jueves, 8 de septiembre de 2011

El discurso limpio.

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-Las personas son tan sucias –me dijo-, tan comunes… lo que tú deberías hacer es hablar sobre lo que hay entre ellas, sobre los espacios en blanco…

-¿Cómo “los espacios en blanco”…?

-Claro… lo que hay entre ellas, como te decía… no escribir sobre la vida de las personas, sino sobre la vida, nada más… el sonido, los ruidos, los colores, todo lo que no tiene significado por sí mismo… ¿no vas a tomar nota?

-Es que me gusta entender un poco, antes de anotar algo…

-Lo que pasa es que crees que ya estás listo, que puedes elegir un tema y lanzarte a escribir sin más… como si vendieras helados… yo quiero uno con una bola de chocolate y otra de pistacho… eso te pasa… te imaginas que escribir es eso, repartir helado…

-Yo no imagino nada –me defendí-, y en todo caso, creo que hay algo erróneo en eso de escribir como esquivando las historias concretas…

-Lo que pasa es que hay que esquivarlas… sino te quedas en ellas y terminas escribiendo las mismas estupideces de siempre… que Juanito llora por María, o que Miguel quería ser un tipo bueno…

-Ok… y tú crees que es mejor hablar sobre… no sé… el movimiento de las cosas.

-Pues sí… y de hecho es un buen título: El movimiento de las cosas.

Ella estaba frente a mí y parecía segura de lo que decía. Era de las pocas que me instaba a escribir en serio, pero a la vez siempre lo había hecho con una agresividad que me producía un rechazo inmediato.

-Lo que yo creo es que uno debiera hacer como con esas fotos en que desenfocas las personas y te preocupas, del fondo… o de la naturaleza –siguió.

-¿La naturaleza?

-Sí… pero tú sabes que no hablo de la naturaleza como los animalitos y las plantitas y esas boludeces… yo te hablo de la naturaleza que está por fuera de los sucesos humanos…

-Pero esa naturaleza ignora nuestros desastres… y en el fondo… no sé… a veces pienso que la única cosa interesante es el camino que toman los seres, o el que no toman…

-¡Pero entonces hablamos de lo mismo…! –exclamó-. Yo te digo simplemente que escribas recorriendo esos caminos, pero sin toparte de frente con los seres, nada más…

-Pues no sé si es natural esquivarlos… -le dije-. Es casi como una técnica literaria, igual de artificial que todas aquellas que me han dado asco desde siempre…

-Pero te gustaba Faulkner.

-Porque él trata de hacernos creer en el ser humano… hay algo humano bajo esa técnica…

-¿Como un ser en un reloj?

-No sé… además no quiero hablar de Faulkner…

-¿Y los musicales?

-¿Qué pasa con los musicales?

-¿Por qué te gustan los musicales?

-No te voy a dar el gusto de contestar todo lo que se te ocurra preguntarme.

-Lo que pasa es que no quieres admitir que te gustan justamente porque son artificiales…

-¡No son artificiales…! Lo artificial es seguir como si nada y no bailar… Eso es artificial… ¡Las flores de plástico son artificiales! ¡Las corbatas! Bailar es un absurdo natural, como el nacimiento… es talento… talento para vivir…

-Pero incluso admitiendo que ese talento para bailar fuese también talento para vivir, eso no supone que pueda entenderse como un talento para amar… o estar con los otros…

-No entiendo a qué quieres llegar.

-A qué por más que bailen, los problemas que aparecen siempre en esas historias concretas terminan aflorando y contaminando todo…

-¿Y entonces tú quieres que rehúya de eso porque es común…?

-Justamente. Y porque quiero que logres escribir algo realmente bueno… algo que escape a esos lugares comunes…

-Mmm…

-¿No te convenzo?

-No.

-Mira a ese hombre que va con el periódico. Cuéntame una historia.

-¿Para qué?

-Hazlo.

-Ese hombre es extraño –le digo-. Anda con ese diario viejo para todos lados y no deja que nadie se lo arrebate… es del día en que dejó de todo… el diario no dice nada de eso claro, pero él cree que guarda una especie de secreto… algo que le puede explicar donde está… una especie de clave. En el horóscopo, en las noticias… él lo lee una y otra vez buscando y no encuentra nada, pero insiste… quiere saber por qué eligió esto… y hasta se imagina que quizá esté en los dos lugares…

-¿Con la vida antigua y con la vida nueva, te refieres?

-Pues sí… algo así… es como si buscase saber en qué momento dejó de lado la representación de un personaje y pasó a encarnar a un hombre verdadero… aunque teme también haber hecho exactamente lo contrario…

-¡Mierda, Vian…! ¿Es tan difícil entender que no tienes que enfocarte en el hombre en particular…?

-…

-Tú podrías llegar un poco más allá… ¡tengo fe en que podrías! Como en la novela policial… ¿te acuerdas?

-¿Cuál novela policial?

-Esa que según tú no habías terminado, pero yo decía que estaba lista…

-¿Qué pasa con ella?

-¿Te acuerdas la forma en que operaba la policía?

-Sí… en la novela eran extrañamente hábiles… y dejaban que los malos se destruyeran a sí mismos…

-¿Y no podrías hacer tú lo mismo con tus personajes, y ponerte a hablar de otra cosa?

-¿Dejar que mis personajes se destruyan a sí mismos…?

-Sí… buenos y malos… da lo mismo quién. Lo importante es no mancharse, permanecer limpio. El discurso limpio, Vian. Esa es la clave.

Yo escucho un poco más e intento entender qué es lo que ella me pide. Y para qué.

-¿Sabes qué creo? –digo entonces.

-No –Responde ella.

-Creo que tú también estás aquí simplemente para evitar que yo termine escribiendo…

-Al contrario –se defiende-, yo quiero que escribas, Vian…

-Pero yo quiero escribir y vivir al mismo tiempo… y eso de discurso limpio es casi como cuando les prohíben a los niños que se ensucien la ropa, cuando juegan.

Ella se queda en silencio entonces pues comprende que la he descubierto, y comienza a aparecer su rostro verdadero, y su cuerpo se curva, y envejece.

-Por favor no me hagas dudar más –le digo finalmente.

Y claro, ella comienza a llorar… pero yo me alejo de inmediato pues sé que simplemente, esa es otra de sus técnicas.

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