miércoles, 5 de octubre de 2011

Yo a usted lo conozco.

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I.

Se trataba de un hombre mayor, con la mirada algo extraviada y que parecía esconder algo entre las manos.

-A usted lo conozco –me dijo.

-¿A mí?

-Sí, a usted.

Yo lo miré e intenté recordar su rostro.

-¿No se acuerda? –insistió.

-Eh… no… disculpe, es que no soy bueno para recordar caras.

-Es que así no se recuerda –me indicó-. En cambio yo a usted lo recuerdo muy bien…

-¿Está seguro?

-Totalmente… ¿usted es bombero, cierto?

-Eh… no, no lo soy.

-¿Jardinero?

-Mmm… no, tampoco. Aunque me gusta la idea.

-¿Astronauta?

-No –dije un poco más molesto.

-¿Pero se lleva bien con los animales, cierto…?

-No sé qué tiene que ver, pero sí… me llevo bien con ellos, en general.

-Tome entonces –señaló entregándome un pequeño bulto.

Yo lo tomé y comprendí que se trataba de algo vivo. Un ser suave y frágil que poco a poco reveló tratarse de un conejo.

-¿Por qué me entrega esto? –le pregunté entonces, algo sorprendido.

-Porque a usted le gustan los animales –dijo de lo más natural.

-Pero yo… -intenté decir- …yo apenas tengo tiempo, no puedo hacerme responsable de él…

-Si usted dice que le gustan los animales, y hasta los quiere, ya tiene la responsabilidad adentro.

El hombre comenzó entonces a alejarse.

-¡Espere! –le dije-. El conejo es lindo y suave y todo lo que quiera, pero no puedo quedármelo…

-Pues tendrá que hacer un esfuerzo para estar con él… -dijo, sin dejar de caminar.

-¿Y por qué tendría que esforzarme? –insistí.

-Usted no tiene que esforzarse –me contestó-. Yo le decía al conejo.


II.

Intenté infructuosamente regalar al conejo, pero no tuve éxito.

En cambio, terminé comprándole unas verduras que despreció sin dar explicaciones.

Estaba insistiendo en eso cuando una mujer se acercó y me dijo:

-A usted lo conozco.

-No lo creo –dije yo, algo cortante.

-Sí… usted era mi vecino… -insistió.

-¿Y de dónde? –pregunté por seguir el juego.

-Del lado de mi casa –contestó seria.

-Ya… ¿pero no podría ser más específica?

Ella lo pensó un poco.

-Del lado derecho de mi casa –dijo al final, casi con orgullo.

Yo pensé en insistir, por un momento, pero terminé aceptando la situación.

-Puede ser… –le dije-. ¿Quiere algo?

-Mmm… pues sí, la verdad es que sí –señaló-. Verás, cuando vivías al lado, una vez que hubo mucho viento, yo estaba colgando mi ropa recién lavada y se me voló un calcetín y cayó en tu patio…

-¿En mi patio?

-Sí, no te hagas el inocente con ese conejito… -me dijo cambiando el tono-. Quiero ese calcetín de regreso.

-¿Quiere un calcetín de regreso?

-Sí, exacto. Quiero mi calcetín con deditos y rayas de colores.

-¿Calcetín con deditos?

-¡No finjas… sabes a que me refiero!

-Pero…

-¡Pero nada…! Ya he esperado por bastante tiempo y no voy a aceptar que te hagas el hueón y pases por alto que ese calcetín tenía dueño… ¡cada uno de esos deditos tenía dueño!

Yo miro entonces a la mujer tan enojada y decido mejor guardar silencio, pero la mujer sigue.

-¿Te has puesto a pensar acaso es lo que se siente ser un dedo despojado…? ¿Has imaginado lo que realmente significa tener un espacio propio y perderlo de un momento a otro…? ¡¿Te habían hecho algo malo mis deditos?!

-…

-¡Contesta, mierda…!

-Eh… no… no me han hecho nada malo –contesté.

-¿Y crees que es justo?

-No, pero…

Ocurrió así que la mujer siguió gritándome un buen rato una serie de cosas inconexas, hasta que sucedió un hecho asombroso.

Y es que el conejo, abriendo desmesuradamente el hocico se abalanzó sobre la mujer, y la hizo desaparecer de un solo mordisco, sin alterar siquiera su tamaño.

Solo en ese instante, reconocí quién era.


III.

-A ti te conozco –dijo entonces el conejo.

-Yo a ti también –le contesté.

Ambos nos miramos en silencio.

Por un momento me pareció que el conejo iba a comenzar a abrir nuevamente el hocico, amenazante, pero no fue así.

-¿Por qué has decidido venir de esta forma? –le pregunté.

-Quería saber si aún eras capaz de reconocerme…

-¿Pensabas asustarme?

-No lo sé… solo quería que supieras que sigo aquí… cerca…

-¿Y el hombre que te trajo…?

-Está loco… pero a salvo. No te preocupes de él.

-¿Y la mujer?

-¡Vamos…! Se lo merecía…

-Sí, pero…

-Pero nada. Yo no puedo ser injusto, aunque quiera… recuérdalo…

Y claro…

yo comienzo a recordarlo.

3 comentarios:

  1. Maravilloso! Dios mío! No podía parar de leer!

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  2. Gracias (aunque da vergüenza la exageración...)

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  3. What's up, doc?

    He empezado a desconfiar profundamente de los conejos. Aunque para ser sincera, me encantaría que el de tu historia degustara un par de personas que conozco, de forma justa (para mí) claramente.

    That's all folks!

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