jueves, 8 de diciembre de 2011

Un pequeño movimiento.

“Soy un matemático amoroso,
aunque carente de amor
y de matemáticas”
.

-A veces creces confiando en que la vida se va a ablandar, igual como esos zapatos que esperas se adapten tras los primeros pasos. Sin embargo, lo que quieres cambiar es siempre más fuerte que aquel uso, y entonces, eso que llamamos vida revela seguir imponiendo su propia forma, sin transformarse en lo más mínimo.

-Pero maestro, ¿no crees que aceptar eso es iniciar derrotados el camino?

-No. Recuerda que no hay camino… Te lo digo hace años y no aprendes, justamente porque te sientes demasiado importante y crees que el mundo necesita ser transformado…

-¿No lo necesita?

-Claro que no… Somos nosotros quienes necesitamos la transformación, y en todo orden de cosas. El mundo no sabe de carencias, por eso es el mundo: porque contiene todo lo que necesita y no requiere salir fuera de sí a buscar nada.

-Pero el mundo se desgasta, maestro… es decir, no siempre va a tener todo lo que necesita, y envejece…

-¿Y tú quieres crear una crema de belleza para dejar al mundo sin arrugas? ¿Crees que así se soluciona el problema?

-No creo eso, maestro.

-Pues no solo no debieses creer en eso, sino que debieses no creer en nada. De hecho, respecto a tu aprendizaje, he decidido librarte finalmente de esta farsa…

-¿Ya no serás mi maestro?

-Nunca lo fui, realmente… Lamento que no te dieras cuenta por ti mismo cuando todavía estabas a tiempo…

-¿A tiempo de qué?

-A tiempo de aceptar tus errores, de darte cuenta que te habías subido a un móvil que no te llevaba en dirección alguna.

-Pero entonces no hay pérdida… es decir, si no hay movimiento no hay gasto…

-Esto no es un taxi, Vian… Nuevamente entiendes mal. De hecho, eres tan básico que quizá pienses que si pides a ese “taxi” que se mueva en reversa, el chofer te quedará debiendo dinero.

-¿Entonces quiere decir que estoy en el mismo sitio desde el momento en que comenzó usted a ser mi maestro?

-Ya te dije que nunca lo fui… No te enseñé nada, Vian, acéptalo...

-¿Pero y el tiempo?

-¿Qué pasa con el tiempo?

-Ocurre que puedo aceptar que no haya existido movimiento… es decir, me duele, pero lo acepto… Sin embargo el tiempo siguió avanzando y no logro comprender qué ganaba usted haciendo que yo lo dejase pasar, sin más.

-No se trata de ganar ni de perder, Vian… Esos siguen siendo términos egoístas y sobre todo ilusorios…

-¿Y la farsa del maestro y el aprendiz…? ¿Acaso no es también un acto egoísta?

-No lo es. Elegí ser maestro, pero bien pude ser un árbol… ¿puedes acaso culpar a un árbol de estarse quieto y de no entregar respuestas a nuestras preguntas?

-Pero tú eres un hombre, tienes algo distinto, consciencia de cosas distintas, de…

-Ja, ja… ¿ibas a decir humanidad…?

-…

-La humanidad es otra farsa, Vian… No me digas que no lo sospechabas.

-…

-La supuesta humanidad es el centro del egoísmo, y hasta de la incomprensión que se puede llegar a tener con todo aquello que nos rodea.

-…

-¿Por qué te quedas en silencio? ¿Te sientes estúpido…?

-Siempre me siento estúpido, ese no es el punto.

-¿Y entonces…?

-Entonces sucede que no le creo. Nada de lo que ha dicho.

-¿Crees que miento?

-No. Creo que dice la verdad… pero solo la verdad que usted elige.

-¿Hay otra?

-No lo sé, pero siento que hay algo que usted desconoce, y que produce un movimiento, aunque sea mínimo…

-¿Puedes darme un ejemplo?

-¿Se acuerda de Tomás… uno de esos pacientes que estaban en el taller de teatro, en el psiquiátrico?

-¿El que sacaron del grupo por mal comportamiento?

-Sí, ese… ¿se acuerda en qué consistía el mal comportamiento?

-No… pero supongo que habrá golpeado a algún otro…

-No. No fueron golpes. Lo que hizo fue ponerle a una anciana que estaba en el pabellón C una moneda de chocolate en la boca cada vez que la encontraba dormida… una moneda de chocolate envuelta, claro, con el papel dorado inclusive…

-¿Y se ahogó la anciana?

-No, pero como no podía explicarse al despertar la presencia de esa moneda, supongo que comenzó a imaginarse que esas monedas salían desde su interior, y que eran posiblemente fruto de su enfermedad…

-¿Y cuál fue el problema con eso?

-El problema para ellos fue que vieron una supuesta amenaza, pero lo que a mí me interesa es que aquello produjo un pequeño movimiento… justamente ese que usted negaba, anteriormente.

-¿Cuál movimiento?

-¿No comprende…? La anciana entendió que había algo en su interior que daba frutos. Algo que ella desconocía y que la hacía distinta a los demás… y ese fue un movimiento… Es decir, cada mañana, al encontrar esas monedas, ella comprendía que se había producido algo que era producto de su interior, y eso la hizo sentirse como embarazada de otra vida… y esa vida interna, entonces, terminó moviéndola, y dejándola en otro sitio.

-Pero ese movimiento no era real… es decir, no había algo vivo que produjese esas monedas…

-¿Y Tomás?

-Pero él estaba fuera de ella.

-Nada está fuera de nada, maestro. Pero a veces la vida se ablanda no porque tengamos un pie dentro de ella, sino porque trascendemos los bordes y dejamos de separar la idea que tenemos de la vida, de la idea que tenemos del interior de nosotros mismos, o de los otros…

-…

-¿No cree que es un pequeño movimiento, maestro?

-No lo sé, Vian… pero estoy cansado, y no quiero hablar más, por el momento… ¿acaso tú no te cansas?

-Claro que me canso, maestro… pero le aseguro que dormirse después de buscar ver claro y no aceptar la derrota de buenas a primeras, resulta siempre, a fin de cuentas, una experiencia reconfortante.

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