miércoles, 25 de enero de 2012

Iba a ser un buen día.

“¿Sería una grosería por mi parte
decirle que se le está cayendo el bigote?
David Foster Wallace.


I.

No me gustan mucho los lugares públicos. A excepción de los bares, por supuesto. Y es que una cosa liberadora en los bares es justamente hacerse público. Emborracharse hasta olvidar por completo quién es uno, y enfrascarse desde ese desconocimiento en una pelea anónima o simplemente abrazar a todos antes de irse del lugar.

Una vez en un bar, por ejemplo, estábamos en medio de una pelea –un par de amigos, yo y un sinnúmero de otras gentes-, cuando me encontré de golpe con un tipo que era igual a mí. Ambos nos reconocimos, claro, justo cuando nos íbamos a golpear, y fue tal el asombro que tuvimos que detenernos.

-¿Qué pasó? –me dijo un amigo, apenas notó que me detenía.

Y claro, yo le indiqué a mi otro yo.

Así, pasados unos minutos, todos los del bar estaban en torno a nosotros, admirando el parecido.

-¡Son igual de feos los hueones…! –dijo entonces un viejo que se congració de inmediato comprando unas cervezas.

Acto seguido los demás rieron. Y finalmente se acabó la pelea.


II.

Nunca supe el nombre del tipo que se parecía a mí. Pero averigüé que era abstemio y que tocaba el clarinete.

-Es divertido lo que no se recuerda. O lo que se recuerda con dudas, como si fuese falso. Estoy seguro que cuando contemos esto parecerá cosa de borrachos… -me dijo.

Luego en medio de todos tocó el clarinete.

No era un lugar como para hacer aquello, pero recuerdo que todos escucharon con respeto, y lo aplaudieron como si hubiesen ido a verlo exclusivamente.

Luego habló de su familia. De sus composiciones. De su forma particular de vivir la vida.

-Es excepcional –decían todos.

-No es un simple borracho… -comentaban otros.

Y claro, yo fui relegado a un segundo plano, debo reconocerlo.

De esta forma, la noche fue pasando, hasta que uno de los viejos propuso algo.

-¿Qué tal si antes de irnos pelean estos dos para saber quién es el de verdad? –dijo.

Y los otros gustaron de la idea.


III.

Nos hicieron un espacio al centro del bar y todos se sentaron en torno a ese espacio, volteando las sillas.

Incluso hubo unos que apostaron sobre quien ganaba.

-Yo apuesto que gana el hueón interesante –decían unos, apostando por el otro.

-Yo apuesto por el hueón penca –dijo un amigo, y apostó por mí.

Y bueno, fue entonces que comenzó la pelea.

Al principio fue pareja, es cierto, pero pude botarlo al suelo y entonces saqué ventaja.

Lo malo, sin embargo, es que yo podía sentir el rechazo de los otros cada vez que lo golpeaba, mientras que cuando el otro lo hacía, todos parecían sentirse orgullosos por aquel tipo.

-Es injusto –escuchaba decir-, ese tipo toca clarinete y es un genio, no tiene por qué saber pelear.

-No podemos dejar que le gane un borracho cualquiera… -dijo otro.

Y bueno, comenzaron entonces las zancadillas y ya hacia el final un tipo me lanzó una botella que rebotó en mi espalda.

-¡¿Acaso no entienden?! –les grité a los otros-. Ustedes debiesen apoyarme a mí… yo estoy borracho igual que ustedes… ¡Él no es como nosotros…!

Pero nadie entraba en razón. Todos parecían admirar aquello que no eran, y querían incluso –pensé-, resultar derrotados.


IV.

No resulté tan dañado gracias a mis amigos y a que fuimos lo suficientemente rápidos como para encerrarnos en el baño.

Y claro, el baño resulta ser siempre el sitio donde recuperamos el control, sobre todo en los lugares públicos. La gente va, ingresa a ellos, se repone y, reordena piezas. Todo frente al espejo y mientras los otros se encuentran en grupo, ajenos a ese momento.

Supongo que eso fue lo que hicimos, ahí dentro.

Así, recuerdo haberme mirado al espejo, con el orgullo un tanto herido y con ganas de salir a gritarles a los otros que el genio era yo, y entregarles una serie innegable de pruebas que por lo demás, no tenía.

En cambio, esperamos a que el ruido cesara y solo cuando escuchamos que los otros se habían ido nos decidimos a salir del local, que abandonamos sin mayores inconvenientes.

Una vez fuera, ya de amanecida, buscamos un local para recomponer la resaca.

-¿Sabes, Vian? –dijo entonces uno de mis amigos- El hueón ese no se parecía tanto que digamos…

-De hecho, no sé si te diste cuenta –dijo el otro-, pero yo estoy seguro que tenía algo falso, como un disfraz… un bigote falso, o no sé, algo que no lo hacía verdadero…

Yo los miré y no dije nada.

Luego pedí un café cargado, tostadas, y huevos revueltos con ají.

Mis nudillos estaban rotos, pero mi orgullo empezaba a recomponerse.

Iba a ser un buen día.

3 comentarios:

  1. Sería bueno que las guerras se dieran en esos bares, donde un simple guiño puede ser inicio para la reconciliación!

    Un abrazo

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  2. me gustó la parte de abrazarlos a todos antes de la retirada.
    Me gustó tu texto tb Vian!

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