jueves, 1 de septiembre de 2011

Cavas un hoyo para meterte adentro.

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Ella dijo:

A fin de cuentas la vida es eso: cavar un hoyo para meterte adentro. No hablo de tumbas en todo caso, ni de muertes, ni de protección, sino simplemente de estar en contacto con el mundo, ser parte de él… meterte dentro.

Él no dijo nada.

Ella continuó:

Mis palabras a veces hacen eso: carcomen, socavan… quitan pedazos… ¡hacen hoyos, en definitiva! No sé si es un talento o un don, pero es un hecho. Y los hechos son concretos y traen consecuencias. Yo creo que es por eso que hablo tanto… porque en cierto sentido tengo necesidad de ese vacío… ¡hambre de comerme el mundo!

Él dijo:

No se trata de comer. Hacer hoyos no es cuestión de hambre. El material que se socava queda fuera, y tú lo pierdes de vista.

Ella queda en silencio un momento.

Él prosigue:

María Ignacia cuando era chica hacía eso: recortaba trozos de papel para hacer figuras, pero tú sólo te fijas en el producto y yo debía recoger los papeles restantes tirados por el piso. Ese también es un hecho.

Ella dijo:

No sé a qué quieres llegar, ¿te molesta María Ignacia?

Él negó con la cabeza.

Ella continuó:

Uno elige los hechos con los que se queda y la forma de entender lo que haces… y simplemente se trata de que tú prefieres el material excedente que el vacío.

Él replicó:

Tú no entiendes que el vacío no es tal: no creas vacío cuando sacas a algo de su sitio. Solo lo desplazas.

Ella entonces siguió argumentando.

Y él contra argumentando.

Mientras, desde su pieza, María Ignacia escuchaba la discusión sin entender demasiado.

Y es que ella –María Ignacia-, no pertenecía a ese mundo de las ideas, y todo para ella era tan concreto y sencillo que daba envidia.

Fue entonces que ella –la madre-, señaló:

María Ignacia es así por tu culpa. Huye de lo que para ti significan los hechos, y por eso se esconde en la pieza.

Él –el padre- replicó:

Ella se esconde en la pieza porque tú le enseñas que la vida es cavar un hoyo para meterse dentro.

Así, la discusión se acrecentó, luego disminuyó, y por último se detuvo.

María Ignacia entonces se acostó y hubiese querido explicar que no estaba escondida, pero prefirió mejor hablar consigo misma.

Ella entonces pensó:

Mis padres discuten escondidos en hoyos distintos y yo soy la única que estoy en la superficie.

Así, sin darse cuenta, comenzó María Ignacia a introducirse en el mundo de las ideas, construyendo su propio agujero.

Y claro, no fue consciente de aquello, hasta que se hizo demasiado tarde.

Ahora es una extranjera.

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