer justicia, de algún modo…

Fue así que ideando un plan se fue haciendo cada vez más tarde. Y pasó incluso la hora en que habitualmente intentaba improvisar unos golpes al piano, sin que me diese cuenta.

“Tengo ganas de que lleguen los ovnis”, me dije entonces, mientras abría la cerveza de antes de escribir, y comenzaba a hacerlo.

Luego, tomaré la cerveza de después de escribir y esperaré unos últimos minutos junto a la ventana, mirando hacia el cielo, por si existen novedades.

jueves, 15 de septiembre de 2011

La hora de volver a casa.

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I.

Algunos dicen que nunca es tarde,
pero no es cierto.

Los niños deben apagar la luz
y a veces también es tiempo
de volver a casa.

¿Y es que les cuento un secreto?

Cuando vuelves demasiado tarde,
en realidad no estás volviendo
al mismo sitio
pues algo prácticamente intangible
ha cambiado.

El niño que vuelve tarde,
por ejemplo,
se encuentra un día
con que ya no hay padres
que les lean cuentos…

O el padre que tras llegar tarde
se acuesta al lado de la madre dormida,
descubre también tardíamente
que se trataba de otra mujer
o de ninguna.

Así es como las cosas cambian,
ese es el secreto que nos explica
porqué nuestros pies nunca coinciden
con los pasos que ya hemos dado.

Lo peor de todo
es que nadie te dice claramente
cuál es la hora de volver a casa,
y por miedo al cambio, algunos
se esconden dentro de los muros
y terminan llegando tarde
a sus propias vidas.


II.

Descubrí que Spinoza
tiene un libro extrañamente maravilloso,
pero mientras lo descubría
se me fue pasando el tiempo
y me encontré llegando hoy
de visita donde mis padres
un tanto más tarde
que de costumbre.

Y claro,
había algo extraño,
una especie de sombra y de vacío
que ya se había instalado,
tanto así que todo descubrimiento
parecía nada
ante esa verdad,
que estaba esparcida sobre las cosas
como si hubiese caído una nieve distinta
al interior de aquella casa.


III.

Los que dicen que nunca es tarde
son incapaces de ver el cambio
en aquello que los rodea
y por eso su amor
se vuelve también equívoco
y va dando tumbos
como un ciego.

Es entonces cuando el niño
no alega por la falta de cuentos,
a la vez que el padre
dice amar a esa nueva mujer
fingiendo que no se ha percatado
del cambio que ha ocurrido.

Por último,
sucede que los niños, jugando
van un día a meter los pies
en los zapatos de sus padres
y descubren que todo calza
perfectamente
y dejan de jugar
y envejecen.

Ese es el final abrupto
del que secretamente
quería hablarles.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Pelé vs Hegel, o el significado de los sueños.

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Lamentablemente, no me queda tiempo para buscarle significado a mis sueños. De hecho, dispongo de tan poco que incluso me cuesta encontrarle significado a mis periodos de vigilia.

Quizá es por eso que vigilia y sueño se confunden a veces cuando intento jugar a que comprendo las cosas y trato de indagar en los posibles caminos que recorro, proponiendo interpretaciones, o simplemente buscando el entendimiento mínimo que sirva de base a todo esto: el significado frágil de uno mismo.

Dentro de esta búsqueda, además, algo que me pasa constantemente es ir de lo complejo a lo sencillo o viceversa, de manera casi enfermiza. Hoy mismo, por ejemplo, he estado varias horas lidiando con Hegel, intentando tomar unos apuntes que al final se convirtieron en laberintos de palabras inconexas y terminaron por sumirme en un sueño tan profundo como breve.

Y claro, lo sencillo vino a aparecer de improviso en mi sueño, donde vestido con short y camiseta llegó el mismísimo Pelé a hablarme con un tono paternal y afectuoso. Esto dijo:

“Eu nao sou tonto, eu sou sencillo. Muito sencillo. Mi español es débil, mas sei fazer que mis palavras se comprendan. Uma senhora me dijo que eso era bello, conversar amenidades, me refiero… eu no sei vivir de forma diferente, además”.

Recuerdo que mientras hablaba, sonreía, y jugaba inocentemente con una pelota entre sus pies, sin parar de darme recomendaciones.

“En el futebol é así também… sencillo y de beleza infinita. Voce sabe eso, o lo intuye, que es saber desde dentro, com mas verdad.

Voce debiese confiar en isso, eu venho a te dizer isso, com muito afecto. Voce debiese confiar, Vian. Las pessoas todas debiesen confiar… eu nao sei lidiar con otras formas, mi manera de vivir é issa, no otra. Voce precisa me escutar mis palabras”.

Pelé entonces se acercaba y me miraba dándome a entender que lo entendía todo, y que mi única tarea en el sueño era escuchar lo que él me tenía que decir. Fue así que dijo sus últimas palabras:

“Que voce perda lo amado faz parte da vida de todo mundo. Eu tambem erré goles, muitos goles… ninguém gana sempre, y voce é parte de todo mundo… Ninguém es el melhor, todos corremos por tras da pelota… y sua vida é sua pelota, Vian… voce no precisa otro secreto”.

Luego el sueño se acabó y yo desperté con un pesado libro de Hegel caído hacia un costado y una sensación de armonía que me hizo transformar los confusos apuntes en una especie de dibujo que terminó de relajarme, justo antes de dormir.

Por lo mismo, no voy a alargar más lo que hoy quería contarles… nada de respuestas en el sueño, ni reflexiones, ni frases de Hegel dando vueltas por la entrada, que era mi intención original.

Así, mejor me vuelvo de nuevo al sueño y le pido algún truco futbolístico al rey, para lucirme con mi hijo este fin de semana… además, Hegel no sabía nada de fútbol y muy poco sobre la sencillez necesaria, para que el afecto permita no enturbiar las palabras que buscan explicarnos cómo se obtiene el sentido de las cosas, y cómo se comparte claramente con los otros.

martes, 13 de septiembre de 2011

Mi cerebro era el hombre fuerte.

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Lamentablemente
Mi cerebro es como el hombre fuerte.

Uno de esos tipos musculosos
Que envolvían en cadenas
Y que podían hacerlas saltar
Con un esfuerzo mesurado.

Yo incluso
Me enorgullecía
De esa fortaleza
Y hacía exhibiciones de fuerza
De vez en cuando
Como si eso fuese una virtud
O un logro
Del cual pudiese yo
Pedir reconocimiento
Y hasta aplausos.

Pero la vida te enseña que el hombre fuerte
Es en verdad un bobo
Y que su fuerza es tan absurda
E inútil
Que nada tiene que ver
Con aquellas situaciones importantes
Y verdaderas
Que te permiten a la larga ser feliz
De vez en cuando.

Por otro lado,
A veces hay también en ti
Un hombre débil,
Que acepta los golpes que recibe
Y que busca comprender
Y hasta amar
Todo aquello que lo ha golpeado.

Pero claro,
Sucede entonces que envejeces,
Y para sobrevivir deben pelearse aquellos hombres,
Y hasta uno debe hacer apuestas
Y elegir por quien gritar
Llegado el caso.

Así,
Yo decidí un día
Apoyar a mi hombre débil,
Y llenarme de alcohol
Y azotarme la cabeza contra un muro
Para que la fuerza del más fuerte
Llegase al menos confundida
Hasta ese encuentro temerario.

Fue así que el hombre fuerte tambaleó
Y aunque quiso resistir de pie
Lo cierto es que a la larga
Comenzó a encorvarse,
Derrotado.

Y claro,
Puede que hoy día me traten como estúpido
Y hasta se rían de mí
Aquellos que mi fuerza no observaron

¿Pero saben?
¡La debilidad es tan bella
Y enseña tanto…!

Yo aprendí que la vida,
Por ejemplo,
Se disfruta más
Con los pies descalzos.

Y sí,
Soy débil hoy,
Tanto que lloro como un niño
Cuando la verdad se acerca
Y te habla claro…

No importa si es en la gran obra,
O diciéndote algo al oído
Desde un poema malo…

Y es que en definitiva,
Fui fuerte
Y renuncié a mi fuerza,
Pero nada perdí

Y sé que no me he equivocado.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Vian y la guerra contra los objetos (Parte final)

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Es extraño, porque en el fondo no sé hasta qué punto creo o entiendo realmente lo que ella me pide, pero el caso es que decido jugármela e ir al encuentro hasta vestido para la guerra: traje de camuflaje, armamento… todo con tal de que una chica pueda creer todavía en aquél en quien decidió creer, aunque no haya elegido al mejor espécimen, para esto.

Y es que no sé cómo se pelea contra los objetos, ni hasta qué punto es esta una batalla que pueda ganarse, pero son tan pocas las veces que me es posible ver a alguien creyendo en algo, que siento correcto el jugármela por esas creencias, aunque no tenga claro, hoy en día, si son también parte de aquello en que yo también creo.

Es entonces cuando comienza a pasar la hora y en vez de encontrarme con ella, me encuentro con una carta, junto a mis pies:

_______________________________________________________________________________

Vian:

Ayer me quedó dando vuelta una frase. Creo que en ella yo confesaba que lo único que hago, en el fondo, es buscar razones para ser feliz. No sé si lo dije tan claro, de hecho, pero si no fue así, prefiero decirlo hora, desde un primer minuto, y confesarme.

Creo que tenías razón en dudar de mis creencias. Es decir, razones de más para ponerme en duda. Y ante todo, te libero de la obligación de seguirme en estas ideas absurdas que se me cruzan por el camino, simplemente por la necesidad que tenemos todos de creer en algo.

Y claro, yo elegí creer en algo que definí como “lo humano” y que solo podía existir en oposición a los objetos, pero quizá me equivoqué… y se trata solamente de intentar atrapar al paso una de esas razones para vivir, que tanto nos faltan.

¿Viste alguna vez esos concursos donde una persona era metida en una especie de tómbola, llena de cosas en movimiento? Yo tengo una imagen grabada de aquello. Era una mujer a quien metieron en una de esas tómbolas. Era un aparato lleno de billetes, donde ella debía atraparlos, mientras el viento soplaba, y debía sacar, además, la mayor cantidad posible por una ranura.

Pero el caso es que cuando los billetes comenzaban a moverse, la mujer se quedaba quieta. Totalmente quieta. Recuerdo que al animador del programa le daba risa. Y yo sentía pena por esa mujer, y me hubiese gustado entrar en esa tómbola y abrazarla y decirle que eso importaba una mierda, que solo eran objetos, dando vueltas, y que podía quedarse quieta sin problemas.

Fue así que esa mujer fue la única en no sacar ningún billete de esa cámara. Y quizá fue mi primera imagen de esa guerra contra los objetos en que intentaba hacerte participar, aunque sin tener realmente las cosas claras.

¿Y es que sabes, Vian? Creo que he terminado por comprender que la humanización de las cosas simples, y la deshumanización de esas mismas cosas, es en el fondo parte de un solo proceso… es decir, el espíritu humano, los afectos… y hasta las cosas… quizá están rellenas de lo mismo, y no nos damos cuenta.

Así, creo que he llegado a aceptar tu postura, esa que te hacía dudar de sumarte a mi propuesta… y es que esa poética de las cosas vivas, sumada a la armonía de los objetos, que tanto me aterraba, quizá nos puede llevar al ser humano como objeto, y valorarlo certeramente, con escalas más fijas…

Me acordaba por ejemplo de un experimento que hice una vez, que tenía por objeto central a un llavero. Y es que para mí, los llaveros eran algo así como el pasaporte de las cosas, el vínculo final… Así, sucedió que por broma le cambié las llaves del llavero a una persona, y fui con ella hasta su casa. Fue entonces que esa persona intentó una y otra vez abrir las puertas con esas llaves, sin percatarse del cambio… Me acuerdo que yo comencé a asustarla: “¿y si esa no es tu casa?” le decía… “¿qué pasa si esas no son tus cosas y nuca has tenido nada?”… Y claro, la persona en cuestión comenzó a desesperarse, como si realmente lo hubiese perdido todo… hasta que confesé lo ocurrido, quizá demasiado tarde.

Creo que contigo intenté hacer algo parecido… Discúlpame por el tiempo que te hecho perder, pero es que soy tan tonta a veces, Vian… ¡tantas las ganas de creer que tiene una…!

¡Si supieras cuáles eran mis sueños…! Eran tan absurdos, Vian… Imagínate que yo soñaba con ver a las personas abandonando las ciudades, descubriendo que no están atados a las cosas y decidiendo dejarlas de lado, simplemente… una salida noble, pensaba yo, dejar las ciudades vacías… como los mayas… como si esa fuese la única manera que tuviéramos para no avergonzarnos de nuestra propia vida… pero la vergüenza era solo mía, y supongo que es algo que debo afrontar individualmente.

Y es que así como podemos abandonar, creo que descubrí que también podemos continuar con la vida del otro… retomar la ciudad, sus objetos… y hasta acrecentarlos.

Y claro, duele aceptar esto… y cuesta reconocer que el sueño fue siempre solo uno… que soñamos fragmentos de algo y le damos un significado completo, hasta que nos damos cuenta que el sueño era en realidad más grande, y nos sentimos ingenuos, por haber creído que esas cosas pequeñitas contenían un mensaje completo…

Supongo que cuando nos morimos vemos ese sueño completo, Vian, y hoy lo he visto, así que supongo que en cierto sentido esto es también una despedida definitiva.

Quizá hubiésemos sido una buena pareja de batalla, pero te dejo para que sigas siendo tú, el único héroe de tus escritos.

Te lo digo con afecto. Y sin reproches.

______________________________________________________________________________


Esa es la carta que encuentro. Hay cosas que debo comprender, pero sobre todo debo aprender a comprender a tiempo, y no poner todo en duda, al menos en primera instancia.

Y es que a veces el tiempo se nos va y las cosas realmente importantes se dispersan, porque no tienen forma propia, como el agua.

Así es como se alejan las personas que amamos y a veces es así también como nos perdemos nosotros mismos.

La guerra, por tanto, no es solo contra los objetos, sino ante la búsqueda de transformar en objetos aquellas cosas puras e incontenibles, para intentar comprenderlas de la forma equivocada.

Ante esto, solo me queda reforzar esa idea cursi de que el amor no es un objeto, ni puede llegar a serlo.

Ojalá nunca lo pongan en duda.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Vian y la guerra contra los objetos (Parte II)

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Cuando llegué al punto de encuentro descubrí que ella ya estaba ahí, desde antes.

-¿Y lo pensaste? –me dijo apenas me vio venir.

-Intenté entenderlo, al menos… -reconocí-.

Ella entonces pareció tomar una actitud un poco más agresiva, como si sus requerimientos fuesen realmente impostergables.

-Creí que tú podrías entenderlo –me dijo, algo nerviosa-. Es decir… ¡todo me da la razón! ¿Acaso no cruzas calles para llegar acá?

-Eh… sí… cruzo varias…

-¿Y no te topas con esos objetos que van por ahí de un lugar a otro…?

-Eh… ¿te refieres a los autos?

-¡Llámalos como quieras…! Son objetos, eso me basta…

-Pero ¿qué pasa con ellos?

-¡¿Lo encuentras normal, acaso…?! Debiese haber normas, al menos… es decir, no debiesen ser más grandes, o más rápidos que tú… Es darle demasiado poder a los objetos… Bueno, haría una excepción con las grúas, pero solo porque son una especie de Dios de los objetos, y todos necesitamos una especie de Dios, es un derecho, me refiero…

-¿Es un derecho el poder creer en algo? –pregunté intentando seguir su razonamiento.

-Claro… ¡pero esos objetos a grandes velocidades y que llevan además gente adentro…! Creo que es engañarnos pensar que son “herramientas” o cosas que manejamos. Son objetos simplemente, y los objetos no son humanos ni nos pertenecen, y tienen además dioses distintos…

-¿Las grúas…?

-Exacto… Pero lo esencial aquí es que para ellos no significa nada mi muerte, ni la de ellos… Los objetos aceptan la muerte porque es un estado más de sí mismos… pero nosotros… ¡mejor ni acercarnos a este asunto!

-Sí, mejor ni acercarnos –admití.

Creo necesario al llegar a este punto, aclarar que si bien el día de ayer me vi enredado en la conversación con esta chica, no tenía hoy la intención de mezclarme nuevamente en estos asuntos, pues lo crean o no, hay veces que necesito una vida normal, alejado de estas guerras y situaciones que no hacen sino desgastarme cada día.

-¿Sabes qué creo? –me dijo ella, percatándose de mi actitud.

-¿Que hay que hacerle la guerra a los objetos?

-Sí, pero no de la forma en que lo dices… Me avergüenzas, Vian, pensé que eras distinto.

-¿Te refieres a que yo debiese arrojarme así a luchar contra los objetos sin ninguna razón de fondo?

-¡¿Y no es una razón de fondo las defensas de los valores humanos?! ¡Pensé que esas cosas eran valiosas para ti…!

-No se trata si son o no valiosas, se trata de entender bien lo que propones y de…

-Lo que se trata para ti es de luchar solo, y sin un enemigo establecido… eso es lo que haces siempre.

-Ni siquiera sé si hago eso… lo único que me pasa es que tengo accidentes, y lo creas o no eso va resintiendo, y agota…

-Pero tómalo desde ahí, Vian: los accidentes son encuentros inesperados con objetos, después de todo… una vida puede acabarse ahí mismo, sino entendemos bien qué es contra aquello que chocamos…

-También podemos tener accidentes con sujetos, con otros seres humanos…

-Solo si los tratas como objetos, o como algo accesorio…

-…

-Piensa en los objetos, Vian… los objetos no se accidentan, no envejecen ni se arrugan… es decir, se accidentan, pero de una forma distinta, y hasta envejecen de una manera distinta… ¡Pero la muerte nunca es para los objetos! ¡Eso no es muerte...!

-¿Y entonces tú crees necesario provocar la muerte de los objetos?

-Sí, para resaltar el valor de nuestra vida, para rescatarnos de los objetos y hacernos independientes, y valiosos por nosotros mismos.

Observo a la chica decir esto y veo cómo parece creer en aquello que dice. Y comienzo a dudar, nuevamente, y esto abre un espacio para que la chica siga con su discurso:

-Todo se nos va en los objetos, Vian… Escalamos objetos, ordenamos objetos… y aunque te duela admitirlo, pero hasta los libros son objetos. Distintos, claro, pero son objetos. Igual que las bicicletas y los ojos de vidrio, aunque estos prácticamente no se usen hoy en día…

-…

-¿Sabes? A veces pienso que la gente fuma justamente por integrar un objeto… por deshacerlo, por transformarlo en humo. Es lo mismo que hacemos cuando comemos algo, solo que acá lo quemamos y la sensación es más fuerte… y se te pega en los pulmones y suponemos entonces que estamos pagando el precio…

-Pero los libros… no puedo entender como los catalogas prácticamente igual que cualquier objeto…

-Es normal que te duela, Vian… de la misma forma que nadie reconoce como objetos las fotos de sus hijos, o los recuerdos concretos que parecen dejar huellas de los afectos que nos rodean… pero piensa por un instante en un ejemplo…

-¿En un libro?

-Sí… pero piensa por ejemplo en las personas que leen biografías… esa tristeza… ¿no lo notas, Vian? Porque la biografía es también un objeto, algo en lo que nos transformamos… Y leer biografías… bueno, supongo que será otra forma de envejecer intentando comprender la vida de otros…

-Pero esa vida de otros… esa comprensión, me refiero, vale también para nosotros mismos…

-No lo creo así… la biografía transforma en objeto al sujeto… termina siendo igual que un libro de viajes, o de cifras, incluso, como esas libretas de gastos…

-¿Y la comprensión no puede tener como objeto de comprensión al objeto?

-No creo. Es decir, piensa en una casa, Vian… como la que estabas a punto de comprar el otro día… ¡son treinta años pagando…! Es casi como comprar una tumba… Terminas de pagarla y te mueres y descubres que has hecho tu vida en un lugar que nunca te fue propio…

-Pero aunque lo compre seguiría siendo un objeto…

-Claro, pero te doy ese ejemplo para reforzar la idea… la ilusión esa que tenemos sobre los objetos que nos pertenecen, o que pueden ser parte de nosotros…

-…

-¿Puedo darte otro ejemplo?

-Ok.

-Piensa en un taller de esos en que desabollan autos… ¿sabes que me imagino yo con esa imagen?

-No…

-Pues me imagino ángeles… tipos igualitos que ángeles y con alas incluso puestas en la espalda… transformando los accidentes en cosas que nunca han ocurrido, pero ocupándose de los objetos, claro…

-¿Ángeles para objetos?

-Sí, un ángel de la guarda para cada objeto… listo para desabollarlo y dejarlo como nuevo ante las magulladuras de su propia vida…

-¿No crees que exageras esa importancia que les damos a los objetos?

-Para nada… piensa en los espejos, como objetos, por ejemplo… o mejor recuerda el terremoto y las experiencias de la gente cercana, abrazando el televisor en vez de proteger a los hijos, quedándose hasta el final para que el aparato no terminase roto, o en el suelo… ¿por qué pasa esto, Vian? ¿Por qué cuidamos más a los objetos que a la gente?

-¿Porque no comprendemos?

-¿Pero qué no comprendemos…? Ese es el punto. Imagina un censo de objetos… cuántos objetos por cada persona… y aún así con la sensación de no tener nada concreto… ¿sabes por qué ocurre esto?

-¿Qué cosa?

-La sensaciones en relación a los objetos…

-No, no lo sé...

-Yo creo que lo que ocurre es que los objetos viven más que las personas y nos cuesta valorarnos ante esa verdad… ¡si al final de cuentas el único objeto propio son nuestros huesos…!

-Y el amor, según esa lógica… ¿sería un objeto?

-No lo sé, Vian… y ese es el punto central, en el fondo… buscamos razones para vivir felices en las cosas equivocadas…

-¿Razones para vivir felices?

-Sí, para vivir felices, ni siquiera para serlo.

Miro entonces a la chica y veo que sus ojos están tristes. Brillantes, pero tristes, y siento que no puedo darle un no rotundo, y que me gustaría alegrarla incluso, si pudiese.

-¿Te pido un favor? –le digo finalmente.

Ella asiente.

-¿Podemos terminar de hablar sobre esto mañana? Creo que estoy entendiendo, y no quiero defraudarte… aunque tampoco sé qué puedo hacer en todo esto…

-Puedes hacer mucho –me dijo antes de irse-. Puedes.

sábado, 10 de septiembre de 2011

Vian y la guerra contra los objetos (Parte I)

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-Las cosas que me hacen llorar son tan extrañas y dispares que ya no sé qué es exactamente lo que origina el llanto –dijo ella-. Por ejemplo, a veces lloro al ver gente comprar o cuando alguien apunta sin dudar aquello que quiere: el helado de chocolate, el vestido a rayas o el anillo que está entre tantos que es necesario golpear la vitrina para indicar de mejor forma a cuál nos referimos.

-A lo mejor lloras por lo que no eres –le digo.

-¿Cómo…?

-Que quizá te hace llorar aquello que no eres… es decir, el decidirte así por las cosas, por ejemplo, por la seguridad que te falta…

-Puede ser –admite ella-. Recuerdo que una vez incluso le pregunté a una de esas personas…

-¿Y qué le preguntaste?

-Le pregunté por qué no dudaba, qué le daba esa certeza de pedir exactamente eso…

-¿Y?

-Y nada. Algo me debe haber dicho, pero no recuerdo qué… ¿a ti no te pasa, Vian?

-¿Que se me olviden las cosas?

-No. Me refiero a eso de no tener seguridad… Es decir, yo lo siento absurdo ya que no hay nada concreto que me haga sentir insegura: tengo ojos lindos, una bonita figura y hasta modales correctos. Con eso debería bastar, pienso yo… No necesitamos de más cosas.

-Puede ser… no sé… Supongo que elegiste mal preguntándome a mí. No soy de los que tienen certezas…

-Pero tú también eres de los que miran gente… y de los que lloran… no me lo puedes negar.

-No sé, realmente. Es decir, miro a la gente, no lo niego, pero lo hago como buscando lazos, entre la gente que compra un mismo producto, por ejemplo… o los que piden el helado de chocolate, por tomar tu ejemplo…

-¿Y?

-¿Y qué?

-¿Hay conclusiones…? Algo debes sacar en limpio de todo eso.

-No necesariamente, es simplemente como recorrer de un lado a otro…

-¿Cómo un turista?

-Sí… como un turista social, quizá… o sea, visito distintas clases, distintos grupos, pero no pertenezco a ninguno.

-O sea que en tu pasaporte solo sale “turista” y no hay procedencia.

-Sí, algo así.

-¿Sabes? De chica me gustaba escribir mensajes en las revistas de peluquería.

-¿Cómo…?

-En las revistas que hay en las peluquerías, mientras esperas tu turno. Yo buscaba escribir frases fundamentales, cuestionamientos… cosas interesantes, pensaba…

-¿Y? ¿Sucedió algo?

-Nada. Solo una vez que me obligaron a pagar una revista en la que yo había escrito algunas cosas.

-¿Como qué cosas escribías?

-Tonteras. Buscaba las fotografías de mujeres risueñas y escribía “ella no ríe porque sea feliz”, o encerraba sus prendas y anotaba al lado: “nada le pertenece”… es que siempre me obsesionó esa idea de los objetos…

-¿Qué objetos?

-Los objetos en general… todo lo que no somos nosotros… ¿no te has puesto a pensar tú en los objetos?

-Sí, supongo que sí…

-¿Y cómo los defines?

-¿Cómo defino un objeto?

-Sí… ¿cómo?

-Pues no sé… como un lazo entre sujetos quizá… algo que les permite vivir en sociedad, estar juntos…

-Entonces un niño es un objeto.

-¿Cómo…?

-Un niño… un hijo me refiero… es un vínculo que permite vivir en sociedad, establecer lazos…

-Mmm… sí, de acuerdo a cómo lo definí tendría que aceptarlo…

-¿Y las palabras? ¿No serían también objetos sociales?

-Sí, quizá… pero no sé realmente de qué puede servir hablar todo esto.

-Sirve, Vian, a la larga sirve… es como denunciar a los objetos…

-¿Y qué se puede denunciar sobre un objeto?

-Sus fallos… sus grietas… es como lanzarlos y verlos quebrarse, como si los objetos fueran platos exclusivamente y los lanzáramos unos a otros como en las películas antiguas.

-¿Como cuando se lanzaban pasteles?

-Exacto. Esas películas donde todo eran pasteles volando y gente cayendo y volviendo a levantarse una y otra vez.

-¿Y cómo se denunciarían los objetos?

-Los objetos son los que quedan caídos. Los hombres se levantan, Vian… esa es la gran diferencia…

-¿Y en la vida real?

-Eso es la vida real…

-Me refiero a qué nos lanzamos en la vida real, no son pasteles, supongo…

-En la vida es real es peor aún, porque nos lanzamos otras cosas: hijos, palabras, afectos… si hasta nos lanzamos el amor al rostro, por jugar, sin entender nunca el valor real de las cosas…

-¿El valor de las cosas o el valor de nosotros?

-El valor de nuestras cosas. Nuestra vida como objeto… nuestros afectos como objeto.

-…

-¿Me entiendes, Vian?

-Sí… pero no sé qué saco con entenderte.

-Mira… voy a ser sincera, porque necesito tu ayuda. Tú eres de los que ven a los otros, cierto… pues bien, ¿quiénes son los otros?

-…

-No importa que suene cursi o algo así, respóndeme…

-Pues los otros son mis semejantes… mis hermanos…

-¿Te duelen los otros, Vian?

-¿Cómo…?

-Si te duelen sus vidas… si sus objetos crean lazos contigo…

-Son dos cosas distintas… sus objetos no crean lazos conmigo…

-¿Y eso te avergüenza?

-¿Qué?

-Que si te avergüenza que siendo tus semejantes no existan lazos entre los objetos que ambos cargan…

-¿Es una pregunta?

-Sí.

-Pues la verdad es que me avergüenza cargar con objetos, eso es cierto… objetos que no soy yo, me refiero… objetos pasajeros… pero más me avergonzaría cargar con seres como si fuesen objetos… eso sí es triste… aunque nos vinculen con los otros…

-¿Cómo los que cargan a sus hijos, o andan con sus parejas de la mano?

-En parte… es que a veces nos subestimamos y eso también es triste… es decir elegimos cargar a otros y nos dejamos en el suelo nosotros mismos, o lo que realmente debíamos cargar.

-¿Sabes qué creo yo?

-¿Respecto a los objetos?

-Sí. Y respecto a todo en verdad…

-No. No lo sé.

-Pues yo creo que solo debiese existir el ahora y el nunca… todo lo demás es provisorio, Vian… ¡todo! Es decir… los objetos existen de esa forma… o los hay o no los hay… y hay que ayudar a que no existan…

-¿Qué quieres decir?

-Que quiero que me ayudes a destruirlos, Vian… a los objetos…

-¿Para eso me llamaste?

-Sí. Quiero que hagamos un plan, juntos.

-¿No puedo pensármelo un poco más…?

-¿Y reunirnos mañana?

-Sí, podría ser. Yo igual tengo que venir aquí mañana.

-Está bien, Vian. Aquí te espero.

viernes, 9 de septiembre de 2011

Distinguido señor Chéjov.

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Distinguido señor Chéjov:


Me dicen que usted está muerto y yo lo acepto. Además no me gusta discutir.

Pero así y todo el otro día me acordaba de usted, y cuando uno se acuerdo de otro a veces nos parece que ese otro está vivo y ya no hay vuelta. Así que permítame que le hable como si usted estuviese vivo y yo fuese a atenderme con usted… ¿por qué usted es doctor, cierto?

No es que me olvide que usted escribe, no me malentienda… muchas veces he leído algunas de sus obras y novelas y qué decir de algunos de sus cuentos… pero como le decía… no he venido aquí por esas razones.

Si quiere que resuma, lo concreto es que me duele el pecho… bastante… tengo tos y otras molestias y hasta me dieron licencia unos días, pero yo sé que lo que me aqueja no va a desaparecer así como así y por eso he pensado en usted… porque quizá pueda entenderme sin necesidad de ser tan explícito, ya que he de confesar que me avergüenza un poco hablar de todo esto…

Mire, le traje incuso una radiografía… ¿es bonita, no cree? Descubrir lo que tenemos dentro, me refiero… Todas esas sombras y cosas dando vueltas y el dolor que parece situarse en una de esas partes… aunque no sepamos bien dónde.

Y claro, no es que sea un dolor insoportable, pero es tan incómodo… día a día con ganas de alegría, señor Chéjov, pero esas cosas sin final, esas historias amargas que se quedan ahí como empozadas… ¿no podría usted recetarme algo así como una historia breve…? Algo como un final que pueda permitirme partir de nuevo, con otra energía.

¿Sabe? El otro día leía algo que habían escrito sobre usted, creo que era de un tal Kuprin, o algo así, lo anoté incluso, escuche:

“Creo que no abrió ni entregó enteramente su corazón a nadie. Pero miraba a todo el mundo con cariño…”

¿Es cierto eso, señor Chéjov? ¿Se puede vivir así sin entregar nunca el corazón enteramente a alguien…?

Yo leo sus cuentos y siento que sí, que algo de cierto tiene eso que dice ese Kuprin… pero siempre me ha costado admitirlo. Es decir, supongo que el dolor en el pecho tiene que ver con eso… con no saber medirse… o con esperar demasiado… ¿me entiende usted, señor Chéjov?

No me refiero a esa tristeza que existe como un lago, y que permanece ahí, como parte de nosotros… me refiero a otra cosa, algo más amargo, menos nuestro… algo que quiero extirpar, y no sé cómo… porque está pegado a uno de tal forma que ya es difícil saber si es o no parte de nosotros mismos.

Y es que eso me dicen cuando les hablo a los otros sobre esto: “ahí no hay nada” me dicen… y yo les doy la razón porque no me gusta discutir, pero la amargura es una sensación concreta, señor Chéjov, a usted sí puedo decírselo. Con menos miedo, además.

Mire, le propongo un trato. Una forma de atenderme que quizá pueda satisfacernos a ambos y no alargar mas este asunto… porque hay enfermos que sufren más que yo, supongo, y a esos también hay que atenderlos…

¿Qué tal si tomo un libro suyo al azar? ¿Qué tal si muevo sus páginas y usted me dice “stop” en cualquier momento y luego aprendo? ¿Puedo tomar eso como una receta, señor Chéjov…? No le pido más… solo un stop… ¿puede ser?

Le estaré muy agradecido, doctor…

Además, diga lo que diga yo lo acepto… ya sabe usted que no me gusta discutir.

Hagámoslo entonces… Diga stop, y me detengo...


Vian

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