lunes, 19 de septiembre de 2011

Cosas que ocurren en un matrimonio gitano.

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“Yo también podría ser una larva amorfa:
todo el mundo encierra en su interior
un enorme paquete inmóvil,
basta con dejarse ir para que aparezca.”
Amélie Nothomb.
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I.

Debido a un par de experiencias concretas no me caen bien los gitanos. Puede que sea injusto y que mi criterio no sea el correcto, pero es algo que quedó establecido a partir de dichas experiencias y poco puedo hacer por evitarlo.

Eso intentaba explicarle hoy a un amigo que quería que lo acompañase a sacar fotos a un matrimonio gitano, pero lo cierto es que al final me convenció y decidí acompañarlo. Era en una especie de parcela que quedaba en un lugar retirado de Santiago, donde habían puesto varias tiendas y una carpa central para la ceremonia principal.

Así, apenas entramos, nos pidieron guardar las cámaras digitales y nos entregaron unas antiguas con varios rollos de los que ya casi me había olvidado. Luego, tras refrescar la memoria ajustando las lentes y poniéndonos una chaqueta que nos pasaron para la ocasión, comenzó nuestro trabajo.

-¿Y su nombre? –me preguntó en un momento el padre de la novia.

-Vian –le dije.

-¿Y no quieres otro?

-¿Otro qué?

-Otro nombre.

-No. Gracias. –Le contesté. Y el hombre no insistió.

Fue entonces que comenzó la ceremonia y aparecieron los novios. Ella llegó en un carrito de madera lleno de flores y el hombre apareció rodeado de unos perros algo flacos que tenían lazos de colores amarrados al cuello, para la ocasión.

Yo los fotografié y acabé el primer rollo. Para cambiarlo, busqué un lugar oscuro, al interior de un cuarto de madera que estaba a un costado de la carpa.

Fe en el interior de ese cuarto que la vi. De espaldas a mí, cabizbaja, y sentada frente a un espejo.


II.

-No me mires a los ojos –me dijo, apenas me sintió entrar.

Mi corazón latía fuerte y no cuestionaba que ella estuviese ahí, simplemente me encontraba sorprendido y las sensaciones se agolpaban dentro mío, como si buscasen romper algo.

-¿Qué haces acá? –pregunté.

-Sinceramente no lo sé –dijo ella-. Pero no debes mirarme directamente, ni decir mi nombre.

Por absurdo que fuese tomé en serio lo que me decía y bajé la mirada.

-Esto será extraño porque te hablaré con mi voz palabras que nunca te podría decir de otra forma –dijo entonces ella-, y puede que sea confuso, si intentas entenderlas también directamente.

Yo guardé silencio.

-Nos debemos una conversación –continuó-. Y quizá incluso más que eso… lo importante es que si has venido hasta acá es porque algo nos reúne, porque algo de nosotros está muriendo, sin el otro, y existe algo que quiere que nos demos cuenta de lo que perdemos…

-Yo sí me doy cuenta… -interrumpí.

-Lo sé, pero no has hecho nada con eso –agregó-, sé que lo hago difícil y que quizá sientas que no está en tus manos, o te hayas sentido abandonado…

-Es mucho más que eso -señalé.

Ella siguió entonces pronunciando esas palabras que esperé por años, hablando de un nosotros como una posibilidad viva, todavía, y consciente de aquello en que yo siempre había creído podía existir entre ambos.

No sé si fue la esperanza, o simplemente el sentir que me comprendía mientras hablaba… -que comprendía lo que ella significaba para mí, me refiero-, pero el resultado fue simplemente que algo comenzó a desmoronarse dentro mío, algo que creí sólido y que había construido casi como una fortaleza, en este tiempo, para permanecer seguro.

Fue así que comencé a cuestionarme si aquello que estaba viviendo era o no real, y las preguntas me llevaban a intentar mirarla, quién sabe si como otra forma de protección, o de silenciar sus palabras.

-¿Qué estás haciendo? –preguntó entonces ella, percatándose de mis intenciones.

-Quiero confirmar si eres tú –contesté.

Caminé entonces unos pasos, hacia ella, con los ojos aún entrecerrados, sin prestar atención a sus advertencias.

-No lo hagas –me dijo-, confía en que sigo siendo yo, aunque no lo parezca…

Pero yo pasé por alto sus palabras y avancé hacia ella… y fue así que choqué con algo y sentí vidrios quebrarse… y fue entonces que caí al suelo.


III.

Una gitana me lanzó agua al rostro mientras decía unas palabras que no comprendí.

Luego llegó mi amigo algo molesto pues pensó que yo me había emborrachado y que esa era la razón de mi conducta.

-No es culpa de ese hombre –dijo entonces la gitana, refiriéndose a mí-. Vuelva a sacar fotos que yo me preocupo de él.

Mi amigo le hizo caso y yo me quedé con la gitana, en silencio.

Ella me limpio la frente, pues aparentemente me había hecho un corte y me llevó hasta un lugar alejado de la ceremonia, donde ya comenzaba la música.

-¿Encontró usted el cuarto de madera? –me preguntó ella, de improviso.

Yo asentí.

-Ese cuarto es tu propio corazón –agregó entonces- a veces no se puede salir de ahí.

-Pero entonces… -intenté preguntar.

-Nada. No es bueno hablar nada, por ahora. Usted vio, pero hay más que debe ver, y cada cosa tiene un tiempo. Además la vida fluye bien cuando usted fluye también en la dirección correcta… no tiene que dejar pasar esas oportunidades.

-¿Se refiere a que debí aceptar el nuevo nombre que me ofrecieron…?

-No sé de qué hablas –concluyó-. Pero lo importante no son los nombres, sino lo que nombra el nombre, preocúpate de mejorar eso.

Luego ella volvió a la fiesta y yo me quedé en ese lugar alejado, unos minutos más.

Finalmente volví, saqué fotografías y cené junto a los invitados.

Ahora trato de entender.

Y escribo.

Me pagaron con un revólver y una flor.

Juro que no es una metáfora.

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