sábado, 5 de noviembre de 2011

Espera.

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No me siento bien para escribir. Pero intento ordenar cosas. Calmar cosas. Quizá no se entienda por qué o con qué sentido y les pido disculpas por eso. Y es que no puedo explicar el inicio, porque las raíces de las cosas vivas no conviene removerlas. Asimismo, el sentido se me escapa porque es poco lo que entiendo, en este momento.

¿Saben…? He corregido el párrafo anterior varias veces, y supongo que así y todo no quedó bien. Y está frío. Y por supuesto para ustedes sigue siendo incomprensible.

Para evitar esto, voy a escoger mejor hablarles de un libro. Es de Gastón Leroux, el autor de “El fantasma de la Ópera”, y el libro en cuestión se llama “El misterio del cuarto amarillo”. Lo leí hace mucho, pero recuerdo claramente la sensación que me dejó, que excedía lo que debía haber abordado pues se trataba simplemente de un libro de misterio.

La gracia central-objetiva del libro, es que es uno de los primeros que trata de resolver un enigma en un lugar cerrado y hermético. Es decir, algo ocurre al interior de una habitación y no puede resolverse a partir de la evidencia encontrada. Luego vienen detectives y se encomienda el caso a un hombre que tiene una visión muy particular del ser humano, desarrollada brevemente mientras busca resolver de forma lógica lo ocurrido.

Y claro, hay cierto misterio que logra resolverse aunque nos haya parecido imposible en un inicio, pero la sensación final que deja el libro –o al menos la que me dejó a mí-, es que en ese cuarto amarillo siguió existiendo otro misterio.

Quizá por esto, es que no me puedo sacar de la cabeza el libro, ya que es la forma más concreta que tengo para acercarme a aquello que me ocurre, y que no sé abordar de una manera más directa.

Y es que de cierta forma me siento como en un enigma cerrado, al interior de un cuarto amarillo que agobia y que desespera incluso pues no parece haber solución, salvo golpes con pequeñas cosas cotidianas que no dicen nada del verdadero misterio, ese que ocurre en el otro cuarto amarillo, mucho más inaccesible, y que nos está permitido visitar solo a nosotros mismos.

Lo malo de esto, sin embargo, es el egoísmo asociado a nuestra forma de resolver los problemas. Es decir, la triste capacidad de evadirlos o darles aparentes soluciones lógicas que nos permitan estar en paz y seguir con nuestras cosas.

Pero claro… lo cierto es que me da asco esa paz. Es decir, la rechazo porque es además la más cómoda y la que nos hace olvidar que quizá fuimos visitados en ese cuarto de una forma extraña y que compartimos esa intimidad con un otro que hoy, vuelto enigma, nos es más fácil dejar de lado.

Y es que a veces no hay pistas, ni aparentes razones… y es más, puede que ni siquiera haya verdaderos culpables -si es que me acerco nuevamente al libro de Leroux-, pero lo cierto es que hay que exigirse la fe necesaria para reconocer verdaderamente cuál es el cuarto amarillo donde se encierra el problema.

Y sí… sé que es abstracto y que no logro decir nada. Pero créanme que si lo hago de otra forma me quebraría entero, y quizá la fe de la que les hablaba se dañaría incluso un poco más, y ya no podría mantener siquiera dos palabras juntas. Y no lograría ver nada.

Y es que no es tan cierto que necesite dormir, ni ordenar, ni calmar… esos son verbos vacíos hoy día. Lo que necesito primero es una voz, una suave y transparente como una H.

No quiero lógica ni explicaciones, eso se los dejo a los detectives.

Yo ansío una voz. Necesito una voz.

No creo poder imaginarme qué ocurriría, si no llega.

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