jueves, 29 de diciembre de 2011

Eugene tocaba la trompeta.

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El doctor vuelve a repetir que no entiende mi consulta y me pide que la relate de la forma más clara que me sea posible.

-¿Tiene alguna sugerencia? –le pregunto.

-¿Sugerencia sobre qué?

-Sobre cómo narrarla –le explico.

-¡Ah…! –dice el doctor-. Eh… quizá si la ordena en hechos narrables y la organiza en puntos…

-De acuerdo ¿pero podría hacer un borrador en una hoja y luego leérselo en voz alta?

El doctor me observa para saber si intento burlarme, pero al final me pasa la hoja. En ella anoto lo siguiente:

1. Una sensación me ha picado como pica un insecto. Fue en medio de la noche por lo que todo estaba a oscuras y no logré ver nada. Quizá por eso, instintivamente, encendí la luz, pero a diferencia de lo que hacemos con una picadura de insectos aquí no supe dónde dirigir la mirada, pues la picazón había sido en uno de esos sitios que parecen no existir a plena luz.

2. De a poco, entonces, comencé a impacientarme. Fundamentalmente porque quería rascarme el lugar afectado, para buscar cierto alivio… pero no había caso. Ese lugar no estaba en ningún sitio. De esta forma, sucedió que me desvelé toda esa noche buscando aquel lugar. Creo que fue hace tres días. No logro dormir bien desde entonces.

3. Quizá por eso, las cosas se han hecho más difícil desde ese momento. Es decir, a ratos me sorprendo con los nervios alterados, o confundiendo personas… o quedándome dormido sin darme cuenta y despertando de pronto en otro sitio…

-¡¿Qué hace?! –me dice entonces, bruscamente.

-Termino de escribir el borrador, doctor –me excuso.

-¡¿Doctor…?!

Entonces miro a mi lado y veo que en vez del doctor me encuentro con un bombero, y que en vez de la consulta médica estoy en una especie de departamento, en llamas.

Así, mientras intento explicarme qué hago ahí, el bombero me insiste para que vaya hasta la ventana y baje por la escalera que ellos han logrado hacer llegar hasta mi piso, que luego me entero que es el quinto, en un edificio de centro de Santiago.

-¿Sabe usted qué hago aquí, señor? –pregunto.

-Supongo que sueña. –me dice una voz.

-Es imposible –alego-. Estoy despierto, lo sé por la sensación…

-¿Qué sensación?

-La sensación… -intento explicar-, esa que me vino en medio de la noche, como si me hubiese picado un bicho, solo que en un lugar que no encuentro.

-Y será por eso que ha comido usted tanto hoy…

-¡¿Yo…?!

Así, mirando nuevamente a mi entorno, comprendo que estoy en un restaurant, hablando con el garzón que me sirve dos platos grandes y me mira extrañado.

-¿Me está queriendo decir que en uno de los platos ha encontrado usted un bicho que lo ha picado? –pregunta tratando de comprender.

-Eh… no… -explico-. Digo que una noche, hace algunos días, sentí como si una sensación me hubiese picado y…

-¡Las sensaciones no pican! –me interrumpe-. Lo que puede pasar es simplemente que un mosquito lo haya picado…

-Imposible –me defiendo-, pues apenas sentí la sensación encendí la luz y no vi nada…

-Me refiero a mosquitos internos, funcionan de una manera distinta: mientras los mosquitos que usted llama normales generalmente lo pican y no lo dejan dormir, los mosquitos internos pican en el sueño y no lo dejan despertar y producen importantes alucinaciones… llevo años trabajando con eso…

-¡¿Trabajando…?!

Entonces lo miro nuevamente y descubro que estoy nuevamente frente a un doctor, que me mira como si estuviese totalmente interesado en mi caso.

-¿Ha tenido usted alucinaciones este último tiempo? –me pregunta.

-Eh… No… -intento contestar-. Es decir, he tenido una sensación persistente, pero…

-Ya le dije que no eran sensaciones… lo que ocurre simplemente es un problema nominal… es como lo que a mí me sucede…

-¿Qué le sucede? –le pregunto.

-Que no puedo decir la palabra “amor” –me dice.

-Pero si la está diciendo…

-No, no me refiero a eso… escuche: decidí casarme con una mujer y tener hijos porque sentía “amor”… Ve a qué me refiero…

-No –insisto-. Usted usó correctamente la palabra.

-No –continúa él-. No logro decir la palabra “Amor”, no es lo que siento eso que digo… ¿cree que tenga un remedio para eso, doctor?

-¡¿Doctor?! –exclamo-. Pero si yo soy Vian y usted…

Entonces lo miro y veo que él está tendido en una camilla, mientras yo, lo escucho sentado tras de un escritorio, en el que encuentro un recuadro que dice: Vian, médico interno.

Desesperado, y sin entender prácticamente nada, cierro fuerte los ojos y trato de empuñar mi cerebro, como si fuese a lanzar un golpe con él, sin querer pensar en nada.

-Antes de que termine usted con todo, dese vuelta –me dice una voz que no logro situar en ningún sitio.

-¿Qué me dé vuelta?

-Sí, pero no hacia atrás ni hacia adelante ni nada de eso… quiero que se dé vuelta entero, como si fuese un calcetín…

-¿Quiere que me dé vuelta así como si fuera un calcetín y que deje mis costuras hacia afuera? –pregunto, sin entender mucho.

-No -dice la voz-. Todo lo contrario. Quiero que guardes tus costuras, además las picaduras ya están sanando y la sensación que incomodaba habrá de transformarse en otra cosa.

-¿Y podré volver a escribir bien entonces y a que se entienda algo de lo que estoy diciendo? -pregunto, esperanzado.

-Nunca has escrito bien –me dice la voz, justo antes de comenzar a tocar una trompeta.

De esta forma, finalmente, sonó la trompeta, y yo volví a fingir que me tomaba los antipsicóticos, igual que hace 12 años.

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